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sábado, diciembre 29, 2012

Todos los caminos están cerrados (Capítulo 5)

Contenidos del quinto programa de Todos los caminos están cerrados:

Wassim Qassis (Foto: Jadal Group)
Conversación con el intérprete de buzuk, oud, percusionista y compositor Wassim Qassis. Músico residente en la ciudad de Beit Sahour (área de Belén), forma parte del grupo Jadal. Además de su actividad como instrumentista, Qassis es profesor y compone música para diferentes películas documentales sobre la realidad de la ocupación israelí. La entrevista está realizada por Carlos Pérez Cruz y Luisa Coque Martínez e ilustrada con música de algunos de los proyectos del músico palestino. Puedes escucharla en el reproductor situado bajo estas palabras y leer la transcripción en este enlace:



Wassim Qassis y Luisa Coque (Foto: Carlos Pérez Cruz)
Wassim Qassis y Carlos Pérez Cruz (Foto: Luisa Coque)

jueves, diciembre 27, 2012

Año costra


2012 va terminando y el balance es pésimo. Como en aquella viñeta de 'El Roto' en la que un hombre, con traje de protección y mascarilla, portaba una bolsa de residuos tóxicos con el número del año impreso en ella, arrojaremos una vez más el año difunto al vertedero de los desechos tóxicos. Los años no son ni malos ni buenos; son - lo que cada uno crea que son - siempre desde la perspectiva personal; lo bueno y lo malo está, como Dios, en uno mismo y en todas partes, así que yo y mis circunstancias lo calificamos. Existen, claro, las sensaciones compartidas y este ha sido (es) un año cargante, de pesimismo colectivo y de aplastamiento del ánimo por inducción ambiental. Como si fuéramos ocas, nos han inflamado el higadillo vía embudo con un chorro torrencial de horribles perspectivas (y realidades ya constatables).

Con el cambio de año se procura un cambio del marco mental y anímico, se celebra un juego simbólico de purgación y propósitos que se frustran casi de inmediato, confrontado el buen deseo con la tozuda insistencia de los errores propios y ajenos.

El año nuevo nace en una noche excesiva, de risa nerviosa, histérica, la de quien prevé que el tiempo se acaba. El sol levanta acta notarial en la mañana del día 1: paisaje de un domingo fatal y resacoso, de tiempo detenido e inamovible. De la pesadez de la (in)digestión al enfrentamiento con uno de los meses más hostiles del año. Europa celebra el Año Nuevo batiendo palmas a una marcha militar. Es un síntoma.

Los malos años, los que uno desea finiquitar, se pueden ver en perspectiva como años de crecimiento personal, de fortalecimiento frente a la adversidad. Bien, es un consuelo, aunque a veces uno ve más costra que músculo en ello.

En 2012 hemos desayunado, almorzado, merendado y cenado (y, si me apuran, acostado) cada día con la palabra "crisis" como vínculo colectivo; pero la crisis es, fundamentalmente, íntima. Y esa intimidad, ya me disculparán, me la reservo para el ámbito al que hace referencia la propia palabra. En tiempos de desnudez pública, permítaseme el recato.

Hay intimidades publicables, privadas e inconfesables. Entre las primeras, la desazón profesional. La de (re)comprobar que la libertad de expresión, conciencia y movimientos, el reconocimiento e impulso del trabajo esforzado, laborioso, creativo y honesto, brillan en la lejanía de su ausencia. Agosto me pilló en Palestina (sin duda la experiencia más hermosa del año) y la censura de Carne Cruda en Ramallah. Fueron las primeras lágrimas del viaje. Las siguientes, a la vuelta, fueron interiores. El programa volverá, esa es una buena noticia para 2013, pero algo ha quedado violado en el camino (una vez más). Uno no sale indemne del cinismo institucional(izado). De eso hay, y mucho, en la terrible realidad de la cotidianidad palestina.

Año de idas y venidas, sin tener siempre muy claro si donde se está es donde se debe (uno a sí mismo). El verdadero viaje es interior, y para llevarlo a cabo no es estrictamente necesario moverse del hogar, aunque a veces uno lo encuentre donde menos se lo espera. Año de encuentro con amigos en la distancia y de amigos perdidos en ella. Año de risas y sonrisas, lloros y suspiros. De inspiración y sopor. Eso que llaman vivir. A veces en compañía y muchas con soledad, esa díficil pareja de la supervivencia para valientes (que no es mi caso). Como buen cobarde (ese debe de ser mi caso), la música, el cine y la lectura me han proporcionado una vez más consuelo. Son los placebos que sustituyen al verdadero motor de la vida: el (con)tacto.

Carlos Pérez Cruz

martes, diciembre 25, 2012

sábado, diciembre 22, 2012

Javier, el guitarrista de la Plaza de España


La Plaza de España de Sevilla de noche
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www.elclubdejazz.com


“¿Suena bien la guitarra?”, pregunta Javier al ver que me acerco. Es noche cerrada en Sevilla, húmeda aunque no hace frío, y casi no hay un alma en la Plaza de España. Pasaba por ahí y aprovecho para hacer algunas fotografías nocturnas y grabar una entradilla para mi próximo programa. Me acuerdo de cuando intervine en directo desde la Puerta de Brandeburgo de Berlín, y éste me parece tan buen lugar como el histórico berlinés para saludar a mis oyentes. Un capricho radiofónico que me concedo. Me acerco hasta la fuente que ocupa el centro de la plaza y empiezo mi grabación. Mientras saludo a unos oyentes todavía imaginarios, veo a un hombre que surge de la nada oscura de la plaza con una guitarra al aire y canturreando. Decido seguirle. Se gira, me ve y me pregunta: ¿Suena bien la guitarra?

