Nadie puede discutir al técnicamente genial Marsalis la libertad para opinar sobre qué es el Jazz y para que guíe su carrera profesional como él mismo considere oportuno. Lo que ya es más discutible es que desde la atalaya de su poder (no está de más recordar que la importante revista “Time” le dedicó su portada del 22 de octubre de 1990 y le llegó a considerar una de las 25 personalidades más influyentes en Estados Unidos en su número del 17 de junio de 1996) determine, cierre y abra puertas, con un discurso siempre revestido de buenas y educadas palabras, a los artistas que, según él, son o no son Jazz.
No es un músico más en el panorama jazzístico. Tiene voz en los medios, define programaciones (directamente la del Lincoln Center neoyorquino; indirectamente…), dirige programas educativos o influye notablemente en el relato de la historia del Jazz en uno de los documentales más afamados de los últimos tiempos: Jazz de Ken Burns. Por todo ello se ha convertido en algo más que un músico, en una figura política del Jazz que hace y deshace. Sería exagerado pensar que la evolución de la música depende de su voluntad pero sí que tiene poder y medios para, al menos, dejar una huella profunda en el desarrollo y percepción de esta música en estas dos o tres últimas décadas y en alguna de las venideras. Y ahí es donde su anecdótica intervención en el “Caso Sigüenza” resulta desvergonzada e insultante. “The Guardian”, que informó de la búsqueda de Marsalis y de su recompensa, refleja en su edición del 21 de diciembre de 2009 unas palabras de uno de sus asistentes, Jono Gasparro: Wynton nunca pretendió que esto se hiciera público. ¿Resulta creíble pensar que el más poderoso de los políticos del Jazz, puesto en contacto con un periodista a través de Gasparro y con una historia tan golosa entre manos para el periodista, buscaba privacidad en su gesto? Yo no lo creo, aunque quizá no calcularon la dimensión de la reacción visceral de defensores y detractores (concentrada sobre todo en Internet), de quienes ven en Marsalis el paradigma de las esencias del Jazz y de quienes ven en él el diablo que impide el natural desarrollo de esta música. Entre las reacciones contrarias al trompetista la de una voz mucho más autorizada que la mía para responder su gesto: la del baterista del proyecto Drumming Core de Larry Ochs cuya música fue la detonante de la denuncia, Scott Amendola. El baterista, según “The Guardian”, acusa a Marsalis de buscar “publicidad barata” y sugiere al periodista Giles Tremlett (firmante de las informaciones en “The Guardian”) que escriba algo sobre todos aquellos que no están de acuerdo con el punto de vista sobre el Jazz de Marsalis y sobre cómo el trompetista perjudica a otros miles de músicos de Jazz en el mundo.
El gesto de Marsalis, más allá del sarcasmo, interfiere en ámbitos que no son de su competencia. Su gesto no responde a una pregunta directa sobre el tema de alguien interesado en su opinión (que vaya si es conocida sin preguntársela), nace de una iniciativa personal que como tal infiere desconsideración para quienes, sean o no jazzistas según su parecer, son, cuando menos, compañeros de la profesión musical, músicos con muchas menos posibilidades de acceder a un escenario que las del trompetista (en el número de junio de 1996 la revista “Time” recogía unas palabras suyas en las que presumía de haber tocado 150 conciertos al año durante 15 años y de haber ayudado a recuperar la audiencia del Jazz). Es una desconsideración hacia un pequeño festival, el de Sigüenza, que, sean cuales sean las razones, apuesta por nombres que se alejan de la ortodoxia que Wynton defiende pero que, desde su insignificancia global, en nada afecta a su cruzada por la pureza. A no ser que Wynton procure una operación de limpieza “etno-jazzística” global que deje el paisaje desierto de “insurgentes”. Sin embargo habrá que agradecer al “empresario” Marsalis (así lo presentaba “Time” en ese número de junio de 1996) que haya reabierto un debate que a todo pequeño dictador le gustaría adormecido: ¿Qué es el Jazz?, debaten furiosamente “opinadores” virtuales en el anonimato de la red. Las respuestas, más o menos razonadas, más o menos razonables, carecen de verdad absoluta (al fin y al cabo hablamos de Arte). Sobre ellas sobrevuela el gesto soberbio de Marsalis quien tiene declarado (de nuevo en declaraciones recogidas en el “Time” de junio de 1996): Queremos llevar el Jazz a la gente en toda su grandeza y gloria. Y no creemos que la música esté por encima de la gente. Quien se ha puesto por encima de todos con su “wanted and reward” no es otro que él. Por cierto que el denunciante apareció y reclamó (tal y como recogió “El País” en su edición del 22 de diciembre de 2009) la recompensa de Marsalis (toda su discografía firmada).
