Ser
músico de jazz en este país es un tremendo error pragmático. Nacer en
Jaén y dedicarse a ello, una absoluta anomalía. La vida de la pianista
Irene Aranda está, para lo bueno y para lo malo, determinada por ambas
circunstancias.
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miércoles, mayo 30, 2012
Irene Aranda, el piano andalusí
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domingo, mayo 27, 2012
Indigestión
Me acompañan los periódicos sobre la mesa de mi desayuno. En la portada del diario 'La Vanguardia' se puede leer: La actriz Irène Jacob, en el Festival de Jazz. Imagino el asombro que podría despertar un titular que dijera: El clarinetista Louis Sclavis, en el Festival de Cine. Conste que Jacob ocupa un lugar preferente en mi decoración doméstica con el cartel de Rojo de Kieslowski. Pero no dispongo de ninguna grabación suya en mi discoteca de jazz.
Dos páginas (la 50 y la 51) desarrollan la información (o la publicidad, quién sabe). La fotografía de Irene es la de mayor tamaño frente a las de The Soul Rebels Brass Band, Sonny Rollins, Brad Mehldau Trio y Chick Corea (ese hombre). Se anuncia el adelanto de la programación del próximo Festival de Jazz de Barcelona que tendrá lugar en otoño.
Mírese la parte superior izquierda de la portada. |
Dos páginas (la 50 y la 51) desarrollan la información (o la publicidad, quién sabe). La fotografía de Irene es la de mayor tamaño frente a las de The Soul Rebels Brass Band, Sonny Rollins, Brad Mehldau Trio y Chick Corea (ese hombre). Se anuncia el adelanto de la programación del próximo Festival de Jazz de Barcelona que tendrá lugar en otoño.
Algunos apuntes de la información firmada por Esteban Linés (crítico musical del periódico): (...) cuando adelanta algunos de los nombres propios que ya han confirmado su presencia en la cita jazzística. El primero de ellos será el saxofonista norteamericano Sonny Rollins, en la que será su única actuación en escenarios españoles del otoño. (...) ¿De qué me suena esto? ¡Ah sí! Ya lo recuerdo. El Festival de Jazz de Vitoria - Gasteiz anuncia a Sonny Rollins para este próximo mes de julio de esta forma: El legendario saxofonista Sonny Rollins será quien cierre la trigésimo sexta edición del Festival en un concierto exclusivo en España y uno de los tres únicos que dará en Europa el próximo verano. Me viene a la cabeza el octogenario Pepe Hosiasson, cuando presumía con sorna de ser el mejor pianista de blues de la cuadra en la que vivo. ¿Qué será lo siguiente? ¿Presumir de la exclusiva de tener el único concierto que Rollins ofrecerá a las nueve de la noche del 21 de julio? Ridículo.
Lo más sangrante de la información (o la publicidad, quién sabe) que publica hoy 'La Vanguardia' está reservado para el final del artículo de Linés. Según el presidente del festival barcelonés, Tito Ramoneda, el 85% del presupuesto lo representan los patrocinadores privados y un 15% instituciones públicas, y ese 15 por ciento restante, que es lo que aportan Ayuntamiento, Generalitat y Ministerio, no va a hacer peligrar la continuidad y enfoque del Festival de Jazz de Barcelona. Eso sí, se queja Ramoneda de la incertidumbre sobre la participación institucional en el presupuesto (no sabemos lo que la Generalitat aportará este año) y asocia la participación institucional (ese 15%, recordemos) a la promoción de los valores musicales locales, catalanes y españoles en el mercado internacional. Es decir, se intuye que la participación de los nacionales queda supeditada al dinero institucional. ¿No hay en ese 85% de financiación privada voluntad de apostar por la música del país? Para los foráneos, apuesta e inversión. Para los de casa, ¿beneficencia?
Ya he acabado el café y frente al ordenador me encuentro el siguiente titular en la edición digital de 'El Mundo': El Festival de Jazz de Vitoria responsabiliza al de San Sebastián de que se solapen. Este año ambas citas coinciden en su desarrollo durante tres días, ejemplo paradigmático de falta de coordinación y mala baba. ¿Cuál es el argumento que maneja Vitoria para descargarse de responsabilidades? Según su director, Alberto Ibarrondo (el delfín de Iñaki Añua, presidente), el festival siempre evita coincidir con las fiestas de San Fermín, que como más adelante informa la nota de Efe tendrán lugar entre el 6 y el 14 de julio. Que yo sepa, los sanfermines son inamovibles en sus fechas desde la noche de los tiempos. Que yo sepa, el Festival de Vitoria - Gasteiz se ha solapado con días sanfermineros desde que tengo memoria. Ibarrondo espera de San Sebastián que den su explicación sobre la coincidencia de fechas. Miguel Martín, director del festival donostiarra, asegura que se programa siempre alrededor del tercer fin de semana de julio. Replica Ibarrondo que en los últimos cinco años el Festival de San Sebastián se ha celebrado el cuarto fin de semana de julio. Y el Gobierno vasco, ¿tendrá algo que decir? Hay dinero público de por medio para captar un turismo muy específico que dejará de ir a un sitio para estar en el otro.
Volvamos a lo de los sanfermines pamploneses y el festival vitoriano y su siempre evita coincidir con las fiestas de San Fermín. Recuerden: Sanfermines, 6 al 14 de julio. Jazz Vitoria 2011: del 10 al 16 de julio (glups). Jazz Vitoria 2010: 10 al 17 de julio (glups II). Jazz Vitoria 2009: 12 al 18 de julio (glups III). Jazz Vitoria 2008: 14 al 19 de julio (pisan el taloncillo). Jazz Vitoria 2007: 15 al 21 de julio (¡Ahí tienen el siempre evita coincidir de Ibarrondo). Jazz Vitoria 2006: 8 al 15 de julio (glups IV). Jazz Vitoria 2005: 10 al 15 de julio (glups V). Jazz Vitoria 2004: 11 al 17 de julio (glups VI). Jazz Vitoria 2003: 13 al 19 de julio. (dejémoslo en microglups). Jazz Vitoria 2002: 14 al 19 de julio (de nuevo el taloncillo). Es decir, en los últimos diez años, Vitoria y Pamplona han coincidido en alguna fecha en nueve ocasiones, de las cuales seis se han solapado sustancialmente (de los cuatro días de 2004, pasando por los cinco días de 2005, 2010 y 2011 hasta los siete de 2006). Datos y hemerotecas, siempre tan reveladores.
© Carlos Pérez Cruz
Volvamos a lo de los sanfermines pamploneses y el festival vitoriano y su siempre evita coincidir con las fiestas de San Fermín. Recuerden: Sanfermines, 6 al 14 de julio. Jazz Vitoria 2011: del 10 al 16 de julio (glups). Jazz Vitoria 2010: 10 al 17 de julio (glups II). Jazz Vitoria 2009: 12 al 18 de julio (glups III). Jazz Vitoria 2008: 14 al 19 de julio (pisan el taloncillo). Jazz Vitoria 2007: 15 al 21 de julio (¡Ahí tienen el siempre evita coincidir de Ibarrondo). Jazz Vitoria 2006: 8 al 15 de julio (glups IV). Jazz Vitoria 2005: 10 al 15 de julio (glups V). Jazz Vitoria 2004: 11 al 17 de julio (glups VI). Jazz Vitoria 2003: 13 al 19 de julio. (dejémoslo en microglups). Jazz Vitoria 2002: 14 al 19 de julio (de nuevo el taloncillo). Es decir, en los últimos diez años, Vitoria y Pamplona han coincidido en alguna fecha en nueve ocasiones, de las cuales seis se han solapado sustancialmente (de los cuatro días de 2004, pasando por los cinco días de 2005, 2010 y 2011 hasta los siete de 2006). Datos y hemerotecas, siempre tan reveladores.
© Carlos Pérez Cruz
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jueves, mayo 24, 2012
El ruido, según Roberto Echeto.
Escribe el escritor Roberto Echeto:
El silencio es el reverso de este presente nervioso e iracundo; ha quedado proscrito de muchas vidas porque se le considera una propiedad de la muerte o de aquello que nos hace meditar sobre la finitud de la vida. Por eso se le tapia debajo de los escombros sonoros de un universo agrio.
Una de las mejores reflexiones sobre el ruido y el silencio que recuerdo haber leído. Recomiendo leerla en su integridad en su blog.
El silencio es el reverso de este presente nervioso e iracundo; ha quedado proscrito de muchas vidas porque se le considera una propiedad de la muerte o de aquello que nos hace meditar sobre la finitud de la vida. Por eso se le tapia debajo de los escombros sonoros de un universo agrio.
Una de las mejores reflexiones sobre el ruido y el silencio que recuerdo haber leído. Recomiendo leerla en su integridad en su blog.
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lunes, mayo 21, 2012
Honey Ear Trio - MugaJazz, Iruñea / Pamplona 18/05/2012
Erik Lawrence, Allison Miller y Rene Hart (© Ignacio de Álava Casado) |
Llevaban una media hora de actuación cuando Allison Miller – que
ejercía de maestra de ceremonias – preguntó:
does anybody understand
me? Viniendo de
una jazzista, no es una pregunta baladí. La respuesta fue un
tímido sí por parte de algunos espectadores. Ella se refería,
claro, a si alguien entendía sus explicaciones en inglés (es
tontería gastar saliva si nadie comprende; fue amable al
flagelarse en la autodefinición de
americanos estereotípicos
que no hablan otra cosa que inglés). Aparte de dudas sobre
la comunicación oral, ¿no es esa una pregunta legítima que
pueden hacerse la mayoría de músicos de jazz? ¿Alguien me
entiende?
Más allá de los estereotipos del pleistoceno jazzístico, la mayoría del personal desconoce la realidad del jazz y frunce el ceño ante el primer estímulo disonante. Hay muchos porqués al respecto. Uno de ellos, sin duda, la falta de educación musical, de normalización de la diversidad (lo anormal es la especialización en la mediocridad que vivimos). Así, cualquier propuesta que rompa los estereotipos más primarios suscita recelos. Un trío de saxo, batería y contrabajo despierta, por experiencia, una pregunta básica: ¿Sin piano? ¿Sin guitarra? La ausencia de instrumentos polifónicos (aunque Erik me corrigiera después asegurando que entre él y Rene se genera polifonía), capaces de emitir acordes (a eso me refería, Erik), desconciertan a más de uno. Y eso que tipos como Ornette Coleman lo normalizaron hace más de medio siglo. Así las cosas no hay nada como el directo para desarmar prejuicios. Y a fe que más de uno voló por los aires con la actuación de Honey Ear Trio.
Más allá de los estereotipos del pleistoceno jazzístico, la mayoría del personal desconoce la realidad del jazz y frunce el ceño ante el primer estímulo disonante. Hay muchos porqués al respecto. Uno de ellos, sin duda, la falta de educación musical, de normalización de la diversidad (lo anormal es la especialización en la mediocridad que vivimos). Así, cualquier propuesta que rompa los estereotipos más primarios suscita recelos. Un trío de saxo, batería y contrabajo despierta, por experiencia, una pregunta básica: ¿Sin piano? ¿Sin guitarra? La ausencia de instrumentos polifónicos (aunque Erik me corrigiera después asegurando que entre él y Rene se genera polifonía), capaces de emitir acordes (a eso me refería, Erik), desconciertan a más de uno. Y eso que tipos como Ornette Coleman lo normalizaron hace más de medio siglo. Así las cosas no hay nada como el directo para desarmar prejuicios. Y a fe que más de uno voló por los aires con la actuación de Honey Ear Trio.
Allison Miller, Erik Lawrence y Rene Hart durante la actuación
© Ignacio de Álava Casado
Si en el exterior la noche era de furia y truenos, en el
interior la música fue volcánica. El telón de fondo del
escenario era una cristalera que permitía que a cada golpe de
baqueta de Miller, respondiera la madre naturaleza con
percusivos juegos de luz. La noche era eléctrica y la música
electrizante. Honey Ear Trio es la combinación de tres
personalidades musicales notablemente diferenciadas y
complementarias. La vehemente precisión de la pegada de Miller y
la amplitud sonora y flexibilidad en el discurso del tenor de
Erik encuentran un efectivo intermediario en el contrabajo de
Hart, que en ocasiones jugó con la pedalera para que de su
computadora surgiera algún sutil efecto ambiental, mínimo y
medido. El trío es de naturaleza acústica y el local permitió
además disfrutarlo sin amplificación (obviamente, no en el caso
del bajista).
