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jueves, diciembre 31, 2015

Las gentes del jazz


No soy amigo de listas de "lo mejor de", ni de resúmenes del año. Las primeras son excluyentes, especialmente si detrás de ellas figura un gran medio que induce e influye en las decisiones. No es mi caso, soy pequeño, minúsculo, pero aún así sería injusto por mi parte decir qué ha sido lo mejor cuando apenas he escuchado una microscópica parte de lo que se ha publicado en un año, cuando "lo mejor" conlleva un sentido competitivo que aborrezco para la música. Los segundos siempre olvidan, son selectivos y crean una memoria colectiva que nunca es inocente en sus olvidos.

En los últimos años sorteé la obligación de las listas en Cuadernos de Jazz con la excusa de que no eran los mejores discos, sólo recomendaciones de música con la que había disfrutado mucho [algunos de los "afortunados" aprovecharon la coyuntura para cambiarle el sentido a mi selección]. Este año, como no tengo esa obligación, prefiero cambiar de tema y aprovechar para agradeceros a quienes hacéis de este pequeño mundillo del jazz algo fabuloso. Los músicos y su música son lo que nos reúne, lo que nos apasiona y conmueve, pero alrededor de ellos se mueven los satélites que les dan sentido: aficionados, técnicos de sonido, críticos, programadores, fotógrafos, periodistas... De todos ellos, a quienes me he ido encontrando a lo largo ya de un buen puñado de años gracias a esta pasión y trabajo, me quiero acordar en estos últimos minutos de año.

En Club de Jazz tengo a mis propios santos: Jesús, Anxo, Alberto, Luis y Ferran. Gracias a ellos, pacientes y atentos, dispuestos siempre a aportar, tenemos una diversidad de aproximaciones al jazz, la improvisación y la música en general, ¡que ya quisieran muchos programas! Además tengo muchos ángeles guardianes, miles de oyentes que estáis ahí, algunos con nombre propio, otros incluso con rostro, la mayoría desconocidos para mí. Con varios he llegado a compartir momentos de música y conversación, con otros ojalá pueda tener ocasión en el futuro. Estáis desperdigados por el mundo, y eso es fabuloso. Gracias por contar con este Club que pronto cumplirá... ¡15 años!

Más allá del Club, de sus oyentes y colaboradores, están todos esos personajes (incluso personas) que he ido conociendo en conciertos y festivales, las gentes del jazz: los apasionados de la fotografía, capaces de eternizar instantes fugaces; los programadores, que regatean siempre al músico pero que terminan por dar más de lo que tienen; los técnicos de sonido (incluso los buenos); los camareros (también los que arrojan botellas durante los pianísimos de la música); esos aficionados eternos que no se sabe de dónde salen y que parecen haber quedado atrapados en el tiempo; los críticos de toda la vida, también atrapados en la nostalgia; Lorenzo, el mejor anfitrión, el barman más generoso en el mejor antro del país, el Juan Sebastian Bar de Huesca; Luis, el programador más sabio, mago de las finanzas cada vez más recortadas para la cultura; las gentes de Vic, que este año me abrieron las puertas de la Cava y la convirtieron en el salón de mi casa; las tiendas de discos... ¡Ups! Perdón, he saltado atrás en el tiempo. En definitiva, mi reconocimiento a todos con quienes he compartido momentos a lo largo de este año y los anteriores, a quienes habéis hecho de la experiencia de la música algo compartido y enriquecedor en más sentidos que los estrictamente musicales.

Gracias por los buenos ratos compartidos. Que sean muchos en este nuevo ciclo anual que se abre. ¡Salud!

Carlos Pérez Cruz
www.elclubdejazz.com

martes, diciembre 29, 2015

Noche de NBA


Ha pasado mucho tiempo desde que no veía un partido de la NBA. Nunca lo había hecho in situ. Tuve la suerte de poder seguir los años de Andrés Montes en Canal +, desde los comienzos con Segurola hasta la configuración de la pareja con A. Damiel, "crónica en rosa de la NBA". No tengo recuerdos de haberla seguido especialmente en TVE, con Pedro Barthe y Ramón Trecet, aunque seguro que lo hice en alguna ocasión excepcional. [Ramón, al que tantos años seguí en 'Diálogos 3' y que a principios de este año... ¡me bloqueó en Twitter!]. Tengo memoria de muchas madrugadas, de intentar dormir algo para despertarme a las dos de la madrugada (partidos de las costa este) o pasadas las cuatro (partidos de la oeste), de partidos que me dejaron sopa y de otros que me impidieron recuperar el sueño. Me acuerdo del debut de Pau Gasol en los Grizzlies, o de la última canasta del último gran Michael Jordan para darle a los Bulls un título de la NBA. También recuerdo ver una grada semivacía en el pabellón de los Magic de Orlando y preguntarme por qué demonios estaba yo despierto de madrugada si ni siquiera sus aficionados iban allá por la tarde a verlos. Después me hice grandecito, desapareció la televisión de pago y se acabó la NBA, aparte de que el baloncesto USAmericano fue perdiendo interés para mí en comparación con el europeo. Tengo la impresión de que uno de los grandes problemas del baloncesto europeo -sea Euroliga, sea ACB- es que no han dado con la tecla para venderse en casa como sabe hacerlo la NBA. Muchas de las jugadas que ésta empaqueta para la televisión se ven en nuestras canchas y nadie se entera.

