Conversación con el intérprete de buzuk, oud, percusionista y compositor Wassim Qassis. Músico residente en la ciudad de Beit Sahour (área de Belén), forma parte del grupo Jadal. Además de su actividad como instrumentista, Qassis es profesor y compone música para diferentes películas documentales sobre la realidad de la ocupación israelí. La entrevista está realizada por Carlos Pérez Cruz y Luisa Coque Martínez e ilustrada con música de algunos de los proyectos del músico palestino. Puedes escucharla en el reproductor situado bajo estas palabras y leer la transcripción en este enlace:
Wassim Qassis y Luisa Coque (Foto: Carlos Pérez Cruz)
Wassim Qassis y Carlos Pérez Cruz (Foto: Luisa Coque)
2012 va terminando y el balance es pésimo. Como en aquella viñeta de 'El Roto' en la que un hombre, con traje de protección y mascarilla, portaba una bolsa de residuos tóxicos con el número del año impreso en ella, arrojaremos una vez más el año difunto al vertedero de los desechos tóxicos. Los años no son ni malos ni buenos; son - lo que cada uno crea que son - siempre desde la perspectiva personal; lo bueno y lo malo está, como Dios, en uno mismo y en todas partes, así que yo y mis circunstancias lo calificamos. Existen, claro, las sensaciones compartidas y este ha sido (es) un año cargante, de pesimismo colectivo y de aplastamiento del ánimo por inducción ambiental. Como si fuéramos ocas, nos han inflamado el higadillo vía embudo con un chorro torrencial de horribles perspectivas (y realidades ya constatables).
Con el cambio de año se procura un cambio del marco mental y anímico, se celebra un juego simbólico de purgación y propósitos que se frustran casi de inmediato, confrontado el buen deseo con la tozuda insistencia de los errores propios y ajenos.
El año nuevo nace en una noche excesiva, de risa nerviosa, histérica, la de quien prevé que el tiempo se acaba. El sol levanta acta notarial en la mañana del día 1: paisaje de un domingo fatal y resacoso, de tiempo detenido e inamovible. De la pesadez de la (in)digestión al enfrentamiento con uno de los meses más hostiles del año. Europa celebra el Año Nuevo batiendo palmas a una marcha militar. Es un síntoma.
Los malos años, los que uno desea finiquitar, se pueden ver en perspectiva como años de crecimiento personal, de fortalecimiento frente a la adversidad. Bien, es un consuelo, aunque a veces uno ve más costra que músculo en ello.
En 2012 hemos desayunado, almorzado, merendado y cenado (y, si me apuran, acostado) cada día con la palabra "crisis" como vínculo colectivo; pero la crisis es, fundamentalmente, íntima. Y esa intimidad, ya me disculparán, me la reservo para el ámbito al que hace referencia la propia palabra. En tiempos de desnudez pública, permítaseme el recato.
Hay intimidades publicables, privadas e inconfesables. Entre las primeras, la desazón profesional. La de (re)comprobar que la libertad de expresión, conciencia y movimientos, el reconocimiento e impulso del trabajo esforzado, laborioso, creativo y honesto, brillan en la lejanía de su ausencia. Agosto me pilló en Palestina (sin duda la experiencia más hermosa del año) y la censura de Carne Crudaen Ramallah. Fueron las primeras lágrimas del viaje. Las siguientes, a la vuelta, fueron interiores. El programa volverá, esa es una buena noticia para 2013, pero algo ha quedado violado en el camino (una vez más). Uno no sale indemne del cinismo institucional(izado). De eso hay, y mucho, en la terrible realidad de la cotidianidad palestina.
Año de idas y venidas, sin tener siempre muy claro si donde se está es donde se debe (uno a sí mismo). El verdadero viaje es interior, y para llevarlo a cabo no es estrictamente necesario moverse del hogar, aunque a veces uno lo encuentre donde menos se lo espera. Año de encuentro con amigos en la distancia y de amigos perdidos en ella. Año de risas y sonrisas, lloros y suspiros. De inspiración y sopor. Eso que llaman vivir. A veces en compañía y muchas con soledad, esa díficil pareja de la supervivencia para valientes (que no es mi caso). Como buen cobarde (ese debe de ser mi caso), la música, el cine y la lectura me han proporcionado una vez más consuelo. Son los placebos que sustituyen al verdadero motor de la vida: el (con)tacto.
“¿Suena bien la guitarra?”, pregunta Javier al
ver que me acerco. Es noche cerrada en Sevilla,
húmeda aunque no hace frío, y casi no hay un
alma en la Plaza de España. Pasaba por ahí y
aprovecho para hacer algunas fotografías
nocturnas y grabar una entradilla para mi
próximo programa. Me acuerdo de
cuando intervine
en directo desde la Puerta de Brandeburgo de
Berlín, y éste me parece tan buen lugar como el
histórico berlinés para saludar a mis oyentes.
Un capricho radiofónico que me concedo. Me
acerco hasta la fuente que ocupa el centro de la
plaza y empiezo mi grabación. Mientras saludo a
unos oyentes todavía imaginarios, veo a un hombre
que surge de la nada oscura de la plaza con una
guitarra al aire y canturreando. Decido
seguirle. Se gira, me ve y me pregunta: ¿Suena
bien la guitarra?
La guitarra de Javier suena lo bien que puede
sonar una guitarra casi tan castigada como él.
Dice que tiene 58 años, “pronto 59”, y me
recuerda a Chet Baker, tan prematuramente
envejecido. Me cuenta que está aprendiendo a
tocarla, una mentirijilla que
desmiente su gracia. “¿Te gusta el flamenco?