La guitarra de Javier suena lo bien que puede sonar una guitarra casi tan castigada como él. Dice que tiene 58 años, “pronto 59”, y me recuerda a Chet Baker, tan prematuramente envejecido. Me cuenta que está aprendiendo a tocarla, una mentirijilla que desmiente su gracia. “¿Te gusta el flamenco? Pues mira, esto no lo va a escuchar en directo nadie aquí como tú”, anuncia coqueto. Y se pone flamenco con su guitarra hasta que ve pasar una familia y se arranca a cantarles: “Feliz Navidades. ¿Cómo habéis acabao en el colegio?”. La canción se detiene en un calderón de espera y silencio hasta que la madre responde: “Bien, bien”. “Pues yo me alegro mucho”. Y Volando voy, volando vengo, cantamos a dúo.

Toca y se interrumpe. Nos cruzamos con una adolescente oculta dentro de su abrigo rosa y Javier dibuja con la guitarra las notas de la Pantera Rosa de Mancini. Cada vez que pasa alguien lo saluda como si se tratara de un vecino de toda la vida. No sé si vive en la Plaza de España o si ésta es su oficina. Hacen footing algunos sevillanos a estas horas del final de la tarde y él les felicita la Navidad o se gira al paso de las chicas guapas “que hay en Sevilla”, a las que piropea en su cante improvisado. Porque “yo compongo de ” aunque, como no esperaba mi grabadora, “improvisar sí que te puedo improvisar”.

“Sevilla es maravilla” y él nació en el Barrio de Triana, “donde la luna se posa”, canta, de madre gitana y padre payo, o eso le entiendo. La guitarra es un “hobby” que tiene desde muy pequeño; que quien se crea que “cuando tenga ya los cincuenta años” va a poder ponerse a estudiarla… “no va a saber ni cogerla”. Y canta a los mayas, hoy chanza mundial con su Apocalipsis fallido: “La tierra, la tierra se abre, se va a esmayar”. “¡Esa es buena!”, se gira un joven. Y cuando le pido una foto posa sin dudarlo un instante: “estoy muy malamente peinao y sin dientes”. Y toca y canta y felicita a todo el mundo y me acompaña hasta que algo lo distrae.


Javier, el guitarrista de la Plaza de España
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www.elclubdejazz.com

Sigo mi camino, me alejo por el Parque de María Luisa, del que Javier me cuenta que esta noche se está despidiendo. Que se va a Nueva York, me confiesa, que tiene un cáncer y lo van a operar allá. Y se le encoge el corazón y la voz se le quiebra al imaginar que vuela sobre el río y se marcha de Sevilla. “Volando voy, cuidarse, cuidarse”. Y su voz se va apagando.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

jueves, diciembre 20, 2012

Coleccionismo 'low cost' - La pérdida del valor añadido


¿Nostalgia? ¿Abaratamiento de costes? ¿Gratuidad de derechos de autor? Varias pueden ser las razones pero hay una realidad constatable en las estanterías de las pocas tiendas de discos que permanecen abiertas: es más fácil encontrar “clásicos” del jazz que ediciones contemporáneas. Es cierto que cada vez más son los propios músicos quienes editan sus grabaciones y que éstas han salido del circuito tradicional de distribución para concentrarse en la venta directa por internet o en conciertos. Paradoja: nunca hubo tanta música a nuestra disposición, nunca tan poca al alcance de la mano.

Hace unos días eché un vistazo a la sección de discos de jazz de una de las delegaciones españolas de la cadena FNAC y constaté - no sin algo de pena y sopor - cómo la iconografía de la sección se construye alrededor de la imaginería vintage del género, de (un puñado de) los artistas que lo fundaron e hicieron crecer hasta… los sesenta, esa década que todo lo quebró. Así el jazz permanece encerrado en un bucle espacio-temporal autocomplaciente que se “renueva” con constantes reediciones y fondos de catálogo en tiendas que son, cada día más, de antigüedades. Pudiera parecer que hablamos de música difunta de la que algunas discográficas ofrecen el acta notarial que certifica su pasado. Existió, en efecto. Lo que hoy es, sin embargo, no existe, o reverencia pálidamente ese pasado “glorioso” (tan pálido como el rostro de Kenny G que se ha colado en la estantería de jazz).

¿Quién compra hoy discos? He aquí una pregunta nada fácil de responder. Las motivaciones del heroico comprador - el que se mantiene en sus trece e invierte unos ahorros (cada día más esquilmados) en ediciones físicas de algo que está ahí gratis, como por arte de un falso altruismo, en la red de internet - pueden ser muy variadas pero, todas ellas, sin duda tozudas. Son tiempos en los que quienes compramos un periódico en papel nos convertimos en objeto de burla e incomprensión de sus propietarios: ¿por qué mancharse los dedos de tinta? Y nos miran como a extraños. Así son estos tiempos. Por eso los impertinentes compradores, obstinados en nuestro error, deberíamos ser exigentes. No es permisible que se nos cobren cifras de dos dígitos por ediciones que, en muchos casos, ni siquiera contienen más información que la de los títulos de los temas. Por favor, un respeto, que somos inversores. Y como tales, esperamos beneficios. Somos los usuarios premium de la música y es de recibo que exijamos un extra que compense el desmesurado diferencial entre nuestra inversión y la de quienes (no) invierten en las ediciones digitales. Mas no, los periódicos adelgazan, cuestan más y ofrecen lo mismo gratis en la red mientras los discos se mantienen en sus trece del costo abusivo que alejaron a muchos y se dejan escuchar de formas legales, alegales e ilegales por la red al precio de una conexión a internet.