Anoche tuve mi primera experiencia en un pabellón de la NBA, en el Verizon Center de Washington DC, cancha de los Wizards, uno de los peores equipos de lo que llevamos de temporada. Doy fe de que son malos con avaricia, tanto como de que su mejor jugador es un polaco, Marcin Gortat, que venía de ser 'jugador de la semana' en el Este. Lo curioso de cómo se vive un partido de la NBA en una cancha de la NBA es que lo de menos es el partido, porque hay tantísima actividad a su alrededor, y en sus tiempos muertos, que no eres casi nunca consciente de que lo que venías a ver es un partido de baloncesto. Del impacto de la inmensidad del pabellón te repones medianamente pronto, de lo que no te repones es del ritmo frenético de actividad a tu alrededor, de reclamos en la inmensa pantalla del pabellón, de juegos en la cancha con cada parón, de "regalos" que llueven del cielo. Va todo a tal velocidad, con tanta pompa, que las cerca de dos horas y media de partido parecen una. Y eso tiene algo de bueno y algo de malo. Lo bueno: un partido horrible se digiere como una hostia de misa. Lo malo: la exagerada exhibición de medios convierte el baloncesto en un Disneyland, en una falsa realidad. La sobreabundancia de efectos convierte en extraordinario algo tan convencional y soporífero como un Wizards – Clippers. Y eso requiere tal dispendio que parece insostenible. Desde luego la NBA no es una ecocompetición, aunque también tiene algo positivo: los aficionados no parecen tomarse tan en serio a sus equipos. No es cuestión de vida o muerte, sólo un entretenimiento (en España insultaríamos hasta al vídeo que pide que no se utilicen palabras gruesas durante el partido).

Creo que vemos mejor baloncesto en Europa, pero insisto en que lo vendemos mal o que nos sigue deslumbrando la NBA por una cuestión de mera convención, porque nos deslumbró en su día y ese destello parece que nos cegó. Por supuesto, hay enormes jugadores y equipos aquí, pero la riqueza táctica sobre el tablero de la cancha es superior en Europa. Por eso no sorprende que el jugador más creativo anoche fuera alguien que ha hecho su carrera en Europa, especialmente en el Baskonia, el gran Pablo Prigioni. Su lectura del juego, cómo generó espacios y repartió asistencias (a menudo, desaprovechadas por sus compañeros), fue la lección de un tipo que con 38 años sigue viviendo este juego como un niño pequeño. Fue mi ocasión para gritarle "¡jugón!", para hacer mi pequeño homenaje a Andrés Montes en una cancha de la NBA y reivindicar la riqueza del baloncesto FIBA. Que los lujos de la suite no nos impidan ver el cartón-piedra. Hollywood no está mal, ¡pero le faltan nuestros Haneke!

Carlos Pérez Cruz

domingo, noviembre 15, 2015

Ellos, los otros

Cuando se ha anunciado un minuto de silencio por las víctimas de los atentados de París, he sentido incomodidad. Los gestos, también los bienintencionados -especialmente esos-, conllevan siempre un posicionamiento, aunque sea inconsciente. Nadie de buen corazón se opondría a la solidaridad con las víctimas de una barbarie como la vivida en París el pasado viernes. No cuesta nada levantarse durante un minuto, guardar silencio y, en la medida de lo (im)posible, tratar de empatizar con el horror que uno nunca imagina para su vida. Siempre es bueno ponerse en la piel de los demás, mostrar empatía. El problema llega cuando los demás se convierten en los otros, cuando el nosotros implica un ellos, cuando decidimos por quién doblan las campanas. 

Como bien me ha recordado un compañero, la humanidad siempre se ha unido en torno a la tribu. Pero, ¿quién conforma exactamente esa tribu? Por definición, la tribu es excluyente. ¿Dónde quedan dibujados los límites de la misma? ¿Dónde el nosotros se desdibuja en un ellos? ¿Por quién guardar y por quién no un minuto de silencio? En la alocución por megafonía se han referido en exclusiva a las víctimas de los atentados de París, no a las de Beirut del día anterior o a las del avión ruso caído en Egipto o a las de Bagdad o a las de Palestina o a las de Siria o a las de Ankara o a las de Yemen o a las... ¿Por qué sí con las de París? ¿Cuál es nuestro nexo común con ellas y no con las otras? ¿Existen víctimas tolerables? Hasta donde hemos sabido, en París han muerto o caído heridas personas de orígenes geográficos muy diversos, entre las que intuyo además habría cristianos, musulmanes, judíos, agnósticos, ateos... ¿Habremos guardado silencio por europeos? 

¡La Europa de los valores! Escucho discursos que hablan de su defensa, de la democracia, se refieren incluso al "sistema que nos hemos dado" atacado por quienes desangraron París el viernes. Evidente: todos esos valores, la democracia, el sistema que "nos hemos dado", han sido atacados y lo menos que se puede decir de los asaltantes es que son unos bárbaros, unos desalmados (y de ahí para arriba hasta el exabrupto). Pero, ¿qué valores han atacado? ¿Son universales? ¿Somos Europa y sus valores cuando sostenemos dictaduras y comerciamos con ellas? ¿Cuando les vendemos armas? ¿Cuando aceptamos paraísos legales para negar el derecho de defensa? ¿Somos Europa al bombardear otros países? ¿Cuando abrimos en ellos vacíos de poder en los que se cimentan horrores como el Daesh? ¿Son menos víctimas del horror y la barbarie sus víctimas? ¿Somos Europa al internar en campos de concentración a quienes huyen del terror? ¿Al levantar vallas delante de familias exhaustas después de miles de kilómetros a pie? ¿Esos son nuestros valores? ¿Es por ellos por lo que lo hacemos? Hablar de defender "el sistema que nos hemos dado" y "nuestros valores" es tanto como aceptar las muertes de miles de civiles o la imposibilidad de una vida digna para millones de personas. Porque seamos conscientes: lo hacemos en defensa de todo eso. Si lo aceptamos -es decir: si les votamos, si no hacemos manifestación pública de nuestra oposición, si aceptamos la desigualdad...-, ¿no deberíamos a empezar a asumir las consecuencias de nuestros actos, por acción y por omisión? 