Pues mira, esto no lo va a escuchar en directo
nadie aquí como tú”, anuncia coqueto. Y se pone
flamenco con su guitarra hasta que ve pasar una
familia y se arranca a cantarles: “Feliz
Navidades. ¿Cómo habéis acabao en el
colegio?”. La canción se detiene en un calderón de
espera y silencio hasta que la madre responde:
“Bien, bien”. “Pues yo me alegro mucho”. Y
Volando voy, volando vengo,cantamos
a dúo.
Toca y se interrumpe. Nos cruzamos con una
adolescente oculta dentro de su abrigo rosa y Javier
dibuja con la guitarra las notas de la
Pantera Rosa de Mancini. Cada vez que pasa
alguien lo saluda como si se tratara de un
vecino de toda la vida. No sé si vive en la
Plaza de España o si ésta es su oficina. Hacen
footing algunos sevillanos a estas horas del
final de la tarde y él les felicita la Navidad o
se gira al paso de las chicas guapas “que hay en
Sevilla”, a las que piropea en su cante
improvisado. Porque “yo compongo de tó”
aunque, como no esperaba mi grabadora,
“improvisar sí que te puedo improvisar”.
“Sevilla es maravilla” y él nació en el Barrio
de Triana, “donde la luna se posa”, canta, de
madre gitana y padre payo, o eso le entiendo. La
guitarra es un “hobby” que tiene desde muy
pequeño; que quien se crea que “cuando tenga ya
los cincuenta años” va a poder ponerse a
estudiarla… “no va a saber ni cogerla”. Y canta
a los mayas, hoy chanza mundial con su
Apocalipsis fallido: “La tierra, la tierra se
abre, se va a esmayar”. “¡Esa es buena!”,
se gira un joven. Y cuando le pido una foto posa sin dudarlo un instante: “estoy muy
malamente peinao y sin dientes”. Y toca y
canta y felicita a todo el mundo y me
acompaña hasta que algo lo distrae.
Sigo
mi camino, me alejo por el Parque de María Luisa, del que
Javier me cuenta que esta noche se está despidiendo.
Que se va a Nueva York, me confiesa, que tiene un
cáncer y lo van a operar allá. Y se le
encoge el corazón y la voz se le quiebra al
imaginar que vuela sobre el río y se marcha de
Sevilla. “Volando voy, cuidarse, cuidarse”. Y su
voz se va apagando.
¿Nostalgia? ¿Abaratamiento de costes? ¿Gratuidad
de derechos de autor? Varias pueden ser las
razones pero hay una realidad constatable en las
estanterías de las pocas tiendas de discos que
permanecen abiertas: es más fácil encontrar
“clásicos” del jazz que ediciones
contemporáneas. Es cierto que cada vez más son
los propios músicos quienes editan sus
grabaciones y que éstas han salido del circuito
tradicional de distribución para concentrarse en
la venta directa por internet o en conciertos.
Paradoja: nunca hubo tanta música a nuestra
disposición, nunca tan poca al alcance de la
mano.
Hace unos días eché un vistazo a la sección de
discos de jazz de una de las delegaciones
españolas de la cadena FNAC y constaté - no sin
algo de pena y sopor - cómo la iconografía de la
sección se construye alrededor de la imaginería
vintage del género, de (un puñado de) los
artistas que lo fundaron e hicieron crecer
hasta… los sesenta, esa década que todo lo
quebró. Así el jazz permanece encerrado en un
bucle espacio-temporal autocomplaciente que se
“renueva” con constantes reediciones y fondos de
catálogo en tiendas que son, cada día más, de
antigüedades. Pudiera parecer que hablamos de
música difunta de la que algunas discográficas
ofrecen el acta notarial que certifica su
pasado. Existió, en efecto. Lo que hoy es,
sin embargo, no existe, o reverencia pálidamente
ese pasado “glorioso” (tan pálido como el rostro
de Kenny G que se ha colado en la estantería de
jazz).
¿Quién compra hoy discos? He aquí una pregunta
nada fácil de responder. Las motivaciones del
heroico comprador - el que se mantiene en sus
trece e invierte unos ahorros (cada día más
esquilmados) en ediciones físicas de algo que
está ahí gratis, como por arte de un falso
altruismo, en la red de internet - pueden ser
muy variadas pero, todas ellas, sin duda
tozudas. Son tiempos en los que quienes
compramos un periódico en papel nos convertimos
en objeto de burla e incomprensión de sus
propietarios: ¿por qué mancharse los dedos de
tinta? Y nos miran como a extraños. Así son
estos tiempos. Por eso los impertinentes
compradores, obstinados en nuestro error,
deberíamos ser exigentes. No es permisible que
se nos cobren cifras de dos dígitos por
ediciones que, en muchos casos, ni siquiera
contienen más información que la de los títulos
de los temas. Por favor, un respeto, que somos
inversores. Y como tales, esperamos beneficios.
Somos los usuarios premium de la música y
es de recibo que exijamos un extra que compense
el desmesurado diferencial entre nuestra
inversión y la de quienes (no) invierten en las
ediciones digitales. Mas no, los periódicos
adelgazan, cuestan más y ofrecen lo mismo gratis
en la red mientras los discos se mantienen en
sus trece del costo abusivo que alejaron a
muchos y se dejan escuchar de formas legales,
alegales e ilegales por la red al precio de una
conexión a internet.
Vuelvo al principio: la nostalgia. O lo
que sea que mueva la permanente revisión de los
“clásicos” del jazz que monopolizan las antaño
plurales y al día estanterías de las tiendas.
Por supuesto que nunca ha estado, está, ni
estará de más la mirada al pasado de una música
que acumula ya un bagaje histórico notable y que
ha evolucionado – para nuestra fortuna - en
paralelo al desarrollo de las tecnologías de
grabación y difusión. Los avejentados festivales
de jazz de nuestro país se mueven por ella y la
promueven: en cada edición se nos cuela el
homenaje de turno a la memoria del jazz
(Ellington, Miles, Parker, las divas…), aunque
en su caso se tengan que “conformar” con
músicos de hoy que se prestan a ello para
engorde de sus carteras (que no de su propia
leyenda). Sacan más tajada con la reproducción
de una memoria que con su vivo presente. Se
premia a quienes mantienen una actitud estética
evocadora de lo ya hecho y se ignora a quienes
quieren seguir dando un paso adelante, o al
menos propio.
