Pensaba que mi asombro ante la mala educación del personal en los actos culturales que requieren de silencio (por respeto, por permitir la concentración del espectador, por no molestar al artista...) había alcanzado cotas insuperables pero, ¡oh! ¡¡craso error!!, siempre hay espacio para la sorpresa cuando de comportamientos humanos se trata. Asisto esta pasada noche a una de las actividades del Festival Periferias de Huesca (envidiable evento anual que alcanza este año su undécima edición) y durante la actuación del grupo madrileño Dead Capo (junto a Manolo Campos del grupo Rosvita) en el particular homenaje al grupo alemán Neu! se produce la siguiente escena:
Sentado en segunda fila la imagen del escenario me llega sin ninguna perturbación visual ni sonora. Pasados unos quince o veinte minutos de la actuación tres chicas de edades veinteañeras se sitúan justo en los asientos delanteros. A la perturbación visual (asumible) se suma una notable perturbación sonora dado que las tres, que parecen muy animadas y tentadas de levantarse y bailar en cualquier momento, no dejan de hacerse comentarios la una a la otra, la otra a la una y la una a la de más allá a un volumen considerable. En algunos momentos de entre la intensa masa sonora de la música surge un sonido como de carraca. Trato de localizar en el set de percusión de Javier Gallego alguna pero no logro visualizarla. Pasados otros diez o quince minutos aparece otro grupo de cuatro jóvenes, tres chicos y una chica, que se suman a las otras tres. De pronto asisto admirado a un baile de cabezas que se inclinan y giran las unas hacia las otras para poder comunicarse de forma permanente opiniones, comentarios y algún beso que otro (en el caso de un chico y una chica del grupo de recién llegados) sin interrupción alguna, sin ni siquiera detenerse a escuchar al menos por unos segundos nada de lo que pasa en el escenario. Y, por cierto, ¿dónde esta la jodida carraca?
Termina la actuación, se encienden los focos y contemplo estupefacto el origen de tan peculiar sonido. Una de las chicas del grupo lleva una metralleta de juguete, de plástico, y su sonido de imitación de una ráfaga de disparos es el que a mí me recordaba a una carraca. Durante la actuación de Dead Capo (y Manolo) ella ha ejecutado su propia obra percusiva, interpretando a mano armada un concierto paralelo al que los espectadores habíamos acudido a escuchar.
¿Por qué habían ido al concierto? No era gratuito, el recinto invitaba más al recogimiento que a la excitación festiva a la que ellos parecían aspirar (el Auditorio del Centro Cultural "El Matadero" de Huesca no es precisamente un salón de baile o discoteca) y, además, tan sólo habían estado (no escuchado) una parte de una de las tres actuaciones que formaban parte de la sesión (esta era la segunda de las tres).
Después del concierto los músicos y un servidor nos hemos acercado a un bar próximo. Los únicos clientes eran ellos. En el arsenal además de la metralleta había alguna espada de plástico. ¿La noche de Halloween les había hecho confundir "El matadero" con algún tipo de recinto propicio para la noche del terror? Se han ido antes que nosotros. La última en salir, una chica, se ha girado hacia Javier Gallego (baterista de Dead Capo) y le ha dicho: Nos ha gustado mucho el concierto
Sentado en segunda fila la imagen del escenario me llega sin ninguna perturbación visual ni sonora. Pasados unos quince o veinte minutos de la actuación tres chicas de edades veinteañeras se sitúan justo en los asientos delanteros. A la perturbación visual (asumible) se suma una notable perturbación sonora dado que las tres, que parecen muy animadas y tentadas de levantarse y bailar en cualquier momento, no dejan de hacerse comentarios la una a la otra, la otra a la una y la una a la de más allá a un volumen considerable. En algunos momentos de entre la intensa masa sonora de la música surge un sonido como de carraca. Trato de localizar en el set de percusión de Javier Gallego alguna pero no logro visualizarla. Pasados otros diez o quince minutos aparece otro grupo de cuatro jóvenes, tres chicos y una chica, que se suman a las otras tres. De pronto asisto admirado a un baile de cabezas que se inclinan y giran las unas hacia las otras para poder comunicarse de forma permanente opiniones, comentarios y algún beso que otro (en el caso de un chico y una chica del grupo de recién llegados) sin interrupción alguna, sin ni siquiera detenerse a escuchar al menos por unos segundos nada de lo que pasa en el escenario. Y, por cierto, ¿dónde esta la jodida carraca?
Termina la actuación, se encienden los focos y contemplo estupefacto el origen de tan peculiar sonido. Una de las chicas del grupo lleva una metralleta de juguete, de plástico, y su sonido de imitación de una ráfaga de disparos es el que a mí me recordaba a una carraca. Durante la actuación de Dead Capo (y Manolo) ella ha ejecutado su propia obra percusiva, interpretando a mano armada un concierto paralelo al que los espectadores habíamos acudido a escuchar.
¿Por qué habían ido al concierto? No era gratuito, el recinto invitaba más al recogimiento que a la excitación festiva a la que ellos parecían aspirar (el Auditorio del Centro Cultural "El Matadero" de Huesca no es precisamente un salón de baile o discoteca) y, además, tan sólo habían estado (no escuchado) una parte de una de las tres actuaciones que formaban parte de la sesión (esta era la segunda de las tres).
Después del concierto los músicos y un servidor nos hemos acercado a un bar próximo. Los únicos clientes eran ellos. En el arsenal además de la metralleta había alguna espada de plástico. ¿La noche de Halloween les había hecho confundir "El matadero" con algún tipo de recinto propicio para la noche del terror? Se han ido antes que nosotros. La última en salir, una chica, se ha girado hacia Javier Gallego (baterista de Dead Capo) y le ha dicho: Nos ha gustado mucho el concierto