Ha pasado mucho tiempo
desde que no veía un partido de la NBA. Nunca lo había hecho in
situ. Tuve la suerte de poder seguir los años de Andrés Montes en
Canal +, desde los comienzos con Segurola hasta la configuración de
la pareja con A. Damiel, "crónica en rosa de la NBA". No
tengo recuerdos de haberla seguido especialmente en TVE, con Pedro Barthe y Ramón
Trecet, aunque seguro que lo hice en alguna ocasión excepcional.
[Ramón, al que tantos años seguí en 'Diálogos 3' y que a
principios de este año... ¡me bloqueó en Twitter!]. Tengo memoria
de muchas madrugadas, de intentar dormir algo para despertarme a las
dos de la madrugada (partidos de las costa este) o pasadas las cuatro (partidos de la oeste), de partidos que me dejaron sopa y de
otros que me impidieron recuperar el sueño. Me acuerdo del debut de
Pau Gasol en los Grizzlies, o de la última canasta del último gran
Michael Jordan para darle a los Bulls un título de la NBA. También
recuerdo ver una grada semivacía en el pabellón de los Magic de
Orlando y preguntarme por qué demonios estaba yo despierto de
madrugada si ni siquiera sus aficionados iban allá por la tarde a
verlos. Después me hice grandecito, desapareció la televisión de
pago y se acabó la NBA, aparte de que el baloncesto USAmericano fue
perdiendo interés para mí en comparación con el europeo. Tengo la
impresión de que uno de los grandes problemas del baloncesto europeo
-sea Euroliga, sea ACB- es que no han dado con la tecla para
venderse en casa como sabe hacerlo la NBA. Muchas de las jugadas que
ésta empaqueta para la televisión se ven en nuestras canchas y
nadie se entera.
Anoche tuve mi primera
experiencia en un pabellón de la NBA, en el Verizon Center de
Washington DC, cancha de los Wizards, uno de los peores equipos de lo
que llevamos de temporada. Doy fe de que son malos con avaricia, tanto
como de que su mejor jugador es un polaco, Marcin Gortat, que venía
de ser 'jugador de la semana' en el Este. Lo curioso de cómo se
vive un partido de la NBA en una cancha de la NBA es que lo de menos
es el partido, porque hay tantísima actividad a su alrededor, y en
sus tiempos muertos, que no eres casi nunca consciente de que lo que
venías a ver es un partido de baloncesto. Del impacto de la
inmensidad del pabellón te repones medianamente pronto, de lo que no
te repones es del ritmo frenético de actividad a tu alrededor, de
reclamos en la inmensa pantalla del pabellón, de juegos en la cancha
con cada parón, de "regalos" que llueven del cielo. Va todo a tal
velocidad, con tanta pompa, que las cerca de dos horas y media de
partido parecen una. Y eso tiene algo de bueno y algo de malo. Lo
bueno: un partido horrible se digiere como una hostia de misa. Lo
malo: la exagerada exhibición de medios convierte el baloncesto en
un Disneyland, en una falsa realidad. La sobreabundancia de efectos
convierte en extraordinario algo tan convencional y soporífero como
un Wizards – Clippers. Y eso requiere tal dispendio que parece
insostenible. Desde luego la NBA no es una ecocompetición, aunque también tiene algo positivo: los aficionados no parecen tomarse tan en serio a sus equipos. No es cuestión de vida o muerte, sólo un entretenimiento (en España insultaríamos hasta al vídeo que pide que no se utilicen palabras gruesas durante el partido).
Creo que vemos mejor
baloncesto en Europa, pero insisto en que lo vendemos mal o que nos
sigue deslumbrando la NBA por una cuestión de mera convención,
porque nos deslumbró en su día y ese destello parece que nos cegó.
Por supuesto, hay enormes jugadores y equipos aquí, pero la riqueza
táctica sobre el tablero de la cancha es superior en Europa. Por eso
no sorprende que el jugador más creativo anoche fuera alguien que
ha hecho su carrera en Europa, especialmente en el Baskonia, el gran
Pablo Prigioni. Su lectura del juego, cómo generó espacios y
repartió asistencias (a menudo, desaprovechadas por sus compañeros),
fue la lección de un tipo que con 38 años sigue viviendo este juego como un niño pequeño. Fue mi ocasión para gritarle
"¡jugón!", para hacer mi pequeño homenaje a Andrés
Montes en una cancha de la NBA y reivindicar la riqueza del
baloncesto FIBA. Que los lujos de la suite no nos impidan ver el
cartón-piedra. Hollywood no está mal, ¡pero le faltan nuestros Haneke!
Carlos Pérez Cruz
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