Una de las consecuencias de la prevalencia de
reediciones y revisiones discográficas es que,
por su evidente diferencia de costo de
producción, las reediciones tienen en muchos
casos cifras de un sólo dígito mientras las
nuevas lo hacen con precios comparativamente
disuasorios. Si al factor puramente económico le
sumamos la falta de cultura general sobre esta
música – agravada por la glorificación (y
simplificación) permanente del pasado y la
ignorancia del presente – nos encontramos con
terreno abonado para la reedición y difícilmente
rentable para los proyectos de nuevo cuño.
Resultado: hoy, discográficamente, el jazz es
esencialmente un estilo musical museístico.
Recuerdo cómo hace un par de años, en la ciudad
turca de Trebisonda, me dejó patidifuso que de
una tienda de discos los clientes salieran con
cedés bajo el brazo como quien compra el
pan nuestro de cada día. Entraban, iban directos
al estante donde visualizaban certeramente su
objetivo, lo cogían, se acercaban a la caja,
pagaban y se marchaban. Lo tomaría como una
alucinación visual si no fuera porque tengo
testigos que corroboran este recuerdo. Hoy, en
España, ese es el sueño húmedo de un vendedor.
Por eso, hemos cambiado la barra de pan de toda
la vida por las más sofisticadas presentaciones
discográficas con todo tipo de aderezos. Un
disco ya no puede ser sólo un disco: o es una
edición “exclusiva” y “limitada”, con algún DVD
como extra y un libro de fotografías o dibujos
hechos por el propio músico, o raramente tendrá
salida. Asistimos a un cambio de paradigma: del
disco como soporte al disco como objeto de
coleccionista. He ahí otro dato de la
museización de los discos. En jazz, con el
mentado añadido de que las ediciones lo son, en
la mayoría de los casos, de grabaciones con más
de medio siglo de historia.
Es lógico que si el cliente es otro, más
fetichista que sólo auditor, las ediciones
tengan que ser especiales para que hagan de
ellas merecedoras de atención y gasto. Por eso
me pregunto: ¿a quién va dirigida la caja de 48
discos dedicada a Ella Fitzgerald por Membran?
En principio, a cualquiera con el suficiente
buen gusto como para situar a esta gran dama de
la canción en el Olimpo que merece en una
discoteca con clase. Pero, dado que hablamos de
una voz tan “clásica” y que los clásicos
han sido convenientemente exprimidos hasta la
última gota, ¿qué hace de esta colección una
inversión atractiva? Como objeto de deseo, la
caja es absolutamente funcional. Un producto de
lujo low cost. La caja es de cartón, los
48 discos van dentro de un sobrecito de cartón y
todos tienen el mismo diseño. ¡Fuera gastos
“superficiales”! Todos con la misma imagen
dibujada de la cantante. Sólo los diferencia el
número de CD y el título impreso. Eso sí, una
sorpresa: tal y como señala el compañero Marcos
Maggi
en su artículo sobre First lady of song
para ‘Cuadernos de Jazz’, a algunos de los
discos originales contenidos en esta colección
les han cambiado el título. ¿Por qué? Lo
desconozco. Como también por qué los primeros
discos parecen mantener un criterio cronológico
para, de pronto, organizarse de forma temática y
dar saltos temporales hacia atrás y hacia
adelante. Son detalles, sin duda, pero insisto
en que ante la compra de un disco – y máxime una
edición de 48 – deberíamos ser más exigentes que
nunca. No es la música aquí la que falla – qué
duda cabe – sino su puesta en escena, tan
austera que pareciera promovida por la troika.
Cartón piedra para envolver una voz que fue de
oro. Hasta el libreto adjunto es rácano: título,
músicos y año de grabación (he localizado alguna
errata). Ni siquiera una aproximación biográfica
a la cantante. ¿Qué hace de esta colección una
inversión atractiva? Ella, y punto (que es
mucho). La posibilidad de concentrar en tan
pequeño espacio tanta buena música (lo bueno, lo
excelente y lo no tan bueno. Lo personal y lo
más alimenticio. Lo más “crudo” y lo más
edulcorado). Como objeto de coleccionismo,
carece de valor. Está en la música.
Si el jazz es una actitud, y a esta se le supone
un grado de transgresión y experimentación
superior al de otras actitudes (músicas),
convendremos que las recopilaciones tienden a un
conservadurismo impropio del jazz. Por eso se
agradece una edición como la que promueve la
revista francesa ‘Jazz Magazine / Jazzman’, que
ha editado una caja de cinco discos cuya primera
virtud está en la ausencia de un epígrafe que la
catalogue. No es ni “lo mejor de” ni contiene
descripción alguna: tan sólo el nombre del medio
y una amplia colección de portadas en miniatura.
No abunda la información – en esto comparte
demérito con la caja de Ella -, se limita al
título del tema, autor, intérpretes, fecha de
grabación y sello de propiedad en origen.
Hubiera sido de ayuda el título del disco del
que se extrae cada tema, siendo consciente de
que en las grabaciones más antiguas los
conceptos disco y título no se corresponden con
los parámetros actuales. Pero más allá de unas
pinceladas del periodista Lionel Eskenazi sobre
algunos de los fundamentos de la recopilación,
no hay más información. En ese sentido, tanto la
colección de Ella Fitzgerald como la propuesta
francesa adolecen de falta de pedagogía. Y esto,
cuando procede de una revista a la que le supone
una voluntad formativa y divulgativa, resulta
chocante. Eso sí, por encima de cualquier
consideración, y al igual que en el caso de
Ella, el valor supremo está en la música.
