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lunes, abril 29, 2013

El jazz con mil palabras (método de recorte jazzístico)


España tiene un déficit jazzístico equivalente al democrático. La dictadura de Franco retrasó la llegada de (una cierta) modernidad hasta finales de los setenta, cuando en la Europa civilizada Mayo del 68 era ya un vago recuerdo. Aquí también tuvimos Mayo, pero del 2011.

En España, el jazz se vive con un delay descomunal. Para que se hagan una idea: hoy estamos descubriendo a los Beatles. ¿Exagerado? Si en los tiempos de la dictadura sólo unos pocos afortunados podían salir al mundo y descubrir América a cada rato, hoy el común descubre esa América de la época del telégrafo. Es bueno preservar e indagar en la memoria del pasado; no tanto no tener presente o ignorarlo.

Nada de malo hay en vivir en 2013, tener veintitantos años y flipar con Lee Morgan o Freddie Hubbard. Pero lo flipante de veras es que el confesor de sus flipes -trompetista, para más señas- reconozca que no tiene ni idea de quiénes son Dave Douglas o Peter Evans y sí, claro, Wynton Marsalis. Definitorio. Vivimos con medio siglo (o más) de retraso y Nixon es nuestro guía. Todavía no ha llegado el “Waterjazz” a España.

Llegó el jazz a los conservatorios y las aulas acogieron a músicos que, en algunos casos, no sabían muy bien por qué ni para qué estaban ahí. Algunos pensaron que la incapacidad técnica los validaba para el jazz y, por desgracia, algunos tribunales les confirmaron la sospecha. El caso era obtener un título y ahora el sistema parecía abrazarlos a todos, aunque fuera para justificar la existencia de un Superior en la comunidad. Para el profesorado se contó con lo que había (y había de todo, claro), y alguno hasta descubrió que Charles Lloyd seguía vivo y en activo. E incluso, que existía el jazz más allá de la big band de Count Basie. La buena noticia es que ahora salen titulados. También que a algunos catedráticos les escoció el swing en el aulario. El templo, profanado.

La afición encontró en internet un espacio para encontrarse, tan solitarios y raros que eran antes en sus pueblos y ciudades de residencia. Ahora comparten online a Coleman Hawkins, Duke Ellington o charlan de Bill Evans. Se relacionan en grupos virtuales y hacen sonar lo mismo que ‘Cifu’ en sus programas de radio. No es raro, la rueda de sintonización del receptor gira y no encuentra más. “Su definición del jazz es más estrecha de lo que parece”, escribía Diego Manrique sobre el veterano divulgador del jazz. No, Diego: es lo que parece. Hace mucho que es lo que parece y que se le parecen. El jazz del que se habla o pincha en los medios, en este hoy digital, suena con el crepitar de las palomitas del vinilo.

Se habla, se discute con pasión. España es un país en permanente debate dialéctico e inacción secular (menos cuando nos liamos a hostias y guerras). ¿Dónde está la tan docta y exigente afición cuando se “arriesga” en la programación? ¿Dónde están los músicos en formación –que, por ejemplo, en Barcelona son cientos- cuando tocan los maestros? Es verdad, no me acordaba: el músico vive encerrado en su mundo creativo y no puede infectarlo. Conviene resguardarlo en la endogamia de las propias ideas (geniales).

¡Ah, los festivales! Esas citas anuales que concitan la atención de miles, de aquellos que, cual osos pirenaicos, hibernan y despiertan al calor del reclamo de una cerveza en vaso de plástico y música cool para beberla. Los festivales son como el método de ‘el inglés con mil palabras’, que deja el lenguaje tan recortado como Europa los derechos ciudadanos. Si el método de idiomas alecciona Tarzanes en potencia, la programación de éstos parece confeccionada por el método de instrucción y recorte de la Merkel. No hay nada mejor que lo que ellos programan y The Rest is Noise. Su definición del jazz es más estrecha de lo que parece, que diría Manrique, y su presupuesto, una burbuja inflada con aire público. Aunque decirlo en este país puede tener consecuencias de veto informativo por no regalarles el oído con pleitesía genuflexa. Y es que el crítico “profesional”, si juega a publicista, puede alcanzar en esos días estatus de Sir (lo siento, no conozco Madame alguna en el gremio) para regresar después al de mendigo. Que no habría músico en este país dispuesto a tocar una nota por lo que (no) cobra un crítico. Eso sí, mientras sirva a la causa del dossier, será un fenómeno. Si su valoración no es digna de su (inviolable) estatura artística, será vilipendiado. Y así se forjará con esmero esa amistad-odio entre músico y crítico que en España es tan rica en descréditos como mísera en relevancia. Porque, ¿a quién importan sus desafueros pudiendo escuchar este verano a Miles? Alguien lo traerá, ¿no?

