Iñaki Salvador (piano) y Mikel Andueza (saxo alto)
Vivimos un presente de contrastes para la música. Los discos no se venden y las descargas legales son las menos frente a una mayoría de consumidores (¿oyentes?) que los “bajan” gratuitamente sin pensar en las consecuencias perniciosas para el que se dedica a estudiar, pensar, componer, ensayar, grabar, etcétera. En el mundo del Jazz las ventas siempre han sido mínimas pero al menos la presentación en conciertos permitía vender - cuando el espectador está en caliente - algunas copias con las que ir pagando los costos de producción. Ya ni eso, si el disco está “colgado” en la red. ¡Los músicos en el escenario!, gritan los pata de palo. Ale, todos a tocar conciertos para poder sacar algo de pasta cuando las grabaciones ya no las dan. Pero, ¿hay dónde tocar? Sí, claro, siempre ha habido escenarios dispuestos pero la situación de crisis económica que dicen vivimos en el presente encuentra en la cultura siempre un fenomenal chivo expiatorio para los recortes presupuestarios. Así se busca cómo abaratar el “producto” de directo y si hay que reducir plantilla sobre el escenario se reduce. Supongo que dentro de poco los pata de palo promoverán que sea el músico quien se pague el escenario, que para algo su dedicación es un hobby, ¿no?
Y así se encuentra uno con la infrecuente circunstancia de que en apenas cuarenta y ocho horas, en dos ciudades tan próximas como Vitoria – Gasteiz y Bilbao, tengan lugar dos actuaciones de hondo calado jazzístico. Pero, decía, vivimos un presente de contrastes y a la buena nueva de poder escuchar el proyecto ¡Mingus Vive! se le une la incredulidad (es un decir) por conocer que la actuación de este octeto de excelentes músicos ibéricos es la segunda de un proyecto que se estrenó… ¡hace más de un año! Claro, son ocho, ocho son multitud y estamos en tiempo de reducciones drásticas del presupuesto… salvo para los musicales, que molan y se vende todo. Así lo peor que se puede decir del proyecto ¡Mingus Vive! es que le faltan unas cuantas horas sobre el escenario (rodaje, que le llaman) para poder encajar las complejas piezas del puzzle musical de todo un maestro del contrabajo y la composición que fue Charles Mingus. Porque no resulta sencillo asimilar en apenas un ensayo de reencuentro, tanto tiempo después, la esencia de una música que despide por todos sus poros un aroma de clasicismo y negritud (de cine negro, aunque la piel de Mingus también lo fuera) que sin embargo no pierde con el paso de los años actualidad, modernidad (seguramente mayor que gran parte de la música que se imprime hoy en Jazz), ni irreverencia. Es una música viva, exigente para el intérprete, nerviosa y cálida, incisiva e incluso cómica en la crítica como ese Fables of Faubus - composición dedicada al racista gobernador de Arkansas Orval Faubus - que abrió la velada.
¡ Mingus Vive! tiene el atractivo de contar con tres contrabajistas en su formación aunque el misterio de su encaje se resuelve en un reparto de papeles que lleva a dos de ellos a descansar cuando es un tercero el que lleva el peso de la música. Así estructura el concierto en tres bloques en el que cada contrabajista lleva la dirección y arreglos de la música de Mingus. Eso sí, en dos versiones sonó el octeto al completo, en el tema de inicio (el mencionado Fables of Faubus) y en el de cierre (el festivo Boogie Stomp Shuffle). Los contrabajos de Chastang, Vilà y Martínez reparten funciones: mientras uno lleva el pulso rítmico los otros se convierten en voces del background musical de los arreglos. Si hay solos del viento o del piano se distribuyen los solistas. La coincidencia de los tres vuelve a producirse en el bis final en el que los “de las cuatro cuerdas” (como describió Baldo a los contrabajistas) salen en solitario al escenario y desenchufados luchan por coordinar tempos y solos con una versión de Noddin ya head Blues de tono crepuscular. Y hay una cuarta ocasión en que los tres coinciden en escena: durante el segmento del concierto que