De pronto los que estaban delante comenzaron a caminar lentamente. Los que iban detrás de ellos se miraron unos a los otros. Parecían desconfiados pero se dijeron: ¡oye, si van para allá será por algo! Y así los de adelante se dieron cuenta de que muchos les seguían y comenzaron a caminar más rápido. Un día los primeros se encontraron con uno que iba en dirección contraria. Se apartaron para dejarle paso pero conforme se adentraba en la masa de personas escuchó algunos insultos. La indignación era cada vez mayor entre quienes no entendían cómo alguien pretendía caminar en sentido inverso al del grupo y de los insultos se pasó a los puñetazos y a las patadas. Así llegó lastimado al final del pelotón al que vio alejarse. Exhausto permaneció unos cuantos días sin resuello hasta que apareció otro que como él había caminado en dirección opuesta al grupo. Y otro y otro y otro más... Unos ayudaban a levantarse a los otros, se preocupaban por el estado de los golpes, por las heridas del camino. Los primeros en llegar, una vez fortalecidos, se iban marchando, algunos juntos, otros en solitario, mientras que los que menos tiempo llevaban permanecían hasta recuperarse y poder ayudar a los siguientes en llegar.
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lunes, septiembre 29, 2008
viernes, septiembre 26, 2008
jueves, septiembre 25, 2008
Tomás San Miguel & Jorge Pardo - "Entre"
No es Entre mal título para el tercer disco que desde 1993 nos ofrece la pareja artística Tomás San Miguel - Jorge Pardo. La preposición "entre", dice la RAE, "denota la situación o estadio en medio de dos o más cosas". La trayectoria de Jorge Pardo es la de un músico que ha hecho carrera como jazzista con duende mientras que la de Tomás San Miguel es la de un compositor e intérprete de las llamadas (más ambiguo imposible) Nuevas Músicas y músicas Tradicionales con amplia experiencia también en las sintonías para radio y televisión. Así que para que su encuentro funcionara era necesario un entendimiento en un punto intermedio, en un escenario desde el que se pudieran divisar todos aquellos modos y maneras de ambos y se pudiera coger de aquí y de allá para que la conversación fuera fluida.
Cuatro años ha tardado en ver la luz este disco desde su grabación hasta su edición. Imagino que son cosas del mercado discográfico pero, por fortuna, al final se ha conseguido rescatar esta música del congelador y presentarla en sociedad (en petit comité). Aunque en el fondo esto no tiene más trascendencia que la que pueda derivarse de la dificultad del mercado porque en lo estrictamente musical estamos ante una propuesta atemporal, ajena a las prisas de la novedad y de la búsqueda de nuevas tendencias. Es un trabajo con la suficiente entidad como para ser más que un divertimento pero con amplia libertad como para poder sentir la sensación de encuentro improvisado y creado con el ánimo del momento. Y uno puede sentir cómo el pulso ibicenco (el del marzo de la grabación, no el pastillero del verano) afecta a la música como afectó también el atentado de Madrid (11 M) que tuvo lugar días antes de la composición y grabación de la bellísima Llanto de Marzo.
Es una suerte que no exista una idea estética prefijada, cerrada, en el desarrollo de los ocho temas del disco (al menos no se percibe) porque la música discurre por caminos tan diversos (y fronterizos) que el resultado final se enriquece con ellos. No es un disco estrictamente de Jazz aunque sin el Jazz sería difícil de entender. No es un disco de Nuevas Músicas (ya, ya sé que es ambiguo) pero sin todo el legado de este "género" y la propia carrera de Tomás San Miguel no se podrían entender muchos de sus conceptos. Quizá por eso Jan Garbarek decía aquello de que él no tocaba Jazz. Y ya sabemos toda la belleza musical que ha surgido a partir de su concepción de la creación musical. Quizá por eso (como si de una declaración de intenciones se tratase) los primeros segundos del disco recuerdan mucho al sonido del noruego. Pero sólo los primeros porque luego Jorge Pardo y Tomás San Miguel nos llevan por otros derroteros, valses, Música de Cámara (desde una concepción ortodoxa del término), guiños flamencos y árabes (¿puede entenderse lo uno sin lo otro?), canciones melódicas, atmósferas cinematográficas (de film noir, San Miguel dixit) y experimentos más o menos improvisados.
Es Entre un disco modesto, nada pretencioso, en el que Jorge Pardo encuentra amplios espacios para una improvisación relajada que dice mucho de su capacidad de adaptación y de expresión (ya sea con la flauta o con los saxos tenor o soprano) y en el que Tomás San Miguel es el artífice de las atmósferas, del tono y el pulso general de una música que tiene más de lo que a primera escucha pueda parecer. Y es que si saber hablar varios idiomas facilita la comunicación humana, saber moverse Entre diversos lenguajes musicales con la naturalidad con la que ellos lo hacen facilita momentos tan hermosos como los de este disco que está en medio de muchas partes y en el centro de todas.
© Carlos Pérez Cruz
Puedes escuchar íntegro el disco en la edición nº45 de "Sonidos... del Mundo de la Música" en www.librecreacion.com/carlos/
Comentario publicado originalmente en la web del "Club de Jazz" en
www.elclubdejazz.com
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miércoles, septiembre 24, 2008
Imbéciles
Desde hace unos años asisto aterrorizado (siento no exagerar) a la derrota del silencio frente al ruido. Derrota en muy diversos ámbitos, por supuesto, pero en esta ocasión me voy a centrar en la derrota en el Arte (aunque todas las batallas pertenecen, en el fondo, a la misma guerra). No logro entender las razones que han llevado a una progresiva contaminación acústica en las salas de cine, teatros, auditorios, etcétera. Hace tiempo que saqué pañuelo blanco y me entregué. No hay nada que hacer.
Asisto en X (da igual la geografía, en Iberia el resultado es el mismo o sólo peor) a una proyección vespertina de Vicky Cristina Barcelona de Woody Allen. Apenas estamos unas treinta personas en una sala de enorme capacidad. Desde el primer segundo de proyección una pareja (hombre y mujer) de unos sesenta años de edad (cálculo mental meramente aproximativo) conversa y comenta ya cada plano de la película. Tras dos o tres minutos de cortesía mi pareja se gira (yo, insisto, admití hace tiempo mi derrota), les ruega educadamente que dejen de hablar y vuelve a girarse para recuperar la posición inicial. En ese volver a la posición la pareja retoma su animada (profundísima e inaplazable) conversación. Nos batimos en retirada a un lateral de la platea. Derrota.
