Jacobo Rivero y Carlos Pérez Cruz
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El pasado 4 de junio recibí un mensaje en la
cuenta de Twitter de mi programa de radio de un
tal Jacobo Rivero que decía: “Por si os
interesa, un libro que pone en comunicación el
basket con el jazz”. Para mí, dedicado al jazz
en cuerpo y alma y amante del baloncesto por
encima de cualquier otro deporte, era una
tentación. Pero fue pasando el tiempo y yo sin
el libro.
Hace un mes la selección española de baloncesto
disputó la final de los Juegos Olímpicos de
Londres contra Estados Unidos. En plena euforia
por el partido disfrutado me acordé de Jacobo y
mantuvimos un intercambio de mensajes. Le
pregunté: ¿Qué música le pondrías al partido? Y
contestó que el disco del concierto de Eric
Clapton con Wynton Marsalis, reflejo, según él,
de la excelencia de ambos equipos y de lo que
transmiten cuando se enfrentan. Y yo seguía sin
el libro.
El miércoles 22 de agosto, hace hoy tres
semanas, el programa Carne Cruda de
Radio 3, del que he sido colaborador y oyente
adicto, emitió una entrevista con Jacobo para
presentar El ritmo de la cancha. Cuál
fue mi sorpresa que, al poco de empezar el
programa, Jacobo mencionó Palestina como uno de
los lugares en los que había encontrado las
historias que ahora forman parte de su libro. La
sorpresa tenía su razón en que justo al día
siguiente yo iba a viajar por primera vez a
Palestina. Pero no sólo fue esa la sorpresa,
sino que lo que podía parecer a priori un libro
sobre baloncesto se tornaba en un libro de
Historia e historias con la excusa de la pasión
por este deporte, firmado por quien está unido a
él como entrenador. Además resultó ser un
periodista implicado y relacionado con medios
como el periódico Diagonal o
actualmente el canal televisivo TeleSur.
En cuanto acabó la emisión de Carne Cruda
me puse en contacto con él y al día siguiente
nos cruzamos por primera vez en un breve
encuentro en la estación de Atocha de Madrid.
Por fin tenía el libro. Lo que no tuve, al menos
durante dos semanas, fueron las condiciones
adecuadas para leerlo. Palestina y las
consecuencias de la atroz ocupación israelí le
dejan a uno sin respiro. Así que hasta el viaje
de vuelta, en el vuelo entre Tel Aviv y Madrid,
no empecé la lectura. Y menos mal que tenía el
libro de Jacobo, porque si tengo que
entretenerme con la revista de la compañía aérea
israelí quizá hubiera empezado en ese avión la
tercera intifada.
Poco importa lo que yo pueda opinar pero
confieso que el libro me ha gustado. Me ha
gustado porque tiene algo para mí fundamental y
sobre lo que el propio Jacobo reflexiona en la
introducción a partir de unas palabras de David
Simon, el creador de The Wire o
Treme, en las que dice: “Las noticias,
cuando ocurren, te obligan a contar de inmediato
lo que ha pasado, aun sin entender nada. Es
inevitable, la superficialidad inicial es un mal
intrínseco al periodismo. Pero el error es no
profundizar después y, desafortunadamente, los
periodistas cada vez
profundizan menos, no regresan a la
noticia”. Y Jacobo vuelve a la noticia para
indagar y profundizar en los condicionantes de
esa noticia. Para ensanchar los estrechos
márgenes de lo que en un momento fue actual y
fugaz pero que, visto en perspectiva, es algo
mucho más grande. Son historias minúsculas que
nos permiten entender la gran Historia.
Permitidme que me acoja al capítulo palestino
del libro por una cuestión de afecto personal en
este momento. Jacobo nos cuenta la experiencia
que llevó a un equipo de la cantera del
Estudiantes a Palestina, a jugar un partido en
Hebrón. Por cierto, que fuera Estudiantes el
equipo que fuera allí tiene poco de casual, si
miramos la indumentaria de la Demencia. Lo único
que no nos cuenta Jacobo es quién ganó el
partido allí ni quién lo hizo en Madrid cuando
los palestinos devolvieron la visita (aunque he
estado indagando y en Hebrón os metieron una
paliza importante). ¿Cuál era la verdadera
noticia? Desde luego no el resultado y sí, entre
otras cosas, el descubrimiento palestino de los
chavales del Estu. El contraste entre lo que
creían saber sobre Palestina y lo que en verdad
era. "¡Son como nosotros!", exclamó uno de los
jugadores de Estudiantes (¡Ah! Qué gran y
difícil descubrimiento ese).
Jacobo aprovecha la experiencia deportiva para
contarnos cómo se vive en Cisjordania hoy. El
baloncesto es la excusa, pero también la razón
que nos permite conocer de primera mano la vida
bajo la ocupación israelí y entender qué
implica: “El muro separa todo. Incluso el
deporte en Palestina está separado. Nuestros
equipos están incomunicados: así es imposible
organizar un buen campeonato o un buen torneo. A
veces, para jugar un partido, tenemos que pasar
tres o cuatro
checkpoints. Nos tenemos que levantar muy
temprano porque podemos tardar cinco horas en
llegar. Cuando llegamos, estamos muy cansadas y
es difícil jugar bien”, cuenta Nour Nabulsi,
jugadora de un equipo de Ramallah, según recoge
Jacobo en su libro. Rara vez la información
convencional nos permite pensar en esa vida
cotidiana, la que de veras afecta a quienes, en
palabras del jugador de Estudiantes, “son como
nosotros”.
