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jueves, diciembre 31, 2015

Las gentes del jazz


No soy amigo de listas de "lo mejor de", ni de resúmenes del año. Las primeras son excluyentes, especialmente si detrás de ellas figura un gran medio que induce e influye en las decisiones. No es mi caso, soy pequeño, minúsculo, pero aún así sería injusto por mi parte decir qué ha sido lo mejor cuando apenas he escuchado una microscópica parte de lo que se ha publicado en un año, cuando "lo mejor" conlleva un sentido competitivo que aborrezco para la música. Los segundos siempre olvidan, son selectivos y crean una memoria colectiva que nunca es inocente en sus olvidos.

En los últimos años sorteé la obligación de las listas en Cuadernos de Jazz con la excusa de que no eran los mejores discos, sólo recomendaciones de música con la que había disfrutado mucho [algunos de los "afortunados" aprovecharon la coyuntura para cambiarle el sentido a mi selección]. Este año, como no tengo esa obligación, prefiero cambiar de tema y aprovechar para agradeceros a quienes hacéis de este pequeño mundillo del jazz algo fabuloso. Los músicos y su música son lo que nos reúne, lo que nos apasiona y conmueve, pero alrededor de ellos se mueven los satélites que les dan sentido: aficionados, técnicos de sonido, críticos, programadores, fotógrafos, periodistas... De todos ellos, a quienes me he ido encontrando a lo largo ya de un buen puñado de años gracias a esta pasión y trabajo, me quiero acordar en estos últimos minutos de año.

En Club de Jazz tengo a mis propios santos: Jesús, Anxo, Alberto, Luis y Ferran. Gracias a ellos, pacientes y atentos, dispuestos siempre a aportar, tenemos una diversidad de aproximaciones al jazz, la improvisación y la música en general, ¡que ya quisieran muchos programas! Además tengo muchos ángeles guardianes, miles de oyentes que estáis ahí, algunos con nombre propio, otros incluso con rostro, la mayoría desconocidos para mí. Con varios he llegado a compartir momentos de música y conversación, con otros ojalá pueda tener ocasión en el futuro. Estáis desperdigados por el mundo, y eso es fabuloso. Gracias por contar con este Club que pronto cumplirá... ¡15 años!

Más allá del Club, de sus oyentes y colaboradores, están todos esos personajes (incluso personas) que he ido conociendo en conciertos y festivales, las gentes del jazz: los apasionados de la fotografía, capaces de eternizar instantes fugaces; los programadores, que regatean siempre al músico pero que terminan por dar más de lo que tienen; los técnicos de sonido (incluso los buenos); los camareros (también los que arrojan botellas durante los pianísimos de la música); esos aficionados eternos que no se sabe de dónde salen y que parecen haber quedado atrapados en el tiempo; los críticos de toda la vida, también atrapados en la nostalgia; Lorenzo, el mejor anfitrión, el barman más generoso en el mejor antro del país, el Juan Sebastian Bar de Huesca; Luis, el programador más sabio, mago de las finanzas cada vez más recortadas para la cultura; las gentes de Vic, que este año me abrieron las puertas de la Cava y la convirtieron en el salón de mi casa; las tiendas de discos... ¡Ups! Perdón, he saltado atrás en el tiempo. En definitiva, mi reconocimiento a todos con quienes he compartido momentos a lo largo de este año y los anteriores, a quienes habéis hecho de la experiencia de la música algo compartido y enriquecedor en más sentidos que los estrictamente musicales.

Gracias por los buenos ratos compartidos. Que sean muchos en este nuevo ciclo anual que se abre. ¡Salud!