Al igual que Erik Lawrence se pasea con el tenor mientras toca, el trío se pasea con placidez sobre rítmicas y estructuras que son, no obstante, exigentes. Hart y Miller se miran y se retan en una suerte de concierto paralelo sobre el que Lawrence plantea el suyo. Incluso visualmente hay momentos en que el saxofonista parece un espectro que pasaba por allí (si no fuera porque Rene Hart llegó a mirarlo e inclinarse hacia él, parecería que no lo vieran). No significa que hubiera desconexión, todo lo contrario. Mientras Rene Hart encuentra en esa visualización de sus compañeros una forma de concentración (tal y como confesó en posterior conversación), Lawrence es un pacífico espíritu que se concentra en recoger la energía que emana a sus espaldas y transformarla en un río expresivo que se agita de forma virulenta o se remansa hasta la mínima expresión.
Al igual que Erik Lawrence se pasea con el tenor mientras toca, el trío se pasea con placidez sobre rítmicas y estructuras que son, no obstante, exigentes. Hart y Miller se miran y se retan en una suerte de concierto paralelo sobre el que Lawrence plantea el suyo. Incluso visualmente hay momentos en que el saxofonista parece un espectro que pasaba por allí (si no fuera porque Rene Hart llegó a mirarlo e inclinarse hacia él, parecería que no lo vieran). No significa que hubiera desconexión, todo lo contrario. Mientras Rene Hart encuentra en esa visualización de sus compañeros una forma de concentración (tal y como confesó en posterior conversación), Lawrence es un pacífico espíritu que se concentra en recoger la energía que emana a sus espaldas y transformarla en un río expresivo que se agita de forma virulenta o se remansa hasta la mínima expresión.
Erik Lawrence
© Ignacio de Álava Casado
La
libertad que permite un trío con esta instrumentación (tanto en
cuestiones rítmicas como, por supuesto, armónicas) tiene también
sus presuntas limitaciones (tímbricas y, especialmente para el
espectador, de un asidero tonal más evidente al que agarrarse).
Honey Ear Trio apuesta por una música donde la direccionalidad
melódica tiene especial relevancia y donde la rítmica muta
constantemente en un reto de precisión, dentro de la
flexibilidad general. Si hiciéramos proyección visual de la
música, esta sería un cuerpo que engorda y adelgaza, se estira y
se contrae, a voluntad. El trío se conoce bien (no sólo
comparten esta formación sino que los tres, junto al trompetista
Steven Bernstein, son el proyecto
Hipmotism de Lawrence)
y explora las múltiples aristas de música que puede partir de
una evocación rítmica casi tanguera (Whistle
Stop, de Erik Lawrence), estar sometida a los designios del
saltarín y fragmentario universo de Monk (en
Speak Eddie, homenaje
de Allison al fallecido baterista Eddie Marshall; o en
Six Nettes, única
versión de todo el repertorio: obra y gracia de la saxofonista
Lisa Parrott), deambular por los espacios más etéreos del himno
espiritual “coltreniano” (Spotswood Drive, de Miller, donde la baterista propone un ejercicio
circular con los timbales sobre el que Lawrence va dibujando sus
frases de invocación), encontrar dejes flamencos en el
desarrollo melódico y armónico (¿cadencia andaluza?) de
Weight of action (de
Lawrence, en la que Miller enriqueció la tímbrica rítmica
percutiendo sobre unas campanillas), hacer de la balada pop un
arte crepuscular (en The
Gates de Rene Hart, cuyo final fue un bellísimo y extremo
pianísimo de Lawrence, llevando al límite las posibilidades de
desvanecimiento del instrumento) o dejarse abducir por el
universo folk-rock y soul (tan fructífero para la pegada de la
baterista, poderosa pero llena de virtuosos requiebros) de temas
como el inicial Steampunk
Serenade (título de su único trabajo discográfico, firmado
por Rene Hart).
Allison Miller
© Ignacio de Álava Casado
El entusiasmo del público, la atención modélica de la mayoría de
los presentes, y las posibilidades acústicas de un espacio
perfecto para tocar “a pelo”, facilitaron una inspirada velada
del trío. Hubo algunas dudas en temas todavía en rodaje, pero el
directo es así y como buenos músicos solventaron con gracia y
talento las imprecisiones (mientras Erik Lawrence buscaba – y no
encontraba – los papeles de
Speak Eddie, Allison
se lanzó a tumba abierta junto a Rene en una improvisada
introducción al tema, hasta que Lawrence – impasible en su
infructuosa búsqueda – se subió al tren en marcha). Esa era
antes la gracia de tocar en clubes (como
en su día me comentaba
con cierta nostalgia el difunto Peer Wyboris): poder rodar y
rodar durante días hasta que el público te conocía perfectamente
y los grupos se solidificaban. Pero ya sabemos por Zygmunt
Bauman que nuestra sociedad es líquida.
Allison Miller
© Ignacio de Álava Casado
Dos
viernes consecutivos de Jazz en el Hotel Muga de Beloso (ciclo ‘MugaJazz’) de Iruñea – Pamplona, han sido como un
efecto óptico, un oasis mental para el sediento. La
incertidumbre sobre el futuro de la iniciativa (la incertidumbre
– también líquida - es la única certidumbre de los tiempos que
corren) no es nueva en esta ciudad, siempre ajena a los
circuitos más estimulantes, siempre inconstante para los
proyectos más creativos. Pronto recordaré estas noches como un
sueño, con la duda de si fueron producto de mi imaginación o de
un estado febril a causa de la inanición. Ojalá la medicina de
los hechos sane mi resignación.
Gracias a Ignacio de Álava Casado por la amable cesión de sus estupendas fotografías.
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The Sinister Minister (Wert´s Tiger Rag)
Todo llega y todo pasa a velocidad de vuelo supersónico en esta tweet society
(todo es anglo en el universo digital, y llamarla ‘sociedad pío pío’…
no sé yo). Triunfa la Fórmula Uno de la información, donde la velocidad
no permite definir con claridad el perfil de las noticias. Si uno trata
de forzar la vista para comprobar la veracidad de lo intuido, corre el
riesgo de quedarse atrás. Que la media de duración de un trending topic (tema del momento) esté en los trece minutos, da una idea del vértigo.
Quedémonos
atrás, por lo tanto. Miremos con detenimiento a lo que ya no es
noticia: que dice el ministro José Ignacio Wert que los músicos deben
cobrar menos por la crisis. Lo dijo en Rolling Stone, una
revista de tendencias (tal es así que el ministro bromea con que le
hubiera gustado recibir a sus reporteros “con una chupa a lo Rolling
Stone”) con fecha de publicación 8 de mayo (lo menos, ¡una eternidad!).
“Puede que los músicos deban cobrar menos por la crisis”, titula la
revista citando la literalidad de sus palabras, y la red las pone en
circulación. Se abre la veda para los insultos, las descalificaciones,
las camisas rasgadas, las venas en riesgo, los su puta madre… y el
silencio. Ya está, ya ha pasado. A por otra cosa. “Eso que llamaría Paul
Valéry la espuma de los días” -se le escuchó a Wert en El debate de La 1
de TVE-, que “es mejor no mirarla, porque distrae”. Habrá que
disculparle al ministro el lapsus de confundir a Valéry con Boris Vian
(lástima, para una vez que toca el tema del jazz).
viernes, mayo 18, 2012
Casi, Jorge, casi.
En alguna ocasión me he preguntado (cosas del ego): ¿Qué haría si me concedieran un premio? ¿Lo recogería? ¿Lo rechazaría, porque a mí los premios...? ¿Iría y lanzaría una larga perorata sobre la llegada del apocalipsis social después de recogerlo? ¿Contra el gobierno? ¿Subiría al estrado y pronunciaría un escueto "gracias" y me marcharía? Claro, todas estas dudas eran hijas de la fantasía. ¿Quién iba a darme un premio a mi? ¿Por qué? (Al menos esta última pregunta me sitúa en la esfera de los grandes pensadores de la Historia).
Y hete aquí que me han despertado del sueño y que en ese abrupto susto que significa abrir los ojos me he encontrado con el primer premio de mi vida. (¿Por qué no me dejan dormir? ¡¡Quiero dormir!! Y, sobre todo, quiero que acaben las malditas obras que desde el año pasado aniquilan mi sueño a golpe de martillo y taladro - o de gorgoritos de andamio a lo Bustamante... o ¡Sergio Dalma! -. Mi vida es una continua obra, pero lo mío no es puro teatro). El culpable es el amigo Jorge. Digo amigo, aunque nunca nos hemos visto en persona. Qué mundo tan raro este en que los amigos tienen cara de libro y las personas no leen.
Jorge tiene un blog. Y su blog ha recibido un premio. Y ese premio le obliga a premiar. Y en esa obligación (los premios no son otra cosa que obligaciones adquiridas sin haber rellenado impreso alguno) ha decidido que lo de obligar con amigos es siempre mejor. Así que se ha puesto a obligar y me ha obligado. Qué majo él, que dice que el mío es uno de sus cinco blogs favoritos. Todo un detalle, se dirá. Ay, que los premios siempre tienen veneno.
Para empezar este premio está condicionado a blogs con menos de 200 seguidores. Ergo Jorge ha puesto en evidencia la insignificancia e irrelevancia del mío. Gracias. Se acabó el efecto óptico que hizo pensar a millones de personas que visitaban un blog influyente, relevante. Dejen de perder el tiempo por aquí. Las visitas eran la suma de mis CTRL + F5 compulsivos.
Dice Jorge: "Casi sin dudarlo, uno de mis blogs favoritos". Muy sutil, Jorge, muy sutil. ¿Cómo fue ese momento de duda? ¿Por quién o por qué dudaste? ¡Confiesa tu duda! ¡¡Confiesaaa tu duda, Jorge!! ¿Por quién casi - sólo casi - me dejas fuera de tu lista de blogs favoritos?
¿Qué encuentra Jorge en mi blog? "Jazz, política, reflexión, opinión, humor, algo de tristeza, mucha música buena... delicatessen". ¿Algo de tristeza? ¿Me estás llamando triste, Jorge? ¿Apocado? ¿Tristón? ¿Chungo? ¿Waterparty? ¿Melón? ¿Cenizo? ¿Mustio?
Qué lástima, Jorge. Con lo bien que íbamos. Y yo que pensaba que nunca tomarías ese vuelo con rumbo a París, que te quedarías conmigo en tierra, haciéndome reír como solías; haciendo que compartiera tus historias, leyéndolas en alto a S. Desintoxicándome de tanto veneno con tu humor chorrazo, que es como un tratado de nuestro absurdo cotidiano e íntimo. Con esas ilustraciones que son golpes de efecto narrativo en tu humor - trama. Qué lástima. Con lo chachi que me lo hiciste pasar. Tenías talento. Perder el tiempo entre los mil matices de gris era invertir en bonos alma. Y resulta que todo eso no era más que casi, Jorge, casi.
jueves, mayo 17, 2012
Apuntes de "Persona y Democracia" de María Zambrano (1958)
(...) Si se acepta algo como una fatalidad del destino o de los dioses,
más aún, si ni siquiera se ha sentido la necesidad de pensar en ellos como
explicación de lo que nos sucede, lo soportamos simplemente, sin rebelarnos; se
vive entonces resbalando sobre los acontecimientos que más nos atañen, que ni
siquiera se nos presentan dibujados, ni siquiera tienen un rostro, una figura
ante nuestros ojos. No ha lugar entonces a la perplejidad. (...)
(...) algo muere en cada crisis. Y aquellos a quienes afecta esta muerte, en lugar de sobrepasarla, la extienden a todo el resto. Es como si los árboles en otoño creyeran que la naturaleza toda muere, en vez de dejar caer las hojas secas y recogerse hacia adentro, en espera de que la savia suba en la primavera siguiente. (...)