Vuelvo al principio: la nostalgia. O lo que sea que mueva la permanente revisión de los “clásicos” del jazz que monopolizan las antaño plurales y al día estanterías de las tiendas. Por supuesto que nunca ha estado, está, ni estará de más la mirada al pasado de una música que acumula ya un bagaje histórico notable y que ha evolucionado – para nuestra fortuna - en paralelo al desarrollo de las tecnologías de grabación y difusión. Los avejentados festivales de jazz de nuestro país se mueven por ella y la promueven: en cada edición se nos cuela el homenaje de turno a la memoria del jazz (Ellington, Miles, Parker, las divas…), aunque en su caso  se tengan que “conformar” con músicos de hoy que se prestan a ello para engorde de sus carteras (que no de su propia leyenda). Sacan más tajada con la reproducción de una memoria que con su vivo presente. Se premia a quienes mantienen una actitud estética evocadora de lo ya hecho y se ignora a quienes quieren seguir dando un paso adelante, o al menos propio.

Una de las consecuencias de la prevalencia de reediciones y revisiones discográficas es que, por su evidente diferencia de costo de producción, las reediciones tienen en muchos casos cifras de un sólo dígito mientras las nuevas lo hacen con precios comparativamente disuasorios. Si al factor puramente económico le sumamos la falta de cultura general sobre esta música – agravada por la glorificación (y simplificación) permanente del pasado y la ignorancia del presente – nos encontramos con terreno abonado para la reedición y difícilmente rentable para los proyectos de nuevo cuño. Resultado: hoy, discográficamente, el jazz es esencialmente un estilo musical museístico.

Recuerdo cómo hace un par de años, en la ciudad turca de Trebisonda, me dejó patidifuso que de una tienda de discos los clientes salieran con cedés bajo el brazo como quien compra el pan nuestro de cada día. Entraban, iban directos al estante donde visualizaban certeramente su objetivo, lo cogían, se acercaban a la caja, pagaban y se marchaban. Lo tomaría como una alucinación visual si no fuera porque tengo testigos que corroboran este recuerdo. Hoy, en España, ese es el sueño húmedo de un vendedor. Por eso, hemos cambiado la barra de pan de toda la vida por las más sofisticadas presentaciones discográficas con todo tipo de aderezos. Un disco ya no puede ser sólo un disco: o es una edición “exclusiva” y “limitada”, con algún DVD como extra y un libro de fotografías o dibujos hechos por el propio músico, o raramente tendrá salida. Asistimos a un cambio de paradigma: del disco como soporte al disco como objeto de coleccionista. He ahí otro dato de la museización de los discos. En jazz, con el mentado añadido de que las ediciones lo son, en la mayoría de los casos, de grabaciones con más de medio siglo de historia.


Es lógico que si el cliente es otro, más fetichista que sólo auditor, las ediciones tengan que ser especiales para que hagan de ellas merecedoras de atención y gasto. Por eso me pregunto: ¿a quién va dirigida la caja de 48 discos dedicada a Ella Fitzgerald por Membran? En principio, a cualquiera con el suficiente buen gusto como para situar a esta gran dama de la canción en el Olimpo que merece en una discoteca con clase. Pero, dado que hablamos de una voz tan “clásica” y que los clásicos han sido convenientemente exprimidos hasta la última gota, ¿qué hace de esta colección una inversión atractiva?  Como objeto de deseo, la caja es absolutamente funcional. Un producto de lujo low cost. La caja es de cartón, los 48 discos van dentro de un sobrecito de cartón y todos tienen el mismo diseño. ¡Fuera gastos “superficiales”! Todos con la misma imagen dibujada de la cantante. Sólo los diferencia el número de CD y el título impreso. Eso sí, una sorpresa: tal y como señala el compañero Marcos Maggi en su artículo sobre First lady of song para ‘Cuadernos de Jazz’, a algunos de los discos originales contenidos en esta colección les han cambiado el título. ¿Por qué? Lo desconozco. Como también por qué los primeros discos parecen mantener un criterio cronológico para, de pronto, organizarse de forma temática y dar saltos temporales hacia atrás y hacia adelante. Son detalles, sin duda, pero insisto en que ante la compra de un disco – y máxime una edición de 48 – deberíamos ser más exigentes que nunca. No es la música aquí la que falla – qué duda cabe – sino su puesta en escena, tan austera que pareciera promovida por la troika. Cartón piedra para envolver una voz que fue de oro. Hasta el libreto adjunto es rácano: título, músicos y año de grabación (he localizado alguna errata). Ni siquiera una aproximación biográfica a la cantante. ¿Qué hace de esta colección una inversión atractiva? Ella, y punto (que es mucho). La posibilidad de concentrar en tan pequeño espacio tanta buena música (lo bueno, lo excelente y lo no tan bueno. Lo personal y lo más alimenticio. Lo más “crudo” y lo más edulcorado). Como objeto de coleccionismo, carece de valor. Está en la música.
Si el jazz es una actitud, y a esta se le supone un grado de transgresión y experimentación superior al de otras actitudes (músicas), convendremos que las recopilaciones tienden a un conservadurismo impropio del jazz. Por eso se agradece una edición como la que promueve la revista francesa ‘Jazz Magazine / Jazzman’, que ha editado una caja de cinco discos cuya primera virtud está en la ausencia de un epígrafe que la catalogue. No es ni “lo mejor de” ni contiene descripción alguna: tan sólo el nombre del medio y una amplia colección de portadas en miniatura. No abunda la información – en esto comparte demérito con la caja de Ella -, se limita al título del tema, autor, intérpretes, fecha de grabación y sello de propiedad en origen. Hubiera sido de ayuda el título del disco del que se extrae cada tema, siendo consciente de que en las grabaciones más antiguas los conceptos disco y título no se corresponden con los parámetros actuales. Pero más allá de unas pinceladas del periodista Lionel Eskenazi sobre algunos de los fundamentos de la recopilación, no hay más información. En ese sentido, tanto la colección de Ella Fitzgerald como la propuesta francesa adolecen de falta de pedagogía. Y esto, cuando procede de una revista a la que le supone una voluntad formativa y divulgativa, resulta chocante. Eso sí, por encima de cualquier consideración, y al igual que en el caso de Ella, el valor supremo está en la música.