No hay catalogación definitiva de la caja pero
sí hay título explicativo para el contenido de
cada uno de los cinco discos. ‘Jazz Magazine /
Jazzman’ los divide en ‘Grandes intérpretes’,
‘Grandes compositores’, ‘El gran mestizaje’,
‘Hecho en Europa’ y ‘Los años 2000’. Cien cortes
en total de los cuales, tal y como subraya
Eskenazi, treinta lo son de música registrada a
partir de 1992. ¡Bravo! ¡¡Existe el presente!!
Hasta el punto de que el último disco, tal y
como explica su título, está compuesto por
música registrada en nuestro siglo. Una alegría
que es mayor cuando estamos ante una
recopilación que abre su espectro geográfico y
da cabida en igualdad de condiciones a músicos
de más allá de Estados Unidos, especialmente
europeos.
Como sucede con toda selección, máxime cuando
todos llevamos un seleccionador en nuestro
interior, la “convocatoria” es discutible tanto
por presencias (¡Diana Krall en el apartado de
‘grandes intérpretes’!) como por ausencias. Pero
es diversa, un muestrario amplio de la inmensa
diversidad del jazz que, lógicamente, no llega a
abarcar en toda su dimensión. Pero es
estimulante encontrar junto a los inevitables
Louis Armstrong o Ella Fitzgerald (claro) a
Bernard Lubat, Marc Ducret, Le Sacre du Tympan,
E.S.T., Joachim Kühn, Paolo Fresu o Youn Sun
Nah. Y antes que con las numerosas ausencias de
nombres y de estéticas más radicales, prefiero
quedarme con la cantidad de puertas que esta
colección puede abrir al recién llegado y
también al presuntamente ilustrado, máxime
cuando la selección lo es a un 50% de
grabaciones previas y posteriores a 1962 (¡la
gran falla de los sesenta!). Eso sí, una vez al
oído se le despierte la curiosidad, el trabajo
de documentación le corresponde al oyente, que
aquí nada se dice. Ni quién es quién ni por qué
se elige cada tema. Al fin y al cabo hemos de
suponer que cuando de un músico se elige un
corte se hace por representativo. ¿O no?
Eskenazi dice que de cada músico se ha elegido
un tema de su “periodo esencial” (terreno
claramente subjetivo) y que se han tratado de
evitar los más “célebres” (Ejemplo: del cuarteto
de Dave Brubeck ni Take five ni Blue
rondo à la turk sino The golden horn).
También que se han decantado por cortes breves
para que pudieran entrar en los 80 minutos
máximos de cada CD y que han quedado fuera
músicos (cita a John Zorn, Anthony Braxton, Brad
Mehldau y Pat Metheny) por cuestión de derechos
de autor. Lástima, insisto, del complemento
informativo que le dé al objeto el valor añadido
que hoy apenas tiene comparado con una lista de
reproducción (gratuita) en Spotify. Porque de
eso se trata, ¿no?
Hay ocasiones en que es mejor dejar las
cosas como están. ¿Por qué cambiar lo que funciona de forma natural? Si
algo fluye, mejor no ponerle trabas en su discurrir, por mucho que éstas
se propongan mejorar lo presente. Cuando la materia prima es de por sí
primorosa, no son necesarios los aditivos. Si acaso, conservarla.
Puede resultar anacrónico que en estos tiempos de comunicación
inmediata, en los que más que nunca el baile de las alas de una mariposa
agita huracanes a miles de kilómetros, alguien pueda tener en
consideración el factor humano. No obstante, quizá este fervor digital
ayude – por hartazgo del estrés – a revalorizar costumbres ancestrales,
aunque sólo sea para ingresarlas en un polvoriento museo. ¿Tiene algún
sentido práctico esperar a que el trovador llegue al pueblo a cantar las
noticias? Éste sería humillado de inmediato por algún vecino portador de
un teléfono “inteligente” (resulta que todavía estamos buscando si hay
vida inteligente entre nosotros y los teléfonos nos tomaron la
delantera), que mientras “actualiza” las (viejas) nuevas retrata al
objeto de su burla para la posteridad efímera de un
tweet. Recemos para que al
juguete de la inmediatez le responda el poso de la reflexión que permite
el canto que brota del pensamiento.
Permítaseme la divagación al calor de una música que la permite. Si
algo hay en este segundo disco del senegalés Ablaye Cissoko y
del alemán Volker Goetze es espacio para ella. Y es que
Amanké Dionti tiene la virtud
de la calma en tiempos de agitación y, en particular, la de dejar las
cosas como (bien) están. De acuerdo, una expresión musical por bien
hecha que esté al natural permite su manipulación pero, ¿qué pasa si se
la deja tal cual? Que incluso gana. Eso hace Volker Goetze, que mete su
trompeta lo justo para colorear en un universo que lo es de la kora y la
voz de Cissoko. La música brilla por su natural sencillez y Goetze le
proporciona ese punto jazzístico tan agradecido en una música que por su
cierto estatismo armónico lo permite.
La música africana (¡qué enorme generalización geográfica y cultural!) y
sus músicos han tenido que soportar la curiosidad y la voluntariosa
“vuelta a los orígenes” de tantos y tantos proyectos de occidentales que
lo único que hacen con sus buenos (y, por lo tanto, peligrosos)
propósitos es desnaturalizar aquello por lo que hicieron el viaje. La
mentalidad colonialista (más o menos consciente) se impone en muchos
casos, como también en gran parte de la música africana que hemos
conocido y que ha dependido (y sigue dependiendo) mucho de la metrópoli,
tanto en sus rudimentos técnicos como en su centrifugado estético (por
aquello de hacerla asequible al endeble oído occidental). No es que este
Amanké Dionti sea radicalmente extraño a esos procederes (entre
otras cosas, está grabado en París) pero al menos Volker Goetze practica
el arte de la discreción y no deja de ser una suma a la expresión
natural del senegalés, una voz preciosa que forma parte de la ingente y
fascinante nómina de artistas del área Mali – Senegal (quizá la que
mejor conocemos musicalmente de todo África) que mantiene la vocación de
narradores de historias en alguna de las lenguas mandé.