Le preguntaba ayer Enric González en París a un "taxista musulmán" por sus sentimientos después de los atentados; pregunta respondida con otra pregunta: ¿Me lo pregunta como taxista, como parisino o como árabe? No es gratuita su suspicacia, establece categorías de sospecha consolidadas en nuestra Europa de los valores. En ella, no es lo mismo un cristiano que un musulmán, un rumano que un francés, un gitano que un payo. La condición humana es inclusiva; lo demás, exclusiones tribales. En Europa, la libertad, la fraternidad y la igualdad tienen reservado el derecho de admisión. No es para ellos.

Carlos Pérez Cruz

sábado, septiembre 26, 2015

Visca la independència!

No sabría explicar de dónde me viene mi filiación culé, sí mi pasión por la radio. Imagino que ser hijo de periodista radiofónico explica lo segundo –aunque no necesariamente un hijo siga los pasos de su padre-, pero para lo primero no encuentro explicación racional. Desde crío soy del Barça sin que nadie me lo propusiera ni indujera, no había en mi entorno una pasión fubolera ni el ambiente estaba tan saturado de fútbol como hoy. Compraba el Sport o El Mundo Deportivo –mis primeras referencias de prensa-, aunque mi madre se empeñara en el Marca, “porque se vende más”. 

La radio le fue como anillo al dedo a mi pasión culé. La Onda Media (AM) -¿sabrán los más jóvenes de qué les hablo?- hacía llegar los rebotes de señal desde Catalunya de alguna emisora de COM Ràdio y así, entre idas y venidas de la cobertura, seguía los partidos de fútbol de mi equipo y escuchaba y practicaba mi primer catalán. Más tarde llegó internet, y ahora uno puede escuchar la radio catalana donde quiera, lo mismo que otro muchos medios de lenguas y regiones remotas. En eso se ha perdido algo el espíritu de arqueología de la señal que nos brindaban las frecuencias radiofónicas. Me gusta la sonoridad del catalán, lo practico en la intimidad -a veces en público- y siempre en los cajeros, donde elijo la opción “en català” (¡Eh! Nadie busque en ello la analogía catalán-pasta…). Sea como fuere, siempre he tenido una cierta afinidad hacia lo catalán –signifique esto lo que signifique. ¿Simple curiosidad?-, aunque lamentablemente mi conocimiento de Catalunya sobre el terreno es muy limitado, no tanto de Barcelona. 

Siento una aversión natural por las emociones patrióticas –la patria es un sentimiento-. Respeto las emociones personales (es inútil discutir de emociones), pero las colectivas suelen resultar coercitivas, coreografías de la intimidación sobre una fuerza fundamentada en la unanimidad uniformadora. Soy español y navarro porque el actual ordenamiento administrativo denomina de esa forma a mi región de nacimiento y residencia, pero ni ser español ni navarro me definen en modo alguno. Soy español y navarro como mañana puedo ser vasco o teutón en función de cómo evolucionen los marcos administrativos. No me preocupa. No soy ni español ni navarro en términos identitarios, ni mucho menos emocionales. No me siento, como aquella andaluza me dijo sobre Andalucía y España, porque, ¿qué es exactamente lo que siente un andaluz y español por el mero hecho de serlo? Las identidades colectivas tienen mucho de imaginario construido mediante la amplificación de los estereotipos, una manera eficaz de uniformar la diversidad y diluir la disidencia. 

Tengo alergia a las banderas; por eso una vez expliqué que lucía de manera excepcional un pin con la palestina, no por una pasión patriótica sino como símbolo de denuncia de la ocupación y violación de los derechos humanos de los palestinos. Por lo demás, me trae sin cuidado que a aquella región del mundo se le acabe llamando Israelina o Palisrael, siempre que quienes allí vivan lo hagan como ciudadanos de pleno derecho, sin discriminación ni sometimiento por razones de raza y religión (otras de esas grandes patrañas para la exclusión y la dominación). Por eso la bandera de España (la que ahora España utiliza institucionalmente, antes hubo otras), así como la navarra o la catalana, me producen alergia, símbolos que tienen más que ver con la identificación emocional que con la buena o mala administración del territorio. Y es que aspiro a la gobernación justa de los recursos, no a la administración de los sentimientos. 

Este domingo se vota en Catalunya y, según quién te cuente la película, se avecina el apocalipsis o, por el contrario, el paraíso terrenal. Hay muchos matices intermedios, pero la sobreactuación emocional tiene la virtud de ahogar la razón y la mesura. Ni soy catalán ni vivo en Catalunya. Mañana no puedo votar, pero, si pudiera, abogaría sin dudarlo por la independencia. La independencia culmina la autonomía. Mi patria, mi cuerpo. Con la conciencia por bandera.