Este episodio me llevaría a remorar otras memorables batallas perdidas recientes (el adolescente que se descalza, sorbe ruidosamente su vaso ya vacío de una bebida gaseosa de cola y atiende al teléfono móvil durante la proyección de El Caballero Oscuro o el joven mexicano - inconfundible su acento - que canta y le (nos) anticipa con su imaginación cada escena a su subyugada novia o presa de la noche durante el último Indiana Jones) o no tan recientes (el hombre polaco - inconfundible su acento - que atiende el teléfono móvil durante la proyección de Zatoichi, el joven - adolescente mental, sin duda - que se descojona con el tiro en la cabeza de una película de ambientación en el Holocausto o las muchas señoras ociosas que han confundido, confunden y confundirán la sala de cine con la cafetería en la que se ponen al día del tomateo sociotelevisivo en innumerables proyecciones).
Después de asistir a la proyección de la mencionada película de Allen acudimos en la misma ciudad (la ciudad X) a la actuación de la cantante Estrella Morente. Es en la plaza de la Catedral de la citada localidad. Las conversaciones en voz alta, las animadas y elevadísimas (el ruido musical así lo exige) charlas telefónicas (¡¡¿¿Cómooooooo??!! ¡¡No te oigoooooo!!) y, sobre todo, las muy documentadas opiniones sobre lo que se escucha (dicen que la presunción es sagrada) me impiden no sólo entender las letras sino escuchar la música (sobre todo cuando es más piano que forte). Podría explicármelo por la gratuidad de la plaza, por ser ésta un espacio público, pero está mal engañarse. La película de la tarde era de pago y el equivalente de contaminación acústica estaba en clara equivalencia con el de la masiva presencia de espectadores (¿?) del concierto.
¿Qué significa el Cine para la gente (ese ente)? ¿Y la música? ¿Alguien puede decir, sin temor a ser cazado en su mentira, que ha escuchado un concierto o visto una película si no ha prestado atención alguna? ¿Qué tipo de experiencia busca el personal en estos acontecimientos? Porque es imposible profundizar en lo que sucede, en lo que la película te cuenta, imposible viajar (espiritual, física o emocionalmente) en el tiempo y en el espacio con la música, dejarse embriagar por las armonías que salen del escenario. Porque yo lo intento y no me dejan, ¿cómo va a conseguirlo quien ni siquiera pone de su parte? Da lo mismo, acudimos al cine, al teatro, a los conciertos como si de un bar de copas se tratara. Nos convertimos en protagonistas del espectáculo cuando ¿no deberíamos ser los espectadores? Es la cultura del "hilo de fondo", el Arte sólo es la guarnición de nuestro expléndida condición de seres sociales, de nuestra profunda existencia, el decorado de las muy interesantes e inaplazables conversaciones. Y luego dicen que las personas se comunican cada vez menos. Quizá tengan razón porque yo quiero decirles que son unos imbéciles y no se lo digo. Guardo silencio.
Asisto en X (da igual la geografía, en Iberia el resultado es el mismo o sólo peor) a una proyección vespertina de Vicky Cristina Barcelona de Woody Allen. Apenas estamos unas treinta personas en una sala de enorme capacidad. Desde el primer segundo de proyección una pareja (hombre y mujer) de unos sesenta años de edad (cálculo mental meramente aproximativo) conversa y comenta ya cada plano de la película. Tras dos o tres minutos de cortesía mi pareja se gira (yo, insisto, admití hace tiempo mi derrota), les ruega educadamente que dejen de hablar y vuelve a girarse para recuperar la posición inicial. En ese volver a la posición la pareja retoma su animada (profundísima e inaplazable) conversación. Nos batimos en retirada a un lateral de la platea. Derrota.
Este episodio me llevaría a remorar otras memorables batallas perdidas recientes (el adolescente que se descalza, sorbe ruidosamente su vaso ya vacío de una bebida gaseosa de cola y atiende al teléfono móvil durante la proyección de El Caballero Oscuro o el joven mexicano - inconfundible su acento - que canta y le (nos) anticipa con su imaginación cada escena a su subyugada novia o presa de la noche durante el último Indiana Jones) o no tan recientes (el hombre polaco - inconfundible su acento - que atiende el teléfono móvil durante la proyección de Zatoichi, el joven - adolescente mental, sin duda - que se descojona con el tiro en la cabeza de una película de ambientación en el Holocausto o las muchas señoras ociosas que han confundido, confunden y confundirán la sala de cine con la cafetería en la que se ponen al día del tomateo sociotelevisivo en innumerables proyecciones).
Después de asistir a la proyección de la mencionada película de Allen acudimos en la misma ciudad (la ciudad X) a la actuación de la cantante Estrella Morente. Es en la plaza de la Catedral de la citada localidad. Las conversaciones en voz alta, las animadas y elevadísimas (el ruido musical así lo exige) charlas telefónicas (¡¡¿¿Cómooooooo??!! ¡¡No te oigoooooo!!) y, sobre todo, las muy documentadas opiniones sobre lo que se escucha (dicen que la presunción es sagrada) me impiden no sólo entender las letras sino escuchar la música (sobre todo cuando es más piano que forte). Podría explicármelo por la gratuidad de la plaza, por ser ésta un espacio público, pero está mal engañarse. La película de la tarde era de pago y el equivalente de contaminación acústica estaba en clara equivalencia con el de la masiva presencia de espectadores (¿?) del concierto.
¿Qué significa el Cine para la gente (ese ente)? ¿Y la música? ¿Alguien puede decir, sin temor a ser cazado en su mentira, que ha escuchado un concierto o visto una película si no ha prestado atención alguna? ¿Qué tipo de experiencia busca el personal en estos acontecimientos? Porque es imposible profundizar en lo que sucede, en lo que la película te cuenta, imposible viajar (espiritual, física o emocionalmente) en el tiempo y en el espacio con la música, dejarse embriagar por las armonías que salen del escenario. Porque yo lo intento y no me dejan, ¿cómo va a conseguirlo quien ni siquiera pone de su parte? Da lo mismo, acudimos al cine, al teatro, a los conciertos como si de un bar de copas se tratara. Nos convertimos en protagonistas del espectáculo cuando ¿no deberíamos ser los espectadores? Es la cultura del "hilo de fondo", el Arte sólo es la guarnición de nuestro expléndida condición de seres sociales, de nuestra profunda existencia, el decorado de las muy interesantes e inaplazables conversaciones. Y luego dicen que las personas se comunican cada vez menos. Quizá tengan razón porque yo quiero decirles que son unos imbéciles y no se lo digo. Guardo silencio.