No hay catalogación definitiva de la caja pero sí hay título explicativo para el contenido de cada uno de los cinco discos. ‘Jazz Magazine / Jazzman’ los divide en ‘Grandes intérpretes’, ‘Grandes compositores’, ‘El gran mestizaje’, ‘Hecho en Europa’ y ‘Los años 2000’. Cien cortes en total de los cuales, tal y como subraya Eskenazi, treinta lo son de música registrada a partir de 1992. ¡Bravo! ¡¡Existe el presente!! Hasta el punto de que el último disco, tal y como explica su título, está compuesto por música registrada en nuestro siglo. Una alegría que es mayor cuando estamos ante una recopilación que abre su espectro geográfico y da cabida en igualdad de condiciones a músicos de más allá de Estados Unidos, especialmente europeos.


Bernard Lubat y Louis Sclavis
© Jesús Moreno

Como sucede con toda selección, máxime cuando todos llevamos un seleccionador en nuestro interior, la “convocatoria” es discutible tanto por presencias (¡Diana Krall en el apartado de ‘grandes intérpretes’!) como por ausencias. Pero es diversa, un muestrario amplio de la inmensa diversidad del jazz que, lógicamente, no llega a abarcar en toda su dimensión. Pero es estimulante encontrar junto a los inevitables Louis Armstrong o Ella Fitzgerald (claro) a Bernard Lubat, Marc Ducret, Le Sacre du Tympan, E.S.T., Joachim Kühn, Paolo Fresu o Youn Sun Nah. Y antes que con las numerosas ausencias de nombres y de estéticas más radicales, prefiero quedarme con la cantidad de puertas que esta colección puede abrir al recién llegado y también al presuntamente ilustrado, máxime cuando la selección lo es a un 50% de grabaciones previas y posteriores a 1962 (¡la gran falla de los sesenta!). Eso sí, una vez al oído se le despierte la curiosidad, el trabajo de documentación le corresponde al oyente, que aquí nada se dice. Ni quién es quién ni por qué se elige cada tema. Al fin y al cabo hemos de suponer que cuando de un músico se elige un corte se hace por representativo. ¿O no? Eskenazi dice que de cada músico se ha elegido un tema de su “periodo esencial” (terreno claramente subjetivo) y que se han tratado de evitar los más “célebres” (Ejemplo: del cuarteto de Dave Brubeck ni Take five ni Blue rondo à la turk sino The golden horn). También que se han decantado por cortes breves para que pudieran entrar en los 80 minutos máximos de cada CD y que han quedado fuera músicos (cita a John Zorn, Anthony Braxton, Brad Mehldau y Pat Metheny) por cuestión de derechos de autor. Lástima, insisto, del complemento informativo que le dé al objeto el valor añadido que hoy apenas tiene comparado con una lista de reproducción (gratuita) en Spotify. Porque de eso se trata, ¿no?

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

viernes, diciembre 14, 2012

Ablaye Cissoko & Volker Goetze - "Amanké dionti"


Hay ocasiones en que es mejor dejar las cosas como están. ¿Por qué cambiar lo que funciona de forma natural? Si algo fluye, mejor no ponerle trabas en su discurrir, por mucho que éstas se propongan mejorar lo presente. Cuando la materia prima es de por sí primorosa, no son necesarios los aditivos. Si acaso, conservarla.

Puede resultar anacrónico que en estos tiempos de comunicación inmediata, en los que más que nunca el baile de las alas de una mariposa agita huracanes a miles de kilómetros, alguien pueda tener en consideración el factor humano. No obstante, quizá este fervor digital ayude – por hartazgo del estrés – a revalorizar costumbres ancestrales, aunque sólo sea para ingresarlas en un polvoriento museo. ¿Tiene algún sentido práctico esperar a que el trovador llegue al pueblo a cantar las noticias? Éste sería humillado de inmediato por algún vecino portador de un teléfono “inteligente” (resulta que todavía estamos buscando si hay vida inteligente entre nosotros y los teléfonos nos tomaron la delantera), que mientras “actualiza” las (viejas) nuevas retrata al objeto de su burla para la posteridad efímera de un tweet. Recemos para que al juguete de la inmediatez le responda el poso de la reflexión que permite el canto que brota del pensamiento.

Permítaseme la divagación al calor de una música que la permite. Si algo hay en este segundo disco del senegalés Ablaye Cissoko y del alemán Volker Goetze es espacio para ella. Y es que Amanké Dionti tiene la virtud de la calma en tiempos de agitación y, en particular, la de dejar las cosas como (bien) están. De acuerdo, una expresión musical por bien hecha que esté al natural permite su manipulación pero, ¿qué pasa si se la deja tal cual? Que incluso gana. Eso hace Volker Goetze, que mete su trompeta lo justo para colorear en un universo que lo es de la kora y la voz de Cissoko. La música brilla por su natural sencillez y Goetze le proporciona ese punto jazzístico tan agradecido en una música que por su cierto estatismo armónico lo permite.

