¿Cómo serán los ojos de Rita para que inspiren a Anouar Brahem una música de semejante belleza? Desconozco si la mujer de la fotografía de la portada del disco - obra del parisino-libanés Fouad Elkoury - se llama Rita o al menos ha inspirado la Rita mental de Brahem pero, cosas de la composición fotográfica (sea o no buscada), sus ojos permanecen en penumbra. Se percibe, no obstante, una mirada particular, de expresividad melancólica a la vez que serena, como si la triste realidad se impusiera pero estuviera lejos de derrotarla. Obviamente es ésta una interpretación subjetiva de la fotografía de Elkoury tomada en la localidad egipcia de El-Mahamid en 1990 e incluida en su serie fotográfica titulada Suite Egyptienne, ahora portada del nuevo disco del tunecino Anouar Brahem. Pudiera ser ella una Rita pero lo que sí es seguro es que la Rita de los ojos asombrosos formaba parte de un poema del escritor palestino Mahmoud Darwish (1941 – 2008) titulado “Rita y el fusil”. Entre la voz del narrador del poema y los “ojos de miel” de Rita se interpone un fusil. Darwish, poeta en el exilio, nació en la localidad palestina de Al-Birwa que fue ocupada apenas siete años después de su nacimiento por el ejército de Israel. Ahí comienza una vida en el exilio de Moscú, El Cairo, Beirut, París o Estados Unidos y una poesía determinada por él. A Darwish está dedicado el disco.
Es luminosa la música de Anouar Brahem, radiante como el sol justiciero que se impone tras el ventanal de la habitación que ocupa la (presunta) Rita fotográfica. Brilla en el exterior y atenúa su intensidad en el interior donde se oculta ella, sentada y ajena a la escena costumbrista de la calle. Y así en la música de The astounding eyes of Rita se impone el tiempo detenido que sugieren los paisajes calurosos e iluminados en exceso, se impone la serenidad de la mujer y la contemplación no exenta de movimiento, como el de su mano izquierda que, aunque se posa sobre el muslo izquierdo, insinúa acción. Acción detenida en el tempo musical de Brahem. Despacioso tiempo determinado en ocasiones más por el sonido de los instrumentos que por el verdadero pulso de una música que, como nos tiene acostumbrados Brahem, combina con absoluta naturalidad las formas musicales árabes tradicionales con una lectura en clave de improvisación (jazzística) y una combinación instrumental que conjunta con sencillez instrumentos de tradición oriental (el oud de Brahem y las percusiones – darbuka y bendir – de Yassine) con instrumentos de tradición occidental (el clarinete bajo de Gesing y el contrabajo de Meyer). Composiciones de Anouar Brahem que parten de una vocación melódica aquí desarrollada por el oud y el clarinete bajo, instrumentos “que parece que se pertenezcan el uno al otro”, según Brahem que ya había trabajado con el clarinete bajo de John Surman en Thimar (ECM – 1997). En esta ocasión es el alemán Klaus Gesing, a quien Brahem había escuchado en el disco Distances (ECM – 2007) de la vocalista británica Norma Winstone, quien aporta el bellísimo sonido, denso y de notable resonancia, de un instrumento que, cierto es, casa a la perfección con la vibración de las cuerdas del oud, con el que se entrelaza en las melodías y con quien se reparte la mayor parte de los solos. Parece desaparecer cuando habla Brahem hasta que, de pronto, se convierte en un soporte rítmico que termina por crecer para ganar de nuevo su espacio.
Suena con tal precisión el cuarteto que podría parecer una formación fundada en la noche de los tiempos y, sin embargo, habremos de creer a Brahem cuando nos dice haber reunido por primera vez a los cuatro para la grabación en Údine (Italia) en octubre de 2008. Una vez más el sello ECM, y su productor Manfred Eicher, son claves en la identidad sonora de sus discos. No sólo porque Brahem forma parte de la manera estética de entender la música de Eicher sino porque Eicher puso en contacto a Brahem con Gesing y también con el contrabajista sueco Björn Meyer, cuya trayectoria musical incluye trabajos en clave de Jazz cubano, Flamenco o folclore sueco e incluso una colaboración a mediados de los noventa con la actriz (y cantante) Milla Jovovich. Y es que seguramente no funcionaría del todo esta música si fueran jazzistas al uso los que la interpretaran. Se necesita una mentalidad abierta sobre la música improvisada más allá de los cánones del Jazz mainstream y por eso la improvisación se percibe plenamente jazzística y, sin embargo, tan distinta a lo que impone la memoria histórica del Jazz. Eso sí, Meyer se ve abocado a un segundo plano rítmico (y de percepción) sometido por la percusión del libanés Khaled Yassine (en su caso presentado a Brahem por la cuñada del tunecino). No es un sometimiento por contundencia. Lejos de la habitual sonoridad de la batería del Jazz, las percusiones árabes proponen un soporte rítmico que adquiere matices de una sutileza casi melódica, que envuelven al grupo hasta conformar una unidad, en este caso, de cuatro músicos.