La aparición de este señor de nombre Rafael Gilbert, de cuarenta y dos años, ha subido un grado más el termómetro del absurdo público que generó su denuncia. Gilbert tiene derecho a escuchar lo que le plazca y a opinar lo que le parezca sobre la música que escuche en una u otra circunstancia. Su problema es haber reclamado “el dinero de la entrada” por considerarse estafado con lo que Larry Ochs y Drumming Core ofrecían sobre el escenario de un Festival de Jazz. Cuando el debate estrictamente musical discutía sobre si esa música era “Contemporánea” o “Jazz” - a partir de lo relatado en su denuncia en la que indicaba que tenía “contraindicado psicológicamente” el primero de los géneros (¿?) - de pronto el señor Gilbert nos sorprende con las siguientes palabras: El Free Jazz es una música que si no te avisan puede irritarte mucho, te pone mal cuerpo. Como no podía más me levanté y fui a reclamar el dinero de la entrada. Consten estas palabras en caso de juicio. El denunciante ha declarado que aquello era “Free Jazz”. O sea, una manifestación puramente jazzística. En caso de juicio que el Ayuntamiento de Sigüenza quede tranquilo. El acusador ha caído en flagrante contradicción. Remata: Yo lo que reclamo es que en los carteles aclaren si es jazz o no, y ya está.
Otra circunstancia que nunca hubiera imaginado cuando reflexionaba en “La semana de Larry” es la reacción que se iba a producir no sobre la situación que relataba el artículo de Chema García Martínez en “El País” del día 9 de diciembre sino sobre la credibilidad del propio periodista. Conforme pasaron las horas y los días fueron surgiendo voces contrarias a García que llegaban a insinuar que todo era una exageración del periodista, una crónica llena de inventiva. Así el Jazz entró en la descarnada lucha de grupos mediáticos cuando el crítico Javier de Cambra publicaba en el diario “La Razón” (14 de diciembre de 2009) un artículo titulado “La verdad sobre el caso Sigüenza” en la que desmentía la historia narrada por Chema García e incluso hacía crítica de su estilo como cronista. Cambra decía desmentir a García con el siguiente relato: (…) Vayamos a los hechos. La ermita cuenta con una pequeña estancia donde está el control de entradas. Luego, otra gran puerta, la ermita. Pues a ese vestíbulo se dirigió un asistente, reclamando el importe de su entrada, afirmando que lo que se oía no era jazz sino música contemporánea, lo que tenía desaconsejado psicológicamente. Al no ser satisfecho de inmediato, llamó a la Guardia Civil, compareciendo dos agentes del cuerpo. En un momento y urgidos por el reclamante entraron a la ermita, donde al cabo de un minuto salieron con el alcalde, que se levantó al verlos. Preguntado al respecto por el reclamante, uno de los agentes expresó: «Esto no es jazz». El concierto no fue interrumpido, los músicos se enteraron del leve asunto al término de su actuación y apenas en las últimas filas pudo verse algo de este movimiento (…). ¿No es lo que Chema García nos había contado? ¿Había mentido? ¿Tergiversado los hechos? Seguía el crítico de “La Razón”: (…) Un diario madrileño publicaba una crónica con escaso relato puntual de los hechos y vocabulario de grueso calibre y en nada ajustado a realidad (…). Y más adelante añadía: (…) Chascarrillos que aquí han dado a todo tipo de malentendidos que vienen de mal explicados y que el diario británico «The Guardian» reproducía al día siguiente. ¿Y qué reproducía “The Guardian” al día siguiente? (…) La policía decidió investigar después de que un furioso aficionado al Jazz se quejara de que el grupo Drumming Core del saxofonista Larry Ochs estaba en el lado equivocado de la línea que divide Jazz de Música Contemporánea. El purista del Jazz afirmó que su médico le había advertido de que no era “recomendable psicológicamente” que escuchara cualquier cosa que pudiera ser confundida con mera música contemporánea. De acuerdo con el reportaje de El País de ayer miércoles, los policías escucharon la interpretación del saxofonista y las percusiones que procedían del escenario del festival antes de convenir que el purista podía tener de verdad un caso. Su queja contra los organizadores, que rechazaron devolverle el dinero, fue debidamente registrada y pasará a juicio (…). ¿Dónde está la diferencia? ¿Qué elemento diferencial convierte a un relato en verdadero – “La verdad sobre el caso Sigüenza” titulaba – y al otro en erróneo? El relato de Javier de Cambra se ciñe a una descripción más escrupulosa de los hechos que la que ofrece Chema García (y de la que después se hace eco “The Guardian”). El problema es que la ofrece una semana después de lo sucedido y desacreditando a un compañero. (…) De allí a la red y la rechifla universal del Guardia Civil que acude para dar juicios sobre jazz. En fin, tricornio para acabar con tanta charanga y pandereta. Eso podía desprenderse de una crónica que ha conducido a todo equívoco (…), sentenciaba De Cambra. ¿No hubiera generado “rechifla universal” la misma crónica de “La Razón” de haber sido la primera en publicarse? ¿No sigue siendo de “rechifla” lo que el mismo De Cambra certifica, que uno de los guardias civiles expresara que “esto no es jazz”? No convendría perder de vista que lo que hace singular la historia es la presencia de dos miembros de la Guardia Civil atendiendo la denuncia de un espectador sobre los contenidos de un concierto y que lo que la sitúa dentro de los márgenes del surrealismo es que uno de ellos opine sobre estética musical dando la razón al demandante. Con una protesta sin Guardia Civil no hubiera habido historia.
He leído la crónica de Chema García Martínez en varias ocasiones (¿diez, quince, ocho?) y lo único que encuentro en esa narración (que García contó en una entrevista con servidor en el programa “Club de Jazz”, grabada la misma mañana de la publicación del artículo, que había sido “redactada” por teléfono desde un tren de vuelta de Sigüenza) es una crónica que contaba lo sustancial de lo sucedido (la denuncia, los motivos de la denuncia, la presencia de la Guardia Civil, la opinión expresada por uno de ellos según informó al periodista el alcalde de Sigüenza, la reacción atónita de los músicos) y que adornaba lo relatado con una prosa irónica que excedía la mera descripción aséptica. Se acusa a García en foros y artículos de haber dado a entender que el concierto hubiera estado a punto de ser suspendido. Se entresaca una frase del artículo de García – “a punto estuvo de ser cancelado manu militari por la autoridad competente” – y se descontextualiza para demostrar la “mentira” y contraponerla a “la verdad”. García no había escrito una “nota de agencia”; su artículo podría abrir por enésima vez el debate entre la objetividad y subjetividad de la profesión periodística, entre la aportación literaria o no en la redacción de la información, pero no sobre si mentía o decía la verdad. Incluso aunque pudiera haber inexactitud en su relato no había mentira. Al leer la crónica de arriba abajo se puede percibir la ironía y un cierto tono hiperbólico con el que García subraya el absurdo de lo sucedido. La reacción posterior de algunos nombres propios (y anónimos) en todo tipo de foros excede la crítica periodística que se pueda realizar sobre un artículo que contó algo que pasó. Y como tal era una anécdota noticiable que ponía de manifiesto miserias y bondades muy apetitosas para quien estuviera dispuesto a reflexionar. Se podía uno quedar con la anécdota y fantasear con ella o se podía analizar aquello que subyace bajo la anécdota. Lo que no imaginaba yo es que la anécdota relatada para “El País” por Chema García pudiera despertar tantos recelos entre compañeros de profesión y alrededores del periodismo jazzístico hacia uno de sus más veteranos compañeros. Menos mal que Wynton Marsalis ha aparecido para situar de nuevo en primer plano una de las posibles e interesantes vías de análisis que sugería el “Caso Sigüenza”: ¿Qué es el Jazz?
El denunciante Gilbert dice que sólo se quedaron los viejillos en el concierto de Larry Ochs y que con él se fueron una veintena de personas. Sé de algunos “viejillos” que estuvieron presentes y que no se reconocerían tan ancianos. Eso sí, habrá que reconocerle a Gilbert la educación que otros espectadores no han tenido en otras ocasiones. La historia de la Música está llena de anécdotas sobre ruidosas protestas del personal, desde luego mucho menos civilizadas. Una de ellas está filmada en el Théâtre des Champs-Élysées de París en la película de cine mudo L´inhumaine dirigida en 1924 por Marcel L´Herbier. Un documento excepcional sobre la evolución cívica de la queja musical.
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