Fronteras
Sacado del periódico "La Vanguardia" de hoy:
"Le contaré una historia -comienza Lali Jadonova, rusa de origen georgiano cuyo marido es armenio -. Tras la II Guerra Mundial, un pueblecito quedó dividido por la frontera entre Turquía y la URSS. A una mujer se le murió un hijo que vivía al otro lado y pidió permiso al soldado de la valla para cruzar. Éste le dijo que no, y ella se fue a Tiflis, luego a Moscú, a Europa, Estambul y llegó al pueblo, enterró a su hijo y se acercó a la frontera. El soldado, cuando la vio, comenzó a llorar. Pidió perdón a la señora y le dejó cruzar a su casa".
"Le contaré una historia -comienza Lali Jadonova, rusa de origen georgiano cuyo marido es armenio -. Tras la II Guerra Mundial, un pueblecito quedó dividido por la frontera entre Turquía y la URSS. A una mujer se le murió un hijo que vivía al otro lado y pidió permiso al soldado de la valla para cruzar. Éste le dijo que no, y ella se fue a Tiflis, luego a Moscú, a Europa, Estambul y llegó al pueblo, enterró a su hijo y se acercó a la frontera. El soldado, cuando la vio, comenzó a llorar. Pidió perdón a la señora y le dejó cruzar a su casa".
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miércoles, septiembre 17, 2008
Libertad
Sí. Esta imagen procede de una película pornográfica previamente censurada por un servidor como para que pueda ser vista por un bebé como algo normal: simplemente un hombre que se agarra a la teta. De hecho podría ser perfectamente la imagen de una campaña de sanidad animando a las madres a dar pecho a sus críos (que miren el placer que da, por cierto). Pero después de contemplarla durante unos minutos uno se da cuenta de que las cosas no siempre son lo que parecen (o sí). Si el lector se fija podrá contemplar al fondo un cuadro que parece rememorar la famosa imagen del izado de la bandera de Estados Unidos en Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial en el que aparece impreso un mensaje en grandes letras: FIGHTING FOR YOUR FREEDOM (Luchando por tu libertad). ¿Es esta la libertad que promete la lucha contra el terrorismo de USAmérica? (Porque si es así quizá cambie mi escala de valores). Pero me temo que en el fondo no es una campaña de reclutamiento del Pentágono. Porque si uno aparta los ojos viciosos de la mano y la teta y se concentra de verdad en el cuadro, fijamente, sin dejar el rabillo del ojo, le asalta una duda. ¿Nos nos estarán diciendo, en el fondo, que la lucha por la libertad da por el culo?
martes, septiembre 16, 2008
La Azotea (para la Potamaga)
Al acceder a la azotea vio que no estaba solo. No era el único que había decidido subir desnudo a aquellas horas en las que empezaba a clarear el día pero sin que todavía se tuviera noticia del sol. Pensó en volver atrás sobre sus pasos. Que pudiera haber alguien a esas horas era lo último que había imaginado pero estaba decidido y nada ni nadie frustraría sus planes. Comenzó a caminar antes incluso de que ella se girara al escuchar cómo se abría la puerta de la azotea. No se inmutó. Después de reconocer la figura desnuda del recién llegado volvió a recuperar su posición. Sentada sobre la barandilla apoyaba el tronco sobre sus brazos mientras las piernas bailaban ligeramente en el vacío. Él se acercó y sin mediar palabra se colocó a su lado, exactamente en la misma posición que ella. Ninguno dijo nada. Se aceptaron sin necesidad de pedir permiso ni disculpas. Empezó a sentir cómo el viento más frío del día, el que precede a los primeros rayos del sol, recorría como un escalofrío su piel. Hubiera agradecido una manta con la que cubrirse y, sin embargo, sintió algo que en su vida había sentido: sintió su existencia desde la punta de los dedos de sus pies colgantes hasta la punta del pelo más largo en la cima de su cabeza. Durante unos segundos cerró los ojos e imaginó que al final del abismo no estaba la calle, vacía a esas horas, apenas algún coche con legañas, sino un acantilado en el que estallaban las olas en violento oleaje. Todo resultaba tan fascinante y extraño que tuvo que abrir los ojos para convencerse de que era producto de su imaginación y que en el abismo seguía habitando el cemento, los coches aparcados, ahora también un señor que barría la calle ajeno a los dos cuerpos sobre su cabeza.
Seguían sin decirse nada aunque estaban tan próximos uno del otro que un mínimo movimiento de cualquiera hubiera hecho que sus cuerpos se rozaran. Ella tenía el rostro sereno y la mirada fija en algún punto que él no conseguía descifrar. A su izquierda un paquete de tabaco. De vez en cuando él la miraba de reojo, no se atrevía a romper la armonía que el silencio, el frío, la desnudez y las primeras luces del día le hacían sentir. Aquella mujer podía ser su abuela, sesenta y muchos años, incluso más. Le pareció muy guapa. Nunca había pensado así de una mujer que pudiera tener la edad de su abuela. Le llamó la atención lo bonitas que eran sus piernas que, al igual que las suyas, seguían bailando serena pero incontrolablemente en el vacío. De pronto ella rompió el silencio y, tras coger el paquete de tabaco, le ofreció un cigarrillo.
- No gracias, no fumo.
Ella encendió uno y aspiró profundamente. Después soltó el humo y el humo se camufló en el vaho. Largos segundos y una nueva calada, cada vez más profunda, cada vez más tiempo el humo en su interior.
- Eres muy joven para no fumar -, dijo ella.
Le hizo gracia el comentario pero no respondió. Se había sentido tan bien en silencio que no le apetecía iniciar una conversación. Sonrió.
- ¿Cuántos años tienes?
Una segunda pregunta sin respuesta le hubiera hecho pasar por un maleducado. Pero, ¿por qué había decidido hablarle? Empezó a culparse por no haberse sentado en el lado opuesto de la azotea pero, de haber elegido así, no habría podido ver el sol asomar su primer rayo.
- Veintidós - respondió.
- ¡Vaya! Eres muy joven para estar aquí a estas horas - exclamó sin ni siquiera mirarle.
- ¿Joven? No creo que esto sea cuestión de edad.
- Bueno, a esta hora los de tu edad o están todavía de fiesta o empezando a dormir. ¿No podías dormir?
- Tampoco lo he intentado.
Volvieron al silencio, a las caladas profundas ellas y él a cerrar los ojos. Le había gustado sentir el mar. Pero esta vez no podía escucharlo.
- ¿Sueles subir aquí? – preguntó él.
- Eso quiere decir que es tu primera vez.
- ¿Por qué?
- Porque si subieras a menudo ya me habrías visto.
- No es la primera vez que subo – se defendió algo nervioso, aunque en realidad sólo se había asomado la tarde anterior para echar un vistazo.