La música africana (¡qué enorme generalización geográfica y cultural!) y sus músicos han tenido que soportar la curiosidad y la voluntariosa “vuelta a los orígenes” de tantos y tantos proyectos de occidentales que lo único que hacen con sus buenos (y, por lo tanto, peligrosos) propósitos es desnaturalizar aquello por lo que hicieron el viaje. La mentalidad colonialista (más o menos consciente) se impone en muchos casos, como también en gran parte de la música africana que hemos conocido y que ha dependido (y sigue dependiendo) mucho de la metrópoli, tanto en sus rudimentos técnicos como en su centrifugado estético (por aquello de hacerla asequible al endeble oído occidental). No es que este Amanké Dionti sea radicalmente extraño a esos procederes (entre otras cosas, está grabado en París) pero al menos Volker Goetze practica el arte de la discreción y no deja de ser una suma a la expresión natural del senegalés, una voz preciosa que forma parte de la ingente y fascinante nómina de artistas del área Mali – Senegal (quizá la que mejor conocemos musicalmente de todo África) que mantiene la vocación de narradores de historias en alguna de las lenguas mandé.



Las letras de Ablaye Cissoko cumplen con la función pedagógica e informativa del griot: pedagogía del respeto a la sirvienta en el tema que da título al disco - Amanké Dionti (algo así como “ella no es tu esclava”) -, dado que muchas muchachas de áreas remotas son enviadas como sirvientas a las casas de los pudientes urbanos -; aliento de la tolerancia ante las opiniones ajenas en Togna, e incluso defensa del valor del artista en el inicial Kana Maloundi. Además de rescatar un tradicional, Miliamba, que rememora tradiciones y mitos ancestrales, y de dos instrumentales (vibrante Silo, con la colaboración del percusionista Joe Quitzke), Cissoko recuerda la catástrofe de Haití en un tema complementado en la edición CD con un video que forma parte del documental de título Griot firmado por Goetze. Y es que la relación entre el alemán y el senegalés es intensa y queda documentada hasta la fecha en dos trabajos discográficos y en ese audiovisual rodado cuando trabajaban en el anterior disco, Sira (2008).

Afirma Goetze que, cuando tocan juntos, se sienten en un estado parecido al de la meditación. Que para alcanzarlo es necesaria la paz y que una vez logrado ese estado es difícil de mantenerlo durante mucho tiempo. “Es un trabajo duro. La mente divaga”. ¡Cuánta razón! Engañémosla con discos como éste, divaguemos largo y tendido. Despistemos al tiempo presente y hagamos lo contrario de lo que la pantalla “inteligente” espera de nosotros… Perdón, ya me he puesto de nuevo a divagar.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

sábado, diciembre 08, 2012

Periodismo pop. ¿Hacia una OT periodística?


"Y aquí, ¿quién gobierna?”. Acababa de aterrizar en una ciudad extraña para él y era de su máximo interés saber qué partido gobernaba. Su red de emisoras de radio se había hecho con la propiedad de una emisora que, hasta entonces, había permanecido asociada a la cadena pero cuyo propietario era un particular.

Bieito Rubido, que cobra como director de ABC, despidió a la experta en terrorismo durante veinticinco años – vida ajetreada por ello – diciéndole: No sé quién eres, pero estás en la lista.

Entre el despido ignorante del director de 'ABC' y la ignorancia política del nuevo gestor de la emisora de radio hay un nexo común, un motor de acción: la visión economicista del periodismo; la profesión como negocio. El periodismo para beneficio de…  los accionistas (ya se encargó 'El País' de dejárselo bien claro a sus lectores).

Bieito despedía a una profesional sin saber qué perdía profesionalmente, desconocedor del personal de un medio que le tocaba en suerte dirigir. El nuevo gestor de la emisora de radio tenía interés por el partido en el gobierno porque quería obtener una licencia para FM de la que carecía la emisora – o al menos la vista gorda para su emisión “alegal” en FM -, amén de otras prebendas. Resultado: la retirada del micrófono de profesionales incómodos con el poder.

Son sólo dos ejemplos del medio al servicio de los fines económicos, ya sea mediante recortes de personal o por censura del personal. El libro Queremos saber – Cómo y por qué la crisis del periodismo nos afecta a todos (Editorial Debate) ofrece muchos, un verdadero glosario de los descalabros periodísticos del presente escrito por doce profesionales del periodismo tan prestigiosos y veteranos como Pilar Requena o Ramiro Villapadierna (él es quien relata el despido de la periodista de 'ABC') y jóvenes (o no tan veteranos) como Mayte Carrasco o Mónica G. Prieto.

 

Un libro que es un interesante ejercicio colectivo de reflexión (y autocrítica) sobre los valores del periodismo frente a esta avalancha de precarización que está sepultando la profesión y en la que se está confundiendo de forma interesada comunicación con periodismo: Salvo los blogs, tanto Twitter como Facebook no son periodismo. Son comunicación. Y las normas que rigen ambas actividades son muy diferentes, afirma Javier Espinosa en su texto. Una confusión que se condensa en la siguiente expresión adjudicada al usuario de redes sociales (sin duda, tan anónimo como los mercados) y expuesta por el periodista Juan Varela en el artículo “Nadie da ya un céntimo por el olor de la tinta” de eldiario.es: Si son importantes, las noticias me encontrarán a mí.

¿Seremos capaces de leerlas cuando nos encuentren, aturdidos como estamos por la vertiginosa cascada de titulares variopintos en ciento cuarenta caracteres? Es cierto que las noticias pueden encontrarle a uno, aunque no menos cierto es que, de seguir así las cosas, al hacer clic sobre el enlace correspondiente accederemos a una página en blanco. Sin presupuesto, no hay periodista que redacte la noticia.