Carlos Pérez Cruz
www.elclubdejazz.com

martes, diciembre 29, 2015

Noche de NBA


Ha pasado mucho tiempo desde que no veía un partido de la NBA. Nunca lo había hecho in situ. Tuve la suerte de poder seguir los años de Andrés Montes en Canal +, desde los comienzos con Segurola hasta la configuración de la pareja con A. Damiel, "crónica en rosa de la NBA". No tengo recuerdos de haberla seguido especialmente en TVE, con Pedro Barthe y Ramón Trecet, aunque seguro que lo hice en alguna ocasión excepcional. [Ramón, al que tantos años seguí en 'Diálogos 3' y que a principios de este año... ¡me bloqueó en Twitter!]. Tengo memoria de muchas madrugadas, de intentar dormir algo para despertarme a las dos de la madrugada (partidos de las costa este) o pasadas las cuatro (partidos de la oeste), de partidos que me dejaron sopa y de otros que me impidieron recuperar el sueño. Me acuerdo del debut de Pau Gasol en los Grizzlies, o de la última canasta del último gran Michael Jordan para darle a los Bulls un título de la NBA. También recuerdo ver una grada semivacía en el pabellón de los Magic de Orlando y preguntarme por qué demonios estaba yo despierto de madrugada si ni siquiera sus aficionados iban allá por la tarde a verlos. Después me hice grandecito, desapareció la televisión de pago y se acabó la NBA, aparte de que el baloncesto USAmericano fue perdiendo interés para mí en comparación con el europeo. Tengo la impresión de que uno de los grandes problemas del baloncesto europeo -sea Euroliga, sea ACB- es que no han dado con la tecla para venderse en casa como sabe hacerlo la NBA. Muchas de las jugadas que ésta empaqueta para la televisión se ven en nuestras canchas y nadie se entera.

Anoche tuve mi primera experiencia en un pabellón de la NBA, en el Verizon Center de Washington DC, cancha de los Wizards, uno de los peores equipos de lo que llevamos de temporada. Doy fe de que son malos con avaricia, tanto como de que su mejor jugador es un polaco, Marcin Gortat, que venía de ser 'jugador de la semana' en el Este. Lo curioso de cómo se vive un partido de la NBA en una cancha de la NBA es que lo de menos es el partido, porque hay tantísima actividad a su alrededor, y en sus tiempos muertos, que no eres casi nunca consciente de que lo que venías a ver es un partido de baloncesto. Del impacto de la inmensidad del pabellón te repones medianamente pronto, de lo que no te repones es del ritmo frenético de actividad a tu alrededor, de reclamos en la inmensa pantalla del pabellón, de juegos en la cancha con cada parón, de "regalos" que llueven del cielo. Va todo a tal velocidad, con tanta pompa, que las cerca de dos horas y media de partido parecen una. Y eso tiene algo de bueno y algo de malo. Lo bueno: un partido horrible se digiere como una hostia de misa. Lo malo: la exagerada exhibición de medios convierte el baloncesto en un Disneyland, en una falsa realidad. La sobreabundancia de efectos convierte en extraordinario algo tan convencional y soporífero como un Wizards – Clippers. Y eso requiere tal dispendio que parece insostenible. Desde luego la NBA no es una ecocompetición, aunque también tiene algo positivo: los aficionados no parecen tomarse tan en serio a sus equipos. No es cuestión de vida o muerte, sólo un entretenimiento (en España insultaríamos hasta al vídeo que pide que no se utilicen palabras gruesas durante el partido).

Creo que vemos mejor baloncesto en Europa, pero insisto en que lo vendemos mal o que nos sigue deslumbrando la NBA por una cuestión de mera convención, porque nos deslumbró en su día y ese destello parece que nos cegó. Por supuesto, hay enormes jugadores y equipos aquí, pero la riqueza táctica sobre el tablero de la cancha es superior en Europa. Por eso no sorprende que el jugador más creativo anoche fuera alguien que ha hecho su carrera en Europa, especialmente en el Baskonia, el gran Pablo Prigioni. Su lectura del juego, cómo generó espacios y repartió asistencias (a menudo, desaprovechadas por sus compañeros), fue la lección de un tipo que con 38 años sigue viviendo este juego como un niño pequeño. Fue mi ocasión para gritarle "¡jugón!", para hacer mi pequeño homenaje a Andrés Montes en una cancha de la NBA y reivindicar la riqueza del baloncesto FIBA. Que los lujos de la suite no nos impidan ver el cartón-piedra. Hollywood no está mal, ¡pero le faltan nuestros Haneke!

Carlos Pérez Cruz
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