(...) Es la raíz anímica del reaccionarismo, causa de esterilidad y de
esa enfermedad que se manifiesta en un constante desdén a todo lo presente. Este
último género de minorías desampara en verdad al pueblo y vive en modo inerte,
que puede tornarse en pleno resentimiento, en una incapacidad para descubrir la
belleza en la vida, en una forma de deserción que puede llegar a la amoralidad,
envuelta a veces, curiosamente, en una rígida moral. (...)
(...) Por medio de la conciencia histórica se podrá ir logrando más
lentamente lo que la esperanza pide y lo que la necesidad reclama. Pues se trata
de todo lo contrario de una 'Revolución', proceso instantáneo con
el cual el hombre occidental ha soñado y querido librarse de la pesadilla
histórica. Porque ha confundido el instante del despertar con la realización. Y
despertar de una pesadilla sucede en un instante, como todos sabemos por
experiencia. Aparece entonces la realidad, la verdadera, encubierta por la
pesadilla en la que surge un monstruo, máscara de la realidad desatendida. (...)
Y este instante, el primero del despertar, es el más cargado de peligro pues se
pasa de sentir el peso del monstruo de la pesadilla al vacío. Es el instante de
la perplejidad que antecede a la conciencia y la obliga a nacer. Y el de la
confusión. Ya que nada azora tanto como encontrarse consigo mismo. (...)
Persona y Democracia, María Zambrano (1958 - Ed. Siruela)
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El Infierno Musical - Centro Cultural 'El Matadero' de Huesca, 15/05/2012
La vida es eterna en cinco minutos. ¡Qué razón, Víctor Jara! Cinco minutos te hacen florecer. Cuando los alrededores marchitan la vida, cuando la lluvia es ácida - esa galería oscura, oscura, este hundirse sin hundirse, que decía Alejandra Pizarnik –, los cinco minutos (eso dura para la eternidad un concierto) pueden dejarle a uno dibujada la sonrisa ancha. Es poesía la de quien desde un escenario te transporta a la eternidad durante un ratito.
La eternidad resguarda la poesía de Alejandra Pizarnik y el austriaco Christof Kurzmann se abonó a ella como quien encuentra refugio y consuelo íntimo en la inquietud de unas palabras que, sin embargo, apaciguan. Puede que sea la hipnosis a la que induce la voz de Kurzmann la que logre domar el dolor de la poeta y convertir su miedo en la más hermosa de las certidumbres.
Produce cierta congoja la presentación de un proyecto llamado ‘El infierno musical’ en un centro cultural que se denomina ‘El matadero’. Más si cabe cuando en el clavijero de la viola da gamba de Eva Reiter está tallada la cabeza de una cabra, diabólica terminación que es casi idéntica a la que nos observa desde la fachada exterior del auditorio del centro. No se llama Matadero por casualidad. Por fortuna, ahora los gritos son, como mucho, de placer, no de espanto.
Eva Reiter y su viola da gamba (y detalle de la fachada de 'El Matadero')
© www.elclubdejazz.com (sobre la foto de Eva Reiter)
El quinteto - que transforma la palabra en música e integra la
poesía en su métrica instrumental –replicó de principio a fin, y
en el mismo orden, la totalidad de lo
escuchado en disco. El
proyecto maneja unas estructuras predeterminadas sobre el papel
por Christof, por lo que hay una parte de reproducción, tanto en
la obligada lectura de la partitura para los instrumentistas
como en la puesta en marcha de los audios creados de antemano
por Kurzmann con su ordenador. Es, en ese sentido, un proyecto
estudiado y meditado en el que, aunque en él figure una figura
imprescindible de la música improvisada como Ken Vandermark, y
habituales como Clayton Thomas, la esencia está en el trabajo
previo del músico austriaco. Sin obviar que contiene espacios
para la improvisación y que estos se expresan tanto en clave de
jazz de contundencia roquera (una de las caras reconocibles en
la música de Vandermark) como de exploración libre, de
intercambio sobre el silencio, de expresión visceral como
contraste al tono contenido, íntimo, del universo que Kurzmann
ha creado para Pizarnik.
Christof Kurzmann canta y recita la poesía de Pizarnik
© Jesús Moreno
Además
de comprobar que la voz que dialoga en
Cold in hand blues con
Kurzmann es la de Eva Reiter (en el disco no figura que sea
ella), algunos detalles complementaron visualmente la
información auditiva de la grabación. Así, por ejemplo, el
baterista (y vibrafonista) Martin Brandlmayr dibuja su precisión
con unos movimientos en los que cuenta también el golpe que no
se da, el espacio que se respira. Se mueve como si de un
autómata se tratara y, sin embargo, tan libre y selectivo en el
golpe y en lo golpeado.
Martin Brandlmayr
© Jesús Moreno
Una lección de escucha, de selección del
momento, de trabajo sobre los espacios y ritmos, ya sea
generando efectos con el arco de un contrabajo en el filo de los
platos y del vibráfono o baqueteando pequeños platillos sobre la
caja. Clayton Thomas convierte su contrabajo en percusión
también en muchos momentos, especialmente en el extraordinario
intercambio con Brandlmayr que mantuvo para generar el pulso de
Cold in hand blues,
donde Kurzmann usó el saxo antes de entablar conversación con
Eva. La sensualidad de su bis a bis se transmuta en un carnoso
(pero terso) blues en el saxo de Vandermark, que complementa y
retoma el lenguaje hablado por Kurzmann y Reiter. La rítmica de
la poesía y su expresión musical tienen en este tema un ejemplo
paradigmático.
Eva Reiter
© Jesús Moreno
Eva Reiter explora el lado efectista de la viola da gamba
(incluida la destrucción frotada sobre las cuerdas de un corcho
blanco), se esfuerza por hacer sonar la inmensa flauta
contrabajo (su dimensión apenas se corresponde con la
emisión; sutileza de terciopelo), con el que ofrece un
contrapunto tribal, primitivo - a una música siempre moderna
pero con un excitante pie en la caverna humana -, y se convierte
en una roquera impenitente distorsionando el sonido de un dan bao
(instrumento tradicional de Vietnam; básicamente un mástil
con una única cuerda) que electrifica cual guitarra eléctrica.
Y, sobre todo, se lo pasa de rechupete escuchando la interacción
de sus compañeros, los estallidos más vehementes de Ken
Vandermark o las insinuaciones expresivas de Clayton Thomas.
Clayton Thomas
© Jesús Moreno
Suena
la sirena, de vuelta al trabajo. Pero,
por fortuna, como dije al empezar,
la vida es eterna en cinco
minutos. Ni a cinco llegó la eternidad de ese bis sorpresa
en el que Kurzmann hizo nana la emocionante y dolorosa historia
de la pérdida de Manuel.
Te recuerdo Amanda, el regalo que Víctor Jara nos hizo en
1969 (cuatro años después sería asesinado por los matones de
Pinochet) y el que nos hizo Kurzmann la noche del 15 de mayo,
poco antes de que sonara la sirena de las doce de la noche y se
rompiera el hechizo del vals que nos mecía. Aunque ni la más
agresiva de las sirenas logrará borrar la sonrisa de felicidad
de uno de los solos más sencillos y emotivos que servidor
recuerda con un clarinete. Gracias Ken. Qué sencillo es lo
hermoso, por complicado que parezca.
El reloj de Ken Vandermark marca las 12. ¿Fin del hechizo?
© Jesús Moreno
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miércoles, mayo 16, 2012
Tuesday Wonderland
Dedicaron los chicos de E.S.T. (Esbjörn Svensson Trio) un disco en 2007 al martes, día de la semana anodino por naturaleza. Lo llamaron Tuesday wonderland para fantasear con él, para darle un toque mágico. Por ahí, por donde marca la flecha, debe de estar el camino que nos acerca hacia el alma del pianista.
Mallos de Riglos
Y volver, volver, volver... de Huesca otra vez. Y los Mallos de Riglos que posan para mí en la soledad de una mañana de miércoles de mayo. Vivir tiene sus recompensas...
domingo, mayo 13, 2012
12-M en Pamplona
Pancarta principal en la cabecera de la manifestación (Fotografía: www.diariodenavarra.es) |
12-M en Pamplona. ¿Se corresponde
el estado de ansiedad y depresión informativa con la realidad ciudadana? Uno
acude a manifestarse a la convocatoria de 15-M y por el camino intuye que es
una espléndida tarde de un sábado cualquiera. Familias que pasean, gente que
compra en las tiendas… Si se atiende a la información cotidiana, el paisaje
urbano debería ser desolador, y no lo es. Me aproximo a la Plaza del Castillo,
epicentro de la convocatoria. Frente al Palacio del Gobierno de Navarra veo
apostados decenas de policías nacionales. Un hombre, que camina en dirección
opuesta a la mía, dice que hay más policías que manifestantes en la plaza. Es un aviso
de lo que me espera. Mucho ambiente, pero ajeno a la protesta. Mucho trajeado de
boda, mucha gente en las terrazas tomando algo o a la puerta de los bares, fumando
y bebiendo, gritando su euforia etílica. Faltan pocos minutos para las siete de
la tarde, hora de la convocatoria de manifestación, y la sensación de dilución
de manifestantes en el escenario de placidez sabatina es llamativa.
Los portadores de la pancarta
principal (con el lema “Las personas antes que la deuda. No a la tiranía de los
mercados”, escrito en euskera y castellano) se sitúan en cabecera e inician la
marcha. Se dirige hacia la Avenida de Carlos III y se sitúa en el margen
derecho de la calle. Si subdividimos la anchura de la avenida en tres partes,
la manifestación camina por uno de esos
tercios. Así, mientras ascendemos entre tímidos intentos de emitir un grito colectivo
(siempre seremos más los silentes), otra manifestación discurre en sentido
opuesto: decenas de ciudadanos que pasean tranquilamente, que empujan silletas,
que portan las bolsas de sus recientes adquisiciones, que miran o incluso
ignoran nuestro camino. Los hay que se giran a nuestro paso con un trozo de
queso en la boca, muestra gratuita de una feria de productos que ocupa el
espacio central de la avenida. Desde las terrazas se nos contempla
plácidamente. Un grupo de adolescentes se ríe a nuestra costa, tan Cristianos
ellos con su aspecto de arrabaleros burgueses. Si no les falta a su edad las
gafas fashion que lucen los modelos
en cualquier revista dominical, ¿qué les puede faltar en el futuro?
Cabecera de la marcha a su paso por Carlos III (Fotografía: www.diariodenavarra.es) |
La melodía de When the saints go marching in - que
antaño sirvió en Pamplona para amenazar con la quema del todopoderoso Opus Dei
(en su día el cineasta Jem Cohen intuyó - ¡cuánta razón! - que esta era una
mala ciudad para ser mujer) - sirve para “amenazar” con el mismo destino a El Corte Inglés cuando pasamos frente a
su delegación. Me pregunto: ¿cuántos ciudadanos se manifiestan dentro y cuántos
estamos fuera? (Por si hubiera dudas: cualquier acto, por inofensivo que
parezca, nos define ideológicamente). Hacia la mitad del pelotón manifestante,
un grupo de jóvenes con megáfono propone los cánticos y expresiones más
ocurrentes. Uno de ellos, cual nacionalizador marianista, proclama con acento de predicador la nacionalización del
mencionado centro comercial, idea aplaudida con júbilo. El mismo con el que
consiguen que a cada poco nos agachemos todos al susurro amenazante de “y el
que no se agache…”. Una vez logrado el quórum que pone a prueba nuestra
flexibilidad, se prorrumpe en un “pepero
el que no bote”, calificativo para quien haya permanecido erguido que se celebra dando botes.
El paso por el Paseo de Sarasate
ofrece una fotografía de contrastes. Mientras a los centenares que nos
manifestamos nos mueve la denuncia de la indignidad ética y estética del tiempo
presente, la indignación (serena) por la clamorosa estafa, por la claudicación
de la política, por la injusticia, y por tantos etcéteras, a otros los mueve la
música de una banda que propone baile y que se impone con la potencia de los
vatios a los tímidos gritos del colectivo manifestante. Mientras pasamos, el
público se gira hacia nosotros y los músicos procuran abstraerse. Su profesionalidad
pone banda sonora de cabaret a la tarde. En cualquier momento podría aparecer
Lina Morgan.