Recomiendo la lectura del libro, dedicado especialmente al periodismo de internacional y muy en particular a la prensa escrita (si bien Pilar Requena es una conocida reportera de 'Televisión Española' y que periodistas como Mayte o Mónica pertenecen a ese periodismo “multimedia”, de supervivencia y, si me apuran, suicida, de las actuales generaciones freelance. Malabaristas del reporterismo bélico por
"cincuenta céntimos" - según expresión de Mayte -, donde lo mismo se hace crónica radiofónica, que se ejerce de fotógrafo o de cronista de las propias miserias).



¿Y la radio?

Mucho se habla de la crisis del periódico (y es un asunto que me interesa, de veras; sigo siendo tan poco práctico que gasto por lo que tiene acceso gratuito y encima me mancho los dedos de tinta), pero muy poco o nada de la radio. ¿Por qué? No son menos los males que aquejan a este medio, por mucho que se haya “adaptado” mejor a la inmediatez de la sociedad del frenético tweet o padezca en menor grado el descenso de ingresos publicitarios. Es obvio que el papel de un periódico se enfrenta a problemas muy específicos en estos momentos digitales (y gratuitos), pero la radio ha ido perdiendo tanto grosor intelectual y diversidad de contenidos como páginas la prensa diaria, y ese no es menor problema.

Cuando la actual dirección de 'RNE' se cargó a muchos de los profesionales y programas de la anterior etapa, de la casa salían voces que denunciaban que el cambio iba a ser por programas y periodistas ya no sólo afines al poder sino por contenidos ligeros y simpáticos que obviaban la gravedad social y política del momento presente. De acuerdo, el giro ha sido evidente al respecto pero, ¿era un periodismo sólido y de entidad el que se estaba practicando? Tener una hora en antena a Elvira Lindo, como hacía Toni Garrido, para que comentara lo primero que se le pasara por la cabeza con noticias que le iban enunciando, o a El Gran Wyoming y a Juan Luis Cano rellenando minutos con ocurrencias sin guión, no parece el mejor ejemplo de periodismo profesional.

Hace tiempo que la ligereza y el simpatiquismo han colonizado las emisoras de radio. Todavía recuerdo el bochorno que el veterano periodista Vicente Romero pasó, e hizo constar, cuando, sin solución de continuidad, le hicieron pasar en ese mismo programa de 'RNE' de contar una durísima historia sobre niños huérfanos en Kenia (que había presentado en ‘Informe Semanal’, de 'TVE') a su pronóstico para un partido de fútbol. Problemas de frivolidad generalizada en los medios y de jerarquización informativa (algo que, por cierto, es muy evidente en las portadas digitales de los periódicos, donde puede convivir al mismo nivel la tragedia más terrible con el último gol de Messi), determinada en muchos casos por el número de visitas que incita, la más de las veces, un titular provocador.

La radio sufre tanto como los periódicos el despido de profesionales. No hay como echar una oreja a la 'Cadena SER' para comprobar cómo los espacios locales se han reducido a su mínima expresión. Todo es cadena y donde antaño la radio local contaba con hasta cuatro horas, ahora son escasos minutos engullidos por la ampliación de ‘La Ventana’ que dirige el simpatiquista Carles Francino (para el que todos los oyentes son “amigos”… ¿efecto Facebook?), capaz de tener a Jon Sistiaga de tertuliano para hablar de la lotería de Navidad.



Opinión no es información

Si el periódico de información se ha visto relegado por el periódico ideológico (gracias tanto a columnistas en colonización permanente del espacio informativo como por la evidente y nociva intencionalidad ideológica de las cabeceras), nada más y nada menos sucede en la radio, cuyos principales espacios “informativos” tienen de información la brevedad de las redes sociales. De los titulares, a la opinión. Una tertulia permanente que nada tiene que ver con el conocimiento de las causas y sus consecuencias. Un simple entretenimiento porque, como la misma radio dice, estamos “para entretener”. Añaden lo de informar, aunque los espacios informativos como tales o no existen o se limitan a reportajes cosméticos de fin de semana. La cháchara diaria está al servicio del guirigay político. Frases (más o menos) inocuas de la verborrea política dan de sí largas horas de radio… y se convierten en trending topic, claro.

La radio hoy es tertulia (sí, también sobre la lotería de Navidad) y fútbol, el verdadero colono de la radio. Si Palestina lo tiene difícil para crear un Estado, más complicado lo tienen los contenidos para colarse entre la colonia de exabruptos de Roncero y gritos de “¡¡gol!!”. El fin de semana es suyo y entre semana la programación se interrumpe - a pesar de la gravedad informativa del tiempo presente – para narrar un apasionante partido de vuelta de Copa del Rey (resuelto en la ida) entre el Real Madrid y el Alcoyano.



Falta de credibilidad...

La credibilidad del periodista está no sólo en la calidad de su trabajo, también en su independencia. Difícil de esperarla cuando muchos de ellos son voces publicitarias de anuncios enunciados como si de información se tratara – es parte del objetivo de esa forma de publicidad, difuminarla entre los contenidos “informativos” como si fueran uno más y ganarse al cliente por su confianza en el comunicador -. Paradigmático es, al respecto, el alto contenido publicitario de los programas deportivos protagonizado por sus propios locutores (la mayor parte, publicidad de casas de apuesta. Todo muy edificante).

Creo que fue el catedrático Vicenç Navarro quien recientemente, y tras soportar una batería publicitaria como invitado del ‘Hoy por Hoy’ de la 'SER', vino a decir que: ya veo que tienen mucha publicidad de bancos, lo que me parece bien. Pero, ¡sean críticos con ellos! Difícil objetividad cuando el salario de uno depende en gran medida de quien se promociona en el medio o es directamente inversor suyo. Me consta más de una censura informativa en los medios para no molestar a empresas que ponen su publicidad en ellos.

... y de personal.