- Pero sí a estas horas.
Con esa sentencia llegó de nuevo el silencio. Él cambió de postura, recogió sus piernas y las rodeó con sus brazos. No supo por qué pero empezó a sentirse incómodo con su desnudez. Ya no sentía frío pero le hubiera gustado tener esa manta. El sol seguía sin aparecer aunque el cielo iba tejiendo una fina tela entre blanquecina y rojiza cuanto más cerca estaba del punto en el que el sol asomaría en unos minutos. Realmente le hubiera gustado estar a solas en ese momento pero ella no parecía tener prisa. Quizá cuando apurase el cigarrillo se marchara.
- ¿Subes a fumar? – preguntó con un tono que delató su esperanza.
Ella no contestó. Simplemente sonrió y tras la sonrisa quedaron dos pequeñas arrugas en la comisura de sus labios.
El sol asomó de golpe, sin avisar. La mirada de ambos se tensó y los párpados se arrugaron. La calle seguía dormida, el hombre que barría ya había desaparecido y seguían siendo pocos los coches que irrumpían en el ruidoso silencio del barrio. Los dos cuerpos desnudos, ella con las piernas flotando en el espacio, él con los brazos alrededor, se habían iluminado. Él se sentía cada vez más incómodo ya no sólo por la presencia de aquella mujer sino porque sintió que el sol les delataba a los ojos del mundo.
- Me voy – dijo mientras se bajaba de la barandilla.
Ella se giró, le sonrió serenamente y volvió a su posición. Él permaneció por un instante con la mirada fija en su espalda con la sensación de que le quedaba algo por decir. No supo qué. Reanudó su camino de vuelta pero al poco volvió a detenerse.
- ¿Volverás a subir mañana?
- ¿Subir? Hace mucho que no bajo – dijo ella sin mirarle.
Y se marchó.
© Carlos Pérez Cruz
Seguían sin decirse nada aunque estaban tan próximos uno del otro que un mínimo movimiento de cualquiera hubiera hecho que sus cuerpos se rozaran. Ella tenía el rostro sereno y la mirada fija en algún punto que él no conseguía descifrar. A su izquierda un paquete de tabaco. De vez en cuando él la miraba de reojo, no se atrevía a romper la armonía que el silencio, el frío, la desnudez y las primeras luces del día le hacían sentir. Aquella mujer podía ser su abuela, sesenta y muchos años, incluso más. Le pareció muy guapa. Nunca había pensado así de una mujer que pudiera tener la edad de su abuela. Le llamó la atención lo bonitas que eran sus piernas que, al igual que las suyas, seguían bailando serena pero incontrolablemente en el vacío. De pronto ella rompió el silencio y, tras coger el paquete de tabaco, le ofreció un cigarrillo.
- No gracias, no fumo.
Ella encendió uno y aspiró profundamente. Después soltó el humo y el humo se camufló en el vaho. Largos segundos y una nueva calada, cada vez más profunda, cada vez más tiempo el humo en su interior.
- Eres muy joven para no fumar -, dijo ella.
Le hizo gracia el comentario pero no respondió. Se había sentido tan bien en silencio que no le apetecía iniciar una conversación. Sonrió.
- ¿Cuántos años tienes?
Una segunda pregunta sin respuesta le hubiera hecho pasar por un maleducado. Pero, ¿por qué había decidido hablarle? Empezó a culparse por no haberse sentado en el lado opuesto de la azotea pero, de haber elegido así, no habría podido ver el sol asomar su primer rayo.
- Veintidós - respondió.
- ¡Vaya! Eres muy joven para estar aquí a estas horas - exclamó sin ni siquiera mirarle.
- ¿Joven? No creo que esto sea cuestión de edad.
- Bueno, a esta hora los de tu edad o están todavía de fiesta o empezando a dormir. ¿No podías dormir?
- Tampoco lo he intentado.
Volvieron al silencio, a las caladas profundas ellas y él a cerrar los ojos. Le había gustado sentir el mar. Pero esta vez no podía escucharlo.
- ¿Sueles subir aquí? – preguntó él.
- Eso quiere decir que es tu primera vez.
- ¿Por qué?
- Porque si subieras a menudo ya me habrías visto.
- No es la primera vez que subo – se defendió algo nervioso, aunque en realidad sólo se había asomado la tarde anterior para echar un vistazo.
- Pero sí a estas horas.
Con esa sentencia llegó de nuevo el silencio. Él cambió de postura, recogió sus piernas y las rodeó con sus brazos. No supo por qué pero empezó a sentirse incómodo con su desnudez. Ya no sentía frío pero le hubiera gustado tener esa manta. El sol seguía sin aparecer aunque el cielo iba tejiendo una fina tela entre blanquecina y rojiza cuanto más cerca estaba del punto en el que el sol asomaría en unos minutos. Realmente le hubiera gustado estar a solas en ese momento pero ella no parecía tener prisa. Quizá cuando apurase el cigarrillo se marchara.
- ¿Subes a fumar? – preguntó con un tono que delató su esperanza.
Ella no contestó. Simplemente sonrió y tras la sonrisa quedaron dos pequeñas arrugas en la comisura de sus labios.
El sol asomó de golpe, sin avisar. La mirada de ambos se tensó y los párpados se arrugaron. La calle seguía dormida, el hombre que barría ya había desaparecido y seguían siendo pocos los coches que irrumpían en el ruidoso silencio del barrio. Los dos cuerpos desnudos, ella con las piernas flotando en el espacio, él con los brazos alrededor, se habían iluminado. Él se sentía cada vez más incómodo ya no sólo por la presencia de aquella mujer sino porque sintió que el sol les delataba a los ojos del mundo.
- Me voy – dijo mientras se bajaba de la barandilla.
Ella se giró, le sonrió serenamente y volvió a su posición. Él permaneció por un instante con la mirada fija en su espalda con la sensación de que le quedaba algo por decir. No supo qué. Reanudó su camino de vuelta pero al poco volvió a detenerse.
- ¿Volverás a subir mañana?
- ¿Subir? Hace mucho que no bajo – dijo ella sin mirarle.
Y se marchó.
© Carlos Pérez Cruz
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Violencia
Estoy sentado en un banco mientras espero. De pronto pasa un grupo de adolescentes (masculinos) y uno de ellos, sin mediar ningún tipo de suceso aparente, le propina una patada a una señal de tráfico. Me quedo mirándole pero ignora mi mirada. A los pocos segundos una pareja (hombre y mujer) de unos cuarenta años (aparentes) pasa delante de mí. Consigo escuchar las siguientes palabras que salen de la boca de ella: sólo le dio un puñetazo, tampoco le iba a matar. Acto seguido una pareja de jóvenes (masculinos), en dirección opuesta a la de la pareja anterior, comenta el estado ebrio de un tipo que debe ser enorme ("mazas", dicen) y con el que era mejor no meterse en ese estado.