Carlos Pérez Cruz

martes, septiembre 15, 2015

A toro pasado

Dado que en España se apela a la tradición como argumento básico para mantener muchas costumbres, pronto veremos cómo el circo mediático en torno al Toro de la Vega de Tordesillas se convierte en una de ellas. De hecho, ¿no lo es ya? 

Cada año, por costumbre –es decir, por tradición-, se desarrolla el teatrillo conformado por personas concienciadas contra el maltrato animal, participantes en el bárbaro alanceo del toro, mirones de uno y otro signo, frikis de varios pelajes atraídos por el despliegue de cámaras. Los medios, claro, encantados –salvo los reporteros sobre el terreno, obvio-. Entre insultos, zarandeos, hostias, escupitajos, eslóganes coreados y, además, un toro, lo de Tordesillas entretiene lo suyo. Si además se exhiben banderas españolas, ¡para qué más! 

(Es curioso esto de la exhibición de banderas. La nacionalidad, que no deja de ser un accidente administrativo de nacimiento, como uniformadora de usos y costumbres, de éticas y estéticas. Gajes de creerse las patrias, como si los Estados fueran también uniformes de conciencia). 

Durante años estaba el artículo anual de Rosa Montero, después llegaron las viñetas de Forges y, más tarde, la conciencia animalista sobre el terreno recibida a palos hasta instituir con ello un ritual de despedida del verano. El in crescendo de la protesta con el paso de los años tiene más que ver con la multiplicación de las redes que con el de las conciencias. Es una percepción personal, por supuesto, pero tengo para mí que, como en casi todos los temas, los posicionamientos ya estaban ahí, ahora se visualizan y parecen multiplicarse. Menos los de los locales contrarios, que de manifestarse podrían verse alanceados por las siempre intimidantes cofradías del pensamiento único. 

Un acontecimiento como éste nos sitúa frente a nuestras propias contradicciones. Hay medios de comunicación que dan cobertura “crítica” a las corridas y encierros, aficionados taurinos e incluso toreros que se posicionan en contra del Toro de la Vega en razón de su bárbaro proceder, cuando no hay más que echar un vistazo a las punzantes y hemorrágicas herramientas con las que se procede en una corrida de toros convencional. Se acogen a la estética, a un reglamento, incluso a los honores para el animal (no humano) que da juego (¿?) en la suerte taurina, pero nada más estético que la estampa de hombres a caballo lanza al viento y levantando una cortina fantasmagórica al trotar por el Campo del Honor (sic). Y reglamento tienen, que se lo digan al figura que hoy se la ha clavado hasta la muerte al toro, que se ha quedado sin trofeo. 

No es lo mismo, pero el resultado no difiere: la muerte del toro sometido a tortura. Y he aquí el quid de la cuestión: si como sociedad queremos que nos defina la violencia en razón de divertimento. En tiempos (de mayor) ignorancia podía uno creerse que como animal (no humano) el toro no sufría pero, como la ciencia avanza que es una barbaridad, hoy sabemos que quien lo niega es un necio voluntario. ¿Qué se dice a sí misma la persona que, consciente de su sufrimiento agónico, defiende el uso lúdico de animales? ¿Cómo nos sienta ser una sociedad asociada al maltrato? 

Estas son algunas de las preguntas fundamentales, las que nos interpelan éticamente como individuos y como sociedad. La apelación a la tradición, la exhibición identitaria de banderas, los estereotipos del taurino y del antitaurino –conozco yo incluso algún taurino con el que me iría al fin del mundo- no son respuesta, son balones fuera, radicalismo patriótico, clichés, combustible para la trifulca. Pero vamos, que si de lo que se trata es de arrearnos, esa sí que es tradición bien asentada en España.

Carlos Pérez Cruz

lunes, abril 20, 2015

De tragedias y culpas

Compartíamos autobús y se sentaba muy cerca, no pude evitar escuchar sus palabras. Según explicó, España es el único país europeo en el que la sanidad pública atiende a cualquier inmigrante y eso hace que la mayoría venga aquí. Ni siquiera lo consideró una posibilidad estadística, lo aseguró. Intuyo que su muy pío espíritu no se alteró lo más mínimo al decirlo, aunque es probable que su católico corazón se compungiera al escuchar que un grupo de cristianos podría haber sido arrojado al agua por otro de musulmanes en razón de su filiación religiosa. Sucedió en una de esas precarias embarcaciones a precio de crucero del mercado negro (dicho sea “negro” sin ironía alguna), porque en el “legal” sólo les está permitido abanicar turistas. Desembarcaron en Italia, pero a buen seguro buscaban España, donde son famosas sus orgías sanitarias. 

24 horas después de escuchar su certero diagnóstico del gran problema de la sanidad española llegaban las primeras noticias de la gran tragedia (del día) en el Mediterráneo: más de 700 personas habían desaparecido al hundirse la embarcación con la que trataban de llegar al continente europeo. 700 personas, ¡qué barbaridad! Digo personas, aunque soy consciente de que la denominación periodística y política(mente) correcta es la de “simpapeles”, “inmigrantes ilegales” o “ilegales”, a secas. 

