Leo en el libreto del disco que su autora quiere hacer desaparecer los sonidos grises, estridentes, disonantes y fríos para hacerlos reaparecer transformados: diferentes, nuevos, coloridos y más verdaderos. Ese es el juego de ilusionista musical que nos propone la pianista italiana Stefania Tallini en este su sexto proyecto discográfico, primero en solo de piano. Pero, ¿cuáles son esos sonidos primitivos que ella nos muestra transformados? Al fin y al cabo catorce de los quince temas son originales luego no hay, aparentemente, versiones que reformar (y Over the Rainbow no es precisamente fría o estridente). Y, ¿por qué matices tan sombríos? En conversación con la pianista descubro que, en realidad, Stefania purga una etapa vital muy difícil mediante la música y que los grises, estridentes, disonantes y fríos eran calificativos de una situación personal que la música ayuda a transformar. Lo que esta ilusionista del piano ofrece es su propia metamorfosis íntima a través de la música.
Cuando hay verdad detrás de la música, cuando hay carga emocional y esta se vuelca en la creación, difícilmente un proyecto naufraga. Es cierto que la verdad y la emoción no están reñidas con la disonancia pero hay veces, aunque parezca mentira, aunque parezca un truco (el mismo truco que Tallini dice querer evitar en su juego musical), que el estado emocional puede alcanzar un cierto equilibrio armónico y por ello la música no necesitar de roces de tono gris y estridente. Ese estado mágico es tan precario que quizá por eso la música de The Illusionist es colorida pero no colorista. Es decir, hay color; un color cálido, acogedor, de matices introvertidos, nada refulgentes. Brilla su música pero no es un brillo expansivo que avasalle con su optimismo al oyente; al contrario, la transformación personal de Stefania Tallini no va de un extremo al otro sino que encuentra la verdad en el medio. Se percibe pasión pero también contención. Se percibe optimismo pero no se olvida la cara más triste que, además, musicalmente ella confiesa que le atrae.
Habrá quien se moleste (con razón, es probable) porque me haya dejado engatusar por la crítica poética con este disco pero pienso que, en ocasiones, las sensaciones son más precisas que las descripciones técnicas. Si así fuere al lector concernido se le podría explicar que la forma de tocar el piano de Stefania Tallini rebosa formación 'clásica', evidente en la forma de concluir algunas composiciones (por ejemplo Tarantè 2001 o Girasoli) o también en el desarrollo melódico y armónico de temas como Guinga, The Illusionist, el breve, - pero gran ejercicio de estilo - Bachiana o en una de las joyas para mi gusto del disco: Acalanto Carioca. Por fortuna no hay rigidez en su forma de tocar el piano y sí una elegancia nada petulante que además toma del piano de Jazz sus mejores dejes (su admirado Bill Evans ha dejado buen poso en los dedos de la pianista) ajena a excesos románticos, a la melaza que haría difícil la digestión y que ella evita con mucha clase; huyendo, en efecto, de los trucos de cara a la galería. A todo ello se suman apuntes estéticos de su amor por la música brasileña (amor que precedió al jazzístico y potenciado en los últimos años por otro apasionado del Brasil musical y colaborador suyo, el clarinetista Gabriele Mirabassi) que lejos de la tan estereotipada samba proceden de lenguajes más contenidos y melancólicos y que suman con absoluta naturalidad a su Jazz de expresión 'clásica'.
Con espacio para tempos más agitados (como en Choro Cubano, donde incluso hay giros rítmicos y melódicos propios de la música afrocubana; Tarantè 2001, desbocada tarantela para el cierre; o en Ics Dance, construida sobre un ostinato rítmico de una mano izquierda que, en cierto momento, se permite jugar a la par con la derecha - deformación profesional muy valiosa de su formación 'clásica') y para dos brevísimas experimentaciones puramente improvisadas (Indaco y Alobrasil), el tono general de The illusionist es íntimo, personal y profundamente hermoso también en los detalles extramusicales. Los preciosos dibujos de Alessandro Ferraro resguardados en el libreto ilustran a la perfección el vuelo libre de esta música y revalorizan, en tiempos terribles para el formato, el soporte CD.
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Publicado originalmente aquí.
Cuando hay verdad detrás de la música, cuando hay carga emocional y esta se vuelca en la creación, difícilmente un proyecto naufraga. Es cierto que la verdad y la emoción no están reñidas con la disonancia pero hay veces, aunque parezca mentira, aunque parezca un truco (el mismo truco que Tallini dice querer evitar en su juego musical), que el estado emocional puede alcanzar un cierto equilibrio armónico y por ello la música no necesitar de roces de tono gris y estridente. Ese estado mágico es tan precario que quizá por eso la música de The Illusionist es colorida pero no colorista. Es decir, hay color; un color cálido, acogedor, de matices introvertidos, nada refulgentes. Brilla su música pero no es un brillo expansivo que avasalle con su optimismo al oyente; al contrario, la transformación personal de Stefania Tallini no va de un extremo al otro sino que encuentra la verdad en el medio. Se percibe pasión pero también contención. Se percibe optimismo pero no se olvida la cara más triste que, además, musicalmente ella confiesa que le atrae.
Habrá quien se moleste (con razón, es probable) porque me haya dejado engatusar por la crítica poética con este disco pero pienso que, en ocasiones, las sensaciones son más precisas que las descripciones técnicas. Si así fuere al lector concernido se le podría explicar que la forma de tocar el piano de Stefania Tallini rebosa formación 'clásica', evidente en la forma de concluir algunas composiciones (por ejemplo Tarantè 2001 o Girasoli) o también en el desarrollo melódico y armónico de temas como Guinga, The Illusionist, el breve, - pero gran ejercicio de estilo - Bachiana o en una de las joyas para mi gusto del disco: Acalanto Carioca. Por fortuna no hay rigidez en su forma de tocar el piano y sí una elegancia nada petulante que además toma del piano de Jazz sus mejores dejes (su admirado Bill Evans ha dejado buen poso en los dedos de la pianista) ajena a excesos románticos, a la melaza que haría difícil la digestión y que ella evita con mucha clase; huyendo, en efecto, de los trucos de cara a la galería. A todo ello se suman apuntes estéticos de su amor por la música brasileña (amor que precedió al jazzístico y potenciado en los últimos años por otro apasionado del Brasil musical y colaborador suyo, el clarinetista Gabriele Mirabassi) que lejos de la tan estereotipada samba proceden de lenguajes más contenidos y melancólicos y que suman con absoluta naturalidad a su Jazz de expresión 'clásica'.
Con espacio para tempos más agitados (como en Choro Cubano, donde incluso hay giros rítmicos y melódicos propios de la música afrocubana; Tarantè 2001, desbocada tarantela para el cierre; o en Ics Dance, construida sobre un ostinato rítmico de una mano izquierda que, en cierto momento, se permite jugar a la par con la derecha - deformación profesional muy valiosa de su formación 'clásica') y para dos brevísimas experimentaciones puramente improvisadas (Indaco y Alobrasil), el tono general de The illusionist es íntimo, personal y profundamente hermoso también en los detalles extramusicales. Los preciosos dibujos de Alessandro Ferraro resguardados en el libreto ilustran a la perfección el vuelo libre de esta música y revalorizan, en tiempos terribles para el formato, el soporte CD.
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
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