Inauguración del pabellón de Hebrón (Palestina)
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“Los jóvenes deportistas madrileños señalaban lo
diferente que les resultaba la imagen que tenían
de los territorios palestinos por los medios de
comunicación y la que percibían estando allí.
Una anomalía que demuestra, por un lado, que hay
un déficit informativo (los medios no
transmitimos lo que luego la gente ve sobre el
terreno) y, por otro, que el deporte puede ser
un vehículo excelente de encuentro al tratarse
de un lenguaje común desde el que entendernos”.
Esta es una reflexión de Jacobo que viene
recogida en el anexo del libro, el texto de una
conferencia que dio en Colombia. Un toque de
atención a los vicios del periodismo de rueda de
prensa y notas oficiales.
En El ritmo de la cancha hay partidos,
campeonatos, jugadores… Son sus historias las
que nos permiten llegar a las de cualquier
persona en circunstancias extremas, las que a
través del “lenguaje común” que es el deporte,
según Jacobo, nos permiten conocer, por ejemplo,
qué implica ser mujer en Somalia. Y la que nos
muestra, en ese caso en concreto, que el deporte
no es sólo competición de élite y de éxitos,
sino un horizonte de esperanza en situaciones
límite.
Yo me he concentrado en el capítulo palestino
porque todavía siento mi viaje a flor de piel.
Pero al
igual que uno puede llegar a comprender la
dureza del día a día en Palestina gracias a una
experiencia de baloncesto, en El ritmo de la
cancha se encuentra la historia de la
guerra de los Balcanes y el terrible asedio de
Sarajevo contada mediante la tremenda odisea de
un grupo de jugadores que consiguió escapar del
asedio para competir en un campeonato europeo.
Hay espacio también para la reflexión sobre el
fanatismo patriótico a partir del amargo trago
que tuvo que pasar una jugadora que daba la
espalda a la bandera USAmericana cuando sonaba
el himno antes del partido (y de paso descubrir
por qué y cuándo se empezó a interpretar el
himno en cada partido de cualquier competición
en Estados Unidos). En El ritmo de la cancha
se viaja también al Berlín de los Juegos
Olímpicos del nazismo o a la Filipinas de
Ferdinand Marcos y el mundial de 1978, para
entender cómo las dictaduras utilizan el deporte
en su propio beneficio (pero también para vivir
– casi como si de un directo se tratara – la
rivalidad deportiva entre la Yugoslavia de Tito
y la Unión Soviética de Brézhnev). El ritmo
de la cancha nos habla también del
baloncesto como vía de escape a la dictadura en
Argentina. O como espacio de relación en los
barrios más duros de Caracas. También nos habla
del descenso a los infiernos de la droga de
quienes tocaron la fama, o explica por qué se
celebró un Europeo de baloncesto en Egipto y
cómo es posible que Egipto fuera un campeón
europeo. E incluso en este libro he descubierto
que uno de los personajes más simbólicos de la
gran serie The Wire lleva el nombre de
quien fuera el primero de los jugadores negros
en jugar un
All Star de la NBA y primer pinchadiscos negro en San Francisco.
Seguramente los periodistas tenemos mucha
responsabilidad en el rechazo que gran parte de
la población siente por el deporte, y no hay más
que mirar las portadas diarias de la prensa
deportiva o los espacios radiofónicos y
televisivos. Un libro como éste es el de alguien
que dignifica el concepto de periodista
deportivo, alejado como está del infantilismo
fanático que lo caracteriza. Sin embargo, sería
un error rechazar la información deportiva por
frívola, aunque mayoritariamente lo sea. No
subestimemos el deporte como vía para el
conocimiento. Sin ir más lejos, yo he estudiado
geografía como seguidor del Barça.
He comentado que Jacobo se puso en contacto
conmigo haciendo referencia a la relación que
había en su libro entre el baloncesto y el jazz.
Y dice en la contraportada que su aspiración es
que los relatos de este libro suenen a algo
parecido al jazz. Es verdad que el baloncesto y
el jazz comparten muchas de sus características.
Que el juego en equipo es tan importante sobre
el escenario como la capacidad de improvisación
para desatascar una jugada. Además, en inglés la
palabra “play” sirve lo mismo para echar unas
canastas que para tocar la trompeta. La
formación de un instrumentista exige muchas
horas de soledad, como las que imagino habrá
pasado Jacobo en la escritura del libro. Y no
creo que sea muy diferente la sensación de quien
dispone de la última bola del partido y le hacen
un aclarado para que se la juegue, que la de un
músico cuando comienza a improvisar o la de un
escritor cuando se enfrenta al papel sobre el
que va a recomponer todo lo vivido.
Hay una cosa que las presentaciones de libros
comparten con un concierto e incluso con un
partido de baloncesto. En la música existen los
teloneros, que no deben restar protagonismo a la
estrella. Y en el baloncesto, cuando llegan los
minutos claves, se la tira el jugón.
Así que acaba aquí mi función de telonero que ha
servido para hacerte un aclarado sobre la cancha
de esta librería. Ahora te toca a ti jugártela
ante el respetable.
Ca
rlos
Pérez Cruz y Jacobo Rivero con el equipo de 'La
Hormiga Atómica'
© www.elclubdejazz.com
*Texto de la presentación del libro en la
librería
La Hormiga Atómica de Iruñea - Pamplona
(c/Curia, 4) el 12 de septiembre de 2012.
El ritmo de la cancha
está publicado por 'Clave Intelectual'