Christian Wallumrød, Xavier Charles, Ingar Zach e Ivar Grydeland
(Huesca 15/05/2011)
© Jesús Moreno
En este 2011 de revueltas en el Norte de África (y en países de otras latitudes), el día 15 de mayo estaba prevista en España una jornada de concentraciones y manifestaciones de protesta contra los tejemanejes políticos y empresariales que están firmando la claudicación del Estado de Derecho frente al poder del capital. Émulos de las manifestaciones que alcanzaron su clímax mediático en la plaza de Tahrir de El Cairo, en el momento de escribir estas líneas algunos jóvenes tratan de asentar su campamento de protesta en algunas plazas españolas. El 15-M como fecha/símbolo que el tiempo dirá si es o no el inicio de una reacción social contra los abusos del poder o termina por no significar demasiado. Como ciudadano concernido me tienta participar en la concentración de mi ciudad pero vence la tentación de acudir a Huesca a la actuación de Dans les arbres. Reconozco mi aversión al grito gregario así que termino por hacer kilómetros para volver a ese santuario del buen criterio llamado 'El Matadero'. Es otra forma de protesta, más sutil si se quiere. Acudir a un concierto tan ajeno al establishment mediático-musical es un acto de rebeldía frente a la imposición; una forma de apoyar otra visión del Arte (ergo otra visión del mundo).
Ivar Grydeland
(Huesca 15/05/2011)
© Jesús Moreno
El 15-M oscense - el de 'El Matadero' - fue una propuesta de mínimos. Si en el pacto social hay unos mínimos que se defienden a capa y espada, en la propuesta del cuarteto Dans les arbres los mínimos fueron elevados a categoría de máximos. Dicho de otra manera: con muy poco se puede hacer mucho. Los mínimos del cuarteto nos remiten al vasto territorio de las sensaciones sónicas, de los espacios abiertos por bloques de aparente mínimo desarrollo que, sin embargo, se produce sin casi ser percibido. Es el territorio de lo sutil frente a la evidencia de los temas con una estructura definida o a las melodías con sujeto, verbo y predicado. Una vez generado el primer sonido no hubo pausa hasta el final. Como si, en el fondo, los cuatro emitieran un continuo al que los oyentes nos pudiéramos enganchar y desenganchar en el momento en que nos parezca oportuno; la música como campo magnético en el que entramos y salimos.
Asumido que el piano es un instrumento de percusión, el noruego Christian Wallumrød lo preparó para anular su sonoridad natural y hacer que cada martillo al golpear generara un sonido seco, apagado. Ivar Grydeland aprisionaba las cuerdas de la guitarra eléctrica con unas pequeñas pinzas metálicas y con leves golpes sobre ellas se convertía en una campana más de las que manejaba Ingar Zach entre su set de percusión. En ocasiones frotaba las cuerdas con un arco, igual que hizo con el banjo casi al final de la actuación extrayendo de él un sonido casi alucinado de resonancias corales. Y Zach llegó a convertir la percusión en un instrumento de viento. Sopló el filo de un plato para entrecortar el soplo; también en el pequeño agujero central del mismo para fundirse con el viento que entrecortaba las teclas del clarinete del francés Xavier Charles. Así los papeles presupuestos se intercambiaban hasta el punto de que la percusión proporcionaba los elementos más melódicos y guitarra (banjo), piano y clarinete eran meramente percusivos. Todo ello en un continuo de transiciones que gravitaban muchas veces sobre las células rítmicas (melódicas) de Ingar Zach convertidas en pulso (latido) y dirección musical. Sobre ellas el trío compuso un entramado de sonoridades que tenían tanto de mística tibetana como de ruidismo industrial. Inquietante a la par que reconfortante.
Ingar Zach
(Huesca 15/05/2011)
© Jesús Moreno
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente aquí.