Las letras de Ablaye Cissoko cumplen con la función pedagógica e
informativa del griot: pedagogía del respeto a la sirvienta en el tema
que da título al disco- Amanké Dionti (algo así
como “ella no es tu esclava”) -, dado que muchas muchachas de áreas
remotas son enviadas como sirvientas a las casas de los pudientes
urbanos -; aliento de la tolerancia ante las opiniones ajenas en
Togna, e incluso defensa del
valor del artista en el inicial Kana Maloundi. Además de rescatar un tradicional,
Miliamba, que rememora
tradiciones y mitos ancestrales, y de dos instrumentales (vibrante
Silo, con la colaboración del percusionista Joe Quitzke), Cissoko
recuerda la catástrofe de Haití en un tema complementado en la edición
CD con un video que forma parte del documental de título
Griot firmado por Goetze. Y es que la relación entre el alemán y el
senegalés es intensa y queda documentada hasta la fecha en dos trabajos
discográficos y en ese audiovisual rodado cuando trabajaban en el
anterior disco, Sira (2008).
Afirma Goetze que, cuando tocan juntos, se sienten en
un estado parecido al de la meditación. Que para alcanzarlo es necesaria
la paz y que una vez logrado ese estado es difícil de mantenerlo durante
mucho tiempo. “Es un trabajo duro. La mente divaga”. ¡Cuánta razón!
Engañémosla con discos como éste, divaguemos largo y tendido.
Despistemos al tiempo presente y hagamos lo contrario de lo que la
pantalla “inteligente” espera de nosotros… Perdón, ya me he puesto de
nuevo a divagar.
"Y aquí, ¿quién gobierna?”. Acababa de
aterrizar en una ciudad extraña para él y era de
su máximo interés saber qué partido gobernaba.
Su red de emisoras de radio se había hecho con
la propiedad de una emisora que, hasta entonces,
había permanecido asociada a la cadena pero cuyo
propietario era un particular.
Bieito Rubido, que cobra como director de ABC, despidió a la experta en
terrorismo durante veinticinco años – vida
ajetreada por ello – diciéndole: No sé quién
eres, pero estás en la lista.
Entre el despido ignorante
del director de 'ABC' y la ignorancia política del
nuevo gestor de la emisora de radio hay un nexo
común, un motor de acción: la visión
economicista del periodismo; la profesión como
negocio. El periodismo para beneficio de…
los
accionistas (ya se encargó
'El País' de dejárselo
bien claro a sus lectores).
Bieito despedía a una
profesional sin saber qué perdía
profesionalmente, desconocedor del personal de
un medio que le tocaba en suerte dirigir. El
nuevo gestor de la emisora de radio tenía
interés por el partido en el gobierno porque
quería obtener una licencia para FM de la que
carecía la emisora – o al menos la vista gorda
para su emisión “alegal” en FM -, amén de otras
prebendas. Resultado: la retirada del micrófono
de profesionales incómodos con el poder.
Son sólo dos ejemplos del
medio al servicio de los fines económicos, ya
sea mediante recortes de personal o por censura
del personal. El libro
Queremos
saber – Cómo y por qué la crisis del periodismo
nos afecta a todos (Editorial Debate) ofrece
muchos, un verdadero glosario de los descalabros
periodísticos del presente escrito por doce
profesionales del periodismo tan prestigiosos y
veteranos como Pilar Requena o Ramiro
Villapadierna (él es quien relata el despido de
la periodista de 'ABC') y jóvenes (o no tan
veteranos) como Mayte Carrasco o Mónica G.
Prieto.
Un libro que es un
interesante ejercicio colectivo de reflexión (y
autocrítica) sobre los valores del periodismo
frente a esta avalancha de precarización que
está sepultando la profesión y en la que se está
confundiendo de forma interesada comunicación
con periodismo:
Salvo los
blogs, tanto Twitter como Facebook no son
periodismo. Son comunicación. Y las normas que
rigen ambas actividades son muy diferentes,
afirma Javier Espinosa en su texto. Una
confusión que se condensa en la siguiente
expresión adjudicada al
usuario de redes sociales (sin duda, tan anónimo como
los
mercados) y expuesta por el periodista Juan
Varela en el artículo “Nadie da ya un céntimo
por el olor de la tinta” de eldiario.es:
Si son
importantes, las noticias me encontrarán a mí.
¿Seremos capaces de leerlas
cuando nos encuentren, aturdidos como estamos
por la vertiginosa cascada de titulares
variopintos en ciento cuarenta caracteres? Es
cierto que las noticias pueden encontrarle a
uno, aunque no menos cierto es que, de seguir
así las cosas, al hacer clic sobre el enlace
correspondiente accederemos a una página en
blanco. Sin presupuesto, no hay periodista que
redacte la noticia.
Recomiendo la lectura del libro, dedicado especialmente
al periodismo de internacional y muy en
particular a la prensa escrita (si bien Pilar
Requena es una conocida reportera de 'Televisión
Española' y que periodistas como Mayte o Mónica
pertenecen a ese periodismo “multimedia”, de
supervivencia y, si me apuran, suicida, de las
actuales generaciones
freelance.
Malabaristas del reporterismo bélico por "cincuenta céntimos" -
según expresión de Mayte -, donde lo mismo se
hace crónica radiofónica, que se ejerce de
fotógrafo o de cronista de las propias
miserias).
¿Y la radio?