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lunes, septiembre 15, 2008
Es conveniente...
Regreso a casa de viaje por Cantabria. Sintonizo la Cadena SER en Santander en el tramo local del Hoy por Hoy. La periodista al frente del programa entrevista a una artista rusa residente en Santander. Al inicio de la entrevista desconocemos su disciplina hasta que la invitada pronuncia las palabras "mi pintura". Pequeño detalle que pasa por alto de inicio la locutora. La entrevista, obviamente sin guión ni documentación de ningún tipo, transcurre entre preguntas del tipo ¿Qué tal somos los cántabros? ¿Llevas muchos años aquí?. Preguntas de profundo calado entre las que la artista rusa va incluyendo sus propios bloques informativos. Ya que no se lo preguntan, y antes de que la locutora rebusque en el cajón de las cuestiones geniales, la pintora inicia por su cuenta el relato de sus características como pintora a través de frases iniciadas con la muletilla Es conveniente. ¿Qué es conveniente según la artista? Es conveniente hablar de mi estilo...; Es conveniente hablar de los colores...; Es conveniente hablar de las temáticas..., etcétera. Es conveniente, añado yo, ser un poco más serios, rigurosos y preparar las entrevistas. Pero eso, claro, pertenece a otro tiempo de la radio inconveniente para los tiempos que corren.
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viernes, septiembre 12, 2008
Dentista
Tumbado en el sillón reclinable del dentista trato de dejarme hipnotizar por el falso tragaluz del techo. No quiero escuchar el chirrido que escupen los dientes de mi vecino que lloran y patalean. Llega mi turno y no quiero sentir. Cierro los ojos y la luz se convierte en una imagen femenina que recorre mi cuerpo que permanece tumbado. Me desabrocha el botón del pantalón y comienza a bajar la cremallera. Cuando todo va a suceder el sonido de la taladradora irrumpe en mi sueño y ella se desvanece. Ahora la única mujer es una voz que berrea por los altavoces de la salita algo así como que la vida es un sueño y que ella va a soñar. Puede que lo mío sea un sueño dentro de un sueño o simplemente que vivo despierto pero juraría que una vida en la que las taladradoras hacen chirriar mis dientes se parece más a una canción de Tom Waits que a esa en la que además de soñar viajan encima de un delfín.
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jueves, septiembre 11, 2008
El día de los mosquitos
Tiene la mañana esa luz agresiva que amenaza con cegarte. Tiene el espacio ese espesor que cuesta atravesar al caminar, que te embadurna como una telaraña tejida con masas de aire cálido y bolsas de mosquitos. Muchos mosquitos, mosquitos en solitario, mosquitos formando grandes globos que se mueven al son de la reina de los mosquitos y que, en el momento en el que el sol cegador te nubla la vista y desaparece la pared chivato, se estrellan contra el cuerpo líquido que los deja atrapados, moribundos, hasta que el dedo juez sentencia su caída libre al vacío.
Hoy es el día de los mosquitos. Hoy conviene no abrir demasiado la boca.
Hoy es el día de los mosquitos. Hoy conviene no abrir demasiado la boca.
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miércoles, septiembre 10, 2008
Sonidos... del Mundo de la Música
Después de remolonear durante algún tiempo he vuelto a la carga con el programa paralelo del Club de Jazz dentro del proyecto www.librecreacion.com, Sonidos... del Mundo de la Música. Ya están disponibles dos nuevos programas (el 43 y el 44) en el que se puede escuchar música de Michael Nyman, Natacha Atlas, Mark O´Connor, Yo-Yo Ma, Loreena Mckennitt, Alexandre Desplat o The chieftains. Así que avisados quedáis por aquí y quien quiera estar al loro ya sabe dónde encontrar el programa.
Tertulianos
¡Dios mío Miguel Sanz la que has liado! Cuando uno escucha en la tertulia de "Hora 25" (Cadena SER, noche del martes 9 de Septiembre de 2008) cosas como que los socialistas navarros querían pactar con Aralar (que confunden con Nafarroa Bai que es el partido que incluye, entre otras formaciones, a Aralar), cuando se dice PSE (Partido Socialista de Euskadi) en vez de PSN (Partido Socialista de Navarra) y ninguno, absolutamente ninguno de los tertulianos, es capaz de expresar que las declaraciones de Miguel Sanz (en las que dice que puede votar a favor de los presupuestos generales del Estado en contra de la disciplina a la que se supone le obliga el pacto con el PP) son reflejo de la necesidad de estar a bien con el PSN (que no con el PSE) por la necesidad de conseguir su voto positivo a los presupuestos de Navarra... es entonces cuando uno se da cuenta, una vez más, de que si cuando hablan de lo que conoces no saben, ¿qué puedes llegar a saber cuando hablan de lo que no conoces?
Ignorante de mí. ¿Cómo no me había dado cuenta de que todo esto era por la manifestación de "Navarra es España" de hace unos meses? Es que Sanz se ha dado cuenta de que mejor que no le identifiquen con el PP. Ya me parecía a mí...
Ignorante de mí. ¿Cómo no me había dado cuenta de que todo esto era por la manifestación de "Navarra es España" de hace unos meses? Es que Sanz se ha dado cuenta de que mejor que no le identifiquen con el PP. Ya me parecía a mí...
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martes, septiembre 09, 2008
E.S.T. "Leucocyte" (disco póstumo)
Punto y final. Con el lanzamiento de Leucocyte (Leucocito) el trío sueco E.S.T. dice adiós a sus seguidores repartidos por medio mundo. La muerte en junio de 2008 de Esbjörn Svensson nos ha birlado la posibilidad de seguir acompañando a este trío que culmina con un disco póstumo una fascinante biografía de quince años que, a excepción del inicial When everyone has gone (Dragon Records) de 1993, está documentada por completo en el sello alemán ACT.