Aquí las cosas van a peor, la sobrecarga de trabajo que tenemos por culpa del ERE que nos han impuesto (después de la bajada de sueldo) nos afecta cada vez más, hay una desmotivación muy grande y ya no es que no lleguemos a todo, es que cada vez, por lo menos a mí, me interesa menos esforzarme tanto, que es lo más triste...

Son palabras que me escribe una periodista amiga y que definen una realidad y un imposible. El que denuncia David Simon (periodista y creador de series de televisión como The Wire o Treme) en una entrevista a la revista ‘Jot Down’: Me hace mucha gracia ese lema que utilizan tantos últimamente de que "tenemos que hacer más con menos". Pues no. Si me das menos, haremos menos. Y probablemente lo haremos peor. Y las cosas, ciertamente, se están haciendo peor. Y la gente que no paga por informarse y que se nutre de las redes sociales ha perdido en parte su capacidad para discriminar la veracidad de la fuente. Las cabeceras han perdido jerarquía (todo hay que decirlo, se lo han ganado a pulso) y al “lector” lo mismo le da quién firme qué, olvidando que esas noticias que “nos encuentran” llegan a nosotros por efecto de la multiplicación de los clics, que tienden a lo espectacular, no a lo relevante, cuando no a lo directamente estúpido.

Dice Simon: Lo importante es que cada vez que despiden a un periodista, la calidad de la información baja. Cuando no queden suficientes periodistas, ya no tendremos información de calidad, tendremos otra cosa. Y a mí no me gusta la perspectiva.

Una perspectiva que sitúa con precisión Ramiro Villapadierna: todo se "democratizó" para ser popular, hasta que la audiencia primero, y los blogueros  después, marcaron la iniciativa. Tal vez sea comparable a cómo el éxito social y mediático de la cultura pop en los años sesenta y setenta hizo creer a una generación que cualquiera podría ser artista, si era capaz de armar tres acordes de guitarra. O, ya en los noventa, que también podría ser reportero de guerra o estrella de la televisión; tal y como de la música y el arte pop se pasó a la televisión pop, había de llegar también el momento del periodismo pop. O blog.

Sin dejar de ser consciente de que existe una cosa llamada 'The Huffington Post' (creada por Arianna Huffington, el diablo vistiendo de Prada, según David Simon), ¿para cuándo una OT periodística?

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

jueves, diciembre 06, 2012

Sahar Vardi, el precio de la insumisión en Israel

Sahar Vardi (Jerusalén, 1990) forma parte activa de algunos de los escasos movimientos civiles que en Israel se oponen a la ocupación de los territorios palestinos. Vardi se negó a hacer el servicio militar obligatorio, motivo por el que ha sido encarcelada en su país. El miércoles 5 de diciembre ofreció en la librería 'La hormiga atómica' de Iruñea - Pamplona una conferencia bajo el título de Refusenik - El precio de la insumisión en Israel que puedes escuchar y leer íntegramente en este enlace.

 

Hay probablemente dos factores fundamentales en la forma en la que crecemos. Nos educan desde muy pequeños, por un lado, en el miedo y, por el otro, en la militarización.

Nos reunimos en torno a la mesa, con comida, se canta y hay una canción que entonamos todos unidos que se podría traducir algo así como: en cada generación alguien intentó exterminarnos. La semana siguiente se celebra el día en memoria del Holocausto. La siguiente, el Memorial por los soldados y la mañana siguiente es el 'Día de la Independencia'. En muchos sentidos ese es el concepto: siempre ha habido alguien que ha tratado de asesinarnos - el Holocausto es, obviamente, un buen ejemplo de eso -, y por ello los soldados tienen que luchar y morir para que puedas tener un país.

En el jardín de infancia. A un lado, los números del uno al diez y al otro, símbolos. Así que tienes tres recuadros que tienes que relacionar con el número tres. Los símbolos son aviones, tanques, el símbolo de la fuerza de defensa del ejército israelí. Y eso tan sólo para aprender a contar. Hay símbolos militares en todas partes, toda tu vida rodeado por ellos.

... un militar de dieciocho años regresa a casa para el fin de semana y lleva su arma consigo. El fin de semana sale a beber, a pasárselo bien con los amigos y muchos de ellos llevan las armas consigo. Así que es algo que te acostumbras a ver.

Y el colegio que habíamos pintado quedaba al otro lado de la valla, así que los críos tenían que pasar todos los días por un checkpoint para llegar al colegio. Y esa era una realidad que yo no podía entender. Quiero decir… mi vida continuaba siendo básicamente la misma, como si fuera de hecho cualquier ciudad europea. Para mí la idea de la ocupación es también la de las historias horribles que escuchas sobre gran violencia aquí y allá pero, sobre todo, para mí es la de la vida cotidiana. Cuando, literalmente, te levantas cada mañana y tienes que pasar por un soldado y enseñar tu carnet de identidad para poder llegar al colegio.

Y los soldados empezaban rápidamente a disparar gas lacrimógeno… Para mí eso resultaba una situación muy extraña porque crecí sabiendo que los soldados estaban para defenderme, que ese era su propósito y que los palestinos eran, obviamente, mi enemigo. Y entonces llegas a esta protesta y los soldados te disparan y son los palestinos los que te dan cebollas para protegerte del gas lacrimógeno y se entra en una dinámica en la que no sabes quiénes somos nosotros, quiénes ellos y quién está contra quién.

Yo pasé unos dos meses en una prisión militar y otros tres en detención. Fui liberada oficialmente por mi enfermedad mental, así que también estoy oficialmente loca.


... todos los primeros ministros pasaron por el ejército aunque no fueran generales. Cuando permites que antiguos militares dirijan un Estado, cuando resuelven cualquier problema lo resuelven como soldados, lo resuelven mediante acciones militares porque es lo que ellos conocen.