De vuelta en la Plaza del
Castillo, el éxito numérico de la convocatoria adquiere su verdadera dimensión.
“Pinchazo en Pamplona”, le informo a un amigo que se dirige a Sol en Madrid. “Sol
reluce lleno”, contesta más tarde. La peña Oberena irrumpe en la plaza con su
txaranga y seduce a unos cuantos manifestantes más que la idea de una nueva
asamblea terapéutica del 15-M. El grupo de jóvenes con megáfono entretiene la
espera con cánticos más o menos ocurrentes. “Vamos a contar mentiras, el PSOE
es de izquierdas, tralará y en el PP no hay fascistas”. Y por las calles
adyacentes más txarangas y bailes a ritmo de acordeón y sintetizador. Y los
bares llenos, y los restaurantes a rebosar, y las plazas y calles atestadas de
bebedores y fumadores. Y yo mastico un bocata mientras discuto si no es
demasiado inocuo el 15-M en Pamplona. Si falta concreción. Si no es demasiado
etéreo y falto de un pulso ideológico que deje de acoger de forma ambigua lo uno
y su contrario. Si, al menos en esta ciudad, no es más que la expresión que
hemos encontrado los más aburguesados para mostrar nuestro descontento sin
molestar demasiado. El instrumento que permite que juguemos a manifestarnos como quien
toca la guitarra o juega al tenis con el mando de una consola de videojuegos.
Vuelvo a casa y me acompañan los sonidos de la protesta cívica en la Puerta del
Sol de Madrid. Algo se encoge en mi interior cuando la multitud rompe el
silencio de ese grito mudo de medianoche. “Os envidio”, le escribo en un
mensaje a mi amigo. “Tu espíritu está presente”, me consuela. Envidia sana de
lo que nunca dejó de ser, visto con perspectiva, un movimiento que, como con el
tiempo meteorológico, hace que parezca que llueve en España cuando lo hace en
Madrid.
© Carlos Pérez Cruz
Albert Vila & Moisés P. Sánchez Trío - MugaJazz, Iruñea / Pamplona 11/05/2012
Moisés P. Sánchez, Toño
Miguel, Albert Vila y Borja Barrueta
© Iñaki Rodríguez
© Iñaki Rodríguez
A aquella mujer le resultaba inconcebible la idea de que tras un
solo se aplaudiera. Era el vivo retrato de la indignación:
“¡Pero si no se ha acabado la canción! No había visto esto
nunca. Qué tontos”, sentenciaba. Su estado etílico explicaba la
desinhibición crítica y el volumen en la expresión de sus
afirmaciones. Mientras, bailaba una música de la que yo no
infería especial incitación al baile, si acaso al movimiento de
la cabeza. Libre era ella, ¡por supuesto!, de encontrarle el
lado danzante a la música. Pasaba por ahí, la mujer. Era el
salón de un hotel y era probable que viniera de largas horas de
celebración de alguna boda, bautizo o funeral. Se encontró con
un concierto de jazz y descubrió – aunque no llegó a
comprenderlo – que en jazz existe un código de conducta que
premia los solos con aplausos. Por fortuna para mí – experto en
sentarme en el lugar equivocado – su presencia fue tardía, casi
al final del concierto.
Desvío probablemente el tiro si dedico a los aconteceres externos una atención similar a aquello que sucede en un escenario, pero la música no sólo es la conjunción de sonidos y su reparto en el tiempo y el espacio, sino también las circunstancias en las que se produce. Que uno pueda concentrarse en lo sustantivo en jazz es muchas veces una excepción. Alejado de los auditorios que incitan al silencio (otra cosa es que…), locales como el lounge de un hotel (mi segundo con jazz en cosa de un mes) parecen invitar a la incontinencia verbal de algunos. Aunque los algunos sean músicos escuchando a músicos (¡aquí hay noticia!), parece que es más importante comunicarse con el vecino y comentar la jugada - como si de un encuentro deportivo se tratara - que concentrar la atención en lo verdaderamente relevante: la escucha. Estoy a punto de lanzar la toalla y levantar la bandera blanca. Nuestra sociedad desprecia la concentración tanto como el silencio. Recuerden que ya hay quien twittea los conciertos.
Desvío probablemente el tiro si dedico a los aconteceres externos una atención similar a aquello que sucede en un escenario, pero la música no sólo es la conjunción de sonidos y su reparto en el tiempo y el espacio, sino también las circunstancias en las que se produce. Que uno pueda concentrarse en lo sustantivo en jazz es muchas veces una excepción. Alejado de los auditorios que incitan al silencio (otra cosa es que…), locales como el lounge de un hotel (mi segundo con jazz en cosa de un mes) parecen invitar a la incontinencia verbal de algunos. Aunque los algunos sean músicos escuchando a músicos (¡aquí hay noticia!), parece que es más importante comunicarse con el vecino y comentar la jugada - como si de un encuentro deportivo se tratara - que concentrar la atención en lo verdaderamente relevante: la escucha. Estoy a punto de lanzar la toalla y levantar la bandera blanca. Nuestra sociedad desprecia la concentración tanto como el silencio. Recuerden que ya hay quien twittea los conciertos.
© Iñaki Rodríguez
El concierto partía con un déficit: que un pianista se vea
abocado a sustituir piano por teclado eléctrico es… lo que hay.
Para el intérprete es una limitación, para el oyente una
invitación a la abstracción, a la imaginación de cómo podría
haber sido en caso de haber contado con el instrumento debido,
no con un sucedáneo (con todos los respetos para el espléndido
teclado de Diego Izco, coordinador del evento). Así todas las
intervenciones de Moisés P. Sánchez fueron acompañados de un
mental ¡Mi vida por un
piano! Y sobre todo por una pregunta: ¿de qué habría sido
capaz en caso de tener uno? Porque cada intervención de Moisés
levanta la ceja admirativa ante la impresión que genera una
técnica tan depurada al servicio da una creatividad en constante
reinvención. Las composiciones de Albert Vila se transformaban;
literalmente, volaban en el teclado de Moisés. Composiciones con
fuerte identidad melódica que se intuían complejas en su
estructura, llenas de intrincados cambios de tempo; compases
irregulares que obligan al músico a una concentración extrema
para dar el golpe o el apoyo armónico donde corresponde; temas
donde se trabajan motivos y tempos en paralelo. Música en
permanente mutación con una estructura, no obstante, semejante
en la mayoría de casos, con la idea de un
in crescendo hacia el
clímax central a partir de tempos medios, muchas veces doblados
durante los solos (especialmente en los de Moisés y gracias
también a la habilidad de Borja Barrueta). En varios casos,
intervenciones solistas (del contrabajo, por ejemplo) o breves
interludios servían de transición entre partituras. En un
momento dado pareció libremente improvisada, esencialmente
atmosférica. Faltó en ella la misma convicción y credibilidad
que pusieron en la música cifrada. No pasó de un apunte
colorista que rozó el poste del cliché.
Es legítimo preguntarse hasta qué punto la complejidad estructural deviene en ejercicio de placer artístico para el ejecutante, no tanto para el oyente. Sin embargo la respuesta la tenía Moisés, capaz de aligerar con un asombroso sentido del swing la densidad reinante. Si el galimatías pasa desapercibido, no hay pregunta. Y cada entrada del pianista (perdón, teclista) iluminaba la noche, acompañado por la evidente complicidad de un trío con el que lleva trabajando más de diez años. Lo paradójico es que el autor de la música, el guitarrista Albert Vila, fuera el elemento extraño. A él le corresponde el reto de descifrar los automatismos del trío y, de paso, crear nuevos para el cuarteto. Están por llegar, y que sea así es algo que pertenece a la lógica, no a demérito alguno. En el Norte sabemos lo difícil que es ser acogido por una cuadrilla de amigos de toda la vida. Hay mucho sobreentendido, que para el nuevo no es tal. Así que el reto es interesante para Vila, cuyas composiciones se tornaban otras cuando el trío se hacía con ellas.
Los hay que se manifestaron sorprendidos por la interacción entre los cuatro. Mi sorpresa es que eso sorprenda. Aunque todo es posible en este mundo de híper-egos. Una cosa es destacar dentro del grupo y otra bien distinta que eso vaya en detrimento del colectivo. Y aquí había grupo (con el normal desequilibrio de fuerzas ya comentado). Y había individualidades, con la muy sobresaliente de Moisés P. Sánchez, cuyo talento parece ilimitado. Su mano derecha es espléndida; veloz, pero con sentido de la medida. En sus solos se equilibraba la exuberancia con la sutileza de matices extremos y con recursos estéticos de una formación clásica aplicada con ingenio al discurso de jazz. Que a la derecha se le sumara la izquierda, fue todo un lujo. Como lo fue comprobar cómo la actividad física delataba la implicación emocional de Borja Barrueta, siempre exigido por la frenética actividad de cambios rítmicos de la música a la que él mismo aportaba una feliz riqueza de golpes que eran el nervio de la música.
La actuación, con los condicionantes ya mencionados, sirvió para constatar una vez más que existe una desconexión entre la calidad y solidez de las propuestas de algunos jazzistas de nuestro país (por fortuna no son pocos, aunque tampoco sobren) y las posibilidades de desarrollo y exposición de las mismas. Un subterráneo creativo que fluye al margen de la vida oficial de la superficie. Arriba se lo pierden.
Es legítimo preguntarse hasta qué punto la complejidad estructural deviene en ejercicio de placer artístico para el ejecutante, no tanto para el oyente. Sin embargo la respuesta la tenía Moisés, capaz de aligerar con un asombroso sentido del swing la densidad reinante. Si el galimatías pasa desapercibido, no hay pregunta. Y cada entrada del pianista (perdón, teclista) iluminaba la noche, acompañado por la evidente complicidad de un trío con el que lleva trabajando más de diez años. Lo paradójico es que el autor de la música, el guitarrista Albert Vila, fuera el elemento extraño. A él le corresponde el reto de descifrar los automatismos del trío y, de paso, crear nuevos para el cuarteto. Están por llegar, y que sea así es algo que pertenece a la lógica, no a demérito alguno. En el Norte sabemos lo difícil que es ser acogido por una cuadrilla de amigos de toda la vida. Hay mucho sobreentendido, que para el nuevo no es tal. Así que el reto es interesante para Vila, cuyas composiciones se tornaban otras cuando el trío se hacía con ellas.
Los hay que se manifestaron sorprendidos por la interacción entre los cuatro. Mi sorpresa es que eso sorprenda. Aunque todo es posible en este mundo de híper-egos. Una cosa es destacar dentro del grupo y otra bien distinta que eso vaya en detrimento del colectivo. Y aquí había grupo (con el normal desequilibrio de fuerzas ya comentado). Y había individualidades, con la muy sobresaliente de Moisés P. Sánchez, cuyo talento parece ilimitado. Su mano derecha es espléndida; veloz, pero con sentido de la medida. En sus solos se equilibraba la exuberancia con la sutileza de matices extremos y con recursos estéticos de una formación clásica aplicada con ingenio al discurso de jazz. Que a la derecha se le sumara la izquierda, fue todo un lujo. Como lo fue comprobar cómo la actividad física delataba la implicación emocional de Borja Barrueta, siempre exigido por la frenética actividad de cambios rítmicos de la música a la que él mismo aportaba una feliz riqueza de golpes que eran el nervio de la música.
La actuación, con los condicionantes ya mencionados, sirvió para constatar una vez más que existe una desconexión entre la calidad y solidez de las propuestas de algunos jazzistas de nuestro país (por fortuna no son pocos, aunque tampoco sobren) y las posibilidades de desarrollo y exposición de las mismas. Un subterráneo creativo que fluye al margen de la vida oficial de la superficie. Arriba se lo pierden.