comanda Baldo Martínez. Y es posible que en ese momento del concierto, en la versión de Goodbye Pork Pie Hat, el proyecto ofrezca sus mejores virtudes distintivas. Porque si el tono general de ¡Mingus Vive! está determinado por un respeto casi escrupuloso a la escritura original de Mingus, Baldo Martínez afronta esta composición con la inédita (en mi memoria) formación de tres contrabajos y el saxo tenor de Víctor de Diego. Chastang, Martínez y Vilà van construyendo poco a poco, mediante la distribución de funciones rítmicas y armónicas y combinando arco frotado y pulsación, la estructura sobre la que el saxofonista desarrolla la melodía y su posterior solo. Ya sólo por el original planteamiento del arreglo, por su búsqueda de una nueva perspectiva tímbrica de la elegante elegía musical que Charles Mingus dedicara al saxofonistas Lester Young tras su muerte en 1959, merece la pena el esfuerzo de Baldo por aportar un tono diferente al concierto. Él es de los ocho músicos el que ha desarrollado una trayectoria más alejada de los patrones de la ortodoxia del Jazz, quizá el contrabajista menos esperable para un proyecto como éste y, sin embargo, el que supo aportar ese punto diferencial a un proyecto que como memoria de la música de Mingus tiene mimbres sólidos y al que, insisto, le falta la (merecida) oportunidad (no está ni se la espera) de desarrollarse para poder conocerse mejor a sí mismo y soltarse más, para que los solistas puedan interiorizar el espíritu de esta música y que los solos tengan una personalidad acorde a la de la música que se interpreta en la que ahora prima el estilo individual - del fraseo más clásico del trompetista Antonio Ximénez (con un sonido redondo, hermoso, deudor de los grandes clásicos de la trompeta de Jazz) al más próximo al Jazz mainstream actual del saxo alto de Mikel Andueza - sobre el colectivo. Lo que no significa que ¡Mingus Vive! deba caer en la recreación museística (¡¡por dios!! Para eso ya está Wynton Marsalis) pero sí encontrar una identidad compartida y trabajada. En fin, no pierdo de perspectiva que era su segunda actuación… en más de un año; actuación dentro del marco del ciclo 365 Jazz Bilbao, ciclo todavía joven pero que parece se afianza en su propósito de que Bilbao tenga Jazz en condiciones dignas durante todo el curso. Y es que, como dije, vivimos un presente de contrastes.
Bilbao no tiene Festival de Jazz al uso y sí lo tiene Vitoria – Gasteiz que, sin embargo (contrastes, decía) no dispone de una programación estable de conciertos de Jazz. Y el que tuvo lugar apenas cuarenta y ocho horas después del bilbaíno se puede decir que fue vitoriano de manera coyuntural. Durante el fin de semana del 12 y 13 de diciembre se celebraron las Primeras jornadas vascas de saxofón, bautizadas como Saxatak, cuyo objetivo confeso es el de “aglutinar en sí mismo actividades tan diversas como conciertos, workshops, proyectos de creación, intervenciones urbanas o performances, entre otras”. Así, con esa denominación, estas jornadas no son, per se, vitorianas ni tampoco son estrictamente jazzísticas. Sea como fuere la primera edición contó con la pareja Iñaki Salvador (piano) y Mikel Andueza (saxo alto y soprano) para el concierto de clausura. Aunque cualquiera pudo acudir el público era mayoritariamente el de los propios participantes y familia. Participantes, muchos de ellos, en proceso de formación: saxofonistas adolescentes. Y la adolescencia carece de un sentido del silencio (¿era yo así de adolescente?). Así que servidor, que se situó en una preventiva primera fila, tuvo severos problemas de concentración auditiva con el infante de la fila anterior - monólogos interrumpidos, sólo puntualmente, por la voz grave del padre; sonido del movimiento continuado y nervioso de su abrigo - y con el ambiente general de la sala que, si bien en líneas generales respetaba el necesario silencio, contó con innecesarias aportaciones acústicas a lo que sucedía en escena (¡cuánta pedagogía de la educación cívica falta por hacer!).