© Carlos Pérez Cruz
Este texto forma parte de una colaboración entre tres periodistas (Juanma Vilches, Manuel Recio y un servidor) con motivo del 'Día Internacional del Jazz' de la UNESCO y ha sido publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

viernes, abril 26, 2013

Julio Llamazares: “Si el tiempo no se detuviera, no sentiríamos lo que sentimos”


Julio Llamazares durante la presentación en Bilbao (Foto: Carlos Pérez Cruz)

Presentación en la librería Elkar de Bilbao de Las lágrimas de San Lorenzo, quinta novela del escritor leonés Julio Llamazares desde que publicara en 1985 Luna de lobos. "No soy muy prolífico", reconoció el autor, si bien recordó que practica otras formas literarias como el ensayo, la poesía, los relatos, también artículos periodísticos. “No hay un formato superior a otro”, aunque las editoriales han favorecido la novela como artefacto preferente. Le publican los otros, aunque el nerviosismo del editor es patente si no hay novela en ciernes.

Sigue leyendo el artículo en 'El Asombrario'

jueves, abril 18, 2013

¡ZAS!, la denuncia de la pérdida de derechos ciudadanos hecha música

Carlos González, 'Sir Charles', y Baldo Martínez en Bilbao (abril 2012) Foto: Carlos Pérez Cruz
¡ZAS!: Onomatopéyico nombre para un trío de jazz que esconde la voluntad de zarandear al oyente y, de paso, su conciencia. “Nuestra música no puede entenderse si la apartamos de la denuncia social generada por la pérdida de derechos que los ciudadanos de este país estamos sufriendo”, dice el baterista madrileño Carlos González, ‘Sir Charles’, el único músico de jazz español con título de Sir (el que le otorgó su padrino musical, el organista estadounidense Lou Bennett, con quien trabajó frecuentemente en los años 80).

González forma junto al contrabajista gallego Baldo Martínez y al saxofonista argentino Marcelo Peralta (establecido en España desde mediados de los años 90) un trío de verdaderos all stars del jazz ibérico con sede en Madrid, que comenzó a rodarse hace tres o cuatro años (la memoria de Baldo no lo aclara). Lástima que la consideración del jazzista en nuestro país venga determinada por factores ajenos a la propia calidad de la música y que las posibilidades de (re)conocimiento estén limitadas por las escasas posibilidades de difusión escénica y mediática del jazz doméstico. Dicho de otra manera: si Estados Unidos planteara festivales de jazz al modo en que Europa los organiza, este trío cotizaría alto.

martes, abril 16, 2013

Ernst Reijseger, Harmen Fraanje, Mola Sylla - "Down deep"


Sobre el escenario se precisa la desinhibición más absoluta. Lo pensaba hace unos días viendo una obra de teatro. Sólo si el escenario es un espacio natural para el actor (músico), si en él se puede ser el mismo que hace inconfesables muecas frente al espejo de casa con la tranquilidad de sentirse a salvo de miradas ajenas, si en él siente uno expandir su cuerpo en vez de contraerse por la tensión, sólo entonces se puede hacer una música de vuelo tan libre como a la que dan vida Reijseger, Fraanje y Sylla.

Hay una foto en el interior del libreto de este Down deep en la que los tres músicos miran a cámara y gritan. Reijseger, con la boca bien abierta, tensas las comisuras de los labios hasta sus máximos extremos, como si fuera un niño pequeño que estalla en el sollozo de una pataleta. El gesto de Sylla es semejante, pero en su mirada se percibe un brillo de locura y provocación. Fraanje, por su parte, apenas abre la boca y agarra con una mano el hombro izquierdo de Sylla. ¿Casualidad que su gesto, mucho más comedido, sea el del más joven de los tres?


Ernst Reijseger es uno de esos locos maravillosos y ejemplares músicos de la improvisación europea, que en Holanda tienen un característico humor que comulga sin complejos con los lenguajes más abiertos y experimentales (esos que tanto asustan). Reijseger ha ido desarrollando una carrera en el que a la vertiente más jazzística y libre improvisadora (Clusone 3, ICP Orchestra, Louis Sclavis…) suma una relación muy particular con diversos folclores, como demostró, por ejemplo, en el asombroso Colla Voche (junto a los sardos Tenore e Concurdu de Orosei); también otras facetas, como la de compositor de música para películas de Werner Herzog (obviamente, no hablamos de música cinematográfica al uso; tampoco el cine de Herzog lo es). Reijseger es un improvisador total, a la par que un músico que vive una relación con su instrumento tan natural que le permite, si es preciso, manejarlo sin complejos como una guitarra, además de cantar (o algo similar), aullar y lo que haga falta. No guarda las formas, no imposta, simplemente es, y el chelo baila en sus manos como un excelso bailarín de salsa haría balancearse entre sus brazos a la pareja de baile.