700. Setecientas. Con sólo trazar un croquis aproximativo de relaciones familiares, amistosas, de comunidad…, puede uno hacerse a la idea del alcance de la tragedia, una inmensa mancha de dolor en el océano de vidas afectadas. Para los fallecidos el horror acaba con su muerte, pero con ella empieza la tragedia de los vivos

Cotidianas como son las muertes en el camino de quienes tratan de huir del hambre, la guerra, la persecución por motivos de raza, sexo, religión, la falta de futuro (y por tantas otras razones de las que ni siquiera somos conscientes), no es la muerte en el mar la que las hace noticia, son los dígitos, la suma de restas humanas; son los números, que no los hechos, aunque sólo por los números a veces nos dé por pensar… o empatizar, aunque sea una empatía de mínimos. Lo que levanta levemente la ceja de nuestras conciencias es la montaña de hombres, niños y mujeres, la suma de cadáveres, la simbólica fotografía de la acumulación de ataúdes para cuerpos que quizá nunca puedan ser rescatados. En nuestra economía de mercado la emoción también se mueve por números.

Impactan los números, no los hechos en sí, y los hechos (con independencia del número de afectados) son el desenlace de una historia, y lo relevante es la historia. Empieza en tierra firme, no en el mar. El ahogamiento es para demasiados el desenlace de una narración que arranca en el continente cuando ven que su vida y la de su familia corre peligro o carece de presente; la decisión era la única posible, o la mejor de las peores, o fue muy mala, pero no le dieron otra, y hubo de tomarla porque si hay un derecho que tiene todo ser humano es el de luchar por su supervivencia, aunque otros la minusvaloren o se arroguen decidir sobre ella. Pero, ¿quiénes son esos otros?

Lo sé, usted y yo no tenemos nada que ver, e incluso tenemos la capacidad de conmovernos y de escribir textos populistas como éste. La autocrítica es un síntoma de la enfermedad europea, acostumbrados por cuestión cultural a proyectar nuestra falsa culpabilidad en lugares y circunstancias sobre las que no tenemos la más mínima capacidad de decisión. ¡Maldito Freud! Nos flagelamos sin necesidad.  

Nada tiene que ver que nuestros gobernantes, en (sin)razón de nuestra seguridad y libertad (que, por lo visto, dependen de la inseguridad y esclavitud de “los otros”), movilicen ejércitos, bombardeen sus pueblos, hagan llegar armas a grupos de dudosa reputación, firmen lucrativos acuerdos con dictadores, renueven materiales a sus policías represivas, blanqueen Golpes de Estado, faciliten el expolio de recursos naturales a grandes empresas de las que, tarde o temprano, formarán parte… Nada podemos hacer, nada de eso tiene que ver con nosotros, claro, tampoco que se llenen de vallas y concertinas las fronteras, que se financien policías de frontera y no de salvamento, que paguemos para que no lleguen y no para que puedan volver... El poder de nuestros gobernantes es, al parecer, una curiosa anomalía del sistema democrático. Nunca nada es culpa nuestra, ni siquiera nuestra ignorancia.

Carlos Pérez Cruz

viernes, marzo 06, 2015

Periodismo VS Activismo (Breves apuntes sobre qué es y qué no es periodismo)

Que asociemos los medios de comunicación con determinados partidos o intereses no es más que la constatación a gran escala de una anomalía, de un fraude profesional y ético. No significa que los órganos de dirección de un medio deban carecer de ideología, simplemente que la información no puede jerarquizarse ni manipularse en función de otros criterios que no sean los meramente periodísticos

Puede que determinadas prácticas muy extendidas hayan inducido a engaño, pero un periodista no es un activista, al igual que un periodista deportivo no debería ser nunca hooligan de un equipo. Un periodista no defiende las causas de nadie con el ejercicio de su profesión, tan sólo defiende las propias del periodista. En su vida privada tiene derecho a defender lo indefendible e incluso insultar al árbitro. 

Un periodista ha de preguntar. Que la respuesta pueda ser utilizada a posteriori como arma arrojadiza sobre un proyecto político o causa con la que simpatice no es de su incumbencia. No se miden las posibles consecuencias de una respuesta, se fundamentan los cimientos de la pregunta

Que un político se declare públicamente “como en casa” en un medio puede ser a) una ironía; b) una clara señal de alerta roja. La segunda posibilidad se resuelve haciéndole bajar los pies de la mesa con preguntas que nunca le harían en su casa o con las que se liaría una buena. 

No existen periodistas progresistas ni periodistas conservadores, ni fachas, ni rojos, existen periodistas. Apelativos como éstos se refieren a profesionales de otra cosa que muy poco tiene que ver con el periodismo (aunque infinitamente más lucrativa y llamativa socialmente). 

Estimado lector, oyente, telespectador… Un periodista no es “el mejor” por el hecho de que lo creamos afín a nuestra ideología y a unos fines compartidos, así como un crítico no es bueno cuando sirve a los fines publicitarios de nuestro trabajo y malo (además de un “hijo de puta”) porque le pone algún pero. Así como al crítico se le habrá de juzgar por el criterio y fundamentación de los argumentos esbozados, así también al periodista “afín”. 

En caso de decepción con el otrora admirado, hágase, al menos, dos preguntas: ¿Cree que se ha omitido alguna pregunta o dato fundamental? ¿Por qué cree que determinadas preguntas o datos se deberían haber omitido? De la respuesta usted sabrá si lo que busca es activismo o periodismo. 

Carlos Pérez Cruz

domingo, febrero 08, 2015

Los 25 años de Raúl


Han pasado dos años, pero sigue figurando en la agenda de mi teléfono móvil. Su nombre y su número siguen apareciendo cada vez que recorro el listín por puro tedio, curiosidad o necesidad. Cada vez que lo veo, el vertiginoso descenso digital por nombres y números de familiares, amigos, conocidos, saludados y por si acasos, se ralentiza y se detiene por unos instantes en él. ¿Debería borrarlo? 

