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jueves, febrero 16, 2012

Degradación

 
Las grabaciones para descargar (gratis), los conciertos para ganar (pasta). Esa viene a ser la armoniosa cantilena con la que los adalides de la cultura libre (¿?) defienden el nuevo estado de las cosas. Lo que no nos habían dicho es que la fórmula a emplear para la vertiente lucrativa iba a darle otro giro más a la tuerca. A la ya de por sí emocionante aventura de supervivencia inherente a la profesión de músico, se le añade ahora un sutil toque de morbo -aderezo de Gran Hermano televisivo-, en el que tú, querido ciudadano, te conviertes en responsable directo de la buena o mala suerte del artista. De ti depende que salga airoso o no, que gane el premio de su trabajo remunerado o que se vaya por donde vino con los bolsillos vacíos.
Os presentamos una temporada llena de grandísimas propuestas, todas ellas maravillosas, de cerca y de lejos, algunas más conocidas que otras, pero todas con un denominador común: todos los grupos y artistas han apostado por el Auditorio Barañáin y por su público fiel, y cobrarán lo que el público decida con la compra de entradas. Más entradas vendidas, más cobrarán. ¿Riesgo? Todo. Nadie les asegura los viajes, ni los hoteles... ¡ni siquiera el salario mínimo! Están en vuestras manos, en tus manos. Ven al Auditorio y disfruta. Contribuirás a que las Artes Escénicas sigan en marcha.
Póngase voz profunda y morbosa, fondo de música de terror y acción, y se obtendrá un anuncio más propio del lecho de residuos morales que es Tele5 que de un auditorio público, como es el caso que nos ocupa. Así presenta el auditorio de la localidad navarra de Barañáin (ver folleto) su calendario de actividades entre febrero y mayo de 2012.
 
¿Dónde está el límite? Lo que no deja de ser una flagrante dejación de obligaciones por parte de una entidad pública, se convierte, gracias al lenguaje publicitario, en un divertido y simpático juego de supervivencia, en el que se interpela al espectador como benefactor condescendiente del riesgo asumido por el artista. ¡Ni siquiera el salario mínimo!, aúlla el texto, como si celebrara con entusiasmo la inhibición en el ejercicio de sus competencias. ¡Claro que ni siquiera el salario mínimo! Entre otras cosas porque, ¿qué músico autónomo de este país conoce algo parecido? No salgo de mi asombro. Una institución pública hace propaganda a partir del reconocimiento de la indefensión legal y económica del artista. ¿No es denunciable? Por mucho que se declame en verso, hay prosa escatológica en esta promoción.
 
Ya hace unos meses se denunció (con inquietante sordina) la misma fórmula empleada por el Festival de Jazz de Madrid. Un organismo público que organiza un festival con decenas de participantes en el que, oficialmente, ninguno de los músicos cobra por su trabajo, ni siquiera desplazamiento ni alojamiento, y tan sólo percibe lo que la taquilla genere (al albur de tantas y tan variadas circunstancias). Conozco el caso de quien reunió a 400 espectadores (hablamos de Jazz, oiga) y no le salió a cuenta. Eso sí, el director de tan fastuosa celebración anual presumía en los micrófonos de Radio Nacional (programa En la nube, de Radio3) de haber incrementado el número de actuaciones respecto a otros años (a la par que descalificaba a Pablo Sanz, periodista que había publicado dicha denuncia en la web del diario 'El Mundo').

Podría invocarse la unidad de acción de los profesionales de este país afectados por tan inmorales prácticas (aunque se revistan con luces de neón, las sagradas escrituras de la práctica más rigorista del liberalismo económico tienen siempre un reverso putrefacto), pero la experiencia me demuestra que pedir al colectivo comportarse como tal jamás ha funcionado en este país. Cada uno por su lado, tratando de sobrevivir al eterno naufragio. Sólo que ahora las tablas de la salvación están más astilladas que de costumbre y hasta las virutas tienen un coste.

Ambos casos reseñados no dejan de ser el equivalente, en el ámbito cultural, de la precariedad que consagra la reforma laboral aprobada por el Gobierno de España. Esa reforma que, en resumen, abre la puerta de la calle bajo el pretexto de esto es lo que hay y, si no te gusta, ahí tienes la puerta. Sólo que en el caso artístico no hay ni siquiera indemnización por despido, porque no existe nómina o pago por los servicios prestados. Simple y llanamente hay un trabajo cuyo coste de ejecución (desplazamiento, alojamiento, actuación...) corre a cuenta del trabajador que fía su suerte a la asistencia de público (¡ojo! No hablamos de un artista o grupo alquilando una sala, hablamos de una programación oficial diseñada al completo bajo estos parámetros). He aquí la realidad de la "privilegiada" prole de artistas patrios.

Para culminar tan aciago panorama, ayer mismo conocí que el Club de Música y Jazz 'San Juan Evangelista' de Madrid (el conocido como Johnny) no podrá organizar este año su ciclo de Jazz es primavera (después de 19 ediciones) ni su Festival Flamenco por Tarantos (después de 21). Su patrocinador principal, la cadena de centros comerciales El Corte Inglés, se descuelga y deja a la institución imposibilitada económicamente. Sale más rentable lucir logo en eventos masivos como Rock in Rio, y las protestas de un sector artístico tan minoritario no restarán clientes en la sección de perfumes o en la de complementos. Pero, ¿no era el sector privado el llamado a ejercer el mecenazgo cultural en esta legislatura? Sugiero a los gestores del Johnny que presenten la Medalla de Oro de las Artes (otorgada a esta institución el pasado año por el Ministerio de Cultura) en alguna de las numerosas tiendas que gritan COMPRO ORO. Quizá su fundición les salga a cuenta. O eso, o seguir la fórmula de fundición de músicos de Barañáin y Madrid y contribuir a la gran pira nacional de las artes escénicas.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
 
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