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miércoles, mayo 09, 2012
Christof Kurzmann - "El infierno musical"
Hay quien dice, con
razón, que, aunque explorar el espacio exterior e indagar en sus misterios es
fascinante, todavía quedan muchas cuestiones por resolver en nuestro
maltrecho planeta. Dudas de a pie, fascinaciones terrenales: ¿Ha logrado Christof Kurzmann la
alineación de los planetas? Cuando menos, resulta asombrosa la perfecta
conjunción de elementos tan dispares en torno a ese inquietante astro
poético que fue la argentina Alejandra Pizarnik. El anillo de su oscura
poesía rodea al quinteto, lo somete con su campo magnético a un estado
emocional que fomenta la introspección, que se dirige hacia la derrota
sin dejar de lanzar coces vitales. Irradia un sereno combate.
Bendito el día en que aquel librero ambulante de Buenos Aires le vendió a Kurzmann un libro con la poesía de Alejandra Pizarnik. El quinteto toma nombre de un poemario publicado en 1971, que a su vez tomó inspiración de El jardín de las delicias, ese tríptico moralizante de El Bosco cuyo infierno incluía una zanfona o un laúd (detalle que constituye la portada de este disco). Si el infierno era esto, que me condenen por toda la eternidad. Que reine en él la poesía de Pizarnik recitada por Kurzmann y el asombroso y natural encaje de sus espacios electrónicos con el corpóreo soplo de Ken Vandermark; el permanente zigzag de la música, sus cortes abruptos, sus espacios de silencio y el silencio hecho música; la contemporaneidad de una música que, sin embargo, ampara ecos de la noche de los tiempos. Una noche que es como una telaraña anímica que da unidad de principio a fin a este infierno tan extraordinario.
Cada uno de los seis cortes de este disco se construye en torno a las palabras de Pizarnik (en su mayor parte traducidas al inglés). Kurzmann lee o canta, un canto casi átono, sin engolamiento poético. Las palabras se adaptan al ritmo musical o planean sobre el paisaje sonoro tanto como la música adapta el espíritu de las palabras de Pizarnik. En Cold in hand blues, Kurzmann transforma en seductor diálogo con una voz femenina (sin identificar) los miedos del breve texto de la poeta (esta vez sí, parte en castellano). Puro minimalismo, golpe y rasga instrumental que genera el pulso; el espíritu del blues impregna el vacío; la música adquiere forma en el silencio (Todo hace el amor con el silencio, recita Kurzmann en Dianas Tree, mientras el silencio irrumpe en el discurso pop de la música). Tengo miedo, concluye. Hay algo seductor en el miedo de Pizarnik.
La música estaba presente de muchas formas en la poesía de Alejandra Pizarnik. Una obvia: su poema Para Janis Joplin. Para esa niña monstruo, el quinteto crea la más breve de las composiciones, un asombroso puzle entre las estructuras más abiertas, efectistas y ruidistas y la rigidez casi marcial con que se lee el poema, apoyado en un golpeo constante que resuena como pelota de ping-pong. La guitarra hace un guiño al motivo melódico de la versión de Summertime de la propia Joplin.
Escuchar la voz de Alejandra (recitando Escrito con un nictógrafo, de Arturo Carrera) en Ashes II tiene algo de religioso. La cadencia ritual de su voz, la atmósfera de efectos ondulantes de la electrónica, el oleaje del contrabajo de Clayton Thomas, el aire soplado por Vandermark, la circulación en el espacio de la voz de Pizarnik... es el golpe de efecto final de un proyecto que adquiere su tono de recogimiento ya en los primeros segundos del inicial El infierno musical, donde lo atmosférico nunca está reñido con la actividad. Es continua en este universo de apariencia estática. Se desvanece la voz de Kurzmann recitando Cenizas y un motivo melódico (rítmico en esencia) del jazz rock más característico de Ken Vandermark se impone, sirve al recitado de Canto después de que el silencio - de nuevo el silencio - irrumpa como llamada de atención, como alerta y prevención ante el desgarro con que desnuda su alma (y la nuestra) Alejandra Pizarnik:
Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi respiración. Y cuando por la mañana temes encontrarte muerta (y que no haya más imágenes): el silencio de la compresión, el silencio del mero estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal.
Bendito el día en que aquel librero ambulante de Buenos Aires le vendió a Kurzmann un libro con la poesía de Alejandra Pizarnik. El quinteto toma nombre de un poemario publicado en 1971, que a su vez tomó inspiración de El jardín de las delicias, ese tríptico moralizante de El Bosco cuyo infierno incluía una zanfona o un laúd (detalle que constituye la portada de este disco). Si el infierno era esto, que me condenen por toda la eternidad. Que reine en él la poesía de Pizarnik recitada por Kurzmann y el asombroso y natural encaje de sus espacios electrónicos con el corpóreo soplo de Ken Vandermark; el permanente zigzag de la música, sus cortes abruptos, sus espacios de silencio y el silencio hecho música; la contemporaneidad de una música que, sin embargo, ampara ecos de la noche de los tiempos. Una noche que es como una telaraña anímica que da unidad de principio a fin a este infierno tan extraordinario.
Cada uno de los seis cortes de este disco se construye en torno a las palabras de Pizarnik (en su mayor parte traducidas al inglés). Kurzmann lee o canta, un canto casi átono, sin engolamiento poético. Las palabras se adaptan al ritmo musical o planean sobre el paisaje sonoro tanto como la música adapta el espíritu de las palabras de Pizarnik. En Cold in hand blues, Kurzmann transforma en seductor diálogo con una voz femenina (sin identificar) los miedos del breve texto de la poeta (esta vez sí, parte en castellano). Puro minimalismo, golpe y rasga instrumental que genera el pulso; el espíritu del blues impregna el vacío; la música adquiere forma en el silencio (Todo hace el amor con el silencio, recita Kurzmann en Dianas Tree, mientras el silencio irrumpe en el discurso pop de la música). Tengo miedo, concluye. Hay algo seductor en el miedo de Pizarnik.
La música estaba presente de muchas formas en la poesía de Alejandra Pizarnik. Una obvia: su poema Para Janis Joplin. Para esa niña monstruo, el quinteto crea la más breve de las composiciones, un asombroso puzle entre las estructuras más abiertas, efectistas y ruidistas y la rigidez casi marcial con que se lee el poema, apoyado en un golpeo constante que resuena como pelota de ping-pong. La guitarra hace un guiño al motivo melódico de la versión de Summertime de la propia Joplin.
Escuchar la voz de Alejandra (recitando Escrito con un nictógrafo, de Arturo Carrera) en Ashes II tiene algo de religioso. La cadencia ritual de su voz, la atmósfera de efectos ondulantes de la electrónica, el oleaje del contrabajo de Clayton Thomas, el aire soplado por Vandermark, la circulación en el espacio de la voz de Pizarnik... es el golpe de efecto final de un proyecto que adquiere su tono de recogimiento ya en los primeros segundos del inicial El infierno musical, donde lo atmosférico nunca está reñido con la actividad. Es continua en este universo de apariencia estática. Se desvanece la voz de Kurzmann recitando Cenizas y un motivo melódico (rítmico en esencia) del jazz rock más característico de Ken Vandermark se impone, sirve al recitado de Canto después de que el silencio - de nuevo el silencio - irrumpa como llamada de atención, como alerta y prevención ante el desgarro con que desnuda su alma (y la nuestra) Alejandra Pizarnik:
Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi respiración. Y cuando por la mañana temes encontrarte muerta (y que no haya más imágenes): el silencio de la compresión, el silencio del mero estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal.
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
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martes, mayo 08, 2012
E.S.T. (Esbjörn Svensson Trio) - "301"
Casi cuatro años
después de la muerte del pianista sueco Esbjörn Svensson, del más allá
llega oxígeno para seguir respirando en el cada vez más irrespirable más
acá. La dolorosa pérdida de Svensson, su ahogamiento en junio de 2008 en
prácticas de buceo, interrumpió la trayectoria creativa de un trío que
había logrado el don de la distinción con un formato tan estandarizado.
La capacidad de hacerse reconocible es una característica innegable y
valiosísima de este grupo de suecos, que se convirtió en estandarte del
sello alemán ACT. Ahora que Svensson ya no está, y tras el brutal
impacto del póstumo Leucocyte - que nos permitió adivinar
tantas posibilidades ya frustradas -, nos llega la continuación de
aquél, más material de las sesiones grabadas en el estudio 301 de la
ciudad australiana de Sídney.
La historia es conocida: En enero de 2007, en plena gira, el grupo alquiló el estudio australiano por un par de jornadas para tocar de forma informal, sin material previo, improvisando y experimentando libremente. La discográfica dice que son nueve las horas registradas (¿habrá más ediciones o prevalecerá un criterio de juiciosa selección?). La naturaleza de estas sesiones improvisadas, donde se proponen caminos que luego los demás tratan de retomar, donde surgen nuevas formas imprevistas en sus desarrollos, lleva a que los temas alcancen una longitud temporal que rara vez admiten las ediciones discográficas, incluso jazzísticas. Por eso varios temas superan con claridad los diez minutos, y los que no lo hacen no dejan de ser particiones nominales de una misma unidad improvisada. Ya sucedía en Leucocyte y se confirma en 301, que confirma igualmente el lado oscuro de la música de E.S.T., una expresión mucho más árida que la pulida y etérea que lo caracterizó. Una densidad y contundencia que proceden de su filiación roquera y, sin embargo, tan innegable y profundamente jazzística. Especialmente en Three falling free Part II, que continúa la senda de Premonition: Earth o Ab Initio de Leucocyte, con una explosividad guitarrera del contrabajo distorsionado de Berglund sustentado por una poderosa exhibición de Öström y la grandilocuencia e insistencia en los acordes de Svensson (básicamente un sencillo motivo melódico descendente, punto de partida de la orgía posterior). Pura adrenalina y descarga emocional en la que confluye la progresividad del jazz del trío (hay fraseo de solos, no sólo reiteración rítmica) con la intensidad exultante del mejor rock, en un in crescendo hacia el delirio.
Si ya en los tiempos de From Gagarin´s point of view (1999) el trío se regocijaba en las atmósferas más estáticas, en los espacios abiertos - donde en apariencia nada se mueve -, aquí Inner city, city lights se convierte en eco extremo de aquellas estéticas cósmicas que lo caracterizaron. Casi doce minutos donde un fondo monótono (un engendro vocal y electrónico), que si acaso se hace más presente conforme pasan los lentos minutos, genera el escenario y determina sensorialmente la percepción, la vivencia emocional de un tema que, al desnudo, sería balada y que, con ese continuo, se convierte en un desasosegante y sereno (no hay contradicción en los términos) paseo espacial por la memoria, que enlaza con los Ad mortem y Ad infinitum de su predecesor.
Hay también espacio en este 301 para la versión acústica del trío, ya sea en el paradigmático The left lane (una de las marcas de la casa: temas sujetos a un rápido tempo donde se desarrolla poco a poco la velocidad melódica de la mano derecha de Svensson sobre un grueso contrabajo a modo de continuo de insistentes riffs melódicos y/o rítmicos, y la batería intensificándose a cada paso) o en el baladístico y jarrettiano cierre de The childhood dream (quizá en su niñez Svensson soñaba con ser Keith Jarrett, tal y como también se intuye en el espíritu de Paul Motian que pulula por el descosido Three falling free, Part I). Pero si algo revalorizaba Leucocyte, y ahora este 301, es la cara oculta del trío, la negritud inquietante de Houston, The 5th, una masa sometida al campo electromagnético que en Leucocyte dolía emocionalmente y que aquí resuena como cola de aquel cometa en el que viajaba Svensson hacia el infinito. De ese infinito procede esta segunda edición post-mortem de E.S.T. Del futuro intuido y frustrado y, sin embargo, oxígeno y fuerza vital para el presente.