Doce discos y un DVD nos han permitido asistir a la evolución estética del trío que siempre, salvo su disco dedicado a la música de Thelonius Monk (Plays Monk – ACT 1996) y de una versión de Stella by Starlight en el primero, ha trabajado con material propio. Y ya desde sus primeros pasos se ha expresado en su propio idioma, obviamente dialecto de otros muchos, siempre reconocible e inconfundible, que les ha abierto puertas internacionales poco conocidas para los músicos de Jazz del viejo continente. Y eso, aparte de por cuestiones de mercadotecnia que se me escapan, es lo que les ha hecho trascender las fronteras de su país, de Europa y de los oídos de los aficionados a la música. Entre sus seguidores figuran amantes del Jazz, la Música Electrónica, el Rock, la “Clásica” e incluso aficionados a la música en general (aquellos que así se definen – “me gusta de todo” - y apenas conocen más allá de lo que programan las radiofórmulas pop). Aun así conviene no perder la perspectiva del tipo de difusión y número de aficionados del que hablo; masivos para lo acostumbrado en el gremio, claro.
Desde el momento mismo de la muerte de Esbjörn Svensson en accidente de submarinismo en una isla cercana a Estocolmo (el 14 de junio) se nos hizo saber que en septiembre iba a aparecer el que se convertía de manera irremediable en disco póstumo del grupo. Golpeados por la muerte de un icono de los tiempos que corren se despertó una curiosidad dolorida por conocer el contenido de esa última grabación, del This is the end (que cantaban los Doors). La espera (que casi siempre tiene un final, pero sigue siendo espera en todo caso) ha sido acompañada de opiniones que reflejan un amplio consenso sobre las virtudes y defectos de E.S.T., sobre su estética definida por una querencia roquera con ciertos toques electrónicos (siempre presentes pero nunca excesivos), atmósfera plenamente jazzística y etérea (su música parecía a veces flotar en el cosmos) además de un acentuado sentido melódico. ¿Había dado la “fórmula” todo lo que podía dar de sí?
Esa pregunta no tendrá nunca respuesta aunque no dudo de que surgirán todo tipo de especulaciones y, sobre todo, intentos de retomar el camino por parte de músicos que han crecido escuchándoles. Sin embargo este epílogo que es Leucocyte nos envía un mensaje que todos deberíamos tener en cuenta cuando hablemos del trío: creían en el más allá. Porque ese es el resultado final de este disco con nombre de glóbulo blanco; que E.S.T. no se conformaba y buscaba y se preguntaba qué más podemos decir juntos; porque ese es también un riesgo de quienes permanecen invariablemente juntos, que puede llegar un día en el que no haya más que decir o, al menos, que no se sepa cómo.
Dice la historia del grupo que cuando estaban de gira a menudo alquilaban una sala de grabación para encerrarse y tocar por el placer de tocar, sin material previamente establecido, es decir, para libre improvisar. Y que de esos ejercicios de libre improvisación surgían ideas y nuevos caminos para la música de E.S.T.. Leucocyte es el resultado de una de esas sesiones, en esta ocasión durante una gira por Australia en 2007, mezclada posteriormente en unos estudios de grabación en Suecia. Por experiencia propia sé que estas sesiones pueden ser purgantes, catárticas; de ellas llegan a surgir momentos de una intensidad incomparable a la de cualquier otra manifestación musical; son posiblemente una de las maneras más sinceras de expresión del alma del músico y una de las mejores vías para conocer a los compañeros. Estas sesiones tienen también una contrapartida: lo que de ellas surge no siempre es válido (aunque la validez o no es algo tremendamente discutible). Suelen tener más valor para el que las practica que para el oyente y en la mayoría de las veces prevalece la necesidad de la búsqueda que el logro de una meta.
En el caso de Leucocyte hay un trabajo de mezclas y producción posterior que es probable que contamine el espíritu natural de un ejercicio así aunque como oyentes nos sirve para indagar en las entrañas creativas de los tres. Sirve para comprobar cómo a pesar de que se libre improvise el músico tiende a expresarse a través de aquello que conoce y domina; intangibles que proporcionan seguridad y de los que cuesta desprenderse. Por eso el material que nos presentan en este disco no supone una ruptura respecto al resto de la trayectoria de E.S.T. pero sí es diferente. Diferente porque el sonido se recrudece, la arquitectura de la música es menos estricta y, finalmente, el resultado es de una crudeza inusual en su discografía. Y no me refiero a la contundencia roquera, ni a las distorsiones y efectos electrónicos (más presentes que nunca) sino a la crudeza de una música desprovista en muchos momentos de la amabilidad melódica o de las armonías consonantes de otros trabajos. Hay minutos muy próximos a toda esa estética que nos deja en el imaginario el trío sueco pero también largos minutos de absoluto desgarro que, en mi experiencia durante la escucha, no son los más potentes en volumen y energía (por ejemplo los de la suite Premonition con una contundencia percusiva bélica) sino aquellos en los que más de manifiesto se pone el ánimo de experimentación nada concesivo y que en el caso del tercer y cuarto movimiento de la suite que da título al disco, Ad Mortem y Ad Infinitum, son de una belleza hiriente (al menos algo cruje en mi interior cada vez que los escucho, y van unas cuantas veces).
Puede que con el tiempo vayan surgiendo nuevas ediciones con material de conciertos o inéditos de estudio pero hasta aquí lo que se daba. Como cierre de su carrera este disco puede desconcertar a algunos (si bien en algunas de las pistas fantasmas de sus discos más afamados habían destilado querencia por estas sonoridades más experimentales) pero también confortar a quienes disfrutamos con ellos y creíamos en su capacidad para seguir reinventando el estilo E.S.T.. Un estilo con copyright de Esbjörn Svensson, Magnus Öström y Dan Berglund. Y al escribir los nombres de Dan y Magnus me surge una pregunta: ¿Y ahora qué? Ojalá tengan una prolongada y fructífera vida musical en esta nueva (y forzosa) singladura porque, de momento, la de E.S.T. ha llegado a su punto y final.
Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en
http://www.elclubdejazz.com/discos/est_leucocyte.html
Doce discos y un DVD nos han permitido asistir a la evolución estética del trío que siempre, salvo su disco dedicado a la música de Thelonius Monk (Plays Monk – ACT 1996) y de una versión de Stella by Starlight en el primero, ha trabajado con material propio. Y ya desde sus primeros pasos se ha expresado en su propio idioma, obviamente dialecto de otros muchos, siempre reconocible e inconfundible, que les ha abierto puertas internacionales poco conocidas para los músicos de Jazz del viejo continente. Y eso, aparte de por cuestiones de mercadotecnia que se me escapan, es lo que les ha hecho trascender las fronteras de su país, de Europa y de los oídos de los aficionados a la música. Entre sus seguidores figuran amantes del Jazz, la Música Electrónica, el Rock, la “Clásica” e incluso aficionados a la música en general (aquellos que así se definen – “me gusta de todo” - y apenas conocen más allá de lo que programan las radiofórmulas pop). Aun así conviene no perder la perspectiva del tipo de difusión y número de aficionados del que hablo; masivos para lo acostumbrado en el gremio, claro.