El holandés Reijseger y el senegalés Mola Sylla ya se habían reunido de antemano en un proyecto conjunto en 2003 (Janna, junto al percusionista Serigne C.M. Gueye) y coincidido en varios grupos desde finales de los 80. Es en 2007 cuando el pianista Harmen Fraanje les sugiere la reunión y 2012 el año de la grabación. Antes, Fraanje y Reijseger ya habían grabado juntos en un disco de 2004 del trompetista Eric Vloeimans, y el pianista había sido uno de los instrumentistas (organista, además de pianista) en la música de la película La cueva de los sueños olvidados, de Herzog, un fascinante viaje al interior de la cueva rupestre de Chauvet (Francia).

Sólo hay improbables cuando la mentalidad está sellada como una ostra. Sólo puede resultar inconcebible tal unión de instrumentos y talentos si se entiende la música como un compartimento estanco. Y la reunión de este trío es lo más natural del mundo, así se comprende al escucharlo. No hay empaste de lenguajes, sino la hibridación lógica de tres expresiones individuales que conjuntamente han logrado un trabajo que emociona profundamente (ahí, deep down) y que no hace concesión alguna al africanismo comercial de world music. Hay recitados como hay gritos, y hay una voz que estalla salvajemente en Amerigo, la increíble versión que hacen del original del flautista Magic Malik. Aparentemente el tema se desarrolla bajo los fundamentos de un lenguaje de minimalismo instrumental al uso con la incesante repetición de una serie de arpegios. Sobre ellos, la invocación casi ritual de las percusiones aéreas de Sylla y el solo de Reijseger. Hasta que… ¡bum! Bien avanzada la música, Mola Sylla prende la mecha y dinamita todo control canónico de la voz. La belleza bruta expresa lo más hondo y ese vendaval vocal le deja a uno sin aire.

Amerigo
es la única versión del disco junto a E lucevan le stelle (de la ópera Tosca, de Giacomo Puccini), un inciso operístico que asoma improbable en el chelo de Ernst Reijseger después de un inicio abstracto con el piano de Fraanje disociado, en su fraseo jazzístico, del juego con los armónicos en el frotar del arco de Reijseger (característica sonoridad cinematográfica del chelista) y de los efectos selváticos de Sylla.

El disco tiene altibajos, no tanto por demérito de los valles como por altura de los picos. Es difícil seguir después de la congoja que produce Amerigo, aunque el aparente estatismo de Shaped by the tide (con el tempo determinado por el pulsar de la mbira y un golpeo constante cuyo origen no logro determinar –quizá Sylla percuta el suelo con los pies-) serena las emociones y permite que Reijseger frasee con cierta placidez una especie de espiritual luminoso que va atardeciendo en su declive. El chelista establece un estupendo groove, con el chelo a modo de contrabajo, en Hemisacraal, territorio para el recitado de Mola Sylla bajo el que el propio Reijseger canturrea y retuerce su voz (como si de una línea de direccionalidad armónica más se tratara), mientras Fraanje lo mismo complementa el pulso del chelista que va desplegando su solo sobre éste o apunta maneras de elegante nocturno de Chopin.

En parecidos terrenos a los de Shaped by the tide se mueve Ana, con la mbira hipnotizando mediante un patrón constante. Sylla canta mientras Fraanje determina una atmósfera etérea que, junto al pulso de la mbira, libera a Reijseger para entrar y salir de la base. El inicial Elena es un precioso, emotivo y delicado vals somnoliento en el que Fraanje disfruta de espacio para sus particulares (y siempre contenidas) digresiones, mientras M´br es lo más parecido a un blues del desierto en el que lo interesante, además del efecto hipnótico de la repetición, es la forma en la que Reijseger y Fraanje juegan con ella. Eso sí, el contraste más radical lo proporciona Down deep, cuya percusión inicial bien pudiera ser un zapateado flamenco al que sigue un enloquecido “rapeo” de Sylla, antes de clausurar con Her eyes, una sencilla melodía casi infantil que repiten y repiten a modo de canción de cuna. Y es que la música del trío, en su compleja expresión de sencillez, puede hacer a los melómanos tan felices como una nana a un niño.

© Carlos Pérez Cruz
 
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
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