La historia es conocida: En enero de 2007, en plena gira, el grupo alquiló el estudio australiano por un par de jornadas para tocar de forma informal, sin material previo, improvisando y experimentando libremente. La discográfica dice que son nueve las horas registradas (¿habrá más ediciones o prevalecerá un criterio de juiciosa selección?). La naturaleza de estas sesiones improvisadas, donde se proponen caminos que luego los demás tratan de retomar, donde surgen nuevas formas imprevistas en sus desarrollos, lleva a que los temas alcancen una longitud temporal que rara vez admiten las ediciones discográficas, incluso jazzísticas. Por eso varios temas superan con claridad los diez minutos, y los que no lo hacen no dejan de ser particiones nominales de una misma unidad improvisada. Ya sucedía en Leucocyte y se confirma en 301, que confirma igualmente el lado oscuro de la música de E.S.T., una expresión mucho más árida que la pulida y etérea que lo caracterizó. Una densidad y contundencia que proceden de su filiación roquera y, sin embargo, tan innegable y profundamente jazzística. Especialmente en Three falling free Part II, que continúa la senda de Premonition: Earth o Ab Initio de Leucocyte, con una explosividad guitarrera del contrabajo distorsionado de Berglund sustentado por una poderosa exhibición de Öström y la grandilocuencia e insistencia en los acordes de Svensson (básicamente un sencillo motivo melódico descendente, punto de partida de la orgía posterior). Pura adrenalina y descarga emocional en la que confluye la progresividad del jazz del trío (hay fraseo de solos, no sólo reiteración rítmica) con la intensidad exultante del mejor rock, en un in crescendo hacia el delirio.
Si ya en los tiempos de From Gagarin´s point of view (1999) el trío se regocijaba en las atmósferas más estáticas, en los espacios abiertos - donde en apariencia nada se mueve -, aquí Inner city, city lights se convierte en eco extremo de aquellas estéticas cósmicas que lo caracterizaron. Casi doce minutos donde un fondo monótono (un engendro vocal y electrónico), que si acaso se hace más presente conforme pasan los lentos minutos, genera el escenario y determina sensorialmente la percepción, la vivencia emocional de un tema que, al desnudo, sería balada y que, con ese continuo, se convierte en un desasosegante y sereno (no hay contradicción en los términos) paseo espacial por la memoria, que enlaza con los Ad mortem y Ad infinitum de su predecesor.
Hay también espacio en este 301 para la versión acústica del trío, ya sea en el paradigmático The left lane (una de las marcas de la casa: temas sujetos a un rápido tempo donde se desarrolla poco a poco la velocidad melódica de la mano derecha de Svensson sobre un grueso contrabajo a modo de continuo de insistentes riffs melódicos y/o rítmicos, y la batería intensificándose a cada paso) o en el baladístico y jarrettiano cierre de The childhood dream (quizá en su niñez Svensson soñaba con ser Keith Jarrett, tal y como también se intuye en el espíritu de Paul Motian que pulula por el descosido Three falling free, Part I). Pero si algo revalorizaba Leucocyte, y ahora este 301, es la cara oculta del trío, la negritud inquietante de Houston, The 5th, una masa sometida al campo electromagnético que en Leucocyte dolía emocionalmente y que aquí resuena como cola de aquel cometa en el que viajaba Svensson hacia el infinito. De ese infinito procede esta segunda edición post-mortem de E.S.T. Del futuro intuido y frustrado y, sin embargo, oxígeno y fuerza vital para el presente.
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
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domingo, mayo 06, 2012
Que dice el ministro que...
Dice el Ministro de Deporte (cuyas atribuciones son también las de Cultura y Educación), José Ignacio Wert, que los músicos tendrán que “acomodarse” a la situación económica actual y cobrar menos. Lo dice en una “simpática” entrevista en la revista Rolling Stone. “Probablemente deberán cobrar menos y conseguir que se involucre más la iniciativa privada, los patrocinadores… Cuando llueve, llueve para todos”, concluye. Quizá él, persona de buena posición y poder, pueda empezar por convencer al presidente de Martinsa-Fadesa para que invierta en música al menos ese 23% en que porcentualmente ha incrementado su salario. Que no se preocupe el tal Fernando Martín. Al contrario que en la construcción (su empresa tuvo la mayor quiebra de la historia empresarial española), toda inversión en música le asegura beneficios. Para el alma, claro está, pero mal no le vendrá confortarla después de haber dilapidado casi mil millones de euros en un par de años. Los pinchazos en música son menos gravosos para el promotor, se lo aseguro, y dado que seguirá ganando un pastizal pierda lo que pierda su empresa (en eso consiste la dirección empresarial en este país: en ganar incluso en la derrota), ¿por qué no invertir en música? Estoy seguro de que esa futura ley de mecenazgo prometida por Wert le proporcionará el seguro amparo de la ley para obtener todo tipo de ventajas fiscales.
“Hace siglos que no voy a un concierto”, confiesa el ministro. Claro que en la siguiente respuesta dice que estuvo “el domingo en la ópera”. Concedámosle que no hay contradicción en los términos, que la ópera combina elementos concertísticos con teatrales. Sin embargo, el ministro del ramo cultural, ¿no debería conocer la realidad que afecta a su gestión in situ? No digo yo que entre cual recaudador de la SGAE en camerinos cinco minutos antes de un “bolo” (expresión ministerial), pero no estaría de más que se acercara de vez en cuando a un… bolo. Que se acerque, especialmente a aquellos promovidos por esa salvífica iniciativa privada, por las salas, clubes, bares que mantienen la llama de la actividad musical. Que pregunte por las condiciones laborales de los músicos que actúen. Discretamente, por favor, sin previo aviso de su presencia. No vaya a ser que avisados, los promotores se saquen de la chistera un contrato con el grupo para así evitarse una colleja ministerial. Supongo, no obstante, que el ministro (¿cómo un ministro no va a saber esas cosas?) estará trabajando para resolver, ¡por fin!, el desamparo legal que mantiene a la mayor parte de la profesión musical de este país trabajando de forma – cuando menos – alegal. Entiendo que guarde discreción al respecto, como la guarda sobre la prometida ley de mecenazgo de la que lo único que se sabe es que existirá. No cómo, ni cuándo.
“Es perfectamente legítimo pensar que la música es cara”, dice Wert sobre el precio de los discos. Tan perfectamente legítimo como que yo legítimamente piense que su gobierno nos está jodiendo la vida con su desbaratamiento del estado social y que sus políticas están al servicio del que más tiene (tipos como Fernando Martín) y contra la ciudadanía en general. El problema es que, si bien ambos pensamientos son legítimos, mi legitimidad no hace leyes y la suya sí. A él le parecen caros los discos, pero a mí me parece caro simplemente salir adelante. O tener que repagar lo que ya he pagado con mis impuestos. O me parece caro que se movilice a todo un ejército para defender de la realidad a cuatro gatos con poder económico que se reúnen en Barcelona entre lujos y agasajos. ¡Hay tantas cosas que me parecen legítimamente caras! Por no hablar de los dispendios en dietas o en coches oficiales, esos que dice Wert que le ofrecen la ventaja de desaparecer: “Como ministro, salir puede tener inconvenientes, pero si estás incómodo, tiene la ventaja de que te metes en un coche y desapareces” (sic). Lástima que de ese coche se baje tan a menudo. Y también lástima que mi condición de humilde asalariado me impida disponer de un coche así que me permita desaparecer de la faz de la tierra cuando dirigentes como Wert me hagan sentir “incómodo” – lo que, por desgracia, ocurre a diario - o con el que poder evitar el continuo atropello de nuestra dignidad como personas.
© Carlos Pérez Cruz
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jueves, mayo 03, 2012
(El día a) día nacional del jazz
Pasó el primer
Día Internacional del Jazz
promovido por la UNESCO. Las previsiones,
cumplidas. Lejos del glamur impostado de las
celebraciones neoyorquinas o parisinas (los
focos deslumbran al espectador, incapaz de
vislumbrar lo que ocurre tras ellos), en España
la vida sigue igual. El jazz simplemente no
existe. Ignorancia y estereotipos para pincelar
una agenda informativa siempre determinada por
factores externos. Dirigismo informativo, que es
nota de color cuando de cultura se trata. Hoy es
el día mundial del jazz… y, ¡toma Louis
Armstrong!
Ya a primera hora de la mañana, el contrabajista Baldo Martínez dejaba una nota en el facebook de la Cadena SER: El Jazz está muy bien, pero… ¿qué es lo que verdaderamente sucede con esta música en nuestro país?, interrogaba en el éter virtual. Yo ya había avisado, era mejor no encender la radio ese día. Cuestión de salud mental. Imagino el tipo de simpatiquismo informativo. A mediodía, Baldo se iría con su contrabajo a Plaza de España (Madrid) para reivindicar en la jornada de “celebración”. Después, compartiría con un servidor y otros invitados debate en el programa Carne Cruda, de Radio 3. Como siempre, la excepción a la norma de asepsia informativa llegaba en este rincón de la radio pública, dirigido por Javier Gallego. ¿Qué hay del jazz en España? Si alguien quiso interrogarse el 30 de abril sobre ello, sólo tuvo esa oportunidad (y algún espasmo virtual en las cloacas de los medios digitales).
Ya a primera hora de la mañana, el contrabajista Baldo Martínez dejaba una nota en el facebook de la Cadena SER: El Jazz está muy bien, pero… ¿qué es lo que verdaderamente sucede con esta música en nuestro país?, interrogaba en el éter virtual. Yo ya había avisado, era mejor no encender la radio ese día. Cuestión de salud mental. Imagino el tipo de simpatiquismo informativo. A mediodía, Baldo se iría con su contrabajo a Plaza de España (Madrid) para reivindicar en la jornada de “celebración”. Después, compartiría con un servidor y otros invitados debate en el programa Carne Cruda, de Radio 3. Como siempre, la excepción a la norma de asepsia informativa llegaba en este rincón de la radio pública, dirigido por Javier Gallego. ¿Qué hay del jazz en España? Si alguien quiso interrogarse el 30 de abril sobre ello, sólo tuvo esa oportunidad (y algún espasmo virtual en las cloacas de los medios digitales).
Marce Merino (banjo), Baldo Martínez (contrabajo), Carlos González, 'Sir Charles' (batería) y Marcelo Peralta (saxo) en Plaza de España
© Chema García
El debate contó con cinco voces que pretendían
representar los diversos sectores que integran
la comunidad jazzística en España (fueran
quedaron otros, sin duda, como la comunidad
educativa o las discográficas): Músicos,
programadores, promotores, clubes y críticos.
Plurales singularizados por Baldo Martínez
(contrabajista), Iñaki Añua (director del
Festival de Jazz de Vitoria – Gasteiz), María
Antonia García (Cuadernos de Jazz, revista y
management),
Dick Angstadt (club Bogui de Madrid) y un
servidor, Carlos Pérez Cruz. El debate sirvió
para que el oyente curioso pudiera conocer,
siquiera superficialmente, los problemas que
vive la profesión en España. Una hora de radio
es escasa para indagar a fondo sobre aquello de
lo que nunca se habla. Como oportunidad, fue un
lujo. Paso a exponer algunas reflexiones e
informaciones derivadas del debate.
NEGRO
Negro el panorama, negro el dinero. El músico de jazz en España ejerce como tal en clubes y bares. Rara vez pisa el escenario de un auditorio o gran festival. ¿Existe una figura legal que regule la actividad profesional de los músicos de jazz? No. O dicho de otra manera: las opciones que existen para que el profesional regule su situación no comprenden su realidad. Ser autónomo (como lo es el propio Baldo o lo es el baterista Carlos González, ‘Sir Charles’, que participó en el programa vía telefónica desde la “reivindicativa” Plaza de España) significa que los costes asociados a esta figura laboral (mínimo de 254,21€) son superiores, la mayor parte de los meses y para la mayoría de profesionales, a los ingresos. Resulta (casi) una temeridad. La mayoría, claro, vive al margen de figura legal alguna, en “la más pura negritud”, como denunció el baterista. Entre otras cosas porque - aunque uno quiera ser lo más legalista posible y cumplir con sus obligaciones ciudadanas - los clubes y locales varios (recuerdo, actividad cotidiana del músico de jazz) no hacen contrato alguno. Para la administración son conciertos, cuando menos, clandestinos. Los clubes adquieren un compromiso verbal que va del pago simbólico (pongamos que hablo de 50 € por músico) al cupo de cervezas gratuitas con que algunos saldan su deuda con el profesional. Eso sí, aunque no existan esos conciertos, los clubes tienen que pasar por la caja de los derechos de autor. Momento aprovechado para trampear temas y autores en las hojas de la SGAE.