No creo en los más allá (y menos telefónicos…, salvo para los servicios de atención al cliente, claro). Sé que si marco su número lo más probable es que a) el número no exista b) el titular sea otro c) lo haya conservado María Antonia. ¿Qué se yo? Nunca se lo he preguntado. Sea como fuere, no quiero molestar a Raúl, que a buen seguro tiene mejores cosas que hacer que aguantar nuestras tribulaciones. ¿Estará entre ellas la edición de otra revista de jazz? De ser así, espero que el más acá sea menos hostil con tan ardua empresa. 

No lo he borrado, aunque es probable que dentro de poco decidan desde Silicon Valley quién debe y quién no figurar en el listín de nuestro teléfono. Mientras sea mi decisión, su nombre, apellido y número de teléfono seguirán figurando, por mi santísima voluntad analógica. Y es que una persona muere cuando se la borra y olvida, no cuando fallece. No me sale de los vodafones enterrarlo. Raúl está vivo, porque su revista lo está. Y eso, en España, es casi tanto como el milagro de la resurrección, un improbable tan imposible como lo es una revista de jazz en este erial patrio. 

El cuerpo de Raúl decidió hace un par de años que hasta aquí llegaba, pero su espíritu -que por lo que pude intuir en nuestra corta relación personal era pura obstinación- sigue impulsando contra toda lógica práctica y sentido común (o sea, puro Raúl) nuestro/su trabajo. Porque si este años Cuadernos de Jazz va a cumplir un cuarto de siglo es por él. Así que mientras me permita firmar en su revista, yo conservaré su número. ¿Cómo habría de borrarlo? ¡Si es el de la dirección!

Carlos Pérez Cruz

Días después del fallecimiento de Raúl Mao, en 'Carne Cruda' (entonces en la SER) le dedicamos esta sección, con la presencia de la propia María Antonia García: http://cadenaser.com/programa/2013/02/12/audios/1360638817_660215.html

Y en el 'Club de Jazz', le dedicamos este programa especial:

lunes, enero 19, 2015

‘Sangre, sudor y jazz’ (y errores y lugares comunes)


Mito y leyenda suelen ser mucho más vistosos que la realidad. Es más literario lo sórdido que lo higiénico, es más cinematográfica la vida disoluta que la rectitud. No es lo mismo una biografía con firma de historiador que un biopic cinematográfico. De la biografía esperamos rigurosidad, fuentes que avalen lo narrado, respeto de los espacios en blanco que, de rellenarse, resultaría un ejercicio extemporáneo de imaginación del autor. Al biopic cinematográfico le suponemos manipulación, entendida como licencia creativa. Salvo que se trate de un documental (lo que tampoco es un seguro de vida de fiabilidad), la biografía cinematográfica está trufada de licencias. 

Del periodismo uno espera rigor. Como suele señalar el periodista Joan Cañete, al periodismo no le hacen falta etiquetas, simplemente ejercerse. ¿Comprometido, humano, social…? No, periodismo. Me da lo mismo que el periodista sea un mal bicho y su medio un nido de fachas, rojos o verdes, lo único que exijo es rigor. Es decir, que se hable con propiedad y los datos sean precisos. Si a eso se le añade una buena gramática, puede aspirarse al Pulitzer. 

A pesar de lo que pueda parecer, la sección de Cultura de un medio no es (no debería ser) el cajón de sastre para que los periodistas de la casa se explayen y rebajen tensiones hablando de sus hobbies. No, la cultura no es un hobby. No desde una perspectiva periodística. La cultura (en sus muy diversas facetas) requiere especialización, y por eso ya es de por sí una quimera ejercer de periodista cultural si se ha de abarcar pintura, música, teatro, danza, cine… La curiosidad por el mundo árabe no le convierte a uno en arabista; ni cantar en la ducha, en una eminencia del bel canto. Por eso, cuando el periodista se enfrenta con lo desconocido, o con lo que conoce vagamente, no está de más coger el teléfono, abrir un libro o incluso consultar internet

Me ha pasado a mí y puede volver a pasarme. Recuerdo que se me encargó la necrológica de un músico al que conocía pero no controlaba, del que no era yo el más indicado para escribir. Acepté por razones que omito, por ser íntimas y por resultar irrelevantes para lo que nos ocupa. Un compañero del mismo medio se alteró por las imprecisiones y omisiones que contenía. Hizo bien. Se corrigió y añadió lo que faltaba. Por regla general, no acepto retos para los que no estoy preparado. El océano es muy grande y flotar en el agua no le convierte a uno en Mark Spitz. 

“Sangre, sudor y jazz” es el título de un texto de Pedro Moral Martín publicado en ‘eldiario.es’*, con fecha 15 de enero de 2015. El medio no aclara si se trata de una crítica, de un artículo informativo o de una columna de opinión. El autor se refiere en él a la película “Whiplash”, de reciente estreno en cartelera. Dejando de lado su valoración de la película (apreciación subjetiva de la misma), el texto contiene una serie de errores objetivos y lugares comunes que dejan en mal lugar al medio que lo publica (por falta de revisión del contenido y/o comprobación de datos) y a su autor por las razones que expongo a continuación. 