Un fusil se interpone entre la voz en primera persona del poema de Mahmoud Darwish y los ojos de Rita; la sombra en el rostro atenúa la fuerza de la mirada de la Rita fotográfica de Fouad Elkoury. Sólo el ruido puede interponerse entre la belleza de la música de Brahem y el deleite del oyente. El problema es que ruidos los hay de muchos tipos y pueden dejarle a uno sordo.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente aquí.
Es luminosa la música de Anouar Brahem, radiante como el sol justiciero que se impone tras el ventanal de la habitación que ocupa la (presunta) Rita fotográfica. Brilla en el exterior y atenúa su intensidad en el interior donde se oculta ella, sentada y ajena a la escena costumbrista de la calle. Y así en la música de The astounding eyes of Rita se impone el tiempo detenido que sugieren los paisajes calurosos e iluminados en exceso, se impone la serenidad de la mujer y la contemplación no exenta de movimiento, como el de su mano izquierda que, aunque se posa sobre el muslo izquierdo, insinúa acción. Acción detenida en el tempo musical de Brahem. Despacioso tiempo determinado en ocasiones más por el sonido de los instrumentos que por el verdadero pulso de una música que, como nos tiene acostumbrados Brahem, combina con absoluta naturalidad las formas musicales árabes tradicionales con una lectura en clave de improvisación (jazzística) y una combinación instrumental que conjunta con sencillez instrumentos de tradición oriental (el oud de Brahem y las percusiones – darbuka y bendir – de Yassine) con instrumentos de tradición occidental (el clarinete bajo de Gesing y el contrabajo de Meyer). Composiciones de Anouar Brahem que parten de una vocación melódica aquí desarrollada por el oud y el clarinete bajo, instrumentos “que parece que se pertenezcan el uno al otro”, según Brahem que ya había trabajado con el clarinete bajo de John Surman en Thimar (ECM – 1997). En esta ocasión es el alemán Klaus Gesing, a quien Brahem había escuchado en el disco Distances (ECM – 2007) de la vocalista británica Norma Winstone, quien aporta el bellísimo sonido, denso y de notable resonancia, de un instrumento que, cierto es, casa a la perfección con la vibración de las cuerdas del oud, con el que se entrelaza en las melodías y con quien se reparte la mayor parte de los solos. Parece desaparecer cuando habla Brahem hasta que, de pronto, se convierte en un soporte rítmico que termina por crecer para ganar de nuevo su espacio.
Suena con tal precisión el cuarteto que podría parecer una formación fundada en la noche de los tiempos y, sin embargo, habremos de creer a Brahem cuando nos dice haber reunido por primera vez a los cuatro para la grabación en Údine (Italia) en octubre de 2008. Una vez más el sello ECM, y su productor Manfred Eicher, son claves en la identidad sonora de sus discos. No sólo porque Brahem forma parte de la manera estética de entender la música de Eicher sino porque Eicher puso en contacto a Brahem con Gesing y también con el contrabajista sueco Björn Meyer, cuya trayectoria musical incluye trabajos en clave de Jazz cubano, Flamenco o folclore sueco e incluso una colaboración a mediados de los noventa con la actriz (y cantante) Milla Jovovich. Y es que seguramente no funcionaría del todo esta música si fueran jazzistas al uso los que la interpretaran. Se necesita una mentalidad abierta sobre la música improvisada más allá de los cánones del Jazz mainstream y por eso la improvisación se percibe plenamente jazzística y, sin embargo, tan distinta a lo que impone la memoria histórica del Jazz. Eso sí, Meyer se ve abocado a un segundo plano rítmico (y de percepción) sometido por la percusión del libanés Khaled Yassine (en su caso presentado a Brahem por la cuñada del tunecino). No es un sometimiento por contundencia. Lejos de la habitual sonoridad de la batería del Jazz, las percusiones árabes proponen un soporte rítmico que adquiere matices de una sutileza casi melódica, que envuelven al grupo hasta conformar una unidad, en este caso, de cuatro músicos.
Un fusil se interpone entre la voz en primera persona del poema de Mahmoud Darwish y los ojos de Rita; la sombra en el rostro atenúa la fuerza de la mirada de la Rita fotográfica de Fouad Elkoury. Sólo el ruido puede interponerse entre la belleza de la música de Brahem y el deleite del oyente. El problema es que ruidos los hay de muchos tipos y pueden dejarle a uno sordo.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente aquí.
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