NEGRO
Negro el panorama, negro el dinero. El músico de jazz en España ejerce como tal en clubes y bares. Rara vez pisa el escenario de un auditorio o gran festival. ¿Existe una figura legal que regule la actividad profesional de los músicos de jazz? No. O dicho de otra manera: las opciones que existen para que el profesional regule su situación no comprenden su realidad. Ser autónomo (como lo es el propio Baldo o lo es el baterista Carlos González, ‘Sir Charles’, que participó en el programa vía telefónica desde la “reivindicativa” Plaza de España) significa que los costes asociados a esta figura laboral (mínimo de 254,21€) son superiores, la mayor parte de los meses y para la mayoría de profesionales, a los ingresos. Resulta (casi) una temeridad. La mayoría, claro, vive al margen de figura legal alguna, en “la más pura negritud”, como denunció el baterista. Entre otras cosas porque - aunque uno quiera ser lo más legalista posible y cumplir con sus obligaciones ciudadanas - los clubes y locales varios (recuerdo, actividad cotidiana del músico de jazz) no hacen contrato alguno. Para la administración son conciertos, cuando menos, clandestinos. Los clubes adquieren un compromiso verbal que va del pago simbólico (pongamos que hablo de 50 € por músico) al cupo de cervezas gratuitas con que algunos saldan su deuda con el profesional. Eso sí, aunque no existan esos conciertos, los clubes tienen que pasar por la caja de los derechos de autor. Momento aprovechado para trampear temas y autores en las hojas de la SGAE.
Ramón Fossati, la experiencia de un catalán en París
¿Es
imposible regular la actividad de conciertos de
jazz en España? Sí, si no hay voluntad. Si
faltan ideas se puede acudir a nuestro vecino
del otro lado de Pirineos. Francia cuenta con
una ley que procura regular la particularidad de
las actividades no sólo de músicos de jazz, sino
de otras muchas manifestaciones artísticas. Es
la ley de intermitencia. Según me cuenta el
trombonista Ramón Fossati (catalán
residente en París desde hace años), “todo
artista en Francia debe ser contratado por la
empresa que lo contrata”. Hasta aquí una
obviedad que no es tal en España. Esa ley de
intermitencia “regula el paro de los artistas,
está pensada para crear una cierta estabilidad”
en su economía. Es decir, se encarga de legislar
la realidad de quienes son contratados de forma
intermitente (hoy tocas en un club, en cinco
días no tocas en ninguno, vuelves a tocar…). Me
advierte otro Ramón, López en este caso
(baterista alicantino residente en París desde
los ochenta), que “no pinte de rosa” la realidad
del músico de jazz en Francia. No lo hago. Sé
que no está allí el edén. Simplemente, como dice Fossati, “al menos tiene una ventaja: ¡Existe!”.
En efecto, existe una ley. Con sus
múltiples deficiencias (también existe la figura
del pícaro en Francia) y el endurecimiento de
los requisitos para ser amparado por ella (“los
músicos entran en el sistema si pueden declarar
que han trabajado 507 horas durante 319 días (10
meses y medio)”, apunta el trombonista), hay una
herramienta al servicio del profesional. Aquí,
simplemente estos profesionales no son tal para
la administración.
APOYO PÚBLICO (¿UN OXÍMORON?)
“La Comunidad de Madrid acaba de conceder 3.300.000 € a la Fundación Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Y para el jazz no hay un puto euro”. Así de claro se expresaba María Antonia García, aportando datos de la desidia institucional hacia el jazz en España.
Sirva ese ejemplo como sirve la dejadez que ha impedido que muchos profesionales del jazz de este país (músicos, promotoras, discográficas, festivales…) hayan podido acudir a la reciente feria Jazzahead! de Bremen (Alemania) donde España era el país invitado (no uno más, ¡el invitado!) y donde, según denuncia el crítico Chema García, presente allí, su stand permanecía “semi vacío la mayor parte del tiempo” (véase reseña en “Cuadernos de Jazz”). Sirvan las cifras para medir la importancia de haber estado allí con la presencia adecuada. En 2011 (todavía no dispongo de datos de la última edición) la feria recibió más de 5000 visitas, alrededor de 2000 fueron de profesionales del gremio. 375 fueron los puestos de información (de sellos, agencias, promotores, locales, medios de comunicación, etcétera) procedentes de 30 países. A pesar del toro de Osborne que preside la web de la feria, España le puso los cuernos al sector (con la excepción de Catalunya, país anti-taurino, por cierto). ¿Cuál era el diferencial entre gasto de inversión por estar y los beneficios posteriores derivados de una buena y nutrida presentación? Sólo conocemos cuáles son los perjuicios por no estar. Al jazzista español le da igual que exista o no el tratado de Schengen (o que se suspenda temporalmente a conveniencia del poder). Las fronteras aduaneras siempre han estado ahí.
APOYO PÚBLICO (¿UN OXÍMORON?)
“La Comunidad de Madrid acaba de conceder 3.300.000 € a la Fundación Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid. Y para el jazz no hay un puto euro”. Así de claro se expresaba María Antonia García, aportando datos de la desidia institucional hacia el jazz en España.
Sirva ese ejemplo como sirve la dejadez que ha impedido que muchos profesionales del jazz de este país (músicos, promotoras, discográficas, festivales…) hayan podido acudir a la reciente feria Jazzahead! de Bremen (Alemania) donde España era el país invitado (no uno más, ¡el invitado!) y donde, según denuncia el crítico Chema García, presente allí, su stand permanecía “semi vacío la mayor parte del tiempo” (véase reseña en “Cuadernos de Jazz”). Sirvan las cifras para medir la importancia de haber estado allí con la presencia adecuada. En 2011 (todavía no dispongo de datos de la última edición) la feria recibió más de 5000 visitas, alrededor de 2000 fueron de profesionales del gremio. 375 fueron los puestos de información (de sellos, agencias, promotores, locales, medios de comunicación, etcétera) procedentes de 30 países. A pesar del toro de Osborne que preside la web de la feria, España le puso los cuernos al sector (con la excepción de Catalunya, país anti-taurino, por cierto). ¿Cuál era el diferencial entre gasto de inversión por estar y los beneficios posteriores derivados de una buena y nutrida presentación? Sólo conocemos cuáles son los perjuicios por no estar. Al jazzista español le da igual que exista o no el tratado de Schengen (o que se suspenda temporalmente a conveniencia del poder). Las fronteras aduaneras siempre han estado ahí.
Logo de Jazzahead! 2012
Arco y Flecha, una de las promotoras más activas
y con propuestas más arriesgadas de nuestro
país, estuvo en Bremen. Por su cuenta y riesgo,
a la espera de que algunas subvenciones a
posteriori puedan solventar parte de los gastos
de su actividad allí. Marta Fontanals, su
responsable de prensa, añade un dato revelador
al margen de Bremen. Su promotora forma parte de
Europe Jazz Network, asociación
que reúne 80 organizaciones (festivales, clubes,
promotores…) de 26 países. Los asociados, según
Marta, organizan muchas actividades, además de
reunirse anualmente. ¿Cuántos representantes
tiene España en esta importante asociación? Arco
y Flecha.
“El INAEM – Instituto Nacional de las Artes Escénicas y Música – acaba de nombrar nuevos vocales en su consejo artístico de la música, y la única persona entre veinte que se supone cerca de la música popular – ya no digo el jazz - es Lara López (directora de Radio 3). Con la excepción de Lara, todo el resto de personas son de música clásica. Y un último dato. La SGAE – Sociedad General de Autores y Editores – se lleva un diez por ciento por concierto. Se gane o se pierda dinero. En Inglaterra es el tres por cierto. ¿Vale? Y así nos va”, remata con más datos María Antonia García en Carne Cruda.
“El INAEM – Instituto Nacional de las Artes Escénicas y Música – acaba de nombrar nuevos vocales en su consejo artístico de la música, y la única persona entre veinte que se supone cerca de la música popular – ya no digo el jazz - es Lara López (directora de Radio 3). Con la excepción de Lara, todo el resto de personas son de música clásica. Y un último dato. La SGAE – Sociedad General de Autores y Editores – se lleva un diez por ciento por concierto. Se gane o se pierda dinero. En Inglaterra es el tres por cierto. ¿Vale? Y así nos va”, remata con más datos María Antonia García en Carne Cruda.
DATOS
Datos contundentes (y públicos) los que maneja María Antonia, datos significativos (y públicos) los que maneja un servidor. La presencia de Iñaki Añua, director del Festival de Jazz de Vitoria – Gasteiz (este año será la 36ª edición), era una buena ocasión para testar el nivel de implicación de los festivales españoles en la difusión del jazz hecho en España. Es uno de los festivales más importantes en nuestro país, sin duda. Aunque en los últimos quince años han brotado como setas un buen puñado, Vitoria (junto a Donosti y en menor medida Getxo) sigue siendo referente.
“No nos integran dentro de nuestros propios festivales. Dicho de otra manera, nos integran poco”, denuncia Baldo Martínez. Se defiende Añua. Para él son “más importantes” otras cuestiones más que la presencia de músicos españoles en cartel. Aún así esgrime la propuesta anual que hace su festival desde hace unos años. Se llama ‘Konexioa’. Dicho con sus propias palabras: “músicos vascos enfrentados a músicos americanos”. Se celebra cada año como apertura del ciclo de conciertos del Teatro Principal. “Eso me importa”, dice, “y me importa coger músicos vascos y llevármelos al MIDEM – Mercado Internacional del Disco y de la Edición Musical - para darse a conocer internacionalmente. Creo que esa es una labor que debe de hacer un festival, más que programar a los músicos”. ¿Dónde están los frutos de esa labor?
Datos contundentes (y públicos) los que maneja María Antonia, datos significativos (y públicos) los que maneja un servidor. La presencia de Iñaki Añua, director del Festival de Jazz de Vitoria – Gasteiz (este año será la 36ª edición), era una buena ocasión para testar el nivel de implicación de los festivales españoles en la difusión del jazz hecho en España. Es uno de los festivales más importantes en nuestro país, sin duda. Aunque en los últimos quince años han brotado como setas un buen puñado, Vitoria (junto a Donosti y en menor medida Getxo) sigue siendo referente.
“No nos integran dentro de nuestros propios festivales. Dicho de otra manera, nos integran poco”, denuncia Baldo Martínez. Se defiende Añua. Para él son “más importantes” otras cuestiones más que la presencia de músicos españoles en cartel. Aún así esgrime la propuesta anual que hace su festival desde hace unos años. Se llama ‘Konexioa’. Dicho con sus propias palabras: “músicos vascos enfrentados a músicos americanos”. Se celebra cada año como apertura del ciclo de conciertos del Teatro Principal. “Eso me importa”, dice, “y me importa coger músicos vascos y llevármelos al MIDEM – Mercado Internacional del Disco y de la Edición Musical - para darse a conocer internacionalmente. Creo que esa es una labor que debe de hacer un festival, más que programar a los músicos”. ¿Dónde están los frutos de esa labor?
Logo Festival de Jazz de Vitoria - Gasteiz 2012
Datos. Cifras. Son contundentes. En antena leo
los siguientes: de los 16 conciertos programados
para la próxima edición del Festival de Jazz de
Vitoria – Gasteiz en las sedes oficiales (Teatro
Principal y Polideportivo de Mendizorrotza),
sólo 1 cuenta con presencia de músicos
españoles. Será en el mencionado ‘Konexioa’.
Cuestionado por Javier Gallego sobre la
posibilidad de manejar cuotas de participación
fijas de músicos españoles en el cartel de los
festivales españoles, Iñaki Añua se acoge a que
ellos han estado “programando a músicos
españoles durante muchos años. Que este año
tengamos solamente al grupo que va a ir a la ‘Konexioa’…”.
Más datos. En 2011, Vitoria programó en los
mentados escenarios oficiales 17 actuaciones. De
nuevo tan sólo 1 concierto con presencia
española (José Agustín Guereñu, “Gere”, en la ‘Konexioa’).
En 2010, 17 actuaciones y 2 conciertos con
presencia de españoles (Iñaki Salvador en ‘Konexioa’
y el espléndido – pero no jazzista – Paco de
Lucía en Mendizorrotza).