Desde el momento mismo de la muerte de Esbjörn Svensson en accidente de submarinismo en una isla cercana a Estocolmo (el 14 de junio) se nos hizo saber que en septiembre iba a aparecer el que se convertía de manera irremediable en disco póstumo del grupo. Golpeados por la muerte de un icono de los tiempos que corren se despertó una curiosidad dolorida por conocer el contenido de esa última grabación, del This is the end (que cantaban los Doors). La espera (que casi siempre tiene un final, pero sigue siendo espera en todo caso) ha sido acompañada de opiniones que reflejan un amplio consenso sobre las virtudes y defectos de E.S.T., sobre su estética definida por una querencia roquera con ciertos toques electrónicos (siempre presentes pero nunca excesivos), atmósfera plenamente jazzística y etérea (su música parecía a veces flotar en el cosmos) además de un acentuado sentido melódico. ¿Había dado la “fórmula” todo lo que podía dar de sí?
Esa pregunta no tendrá nunca respuesta aunque no dudo de que surgirán todo tipo de especulaciones y, sobre todo, intentos de retomar el camino por parte de músicos que han crecido escuchándoles. Sin embargo este epílogo que es Leucocyte nos envía un mensaje que todos deberíamos tener en cuenta cuando hablemos del trío: creían en el más allá. Porque ese es el resultado final de este disco con nombre de glóbulo blanco; que E.S.T. no se conformaba y buscaba y se preguntaba qué más podemos decir juntos; porque ese es también un riesgo de quienes permanecen invariablemente juntos, que puede llegar un día en el que no haya más que decir o, al menos, que no se sepa cómo.
Dice la historia del grupo que cuando estaban de gira a menudo alquilaban una sala de grabación para encerrarse y tocar por el placer de tocar, sin material previamente establecido, es decir, para libre improvisar. Y que de esos ejercicios de libre improvisación surgían ideas y nuevos caminos para la música de E.S.T.. Leucocyte es el resultado de una de esas sesiones, en esta ocasión durante una gira por Australia en 2007, mezclada posteriormente en unos estudios de grabación en Suecia. Por experiencia propia sé que estas sesiones pueden ser purgantes, catárticas; de ellas llegan a surgir momentos de una intensidad incomparable a la de cualquier otra manifestación musical; son posiblemente una de las maneras más sinceras de expresión del alma del músico y una de las mejores vías para conocer a los compañeros. Estas sesiones tienen también una contrapartida: lo que de ellas surge no siempre es válido (aunque la validez o no es algo tremendamente discutible). Suelen tener más valor para el que las practica que para el oyente y en la mayoría de las veces prevalece la necesidad de la búsqueda que el logro de una meta.
En el caso de Leucocyte hay un trabajo de mezclas y producción posterior que es probable que contamine el espíritu natural de un ejercicio así aunque como oyentes nos sirve para indagar en las entrañas creativas de los tres. Sirve para comprobar cómo a pesar de que se libre improvise el músico tiende a expresarse a través de aquello que conoce y domina; intangibles que proporcionan seguridad y de los que cuesta desprenderse. Por eso el material que nos presentan en este disco no supone una ruptura respecto al resto de la trayectoria de E.S.T. pero sí es diferente. Diferente porque el sonido se recrudece, la arquitectura de la música es menos estricta y, finalmente, el resultado es de una crudeza inusual en su discografía. Y no me refiero a la contundencia roquera, ni a las distorsiones y efectos electrónicos (más presentes que nunca) sino a la crudeza de una música desprovista en muchos momentos de la amabilidad melódica o de las armonías consonantes de otros trabajos. Hay minutos muy próximos a toda esa estética que nos deja en el imaginario el trío sueco pero también largos minutos de absoluto desgarro que, en mi experiencia durante la escucha, no son los más potentes en volumen y energía (por ejemplo los de la suite Premonition con una contundencia percusiva bélica) sino aquellos en los que más de manifiesto se pone el ánimo de experimentación nada concesivo y que en el caso del tercer y cuarto movimiento de la suite que da título al disco, Ad Mortem y Ad Infinitum, son de una belleza hiriente (al menos algo cruje en mi interior cada vez que los escucho, y van unas cuantas veces).
Puede que con el tiempo vayan surgiendo nuevas ediciones con material de conciertos o inéditos de estudio pero hasta aquí lo que se daba. Como cierre de su carrera este disco puede desconcertar a algunos (si bien en algunas de las pistas fantasmas de sus discos más afamados habían destilado querencia por estas sonoridades más experimentales) pero también confortar a quienes disfrutamos con ellos y creíamos en su capacidad para seguir reinventando el estilo E.S.T.. Un estilo con copyright de Esbjörn Svensson, Magnus Öström y Dan Berglund. Y al escribir los nombres de Dan y Magnus me surge una pregunta: ¿Y ahora qué? Ojalá tengan una prolongada y fructífera vida musical en esta nueva (y forzosa) singladura porque, de momento, la de E.S.T. ha llegado a su punto y final.
Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en
http://www.elclubdejazz.com/discos/est_leucocyte.html
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miércoles, septiembre 03, 2008
martes, septiembre 02, 2008
La radio según Diego Manrique
El recientemente nombrado director adjunto de Radio 3 de Radio Nacional de España, Diego Manrique, escribe en su columna de opinión en el diario "El País" del 1 de Septiembre acerca del inicio de la nueva temporada radiofónica. No sólo la televisión modifica su parrilla, la radio también lo hace aunque habitualmente en menor medida. Sin embargo la emisora de la que se encuentra al frente junto a la directora Lara López afronta una temporada con cambios más que abundantes que llegan tras la barrida de personal a través del famoso ERE (Expediente de regulación de empleo) que ha jubilado a jóvenes periodistas veteranos de la Radio y Televisión pública. No voy a decir que resulte sorprendente (ya casi nada lo es y menos en opiniones procedentes de ámbitos de dirección/poder) el contenido de este artículo que describe la hipotética reacción de un periodista cuando su programa se ve suprimido de la programación. Describe la supuesta incredulidad inicial del afectado, seguida de súplicas, victimismo, ira... Si la emisora es "tolerante" y concede "esa cortesía al locutor" éste podrá despedirse de la audiencia en antena, eso sí algunos lo aprovecharán para "soltar sarcasmos", atacar "a los que creen únicos responsables de su desgracia", etcétera.