... cuando Estados Unidos quiere construir la valla entre ellos y México para prevenir la inmigración, cogen la tecnología de la valla que está comprobado que funciona en Cisjordania. Cuando Francia quiere comprar nuevos drones para enviar a Afganistán, compra los que Israel probó que funcionaron en los ataques a Gaza de 2009. Y aquí es donde puedo dirigirme a vosotros, porque esta economía militar es algo verdaderamente global. La ocupación es únicamente sostenible gracias a todos estos gobiernos que siguen diciendo que están contra ella y a la vez la están subvencionando y comprando sus productos.

La reacción de la Autoridad Palestina no es menos violenta que la israelí. Arrestan a lo loco, golpean… bueno, también hemos oído que en Madrid utilizan pelotas de goma contra los manifestantes. Quiero decir que la Autoridad Palestina actúa como cualquier otro Estado cuando su juventud trata de levantarse de forma crítica. Así que quizá merezcan ser un Estado, han probado que pueden hacerlo.

No tengo aquí mi carnet de identidad pero el Ministerio del Interior tiene tres clasificaciones. La primera es tu pasaporte, tu ciudadanía, que es israelí. La segunda es la nacionalidad, que no es israelí. Es judía o árabe o drusa, que son los grupos principales. El tercero es la religión. Y de nuevo, la religión puede ser judía, cristiana, musulmana, budista… la que sea. En lo que concierne al gobierno de Israel estas son cosas separadas. Así que cuando preguntas por otros Estados musulmanes, Israel no se ve igual que ellos porque lo que ellos ven como judaísmo es la nacionalidad y no la religión. Así que en lo que se refiere a la división que hace Israel, el Estado no es un Estado religioso, es un Estado Nacional Judío.

Hay un dicho que dice que un pesimista es el que piensa que las cosas pueden empeorar y un optimista es una persona que cree que, ¡sí, pueden empeorar! Así que creo que ese es el punto en el que nos encontramos.

Las películas son muy críticas. Nuestro Ministro de Exteriores, Lieberman, que podría formar parte de nuevo del próximo gobierno, ha sugerido un contrato específico para directores de cine que deberían firmar un acuerdo de lealtad con el Estado. Y eso es porque sí, el cine es muy crítico.

Oficialmente el 35% del presupuesto palestino es para la policía; es superior al de Israel que ya es lo suficientemente alto. Y todo ese es dinero estadounidense, en ambos casos. Dónde ponen el dinero todos estos políticos tiene poco que ver con la población palestina y sí con los intereses de Estados Unidos o con los intereses de la industria armamentística. Esa es otra perspectiva más allá de la corrupción, que es muy obvia en la Autoridad Palestina. Casi ni siquiera tratan de ocultarla.

En 2009 o 2010, Hillary Clinton estuvo en Israel y dijo que debían detener las demoliciones en Jerusalén Este y mientras permaneció en el país hubo demoliciones. Se lo tomó como algo personal y aparentemente abroncó a las personas adecuadas. Desde entonces hasta hoy, de las cien casas que se solían demoler al año, se pasó en Jerusalén a quizá un par de docenas, incluso no tantas.

Hay un sitio web que se llama ‘Who profits?” que tiene un mapa con todas las organizaciones y corporaciones que sacan beneficio de la ocupación israelí. Debería ser lo suficientemente aproximado para ver qué corporaciones internacionales están implicadas aquí y allí y así poder afectar a vuestra decisión de dónde poner vuestro dinero o en qué dirección presionar a vuestro gobierno sobre dónde pone vuestro dinero. Estas son cosas que, al final, realmente tienen influencia sobre el terreno.

 

miércoles, diciembre 05, 2012

Entrevista a Agustí Fernández

Agustí Fernández en la cafetería de L´Auditori (Foto: Carlos Pérez Cruz)

"¿Cómo funciona el mundo? ¿Cómo funciona la naturaleza? Los planetas, las sociedades, las células… En una improvisación estamos haciendo lo natural. El artificio es intentar hacer algo rígido y preestablecido, no natural. Pero es un concepto que se arrastra desde el siglo XIX, que la obra de arte es una cosa fija e inmutable que viene de Dios. Hoy en día se sabe que no es así y la obra de arte tiene que estar lo más cerca de la naturaleza, de la ciencia, de la persona, de la sociedad. Lo que pasa es que la sociedad aún no es capaz de reconocer a través de la música las relaciones, los comportamientos, la información que se está dando, que es la misma que te da un bosque o un atasco de tráfico".

"Aprendí de Paul Bley a dejar espacios para que la gente pueda asimilar lo que estás haciendo. No son momentos de indecisión, son de remanso para que se pueda asimilar y prever lo que va a venir, aunque luego no se confirme. Hay una interacción con el pú
blico. Abres la ventana, el público se imagina qué habrá en la ventana y luego cuando la abres hay otra cosa o no. Hay una interacción. Con el pop, no. Es una apisonadora que te pasa por encima para mover el esqueleto y decir ole, ole y ole".

"Juan Carlos Calderón, que era músico de jazz, decía que en los sesenta no podía vivir de esto porque a los conciertos no venía nadie, sólo los barbudos con pantalones de pana. Cincuenta años después sólo vienen los barbudos con pantalones de pana. (Bueno, y algún joven - le interrumpo) Y algún joven que dentro de unos años será un barbudo con pantalones de pana".

"La música improvisada es la música natural de nuestro tiempo. Expresa el espíritu de nuestro tiempo pero la sociedad viene con retraso. Igual tenía razón mi amigo Peter Kowald cuando decía que la música se entiende una generación después de que se haya producido y se asimila dos generaciones después de que se haya producido".

Escucha la entrevista a Agustí Fernández en Club de Jazz:
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