Mucho se habla de la crisis del periódico (y es
un asunto que me interesa, de veras; sigo siendo
tan poco práctico que gasto por lo que tiene
acceso gratuito y encima me mancho los dedos de
tinta), pero muy poco o nada de la radio. ¿Por
qué? No son menos los males que aquejan a este
medio, por mucho que se haya “adaptado” mejor a
la inmediatez de la sociedad del frenético
tweet
o padezca en menor grado el descenso de ingresos
publicitarios. Es obvio que el papel de un
periódico se enfrenta a problemas muy
específicos en estos momentos digitales (y
gratuitos), pero la radio ha ido perdiendo
tanto grosor intelectual y diversidad de
contenidos como páginas la prensa diaria, y ese
no es menor problema.
Cuando
la actual dirección de 'RNE' se cargó a muchos de
los profesionales y programas de la anterior
etapa, de la casa salían voces que denunciaban
que el cambio iba a ser por programas y
periodistas ya no sólo afines al poder sino por
contenidos ligeros y simpáticos que obviaban la
gravedad social y política del momento presente.
De acuerdo, el giro ha sido evidente al respecto
pero, ¿era un periodismo sólido y de entidad el
que se estaba practicando? Tener una hora en
antena a Elvira Lindo, como hacía Toni Garrido,
para que comentara lo primero que se le pasara
por la cabeza con noticias que le iban
enunciando, o a El Gran Wyoming y a Juan Luis
Cano rellenando minutos con ocurrencias sin
guión, no parece el mejor ejemplo de periodismo
profesional.
Hace tiempo que la ligereza
y el
simpatiquismo han colonizado las emisoras de
radio. Todavía recuerdo el bochorno que el
veterano periodistaVicente Romero pasó, e hizo constar,
cuando, sin solución de continuidad, le hicieron
pasar en ese mismo programa de 'RNE' de contar una
durísima historia sobre niños huérfanos en Kenia
(que había presentado en ‘Informe Semanal’, de
'TVE') a su pronóstico para un partido de fútbol.
Problemas de frivolidad generalizada en los
medios y de jerarquización informativa (algo
que, por cierto, es muy evidente en las portadas
digitales de los periódicos, donde puede
convivir al mismo nivel la tragedia más terrible
con el último gol de Messi), determinada en
muchos casos por el número de visitas que
incita, la más de las veces, un titular
provocador.
La radio sufre tanto como
los periódicos el despido de profesionales. No
hay como echar una oreja a la 'Cadena SER' para
comprobar cómo los espacios locales se han
reducido a su mínima expresión. Todo es cadena y
donde antaño la radio local contaba con hasta
cuatro horas, ahora son escasos minutos
engullidos por la ampliación de ‘La Ventana’ que
dirige el
simpatiquista Carles Francino (para el que
todos los oyentes son “amigos”… ¿efecto
Facebook?), capaz de tener a Jon Sistiaga de
tertuliano para hablar de la lotería de Navidad.
Opinión no es información
Si el periódico de información se ha visto
relegado por el periódico ideológico (gracias
tanto a columnistas en colonización permanente
del espacio informativo como por la evidente y
nociva intencionalidad ideológica de las
cabeceras), nada más y nada menos sucede en la
radio, cuyos principales espacios “informativos”
tienen de información la brevedad de las redes
sociales. De los titulares, a la opinión. Una
tertulia permanente que nada tiene que ver con
el conocimiento de las causas y sus
consecuencias. Un simple entretenimiento porque,
como la misma radio dice, estamos “para
entretener”. Añaden lo de informar, aunque los
espacios informativos como tales o no existen o
se limitan a reportajes cosméticos de fin de
semana. La cháchara diaria está al servicio del
guirigay político. Frases (más o menos) inocuas
de la verborrea política dan de sí largas horas
de radio… y se convierten en trending
topic, claro.
La radio hoy es tertulia (sí, también sobre la lotería
de Navidad) y fútbol, el verdadero colono de la
radio. Si Palestina lo tiene difícil para crear
un Estado, más complicado lo tienen los
contenidos para colarse entre la colonia de
exabruptos de Roncero y gritos de “¡¡gol!!”. El
fin de semana es suyo y entre semana la
programación se interrumpe - a pesar de la
gravedad informativa del tiempo presente – para
narrar un apasionante partido de vuelta de Copa
del Rey (resuelto en la ida) entre el Real
Madrid y el Alcoyano.
Falta de credibilidad...
La credibilidad del periodista está no sólo en
la calidad de su trabajo, también en su
independencia. Difícil de esperarla cuando
muchos de ellos son voces publicitarias de
anuncios enunciados como si de información se
tratara – es parte del objetivo de esa forma de
publicidad, difuminarla entre los contenidos
“informativos” como si fueran uno más y
ganarse al cliente por su confianza en el
comunicador -. Paradigmático es, al respecto, el
alto contenido publicitario de los programas
deportivos protagonizado por sus propios
locutores (la mayor parte, publicidad de casas
de apuesta. Todo muy edificante).
Creo que fue el catedrático Vicenç Navarro quien
recientemente, y tras soportar una batería
publicitaria como invitado del ‘Hoy por Hoy’ de
la 'SER', vino a decir que:
ya veo que tienen mucha publicidad de bancos, lo que me parece bien.
Pero, ¡sean críticos con ellos! Difícil
objetividad cuando el salario de uno depende en
gran medida de quien se promociona en el medio o
es directamente inversor suyo. Me consta más de
una censura informativa en los medios para no
molestar a empresas que ponen su publicidad en
ellos.
... y de personal.
Aquí las cosas van a peor, la sobrecarga de
trabajo que tenemos por culpa del ERE que nos
han impuesto (después de la bajada de sueldo)
nos afecta cada vez más, hay una desmotivación
muy grande y ya no es que no lleguemos a todo,
es que cada vez, por lo menos a mí, me interesa
menos esforzarme tanto, que es lo más triste... Son palabras que me escribe una periodista
amiga y que definen una realidad y un imposible.