Pero, ¿qué razones llevan a no programar con mayor frecuencia y número a músicos españoles? Añua argumenta que los músicos españoles “son mucho más asequibles para el público español”. Algún resorte salta en el interior de Baldo al escuchar este argumento. Datos. Cifras. De nuevo contundentes. En 30 años de profesional, Baldo sólo ha tocado una vez en Vitoria. Ni siquiera en el festival, sino en un ciclo que – promovido por el festival – se celebraba a lo largo del año (hoy ni existe tal ciclo). Fue con Clunia (en la noche de los tiempos, por lo tanto). Y hablamos de uno de los más destacados músicos de jazz en España (aunque Baldo tire de ironía gallega para decir que “igual yo no tengo el nivel para tocar en Vitoria”). Por lo tanto, “la población de Vitoria no tiene acceso a nuestra música en vivo, en disco es complicado”. La cercanía en kilómetros de los músicos de jazz españoles a sus festivales no implica su participación en ellos. Es perjudicial.
Pero, ¿qué razones llevan a no programar con mayor frecuencia y número a músicos españoles? Añua argumenta que los músicos españoles “son mucho más asequibles para el público español”. Algún resorte salta en el interior de Baldo al escuchar este argumento. Datos. Cifras. De nuevo contundentes. En 30 años de profesional, Baldo sólo ha tocado una vez en Vitoria. Ni siquiera en el festival, sino en un ciclo que – promovido por el festival – se celebraba a lo largo del año (hoy ni existe tal ciclo). Fue con Clunia (en la noche de los tiempos, por lo tanto). Y hablamos de uno de los más destacados músicos de jazz en España (aunque Baldo tire de ironía gallega para decir que “igual yo no tengo el nivel para tocar en Vitoria”). Por lo tanto, “la población de Vitoria no tiene acceso a nuestra música en vivo, en disco es complicado”. La cercanía en kilómetros de los músicos de jazz españoles a sus festivales no implica su participación en ellos. Es perjudicial.
Logo de la IJFO, de la que es miembro el Festival de Jazz de Vitoria - Gasteiz
¿Sucede lo mismo en otros países de Europa? ¿Participan
los músicos franceses en los festivales de
Francia? ¿Los italianos en Italia? Allí, según
María Antonia, “por lo menos el cincuenta por
ciento de la nómina son músicos del país”. Es
decir, “los músicos de cada país están en sus
festivales”. Rápido vistazo. No es tal
porcentaje el que se puede calcular en las
próximas ediciones de festivales con parecidos
conceptos a los de Vitoria o San Sebastián. Sin
embargo, de 52 conciertos anunciados en Marciac,
al menos una quincena son proyectos nacionales.
En el de Vienne, miembro – al igual que Vitoria
– de la
International Jazz Festivals
Organization (de la que forman parte 17
festivales de Europa, Estados Unidos y Canadá),
su programa de este año incluye en el escenario
principal - el Théâtre Antique - una decena de
conciertos de grupos franceses o músicos
asentados en Francia entre sus 42 citas
anunciadas. En el italiano de Umbria – también
de la IJFO - 18
conciertos, tan sólo 3 de los cuales incluyen
actuación de músicos italianos (uno de ellos,
Stefano Bollani, por partida doble). La cantidad
de nombres impronunciables en el finlandés de
Pori (otro del club de los 17 de IJFO) me deja
nórdicamente más tranquilo.
COMPLEJOS DEL SIGLO XXI
El vitoriano es un festival paradigmático en cuanto a la escasa y residual presencia de músicos españoles. Otros tampoco son una excepción, ni mucho menos. Como bien describe María Antonia, su presencia suele estar destinada a escenarios secundarios (con cachés mucho más bajos) y sin atención mediática. Es decir, una participación en festivales puramente testimonial. Un rápido vistazo a la programación que este año presenta el festival de Donostia – San Sebastián (el decano): de los 8 conciertos anunciados en la Plaza de la Trinidad (escenario principal, cuyos conciertos emite a posteriori televisión) sólo 1 cuenta con presencia española (el baterista Hasier Oleaga), ninguno en el Auditorio del Kursaal. Otros escenarios sí incorporan a músicos españoles, lejos de las condiciones económicas y de repercusión de los citados espacios.
De los 20 conciertos anunciados por el Festival de Jazz de San Javier (Murcia), 5 lo son de proyectos españoles. Las cuentas se reducen, no obstante, desde parámetros jazzísticos si evaluamos el contenido de los mismos. Uno se presenta como el “mejor guitarrista de rock español, el madrileño Jorge Salan”. Otro es el pianista Dorantes, músico cuyo ámbito de actuación no es el jazz, si acaso el flamenco. Mientras en Getxo, otrora ejemplar festival de vocación europea, su festival no cuenta en el avance de programación con ningún músico español. Son sólo algunos ejemplos que ofrecen algunos de los festivales de mayor presupuesto del verano español.
COMPLEJOS DEL SIGLO XXI
El vitoriano es un festival paradigmático en cuanto a la escasa y residual presencia de músicos españoles. Otros tampoco son una excepción, ni mucho menos. Como bien describe María Antonia, su presencia suele estar destinada a escenarios secundarios (con cachés mucho más bajos) y sin atención mediática. Es decir, una participación en festivales puramente testimonial. Un rápido vistazo a la programación que este año presenta el festival de Donostia – San Sebastián (el decano): de los 8 conciertos anunciados en la Plaza de la Trinidad (escenario principal, cuyos conciertos emite a posteriori televisión) sólo 1 cuenta con presencia española (el baterista Hasier Oleaga), ninguno en el Auditorio del Kursaal. Otros escenarios sí incorporan a músicos españoles, lejos de las condiciones económicas y de repercusión de los citados espacios.
De los 20 conciertos anunciados por el Festival de Jazz de San Javier (Murcia), 5 lo son de proyectos españoles. Las cuentas se reducen, no obstante, desde parámetros jazzísticos si evaluamos el contenido de los mismos. Uno se presenta como el “mejor guitarrista de rock español, el madrileño Jorge Salan”. Otro es el pianista Dorantes, músico cuyo ámbito de actuación no es el jazz, si acaso el flamenco. Mientras en Getxo, otrora ejemplar festival de vocación europea, su festival no cuenta en el avance de programación con ningún músico español. Son sólo algunos ejemplos que ofrecen algunos de los festivales de mayor presupuesto del verano español.
¿Hay prejuicios sobre el nivel de los músicos
españoles?
Nada más terminar el programa, enciendo el teléfono móvil. Un músico me envía un mensaje que dice textualmente lo siguiente: “Y yo, ¿por qué diablos me tengo que “conectar” con un norteamericano”. Se refiere a la explicación que Iñaki Añua da sobre el ‘Konexioa’: “Músicos vascos enfrentados a músicos americanos”. (Se me viene a la cabeza las imágenes de dos cabras enfrentadas entre sí de La Pelota Vasca de Julio Medem. En la versión ‘Konexioa’, la cabra vasca se enfrenta al bisonte americano).
Una pregunta queda sin expresión en antena: ¿Acaso son los músicos americanos quienes tienen que acreditar el nivel de los españoles? Da la sensación de que así sea, sobre todo cuando Iñaki Añua se pregunta: “¿Por qué en Italia hay en este momento tal cantidad de grandísimos músicos italianos que trascienden al propio país y que están tocando en todos los demás países de Europa e incluso en Estados Unidos?”. O afirma que “hemos tenido a todos los músicos españoles que son algo en España”. (Córtense las venas los que no han pasado por allí). No transmite mucha confianza en el jazz de España. Legítima desconfianza, a la par que esclarecedora. Y contradictoria con otra opinión: “En el programa del teatro, en el ‘Jazz del siglo XXI’, hay músicos internacionales extremadamente interesantes… y no digo que los españoles no lo sean… indudablemente”. Lo serán… pero no estarán, porque “son mucho más asequibles para el público español”.
Nada más terminar el programa, enciendo el teléfono móvil. Un músico me envía un mensaje que dice textualmente lo siguiente: “Y yo, ¿por qué diablos me tengo que “conectar” con un norteamericano”. Se refiere a la explicación que Iñaki Añua da sobre el ‘Konexioa’: “Músicos vascos enfrentados a músicos americanos”. (Se me viene a la cabeza las imágenes de dos cabras enfrentadas entre sí de La Pelota Vasca de Julio Medem. En la versión ‘Konexioa’, la cabra vasca se enfrenta al bisonte americano).
Una pregunta queda sin expresión en antena: ¿Acaso son los músicos americanos quienes tienen que acreditar el nivel de los españoles? Da la sensación de que así sea, sobre todo cuando Iñaki Añua se pregunta: “¿Por qué en Italia hay en este momento tal cantidad de grandísimos músicos italianos que trascienden al propio país y que están tocando en todos los demás países de Europa e incluso en Estados Unidos?”. O afirma que “hemos tenido a todos los músicos españoles que son algo en España”. (Córtense las venas los que no han pasado por allí). No transmite mucha confianza en el jazz de España. Legítima desconfianza, a la par que esclarecedora. Y contradictoria con otra opinión: “En el programa del teatro, en el ‘Jazz del siglo XXI’, hay músicos internacionales extremadamente interesantes… y no digo que los españoles no lo sean… indudablemente”. Lo serán… pero no estarán, porque “son mucho más asequibles para el público español”.
Stefano Bollani, pianista italiano, actuará en el próximo festival vitoriano
Eso sí, en Vitoria pagan y contratan desde hace 36 años
de forma religiosa a los músicos participantes.
No como en el (público)
Festival de Madrid,
donde en su última edición los músicos fueron “a
taquilla”. Es decir, y por expresarlo en los
términos que utiliza el Auditorio de Barañain
(Navarra) para anunciar su programación del
primer semestre de este año, “cobrarán
lo que el público decida con la compra de
entradas. Más entradas vendidas, más cobrarán.
¿Riesgo? Todo. Nadie les asegura los viajes, ni
los hoteles... ¡ni siquiera el salario mínimo!
Están en vuestras manos, en tus manos”. Nada
puede expresar mejor la precariedad y la
desvergüenza institucional de este país.
FUERA DE FOCO
¡Ay! El tiempo. Vuela en la vida y en la radio. Fuera de los temas aquí expuestos quedaron por tratar otros tantos o simplemente fueron mentados, como la falta de unión de los profesionales de este país para afrontar de forma sindicada las legítimas demandas del gremio (todavía es mayoritaria la actitud de callar en público y quejarse en privado, no vaya a ser que otro pájaro se quede con las migas). ¿Cuántos músicos acudieron a la cita organizada por Carlos González, ‘Sir Charles’, Marcelo Peralta y Baldo Martínez en la Plaza de España? ¿Cuántos anunciaron su presencia y no fueron? ¿Cuántos dijeron estar “en espíritu” – fantasmagórica presencia -? ¿Cuántos siguieron su ejemplo en otras ciudades?
FUERA DE FOCO
¡Ay! El tiempo. Vuela en la vida y en la radio. Fuera de los temas aquí expuestos quedaron por tratar otros tantos o simplemente fueron mentados, como la falta de unión de los profesionales de este país para afrontar de forma sindicada las legítimas demandas del gremio (todavía es mayoritaria la actitud de callar en público y quejarse en privado, no vaya a ser que otro pájaro se quede con las migas). ¿Cuántos músicos acudieron a la cita organizada por Carlos González, ‘Sir Charles’, Marcelo Peralta y Baldo Martínez en la Plaza de España? ¿Cuántos anunciaron su presencia y no fueron? ¿Cuántos dijeron estar “en espíritu” – fantasmagórica presencia -? ¿Cuántos siguieron su ejemplo en otras ciudades?
El fantasma de la lluvia se hizo presente en la Plaza de España
© Chema García
Quedaron
fuera cuestiones nada menores como los pactos
entre festivales, promotoras y multinacionales
para programar según qué en los festivales; el
encarecimiento de costes de producción por la
multiplicidad de intermediarios; la desaparición
de ciclos y festivales públicos al amparo
ideológico de la crisis; las expectativas
laborales de los alumnos de los todavía jóvenes
conservatorios superiores de jazz; la
inexistencia de grados medios de jazz en esa
enseñanza; el abordaje informativo del jazz (o
la ausencia de) en los medios de comunicación
españoles…
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