Vivimos
un momento de saturación audiovisual, años en que la imagen se ha
impuesto como reina para, paradójicamente, devaluar la fotografía y
el vídeo. Hace no demasiado esperábamos el revelado de un carrete
de fotos con la ilusión de un niño ansioso por romper el papel de
regalo; ahora llenamos el archivo de nuestro teléfono móvil de
imágenes que se repiten y olvidan, aunque las compartamos sin medida
en la red.
En
esa supremacía de la imagen, la radio ha caído en la tentación de
hacerse televisión, pero sin los medios de la tele. La radio es
palabra y sonido, es una forma de comunicación que guarda algo
precioso y minusvalorado en estos tiempos: la privacidad. Y esa
privacidad era un despertador de la curiosidad: ¿qué rostro tiene
esa voz que escucho? La radio es escuchar, también oír, pero para
verse ya está la televisión, que tiene otras condiciones (y
condicionantes).
Arrastrados
por la vorágine de las novedades tecnológicas, vamos levantando el
telón que ocultaba la tramoya de la radio. Se va imponiendo como
lógico enseñarlo todo, pero no necesariamente en beneficio de una
mejor radio, sino habitualmente en detrimento de su cuidado y
profundidad. Lo ligero, lo superficial, lo frívolo, lo insustancial
ha aligerado los tempos de la radio, que siempre ha presumido de ser
un medio ágil en su reacción, pero que es mejor cuanto más tiempo
de cocción dispone.
Desconozco
cuál será el futuro, pero radio siempre la habrá porque es la
forma más hermosa de comunicación entre personas que no se conocen.
Feliz #DíaMundialDeLaRadio (en el día después de cumplir 16 años haciéndola).
Carlos Pérez Cruz
www.elclubdejazz.com