Para hablar de cine no es necesario ser oyentes de jazz ni conocer su historia, pero para afirmar hechos históricos y situar lugares concretos de la historia del jazz se necesita, al menos, practicar el periodismo. En un solo párrafo se condensan tal cantidad de errores que un redactor jefe iracundo podría haber sentido la tentación de arrojarle al autor un bolígrafo como si de una diana se tratase. El párrafo es el siguiente: 

“En los 50, cuando estaban de moda las jam sesión en Nueva Orleans, un extraordinario batería llamado Jo Jones tiró su platillo directamente a la cabeza de Charlie Parker cuando éste había perdido el tempo de la canción. Parker se levantó y salió llorando. Un año después, Bird hizo el mejor solo de la historia”.


Para empezar, una cuestión lingüística: o las llamamos sesiones improvisadas o ‘jam session’, pero no hibridemos castellano e inglés. Por otro, no sé en qué momento han estado o dejado de estar de moda las jam session en Nueva Orleans pero, si a la que se refiere es a una en la que participaban Charlie Parker y Jo Jones, se le ha disparado la cronología ni más ni menos que dos décadas (el episodio referido tuvo lugar en 1936, no en los 50) y la ciudad que dice que la albergó queda a unas 13 horas del lugar en que aconteció (fuente: Google Maps), que fue Kansas City y no Nueva Orleans

La anécdota del plato que Jo Jones arrojó sobre Charlie Parker asoma en el texto porque, en la película, el iracundo profesor del aspirante a Buddy Rich la utiliza como metáfora motivadora de su propio proceder académico (¿?). Lo único que pone eso de manifiesto es que el profesor de la ficción había visto otra ficción: la película ‘Bird’ de Clint Eastwood. También el autor del artículo de ‘eldiario.es’, que da por sentado algo que no es sino una manipulación de unos hechos históricos con fines dramáticos. (De fiarnos del cine podríamos terminar por asegurar que Hitler murió acribillado en un cine de París). Poco importa que Jo Jones no arrojara ningún plato de la batería sobre Charlie Parker y, por lo tanto, no pusiera en peligro la integridad física de ‘Bird’. Que dejara caer al suelo un plato no resulta tan dramático ni peligroso. Que llorara, no consta. Asegurar que un año después Parker “hizo el mejor solo de la historia”, es de una grandilocuencia gratuita. Aunque no tan gratuita como la siguiente afirmación (sí, sí, afirmación): 

“El vicio es la quinta esencia del jazz, todos los músicos se metían, todos eran alcohólicos, todos se acostaban con muchas mujeres distintas y el cine lo ha recogido una y otra vez”. 

Resulta tan bochornosa esta generalización, tal el patinazo sin asomo de ironía en sus palabras, que lo único que podemos intuir es que Moral Martín se había metido un chute, bebido demasiado y acostado con la primera que pasaba por allí antes de escribir. Porque eso es lo que hacemos todos los periodistas de cultura, ¿no? 

Carlos Pérez Cruz

*Días después, el autor corrigió el texto publicado.

viernes, enero 09, 2015

¡La que han liado mis amigos!

“La que han liado tus “amiguitos”, fue lo primero que dijo al verme. Entré en la sala, llamó mi atención y lo escupió. ¿A qué se refería? ¿Quiénes eran mis “amiguitos” y qué habían hecho para “liarla”? 

Resulta que tengo amigos terroristas, amigos que disponen de sofisticadas armas de fuego que van disparando y masacrando humoristas por el mundo, así por las buenas, sin mediar más provocación que el humor. ¡Y yo sin enterarme! Pues habrá que hacer algo al respecto. De primeras, permítaseme anunciar la suspensión cautelar de mi amistad con estos asesinos de viñetistas hasta que se aclare lo ocurrido, que siempre hay que mantener la presunción de inocencia, ¿no? 

Toda suspensión de la amistad es dolorosa, lo sé por experiencia, aunque también he de decir que interrumpir amistades que nunca se han tenido lo hace más llevadero. Como nunca he tenido relación con los hermanos Kouachi –al menos de forma consciente, quién sabe si nos habremos cruzado en la vida-, no creo que les vaya a inquietar demasiado el anuncio público de nuestra ruptura. Además, creo que están demasiado ocupados en masacrar como para que les importe demasiado que yo les retire mi afecto

Ironías aparte, el esputo verbal que recibí como bienvenida de este compañero de quehaceres musicales produce escalofríos, o más bien inmenso desasosiego. Como señalaba en Twitter mi admirada Isabel Pérez, citando a Einstein, “es más fácil desintegrar un átomo que erradicar un prejuicio”. Y los prejuicios -de los que, por supuesto, yo tampoco me libro- son la parte más tóxica de nuestra manera de descifrar y relacionarnos con el mundo, quizá la más peligrosa. 

La relación que estableció el ínclito esputador es muy sencilla, no voy a aburrirles con más rodeos: como es conocida mi posición pro-palestina (es decir, pro-derechos humanos) y los palestinos son árabes y la mayoría de árabes son musulmanes y los autores de la masacre de París pronunciaron en vano (y en árabe) el nombre de Dios… ¡Exacto! Lo han adivinado. ¡¡Los palestinos la liaron en París!! No hay regla de tres más sencilla que ésta. ¡De cajón! 

En realidad no sé muy bien –porque no me entretuve en interrogarle- si la relación que estableció entre Carlos (o sea, yo) y los autores de la masacre del ‘Charlie Hebdo’ es en razón de arabidad o de musulmanidad. Si es en razón de lo segundo, imagino que podré mantener mi amistad con los cristianos palestinos, incluso con aquellos que sean lo que quieran ser (o no ser), siempre que no sean musulmanes. Si es en razón de lo primero, va a ser una jodienda muy grande, porque lo mismo tengo que borrar de mi diccionario un montón de palabras del castellano. 

Me consta que otro compañero presente en la misma sala ha dejado por escrito en redes sociales un “que los maten a todos”, lo que dejaría el Holocausto nazi o la sangría de Ruanda en rasguño de la humanidad (ya se refiera ese “todos” a musulmanes o a árabes, que en tal caso el mapa de la sangre podría fluctuar… e igual se mancha). Lo que no sé si ha calculado este energúmeno es lo mal que le sentaría a la economía local el cierre de tanto negocio de kebabs, que demasiados locales hay ya con carteles de ‘Se vende’ y/o ‘Se alquila’. 

Sé que pensar es muy cansado, que individualizar es mucho más complejo que unificar; que aceptar que millones de personas son millones de realidades y circunstancias y no una sola implica un esfuerzo por comprender; que un tuit descalificativo tiene más alcance que un artículo que ponga negro sobre blanco; que no todos los judíos son sionistas (¡ni siquiera israelíes!), como no todos los vascos y navarros éramos ETA por mucho que ETA se arrogara hablar en nuestro nombre (¿acaso no nos ha tocado aguantar el chaparrón por bombas y tiros en la nuca que ni pusimos ni defendimos?). 

Sé que antes aceptaremos la implantación de un chip de Google en nuestro cerebro que a una persona cuyas diferencias vemos antes con miedo que con curiosidad. Sé, en definitiva, que es más fácil enunciar “putos catalanes”, “moros de mierda”, “terroristas árabes”, “judíos nazis” (¡vaya oxímoron!), “gitanos” (así, a palo seco)…, que ver personas, ciudadanos, por encima de cualquier otra consideración y como tal considerarlas, cuando de individuos se trata. Por ahí se empieza. Y después, si uno está dispuesto a no creerse el ombligo del mundo, está la compleja realidad del planeta, donde pocas veces los blancos y los negros son lo que creemos.

Carlos Pérez Cruz

lunes, enero 05, 2015

Andoni Zubizarreta


Hay muertos capaces de morir dos veces. Es el caso de Andoni Zubizarreta, enterrado por el inefable Joan Gaspar en un autobús después de la desastrosa final de Atenas de la Copa de Europa -en la que el Milán enterró a aquel Dream Team por cuatro goles a cero (uno de ellos me pilló meando)-, y enterrada ahora su etapa de director deportivo del Barcelona. ¿Habrá una tercera? 

Zubi fue mi ídolo de infancia. Al igual que en ciclismo siempre fui de Álvaro Pino y de Marino Lejarreta, nunca de mi “compatriota” Miguel Indurain, en fútbol yo iba con el que paraba goles, no con los que los metían. Claro, si los metía el Barça daba brincos, pero ese modelo(s) que todo niño tiene en su infancia era para mí Zubizarreta (mi gesticulación en el campo era la suya, por supuesto). 


Fui portero, no muy bueno. Tenía mis virtudes, sin duda, pero también mis muchos defectos. Uno de ellos compartido con mi ídolo (quizá por ósmosis): era fatal con el pie. Tampoco paraba penaltis, cosa que también se le achacaba al portero culé y de la selección española, por lo que cada penalti pitado en contra era la anticipación de un gol recibido. Da lo mismo, mi héroe era de carne y hueso. Una mano suya en Valladolid fuera del área y su correspondiente expulsión fue también la mía del salón por insultos al televisor. 

Andoni Zubizarreta fue para mí un portero excelente, torpe con los pies, poco efectivo en los penaltis, pero un gran portero. Todo lo que no metió el Barça en la famosa final de Wembley de 1992 lo paró Zubizarreta. Después, claro, llegó el gol de Koeman en la prórroga y todos los honores para el pateador, pero hubo prórroga porque Zubi sacó sus mejores reflejos y Salinas, marca de la casa, falló goles cantados –bueno, seamos justos: Pagliuca fue el Zubi de la Sampdoria-. Tuve la suerte de ser testigo de la primera Copa de Europa de la historia del Barça, frente al televisor (en La 2 de TVE, ojo al dato) y con la radio sintonizada en Onda Media (grabé en varias casetes la narración de la SER que hizo desde Londres… Paco González). 


Fue el portero del mejor Barça de la historia antes del advenimiento del de Guardiola, aquel inolvidable Barça que imaginó Cruyff y que disfruté en los años en los que tenía edad para que el fútbol fuera epicentro emocional, esos en los que una portada de ‘Mundo Deportivo’ adquiría categoría de lienzo en la pared o en los que una foto con el ídolo le dejaba a uno mudo (quizá tanto como en aquella ocasión en que el rey Baltasar se sacó de su zurrón la carta que yo le había escrito). 


Gracias a Miguel Sola, jugador de Osasuna y mi entrenador en el Amigó –debería incluir en mi biografía que fui fichado, aunque no hubiera montante ni cláusula de rescisión-, conseguí una camiseta de mi ídolo por mediación de Unzué, ex jugador de Osasuna y entonces suplente de Zubi en el Barça. Me estaba tan grande como la responsabilidad de portero, quizá por eso fui más Unzué que Zubi en mi equipo y abandoné el fútbol por la música. Desde el banquillo gané más veces. Frente al atril, las lentejas.

Carlos Pérez Cruz
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