El que denuncia David Simon (periodista y
creador de series de televisión como
The Wire
o Treme) en una entrevista a la revista ‘Jot Down’:
Me hace
mucha gracia ese lema que utilizan tantos
últimamente de que "tenemos que hacer más con
menos". Pues no. Si me das menos, haremos
menos. Y probablemente lo haremos peor. Y
las cosas, ciertamente, se están haciendo peor.
Y la gente que no paga por informarse y que se
nutre de las redes sociales ha perdido en parte
su capacidad para discriminar la veracidad de la
fuente. Las cabeceras han perdido jerarquía
(todo hay que decirlo, se lo han ganado a pulso)
y al “lector” lo mismo le da quién firme qué,
olvidando que esas noticias que “nos encuentran”
llegan a nosotros por efecto de la
multiplicación de los clics, que tienden a lo
espectacular, no a lo relevante, cuando no a lo
directamente estúpido.
Dice Simon:
Lo importante es que cada vez que despiden a un periodista, la calidad
de la información baja. Cuando no queden
suficientes periodistas, ya no tendremos
información de calidad, tendremos otra cosa. Y a
mí no me gusta la perspectiva.
Una perspectiva que sitúa con precisión Ramiro
Villapadierna:
todo se "democratizó" para ser popular, hasta que la
audiencia primero, y los bloguerosdespués, marcaron la iniciativa. Tal vez
sea comparable a cómo el éxito social y
mediático de la cultura pop en los años sesenta
y setenta hizo creer a una generación que
cualquiera podría ser artista, si era capaz de
armar tres acordes de guitarra. O, ya en los
noventa, que también podría ser reportero de
guerra o estrella de la televisión; tal y como
de la música y el arte pop se pasó a la
televisión pop, había de llegar también el
momento del periodismo pop. O blog.
Sin dejar de ser consciente de que existe una cosa
llamada
'The Huffington Post' (creada por Arianna
Huffington, el diablo
vistiendo de Prada, según David Simon),
¿para cuándo una OT periodística?
Sahar Vardi (Jerusalén, 1990) forma parte activa de algunos de los escasos movimientos civiles que en Israel se oponen a la ocupación de los territorios palestinos. Vardi se negó a hacer el servicio militar obligatorio, motivo por el que ha sido encarcelada en su país. El miércoles 5 de diciembre ofreció en la librería 'La hormiga atómica' de Iruñea - Pamplona una conferencia bajo el título de Refusenik - El precio de la insumisión en Israel que puedes escuchar y leer íntegramente en este enlace.
Hay probablemente dos
factores fundamentales en la forma en la que
crecemos. Nos educan desde muy pequeños, por un
lado, en el miedo y, por el otro,
en la militarización.
Nos reunimos en torno a la mesa, con comida, se
canta y hay una canción que entonamos todos
unidos que se podría traducir algo así como:
en cada generación alguien intentó
exterminarnos. La semana siguiente se celebra el
día en memoria del Holocausto. La siguiente, el
Memorial por los soldados y la mañana siguiente
es el 'Día de la Independencia'. En muchos
sentidos ese es el concepto: siempre ha habido alguien
que ha tratado de asesinarnos - el Holocausto
es, obviamente, un buen ejemplo de eso -, y por
ello los soldados tienen que luchar y morir para
que puedas tener un país.
En el jardín de
infancia. A un lado, los números del uno
al diez y al otro, símbolos. Así que tienes tres
recuadros que tienes que relacionar con el número tres. Los símbolos
son aviones, tanques, el símbolo de la fuerza de
defensa del ejército israelí. Y eso tan sólo
para aprender a contar. Hay símbolos militares
en todas partes, toda tu vida rodeado por ellos.
... un militar de dieciocho años
regresa a casa para el fin de semana y lleva su
arma consigo. El fin de semana sale a beber, a
pasárselo bien con los amigos y muchos de ellos
llevan las armas consigo. Así que es algo que te
acostumbras a ver.
Y el colegio que habíamos pintado
quedaba al otro lado de la valla, así que los críos tenían que pasar
todos los días por un checkpoint para
llegar al colegio. Y esa era una realidad que yo
no podía entender. Quiero decir… mi vida
continuaba siendo básicamente la misma, como si
fuera de hecho cualquier ciudad europea. Para mí
la idea de la ocupación es también la de las
historias horribles que escuchas sobre gran
violencia aquí y allá pero, sobre todo, para mí
es la de la vida cotidiana. Cuando, literalmente,
te levantas cada mañana y tienes que pasar por
un soldado y enseñar tu carnet de identidad para
poder llegar al colegio.
Y los soldados
empezaban rápidamente a disparar gas
lacrimógeno… Para mí eso resultaba una situación
muy extraña porque crecí sabiendo que los
soldados estaban para defenderme, que ese era su
propósito y que los palestinos eran, obviamente,
mi enemigo. Y entonces llegas a esta protesta y
los soldados te disparan y son los palestinos
los que te dan cebollas para protegerte del gas
lacrimógeno y se entra en una dinámica en la que
no sabes quiénes somos nosotros, quiénes ellos y
quién está contra quién.
Yo pasé unos dos meses en
una prisión militar y otros tres en detención.
Fui liberada oficialmente por mi enfermedad
mental, así que también estoy oficialmente loca.
... todos los primeros ministros
pasaron por el ejército aunque no fueran
generales. Cuando permites que antiguos
militares dirijan un Estado, cuando resuelven
cualquier problema lo resuelven como soldados,
lo resuelven mediante acciones militares porque
es lo que ellos conocen.