El caso de Radio 3 debe ser casi único en lo que se refiere a emisoras que hayan permitido a sus locutores despedirse o poner a parir al ente (el caso de Ramón Trecet y su "Diálogos 3" es buen ejemplo) porque lo habitual es que la despedida pase inadvertida para el oyente (sólo los muy fieles serán conscientes de que una voz ha desaparecido sin decir adiós). Sin embargo sorprende (insisto que relativamente) que en un momento en el que el ente público ha prescindido de buenos profesionales a muy temprana edad (desaprovechando el caudal de conocimiento del medio y de sus respectivos campos de especialización) Diego Manrique haga esta descripción tan negativa de quienes se ven en la tesitura de verse cesados de sus funciones profesionales y llegue a defender la necesidad de un "gabinete de atención psicológica" en las "grandes emisoras" para evitar que el profesional afectado "chapotee en su propia furia, que deteriore la imagen de la cadena". Defiende Manrique que "El mundo no se acaba con la desaparición de un espacio: pasan los directores, cambian los jefes de programas y los buenos profesionales vuelven a la superficie". Culmina su artículo con un ingenuo (¿?) deseo: "Al menos, quiero creer en esa teoría".
Diego Manrique parece obviar que este tipo de decisiones se toman en una mayoría de ocasiones no por motivos profesionales (criterios de programación, con sus aciertos y desaciertos) sino económicos y que en muchas ocasiones se chantajea al afectado con presiones de todo tipo (desde las más evidentes hasta las más sutiles) para aceptar las condiciones de la empresa que desea desprenderse de dicho profesional porque quiere prescindir de los trabajadores con mayor antigüedad (y más costosos, por lo tanto) y sustituirlos por otros más jóvenes con contratos muy precarios y además, y esto es fundamental, mucho más fáciles de controlar ideológicamente (¿con qué libertad puede trabajar alguien cuyo contrato es una mierda y pende de un hilo?).
Por supuesto que nadie es imprescindible y que somos "inquilinos, aparceros, huéspedes" del tiempo de radio pero esa realidad no puede encubrir las prácticas empresariales mezquinas que abundan en esos "grandes medios" en los que no estaría de más que la labor de ese "gabinete de atención psicológica" se centrara en los órganos directivos que ignoran a menudo la naturaleza e historia de la actividad y empresa que dirigen y olvidan, sin afectación de ningún tipo, que los seres humanos que conforman la plantilla son algo más que meras herramientas de una máquina de la que obtener pingües beneficios.
Es evidente que en ciertos momentos se debe afrontar una renovación de contenidos, que los programas y sus voces no son intocables, pero de ahí a describir un panorama en el que parezca que las decisiones se toman con rigor desde la dirección y que son los profesionales asalariados los incapaces de actuar con humildad y aceptación de los justos mandamientos de sus superiores me deja la imagen de un Diego Manrique muy alejado de la realidad o quizás con ganas de ajusticiar a quienes hasta hace cuatro días eran compañeros de emisora y ahora ni siquiera pueden ser sus súbditos.
El caso de Radio 3 debe ser casi único en lo que se refiere a emisoras que hayan permitido a sus locutores despedirse o poner a parir al ente (el caso de Ramón Trecet y su "Diálogos 3" es buen ejemplo) porque lo habitual es que la despedida pase inadvertida para el oyente (sólo los muy fieles serán conscientes de que una voz ha desaparecido sin decir adiós). Sin embargo sorprende (insisto que relativamente) que en un momento en el que el ente público ha prescindido de buenos profesionales a muy temprana edad (desaprovechando el caudal de conocimiento del medio y de sus respectivos campos de especialización) Diego Manrique haga esta descripción tan negativa de quienes se ven en la tesitura de verse cesados de sus funciones profesionales y llegue a defender la necesidad de un "gabinete de atención psicológica" en las "grandes emisoras" para evitar que el profesional afectado "chapotee en su propia furia, que deteriore la imagen de la cadena". Defiende Manrique que "El mundo no se acaba con la desaparición de un espacio: pasan los directores, cambian los jefes de programas y los buenos profesionales vuelven a la superficie". Culmina su artículo con un ingenuo (¿?) deseo: "Al menos, quiero creer en esa teoría".
Diego Manrique parece obviar que este tipo de decisiones se toman en una mayoría de ocasiones no por motivos profesionales (criterios de programación, con sus aciertos y desaciertos) sino económicos y que en muchas ocasiones se chantajea al afectado con presiones de todo tipo (desde las más evidentes hasta las más sutiles) para aceptar las condiciones de la empresa que desea desprenderse de dicho profesional porque quiere prescindir de los trabajadores con mayor antigüedad (y más costosos, por lo tanto) y sustituirlos por otros más jóvenes con contratos muy precarios y además, y esto es fundamental, mucho más fáciles de controlar ideológicamente (¿con qué libertad puede trabajar alguien cuyo contrato es una mierda y pende de un hilo?).
Por supuesto que nadie es imprescindible y que somos "inquilinos, aparceros, huéspedes" del tiempo de radio pero esa realidad no puede encubrir las prácticas empresariales mezquinas que abundan en esos "grandes medios" en los que no estaría de más que la labor de ese "gabinete de atención psicológica" se centrara en los órganos directivos que ignoran a menudo la naturaleza e historia de la actividad y empresa que dirigen y olvidan, sin afectación de ningún tipo, que los seres humanos que conforman la plantilla son algo más que meras herramientas de una máquina de la que obtener pingües beneficios.
Es evidente que en ciertos momentos se debe afrontar una renovación de contenidos, que los programas y sus voces no son intocables, pero de ahí a describir un panorama en el que parezca que las decisiones se toman con rigor desde la dirección y que son los profesionales asalariados los incapaces de actuar con humildad y aceptación de los justos mandamientos de sus superiores me deja la imagen de un Diego Manrique muy alejado de la realidad o quizás con ganas de ajusticiar a quienes hasta hace cuatro días eran compañeros de emisora y ahora ni siquiera pueden ser sus súbditos.
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RECTO GRANADA
Al encender la televisión me he encontrado con una reportera que trataba de describir un suceso luctuoso que ha tenido lugar en Granada. "Intenta matar a su madre" titulaba la información para llamar la atención de quienes como yo encendíamos en ese momento la televisión. Esos titulares permanecen durante todo el tratamiento informativo (con pequeñas variantes sobre su contenido) para retener a los recién llegados o a aquellos que zapean. Pero lo que de veras me ha llamado la atención y me ha mantenido absorto durante unos segundos (es la mayor atención que puedo prestar a este tipo de cosas) es que sobre el titular figuraban otras letras impresas que describían lo siguiente: "RECTO GRANADA". Por un instante he dudado: ¿estaba reconociendo la televisión la naturaleza misma que inspira ese tipo de periodismo o es que la pantalla de mi televisor es demasiado pequeña?
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