En ella Salvador (que, por cierto, formó parte de aquel primer concierto del proyecto en Madrid ¡Mingus Vive!) y Andueza ofrecieron un repertorio de temas propios (dos de Iñaki, otro de Mikel), dos versiones de música de Mikel Laboa (con quien Salvador colaboraba con frecuencia y del que ahora se cumple un año de su fallecimiento) y la versión de una esku dantza (arreglo de Andueza) que dio lugar a una pequeña anécdota: Iñaki Salvador comentó que Mikel había grabado un “precioso” CD sobre música popular vasca del que procedía esa versión. Tras el concierto, y después de preguntarle a Mikel por ese disco, me enteré de que tal grabación existía pero que nunca se había llegado a editar para sacar en CD. A Iñaki se le había ido el santo el cielo (por no utilizar aquello de “ido la olla”) por lo que aprovecho este texto para rectificar la información que dieron en escena y que quizá llevó a decenas de espectadores a correr hacia la tienda de discos a por él. Existe el master, no el CD y, por lo tanto, tampoco la descarga para los pata de palo (¿elementos para una posible regla de tres?).
La veteranía es un grado y se nota cuando dos músicos como ellos, de ya larga trayectoria, afrontan un concierto que exige mucha concentración para mantener pulsos rítmicos y armónicos, especialmente para el pianista que, salvo en un solo a solas de Mikel, acompañó en todo momento y llevó a cabo los suyos propios. Ambos hicieron solo en cada uno de los seis temas pero, lejos de resultar reiterativos, supieron combinar con acierto momentos de un jazzismo más puro (¿?) con otros de tono más melódico y popular, con estructuras prefijadas pero abiertas a la dilatación y contracción de los tempos (de las que especialmente disfrutó el pianista). Con una suerte para el espectador: la ausencia de sonorización que permitió disfrutar del sonido original de ambos instrumentistas que leyeron la música con brillante precisión y empastaron sonido y tempos con soltura. Un concierto que me permitió descubrir la filiación garbarekiana de Andueza, tanto en el título de uno de sus temas, Jan Steps (dedicado a Jan Garbarek; juego de palabras del coltreniano y clásico Giant Steps), como en el sonido buscado en algunos momentos tanto con el saxo alto como con el soprano aunque sin caer nunca en la imitación, siempre pequeños detalles dentro de un estilo que no es el del noruego y que tiene en Mikel querencia por fraseos de largo desarrollo; una actuación que me permitió el reencuentro años después con Iñaki Salvador, un pianista con notable capacidad para armonizar con bellos arreglos (sobre la marcha) sus solos y conseguir afectar la improvisación del espíritu fundacional de la música de la que se hace versión, siempre con un tono que apela a la nostalgia pero que nunca languidece y que no renuncia en ningún momento a una concepción que no por lúdica es menos profunda.
Y así después del concierto un joven músico que se encontraba entre la audiencia les sugirió sacar un disco a dúo. Ambos reconocieron haberlo pensado pero… ¿quién lo compraría? “Yo lo compraría”, dijo él. Perfecto, pensé, luego me lo pasas y me lo copio.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente aquí.
Y así se encuentra uno con la infrecuente circunstancia de que en apenas cuarenta y ocho horas, en dos ciudades tan próximas como Vitoria – Gasteiz y Bilbao, tengan lugar dos actuaciones de hondo calado jazzístico. Pero, decía, vivimos un presente de contrastes y a la buena nueva de poder escuchar el proyecto ¡Mingus Vive! se le une la incredulidad (es un decir) por conocer que la actuación de este octeto de excelentes músicos ibéricos es la segunda de un proyecto que se estrenó… ¡hace más de un año! Claro, son ocho, ocho son multitud y estamos en tiempo de reducciones drásticas del presupuesto… salvo para los musicales, que molan y se vende todo. Así lo peor que se puede decir del proyecto ¡Mingus Vive! es que le faltan unas cuantas horas sobre el escenario (rodaje, que le llaman) para poder encajar las complejas piezas del puzzle musical de todo un maestro del contrabajo y la composición que fue Charles Mingus. Porque no resulta sencillo asimilar en apenas un ensayo de reencuentro, tanto tiempo después, la esencia de una música que despide por todos sus poros un aroma de clasicismo y negritud (de cine negro, aunque la piel de Mingus también lo fuera) que sin embargo no pierde con el paso de los años actualidad, modernidad (seguramente mayor que gran parte de la música que se imprime hoy en Jazz), ni irreverencia. Es una música viva, exigente para el intérprete, nerviosa y cálida, incisiva e incluso cómica en la crítica como ese Fables of Faubus - composición dedicada al racista gobernador de Arkansas Orval Faubus - que abrió la velada.