... cuando Estados Unidos quiere
construir la valla entre ellos y México para
prevenir la inmigración, cogen la tecnología de
la valla que está comprobado que funciona en
Cisjordania. Cuando Francia quiere comprar
nuevos
drones para enviar a Afganistán, compra los
que Israel probó que funcionaron en los ataques
a Gaza de 2009. Y aquí es donde puedo dirigirme
a vosotros, porque esta economía militar es algo
verdaderamente global. La ocupación es
únicamente sostenible gracias a todos estos
gobiernos que siguen diciendo que están contra
ella y a la vez la están subvencionando y
comprando sus productos.
La reacción
de la Autoridad Palestina no es menos violenta
que la israelí. Arrestan a lo loco, golpean…
bueno, también hemos oído que en Madrid utilizan
pelotas de goma contra los manifestantes. Quiero
decir que la Autoridad Palestina actúa como
cualquier otro Estado cuando su juventud trata
de levantarse de forma crítica. Así que quizá
merezcan ser un Estado, han probado que pueden
hacerlo.
No tengo aquí
mi carnet de identidad pero el Ministerio del
Interior tiene tres clasificaciones. La primera
es tu pasaporte, tu ciudadanía, que es israelí.
La segunda es la nacionalidad, que no es israelí.
Es judía o árabe o drusa, que son los grupos
principales. El tercero es la religión. Y de
nuevo, la religión puede ser judía, cristiana,
musulmana, budista… la que sea. En lo que
concierne al gobierno de Israel estas son cosas
separadas. Así que cuando preguntas por otros
Estados musulmanes, Israel no se ve igual que
ellos porque lo que ellos ven como judaísmo es
la nacionalidad y no la religión. Así que en lo
que se refiere a la división que hace Israel, el
Estado no es un Estado religioso, es un Estado
Nacional Judío.
Hay un dicho que dice que un
pesimista es el que piensa que las cosas pueden
empeorar y un optimista es una persona que cree
que, ¡sí, pueden empeorar! Así que creo que ese
es el punto en el que nos encontramos.
Las películas
son muy críticas. Nuestro Ministro de
Exteriores, Lieberman, que podría formar parte
de nuevo del próximo gobierno, ha sugerido un
contrato específico para directores de cine que
deberían firmar un acuerdo de lealtad con el
Estado. Y eso es porque sí, el cine es muy
crítico.
Oficialmente el 35% del presupuesto palestino es
para la policía; es superior al de Israel que ya
es lo suficientemente alto. Y todo ese es dinero
estadounidense, en ambos casos. Dónde ponen
el dinero todos estos políticos tiene poco que
ver con la población palestina y sí con los
intereses de Estados Unidos o con los intereses
de la industria armamentística. Esa es otra
perspectiva más allá de la corrupción, que es
muy obvia en la Autoridad Palestina. Casi ni
siquiera tratan de ocultarla.
En 2009 o 2010, Hillary
Clinton estuvo en Israel y dijo que debían
detener las demoliciones en Jerusalén Este y
mientras permaneció en el país hubo
demoliciones. Se lo tomó como algo personal y
aparentemente abroncó a las personas adecuadas.
Desde entonces hasta hoy, de las cien casas que
se solían demoler al año, se pasó en Jerusalén a
quizá un par de docenas, incluso no tantas.
Hay un sitio web que se
llama ‘Who profits?” que tiene un mapa con todas
las organizaciones y corporacionesque sacan beneficio de la ocupación
israelí. Debería ser lo
suficientemente aproximado para ver qué
corporaciones internacionales están implicadas
aquí y allí y así poder afectar a vuestra
decisión de dónde poner vuestro dinero o en qué
dirección presionar a vuestro gobierno sobre
dónde pone vuestro dinero. Estas son cosas que,
al final, realmente tienen influencia sobre el
terreno.
Agustí Fernández en la cafetería de L´Auditori (Foto: Carlos Pérez Cruz)
"¿Cómo
funciona el mundo? ¿Cómo funciona la naturaleza? Los planetas, las
sociedades, las células… En una improvisación estamos haciendo lo
natural. El artificio es intentar hacer algo rígido y preestablecido, no
natural. Pero es un concepto que se arrastra desde el siglo XIX, que la
obra de arte es una cosa fija e inmutable que viene de Dios. Hoy en día
se sabe que no es así y la obra de arte tiene que estar lo más cerca de
la naturaleza, de la ciencia, de la persona, de la sociedad. Lo que
pasa es que la sociedad aún no es capaz de reconocer a través de la
música las relaciones, los comportamientos, la información que se está
dando, que es la misma que te da un bosque o un atasco de tráfico".
"Aprendí de Paul Bley a dejar espacios para que la gente pueda asimilar
lo que estás haciendo. No son momentos de indecisión, son de remanso
para que se pueda asimilar y prever lo que va a venir, aunque luego no
se confirme. Hay una interacción con el público.
Abres la ventana, el público se imagina qué habrá en la ventana y luego
cuando la abres hay otra cosa o no. Hay una interacción. Con el pop,
no. Es una apisonadora que te pasa por encima para mover el esqueleto y
decir ole, ole y ole".
"Juan Carlos Calderón, que era músico de
jazz, decía que en los sesenta no podía vivir de esto porque a los
conciertos no venía nadie, sólo los barbudos con pantalones de pana.
Cincuenta años después sólo vienen los barbudos con pantalones de pana.
(Bueno, y algún joven - le interrumpo) Y algún joven que dentro de unos
años será un barbudo con pantalones de pana".
"La música
improvisada es la música natural de nuestro tiempo. Expresa el espíritu
de nuestro tiempo pero la sociedad viene con retraso. Igual tenía razón
mi amigo Peter Kowald cuando decía que la música se entiende una
generación después de que se haya producido y se asimila dos
generaciones después de que se haya producido".
Escucha la entrevista a Agustí Fernández en Club de Jazz: