“La que han liado tus “amiguitos”, fue lo primero que dijo al verme. Entré en la sala, llamó mi atención y lo escupió. ¿A qué se refería? ¿Quiénes eran mis “amiguitos” y qué habían hecho para “liarla”?
Resulta que tengo amigos terroristas, amigos que disponen de sofisticadas armas de fuego que van disparando y masacrando humoristas por el mundo, así por las buenas, sin mediar más provocación que el humor. ¡Y yo sin enterarme! Pues habrá que hacer algo al respecto. De primeras, permítaseme anunciar la suspensión cautelar de mi amistad con estos asesinos de viñetistas hasta que se aclare lo ocurrido, que siempre hay que mantener la presunción de inocencia, ¿no?
Toda suspensión de la amistad es dolorosa, lo sé por experiencia, aunque también he de decir que interrumpir amistades que nunca se han tenido lo hace más llevadero. Como nunca he tenido relación con los hermanos Kouachi –al menos de forma consciente, quién sabe si nos habremos cruzado en la vida-, no creo que les vaya a inquietar demasiado el anuncio público de nuestra ruptura. Además, creo que están demasiado ocupados en masacrar como para que les importe demasiado que yo les retire mi afecto.
Ironías aparte, el esputo verbal que recibí como bienvenida de este compañero de quehaceres musicales produce escalofríos, o más bien inmenso desasosiego. Como señalaba en Twitter mi admirada Isabel Pérez, citando a Einstein, “es más fácil desintegrar un átomo que erradicar un prejuicio”. Y los prejuicios -de los que, por supuesto, yo tampoco me libro- son la parte más tóxica de nuestra manera de descifrar y relacionarnos con el mundo, quizá la más peligrosa.
La relación que estableció el ínclito esputador es muy sencilla, no voy a aburrirles con más rodeos: como es conocida mi posición pro-palestina (es decir, pro-derechos humanos) y los palestinos son árabes y la mayoría de árabes son musulmanes y los autores de la masacre de París pronunciaron en vano (y en árabe) el nombre de Dios… ¡Exacto! Lo han adivinado. ¡¡Los palestinos la liaron en París!! No hay regla de tres más sencilla que ésta. ¡De cajón!
En realidad no sé muy bien –porque no me entretuve en interrogarle- si la relación que estableció entre Carlos (o sea, yo) y los autores de la masacre del ‘Charlie Hebdo’ es en razón de arabidad o de musulmanidad. Si es en razón de lo segundo, imagino que podré mantener mi amistad con los cristianos palestinos, incluso con aquellos que sean lo que quieran ser (o no ser), siempre que no sean musulmanes. Si es en razón de lo primero, va a ser una jodienda muy grande, porque lo mismo tengo que borrar de mi diccionario un montón de palabras del castellano.
Me consta que otro compañero presente en la misma sala ha dejado por escrito en redes sociales un “que los maten a todos”, lo que dejaría el Holocausto nazi o la sangría de Ruanda en rasguño de la humanidad (ya se refiera ese “todos” a musulmanes o a árabes, que en tal caso el mapa de la sangre podría fluctuar… e igual se mancha). Lo que no sé si ha calculado este energúmeno es lo mal que le sentaría a la economía local el cierre de tanto negocio de kebabs, que demasiados locales hay ya con carteles de ‘Se vende’ y/o ‘Se alquila’.
Sé que pensar es muy cansado, que individualizar es mucho más complejo que unificar; que aceptar que millones de personas son millones de realidades y circunstancias y no una sola implica un esfuerzo por comprender; que un tuit descalificativo tiene más alcance que un artículo que ponga negro sobre blanco; que no todos los judíos son sionistas (¡ni siquiera israelíes!), como no todos los vascos y navarros éramos ETA por mucho que ETA se arrogara hablar en nuestro nombre (¿acaso no nos ha tocado aguantar el chaparrón por bombas y tiros en la nuca que ni pusimos ni defendimos?).
Sé que antes aceptaremos la implantación de un chip de Google en nuestro cerebro que a una persona cuyas diferencias vemos antes con miedo que con curiosidad. Sé, en definitiva, que es más fácil enunciar “putos catalanes”, “moros de mierda”, “terroristas árabes”, “judíos nazis” (¡vaya oxímoron!), “gitanos” (así, a palo seco)…, que ver personas, ciudadanos, por encima de cualquier otra consideración y como tal considerarlas, cuando de individuos se trata. Por ahí se empieza. Y después, si uno está dispuesto a no creerse el ombligo del mundo, está la compleja realidad del planeta, donde pocas veces los blancos y los negros son lo que creemos.
Carlos Pérez Cruz
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