¡ Mingus Vive! tiene el atractivo de contar con tres contrabajistas en su formación aunque el misterio de su encaje se resuelve en un reparto de papeles que lleva a dos de ellos a descansar cuando es un tercero el que lleva el peso de la música. Así estructura el concierto en tres bloques en el que cada contrabajista lleva la dirección y arreglos de la música de Mingus. Eso sí, en dos versiones sonó el octeto al completo, en el tema de inicio (el mencionado Fables of Faubus) y en el de cierre (el festivo Boogie Stomp Shuffle). Los contrabajos de Chastang, Vilà y Martínez reparten funciones: mientras uno lleva el pulso rítmico los otros se convierten en voces del background musical de los arreglos. Si hay solos del viento o del piano se distribuyen los solistas. La coincidencia de los tres vuelve a producirse en el bis final en el que los “de las cuatro cuerdas” (como describió Baldo a los contrabajistas) salen en solitario al escenario y desenchufados luchan por coordinar tempos y solos con una versión de Noddin ya head Blues de tono crepuscular. Y hay una cuarta ocasión en que los tres coinciden en escena: durante el segmento del concierto que comanda Baldo Martínez. Y es posible que en ese momento del concierto, en la versión de Goodbye Pork Pie Hat, el proyecto ofrezca sus mejores virtudes distintivas. Porque si el tono general de ¡Mingus Vive! está determinado por un respeto casi escrupuloso a la escritura original de Mingus, Baldo Martínez afronta esta composición con la inédita (en mi memoria) formación de tres contrabajos y el saxo tenor de Víctor de Diego. Chastang, Martínez y Vilà van construyendo poco a poco, mediante la distribución de funciones rítmicas y armónicas y combinando arco frotado y pulsación, la estructura sobre la que el saxofonista desarrolla la melodía y su posterior solo. Ya sólo por el original planteamiento del arreglo, por su búsqueda de una nueva perspectiva tímbrica de la elegante elegía musical que Charles Mingus dedicara al saxofonistas Lester Young tras su muerte en 1959, merece la pena el esfuerzo de Baldo por aportar un tono diferente al concierto. Él es de los ocho músicos el que ha desarrollado una trayectoria más alejada de los patrones de la ortodoxia del Jazz, quizá el contrabajista menos esperable para un proyecto como éste y, sin embargo, el que supo aportar ese punto diferencial a un proyecto que como memoria de la música de Mingus tiene mimbres sólidos y al que, insisto, le falta la (merecida) oportunidad (no está ni se la espera) de desarrollarse para poder conocerse mejor a sí mismo y soltarse más, para que los solistas puedan interiorizar el espíritu de esta música y que los solos tengan una personalidad acorde a la de la música que se interpreta en la que ahora prima el estilo individual - del fraseo más clásico del trompetista Antonio Ximénez (con un sonido redondo, hermoso, deudor de los grandes clásicos de la trompeta de Jazz) al más próximo al Jazz mainstream actual del saxo alto de Mikel Andueza - sobre el colectivo. Lo que no significa que ¡Mingus Vive! deba caer en la recreación museística (¡¡por dios!! Para eso ya está Wynton Marsalis) pero sí encontrar una identidad compartida y trabajada. En fin, no pierdo de perspectiva que era su segunda actuación… en más de un año; actuación dentro del marco del ciclo 365 Jazz Bilbao, ciclo todavía joven pero que parece se afianza en su propósito de que Bilbao tenga Jazz en condiciones dignas durante todo el curso. Y es que, como dije, vivimos un presente de contrastes.
Bilbao no tiene Festival de Jazz al uso y sí lo tiene Vitoria – Gasteiz que, sin embargo (contrastes, decía) no dispone de una programación estable de conciertos de Jazz. Y el que tuvo lugar apenas cuarenta y ocho horas después del bilbaíno se puede decir que fue vitoriano de manera coyuntural. Durante el fin de semana del 12 y 13 de diciembre se celebraron las Primeras jornadas vascas de saxofón, bautizadas como Saxatak, cuyo objetivo confeso es el de “aglutinar en sí mismo actividades tan diversas como conciertos, workshops, proyectos de creación, intervenciones urbanas o performances, entre otras”. Así, con esa denominación, estas jornadas no son, per se, vitorianas ni tampoco son estrictamente jazzísticas. Sea como fuere la primera edición contó con la pareja Iñaki Salvador (piano) y Mikel Andueza (saxo alto y soprano) para el concierto de clausura. Aunque cualquiera pudo acudir el público era mayoritariamente el de los propios participantes y familia. Participantes, muchos de ellos, en proceso de formación: saxofonistas adolescentes. Y la adolescencia carece de un sentido del silencio (¿era yo así de adolescente?). Así que servidor, que se situó en una preventiva primera fila, tuvo severos problemas de concentración auditiva con el infante de la fila anterior - monólogos interrumpidos, sólo puntualmente, por la voz grave del padre; sonido del movimiento continuado y nervioso de su abrigo - y con el ambiente general de la sala que, si bien en líneas generales respetaba el necesario silencio, contó con innecesarias aportaciones acústicas a lo que sucedía en escena (¡cuánta pedagogía de la educación cívica falta por hacer!).
En ella Salvador (que, por cierto, formó parte de aquel primer concierto del proyecto en Madrid ¡Mingus Vive!) y Andueza ofrecieron un repertorio de temas propios (dos de Iñaki, otro de Mikel), dos versiones de música de Mikel Laboa (con quien Salvador colaboraba con frecuencia y del que ahora se cumple un año de su fallecimiento) y la versión de una esku dantza (arreglo de Andueza) que dio lugar a una pequeña anécdota: Iñaki Salvador comentó que Mikel había grabado un “precioso” CD sobre música popular vasca del que procedía esa versión. Tras el concierto, y después de preguntarle a Mikel por ese disco, me enteré de que tal grabación existía pero que nunca se había llegado a editar para sacar en CD. A Iñaki se le había ido el santo el cielo (por no utilizar aquello de “ido la olla”) por lo que aprovecho este texto para rectificar la información que dieron en escena y que quizá llevó a decenas de espectadores a correr hacia la tienda de discos a por él. Existe el master, no el CD y, por lo tanto, tampoco la descarga para los pata de palo (¿elementos para una posible regla de tres?).
La veteranía es un grado y se nota cuando dos músicos como ellos, de ya larga trayectoria, afrontan un concierto que exige mucha concentración para mantener pulsos rítmicos y armónicos, especialmente para el pianista que, salvo en un solo a solas de Mikel, acompañó en todo momento y llevó a cabo los suyos propios. Ambos hicieron solo en cada uno de los seis temas pero, lejos de resultar reiterativos, supieron combinar con acierto momentos de un jazzismo más puro (¿?) con otros de tono más melódico y popular, con estructuras prefijadas pero abiertas a la dilatación y contracción de los tempos (de las que especialmente disfrutó el pianista). Con una suerte para el espectador: la ausencia de sonorización que permitió disfrutar del sonido original de ambos instrumentistas que leyeron la música con brillante precisión y empastaron sonido y tempos con soltura. Un concierto que me permitió descubrir la filiación garbarekiana de Andueza, tanto en el título de uno de sus temas, Jan Steps (dedicado a Jan Garbarek; juego de palabras del coltreniano y clásico Giant Steps), como en el sonido buscado en algunos momentos tanto con el saxo alto como con el soprano aunque sin caer nunca en la imitación, siempre pequeños detalles dentro de un estilo que no es el del noruego y que tiene en Mikel querencia por fraseos de largo desarrollo; una actuación que me permitió el reencuentro años después con Iñaki Salvador, un pianista con notable capacidad para armonizar con bellos arreglos (sobre la marcha) sus solos y conseguir afectar la improvisación del espíritu fundacional de la música de la que se hace versión, siempre con un tono que apela a la nostalgia pero que nunca languidece y que no renuncia en ningún momento a una concepción que no por lúdica es menos profunda.
Y así después del concierto un joven músico que se encontraba entre la audiencia les sugirió sacar un disco a dúo. Ambos reconocieron haberlo pensado pero… ¿quién lo compraría? “Yo lo compraría”, dijo él. Perfecto, pensé, luego me lo pasas y me lo copio.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente aquí.
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