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jueves, febrero 26, 2009

La bicicleta, el padre, el niño y el coño

Iba yo corriendo el otro día cuando de pronto me topé con un padre y su hijo que bajaban la cuesta en bicicleta. Pedaleaba el padre y el hijo iba detrás en una especie de silleta acoplada. Lo único que acerté a escuchar fue: ¡Calla, coño! y los llantos del niño que pronunciaba alguna frase ininteligible por culpa de su llorera. Continué mi carrera pero no conseguía quitarme de la cabeza esa escena. ¿Por qué lloraba el niño? ¿Acaso le aterraba la velocidad a la que su padre conducía la bicicleta cuesta abajo? Me dio pena pensar en cómo un padre podía llegar a hartarse de su hijo hasta el punto de exclamar “coño”. Yo cuando corro no paro de generar teorías de todo tipo y no dejé de acordarme de ellos durante toda mi primera vuelta de la carrera. No quiero ser padre, pensaba, si sé que algún día voy a soltarle un “coño” a mi hijo. Seguro que ese padre es un inconsciente, que no sabía qué significaba tener un hijo, que son gastos, compromiso, que enferman y hay que acudir corriendo al médico, que los juguetes son caros y no hay que regalarles demasiados, que luego se acostumbran a tenerlo todo, que un padre no es un amigo, es simplemente un padre y que cuando uno piensa que su hijo es su amigo termina por gritarle “coño” porque está frustrado, porque no es su amigo, sólo su hijo. No dejaba de pensar en ellos cuando empecé a subir de nuevo la cuesta en la que me los había encontrado antes. A mitad de la subida sentí que alguien se aproximaba por mi espalda y que cada vez estaba más cerca. Escuchaba lo que parecía la risa de un niño salpicada por palabras ininteligibles del tipo “acoiiiii”, “añañaaa” o “chucubiiiii”. Justo cuando me estaba dando la vuelta para ver de quién procedían esas palabras una bicicleta me adelantó. Creo que eran ellos, aunque me pareció que esta vez era el padre el que iba en la silleta.

© Carlos Pérez Cruz


martes, febrero 24, 2009

Irene Aranda - "Interfrequency 23 7" / Lucía Martínez - "Soños e Delirios"


Asumo mi vagancia y reúno en una misma reseña dos trabajos discográficos independientes el uno del otro. El uno es el de la pianista jiennense Irene Aranda (1980), el otro el de la percusionista gallega Lucía Martínez (1982). Pero ya que ahorro tinta electrónica trataré de cuadrar el círculo y buscar en ellos elementos que los unan y hagan de mi pereza virtud. Por ejemplo, ambos son trabajos con firma femenina. ¿Qué tiene ello de especial? No debiera, pero lo tiene porque la Historia del Jazz es pródiga en masculinidad. Lucía Martínez tiene una teoría y en ella razona que el ambiente noctámbulo del Jazz no atrae mucho al cromosoma XX (ese debe de ser mi lado femenino). Esta música ha tenido que convivir siempre con esa fama que algunos músicos disfrutan y muchas instituciones promueven (precisamente por falta de ídem). Sea por la razón que fuere mis encuentros con mujeres creadoras suelen resultar satisfactorios (aunque sería mucho concluir que mujer y satisfacción son uno).

Una segunda cuadratura para reunir a Irene y a Lucía es que ambas son de origen ibérico. Me temo que eso me importa más bien poco si de lo que hablamos es de geografía política, esta no hace al músico (bueno, a veces inspira una común mala leche), pero sí me interesa más si de lo que hablamos es de geografía cultural, que puede llegar a determinar la estética del creador. Y eso sucede en ambos casos. Irene es andaluza (aunque ahora resida en Valencia) y procede por lo tanto de una región con tradición flamenca/árabe cuyos dejes armónicos han influido en la mayor parte de los géneros musicales que se consideran typical spanish (pasodoble, zarzuela...). En la música de la pianista se percibe ese bagaje pero, al contrario que en otros muchos casos, lo suyo no es Jazz-Flamenco, lo suyo es Jazz hecho por una andaluza que además ha mamado (y se nota) la música de Clásicos con influencia folclórica española (ella menciona a Albéniz, Falla y Granados) además de a compositores de finales del XIX y siglo XX como Bartók (autor del que arregla fragmentos en uno de los temas del disco), Ravel, Debussy o Stravinsky, nombres que junto a Bach, suelen ser mencionados por muchos jazzistas y que pueden dar una pista de ciertos vericuetos rítmicos, pinceladas armónicas y giros melódicos en su música (desde la forma de fuga hasta un cierto impresionismo pasando por frecuentes ostinatos melódicos y rítmicos) así como de una concepción camerística del envoltorio sonoro, sin olvidar los fundamentos de la ortodoxia jazzística (con una querencia coltreniana en el tratamiento de los temas más modales). En el caso de Lucía Martínez su origen gallego surge en forma de versión de un tradicional (Eu de Marín Ausenteime) con el que ha podido cumplir un sueño, el de poder contar con la cantante Maria Joao. Y aunque la música tradicional gallega no es precisamente el Flamenco hay más de Jazz-Flamenco al uso (Lucecita de la Mañana, por ejemplo) en su música que en la de Irene Aranda (que es, por otro lado, más "española" en su tono global) para la que se ha permitido el lujo de contar con uno de los saxofonistas fetiche del género (aunque lo puede ser de casi cualquier género que se proponga), Perico Sambeat. Sea por lo que fuere cuando un ibérico emigra de su país (y Lucía lleva años de aquí para allá) termina por interiorizar la cadencia española como parte de su propia esencia (¿por qué? ¿por qué?... hoy la pereza me puede).

Tercera de las cuadraturas. Ambas son músicos con una concepción muy abierta de la música. Es decir, en contra de lo que suele ser habitual en una parte muy amplia de la geografía ibérica, tan dada a repetir esquemas y a admirar la tradición del bop y derivados, Irene y Lucía hacen su propia música. Eso incluye la influencia cultural directa ya mencionada pero también la posibilidad de practicar lenguajes menos propicios para la complacencia, con un toque experimental y algo free, sobre todo en el caso de Lucía Martínez que cambia de registro con la convicción de quien no aprendió la música desde la teórica de los estilos sino absorbiendo lo que iba llegando a sus oídos sin discernir si eran churras o merinas. Y ese tipo de mentalidad genera músicos capaces de sorprender y que escapan al estándar de clonación tan frecuente en estos días.

Cuarta cuadratura. Ambas son muy jóvenes. Irene grabó el disco con 27 años y Lucía con 25. Bueno, ¿y qué?, se preguntará el lector. Eso digo yo, ¿y qué?. Grandes figuras del Jazz lo fueron siendo y muriendo jóvenes. Pero curiosamente ahora sorprende que alguien joven en Jazz sea capaz de sorprender, de mostrar madurez musical. A pesar (digo bien) de que ambas se han formado o se forman académicamente tienen personalidad propia y definida (vale, vale, estoy volviendo a la tercera cuadratura) y para ello ambas se han buscado la vida. Irene salió de su Andalucía natal y ha terminado en Valencia. Lucía reside ahora en Berlín pero pasó antes por Portugal, Finlandia, etcétera. Lo mejor que se puede decir de su juventud es que sólo están empezando y ya han dicho algo interesante.

Quinta cuadratura. Tanto en Interfrequency 23 7 como en Soños e Delirios se mezclan consagrados y noveles. Además en los dos proyectos conviven músicos de diferentes países. Esto tiene varias lecturas. La presencia de veteranos como Perico (como invitado) o Baldo Martínez (como productor artístico) en el disco de Lucía o de Jeff Jerolamon en el de Irene de igual a igual habla del nivel de ellas. Hace años esto era impensable en territorio ibérico. Que el cuarteto de Lucía lo conformen músicos portugueses y en el grupo de Irene figuren nombres como Matthew Baker o Paul Evans sólo nos recuerda que el complejo de inferioridad con los músicos de otros países no lo conocen las nuevas generaciones. Aunque todavía por aquí se esté a años luz de lo que algunos países proponen culturalmente (en la más amplia extensión de la palabra).

Sexta cuadratura. Irena Aranda y Lucía Martínez dan nombre a sus proyectos. Sin embargo tienen un sentido colectivo de la música. Son líderes pero no solistas. O dicho de otra manera, tienen sus solos pero permanentemente están al servicio de la colectividad y no a la inversa. Y eso nos permite disfrutar de buena música grupal y de pinceladas de solistas muy notables. Cada uno con su estilo, más o menos afín a la idea sonora global de cada proyecto.

Séptima cuadratura (y al séptimo descansó). ¡¡¡No tocan standards!!!

© Carlos Pérez Cruz


Comentario publicado originalmente aquí.

lunes, febrero 23, 2009

Siempre que me propongo algo...

Dimite el ministro Mariano Bermejo en España después de ser acosado por participar en una cacería en Jaén que a) realizó sin la licencia pertinente y b) la hizo junto al juez Baltasar Garzón, con toda la obscenidad que ello implica. Expresión hecha fácil para el caso: cazador cazado. A Bermejo habrá que agradecer que haya puesto en la órbita pública el debate ético de la caza-trofeo-taxidermia. Que un ministro de justicia mate por placer a un ser vivo dice poco de su concepción de la justicia. ¿Qué decir del juez en este caso? (como ilustraba El Roto, "tras un certero disparo, el Sr. Juez procedió al levantamiento del cadáver..."). Pero, por supuesto, no olvidemos que nosotros somos el ser vivo racional y superior y que el resto lo puso nuestro Señor para que disfrutáramos del tiempo libre.

El (ex)ministro Bermejo pertenece a esa rama de la humanidad del hago lo que me sale de los cojones (son poquitos, ¿verdad?). De aquellos que te pueden soltar a la cara algo así como: siempre que me propongo algo lo consigo. Que como lema de superación está bien pero que como leitmotiv ético tiene un tufillo de superioridad y chulería que no hay quien lo aguante (los hay, los hay). En esa actitud de aparente confianza en las propias posibilidades se parte de un imposible: la negación de la imposibilidad. Y es que lo que no puede ser no puede ser, por mucho que uno oponga resistencia a aceptar los hechos. Es bueno reconocer las propias imposibilidades (ergo limitaciones) porque evita frustraciones y es un primer paso para caminar con humildad por la vida (que no debe de ser algo tan malo). Pero para una persona así el mundo se divide entre los fuertes y los débiles (dicho de otra manera, los que valen y los que no) y en la batalla por la supervivencia no se pueden mostrar flaquezas. Así que es mejor mostrarse indestructible, duro de roer como una roca y, ¿por qué no?, brindar toreramente de cara a la galería. Que al fin y al cabo los taurinos (practicantes y disfrutantes) no conocen límites a su poder. Si pueden decidir sobre la vida de un ser vivo, ¿qué no podrían conseguir?

sábado, febrero 21, 2009

Entre les Murs (La Clase) - Laurent Cantet


Los argumentos del debate sobre el papel de los profesores, la función de los centros educativos, el contenido de las materias, el comportamiento de los alumnos, la integración de los mismos, etcétera, se construyen en una mayoría de ocasiones sin contar con el quid de la cuestión. Mucho se habla de lo que se debe enseñar, de dónde están los límites disciplinarios del profesor, la autonomía y comportamiento del alumno pero pocos pueden saber qué pasa en las aulas (he aquí el quid infranqueable para una mayoría). Es decir, qué pasa "Entre les Murs" (y no en "La Clase", tal y como La voz en off (del cine francés doblado al castellano) se empeña en hacernos creer en una de esas absurdas arbitrariedades de la traducción de títulos). Qué pasa dentro de esos muros que habitan profesores y alumnos es lo que nos propone el director Laurent Cantet a partir de las experiencias del profesor de instituto François Bégaudeau recogidas en un libro de mismo título (el original, claro) publicado en 2006.

Para tal propósito Cantet presenta una película con ánimo casi documental. El profesor principal es el propio François Bégaudeau y sus alumnos son verdaderos alumnos. Sin embargo no estamos ante el desarrollo y registro de una clase real durante un curso sino que los alumnos que participan en el film lo hacen a sabiendas, asumiendo ciertos roles y líneas más o menos establecidas de antemano a partir de un taller en el que participaron voluntariamente. Y aunque no podamos ser mirones sin ser descubiertos este ejercicio de cine descriptivo nos puede dar una aproximación a diversas cuestiones que nos afectan. Cuestiones que tienen que ver con la calidad educativa, con la convivencia de personas de diferentes países (ergo costumbres, rasgos físicos, idioma...), la disciplina y sus límites, la esperanza y la desesperanza... cuestiones que atañen a la escuela en algunos casos pero que son también espejo de una realidad más amplia llamada sociedad. Lo que sucede "Entre les Murs" no es sino un reflejo de lo que pasa fuera de ellos.

Algunos apuntes que como espectador llevo conmigo:

En esta clase conviven franceses, africanos de diverso origen (Marruecos, Malí...), chinos... En su convivencia brotan insultos racistas, desprecio por el origen, el color de piel y, sin embargo, tengo la sensación de que se trata de una convivencia más cívica de lo que pueda parecer. Como si el desprecio al otro no fuera más que una muletilla, un insulto sin mayor carga que el propio malsonar de la palabra. Un insulto que no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que no se aprende en la escuela.

El profesor está sometido continuamente al reto de unos alumnos que a partir de cada propuesta de éste reaccionan tratando de dilatar su cumplimiento. El profesor se enfrenta a un aluvión de quejas, comentarios y preguntas que nada tienen que ver con lo inicialmente presupuestado por él. Sin embargo François siempre busca la manera de sacar partido de cada una de las reacciones. Un alumno le pregunta si es homosexual. Pregunta improcedente dentro del contenido que se está tratando en la clase. Podría reprenderle, castigarle incluso, y sin embargo François aprovecha para que el alumno se confronte consigo mismo, para que razone sobre el porqué de su pregunta, sobre si esta atiende a prejuicios y para, en caso de haberlos, desarmarlos. Aplaudo al profesor pero me desasosiega ver cómo el debate intelectual que el profesor plantea se ve enmarañado continuamente por un ruido de voces que a través de la confusión y de asumir sus propios códigos como verdad absoluta (por supuesto nunca puesta en duda) terminan por desarbolar cualquier argumentación. Es la respuesta del caos, la pereza frente al razonamiento, los códigos tribales frente a la ética y la educación. Es el riesgo que el profesor asume de tratar de situarse en el mismo plano que sus alumnos. Un riesgo plausible pero desesperante en el que muchos encontrarían razones para implementar políticas educativas mucho más impositivas (¿quizá brazos abiertos, enciclopedia en tomos y reglazo?).

El desliz. El profesor asediado por sus dos alumnas (representantes en el consejo educativo del centro) que han chivado a sus compañeros algunos comentarios de este en la reunión. François parece sentirse traicionado. ¿Cómo explicar a toda una clase que aquel comentario sobre la valía como alumno de uno de ellos que ellas filtran no debe sacarse de contexto y que, además, equivocado o no, procuraba salvaguardar a este de una posible penalización? Por supuesto la frase desligada de su contexto es contundente, sobre todo para un alumnado que va a entenderla como desprecio. Cualquier explicación sería para ellos una simple excusa. François evita explicarse y asediado cataloga como "de golfas" la actitud de las dos alumnas en el consejo. Tremendo error. Golfa significa prostituta en el código verbal adolescente. Da igual que no sea lo mismo ser una golfa que haberse comportado como tal. No importa que el diccionario recoja "deshonesto" u "holgazán" como acepciones de esa palabra (durante la reunión ellas reían, comían, cuchicheaban...). En su código no existe el matiz, la diferencia, las cosas son o no son. Y el profesor las llamó putas. Punto y final. No está la vida para exquisiteces verbales.

La expulsión. El alumno agraviado por el comentario en el consejo del centro termina por reaccionar violentamente. Insulta a unos y a otros, se encara con el profesor, decide levantarse y largarse de la clase, forcejea con François y termina hiriendo a una alumna de manera involuntaria (colateral) con su mochila. Es su sentencia de expulsión del centro. El consejo disciplinario lo decide. Una vez expulsado en el más breve plazo de tiempo será trasladado a otro centro. Podría ser un mensaje claro y rotundo al resto de alumnos pero cada año se deciden varios despidos, luego no resulta como medida disuasoria. La sensación es que el centro se quita el problema de encima y lo traslada a otro. Así un grupo de alumnos podría estar en un permanente carrusel de institutos sin que ello consiga corregir el comportamiento de estos.

¿Y después? La película cierra con el final del curso. Qué ha aprendido o no cada alumno en ese año. Hay respuestas de todo tipo, hasta sorpresas (una alumna dice haber leído "La República" de Platón porque lo tenía su hermana mayor y que le ha gustado). Sin embargo la última alumna en abandonar la clase gime ante el profesor que ella no ha aprendido nada y que no quiere hacer FP. Lo repite continuamente para desolación del profesor. Tranquila, todavía no es el momento de decidir eso, le viene a decir. Dependerá de tus notas más adelante. Pero ella lo único que sabe es que no quiere hacer FP. Y la pregunta que yo me hago es a más largo plazo: ¿y qué podrán hacer ella y los demás?

jueves, febrero 12, 2009

Jazz*

Hacía mucho tiempo que no escuchaba una Jam Session. Como buen militante de la causa antes acudía a cada concierto, conferencia o lo que fuere que tuviera relación con el Jazz que se organizara en mi ciudad. Era mi manera de reivindicar un espacio para esta música y sus músicos; que no fuera por mi pereza por lo que dejaran de programar actividades. Que viniera o no público parecía importarme a mí más que a los propios interesados. Antes de cada actuación no dejaba de mirar inquieto hacia las puertas de entrada a la sala. El intermitente goteo de espectadores me ponía nervioso, veía cómo el reloj corría y la mayoría de las butacas continuaban vacías. Una vez que se apagaban las luces procuraba distraerme de mi enfermedad contable pero si éramos pocos no lograba deshacerme de una sensación de derrota que me impedía disfrutar de la música. Sé que no tenía sentido, tenía mi entrada y podía disfrutar de aquello por lo que había pagado pero, por alguna extraña razón, consideraba cada concierto una pequeña batalla dentro de una guerra que, en el fondo, sabía perdida de antemano. A lo máximo que podía aspirar el aficionado era a tener la posibilidad de acudir cada muchos meses, a veces incluso más de un año, a un concierto que tuviera la palabra “Jazz” impresa en el cartel. Ni siquiera siempre aquello que así se anunciaba me interesaba pero, ya lo he dicho, yo era un militante de la causa e incluso aquello que me aburría como cualquier canción de la radio formaba parte de la ineludible responsabilidad de aficionado al Jazz.

No sé cómo llegué a engancharme y, ni siquiera hoy, tengo muy claro qué es esta música. Con el paso de los años he escuchado tantos discos, tantos conciertos, he leído tantas cosas, que lo único que puedo afirmar al respecto es que no tengo ni idea de qué puede definirse o no como Jazz. Claro que mi confusión no llega hasta extremos de considerar a Alicia Keys músico de Jazz, tal y como trató de convencerme un crítico del género en un irónico ejercicio de nihilismo jazzístico. Por otro lado el debate sobre qué es o no es Jazz es un entretenimiento vacuo para aficionados, críticos y algún músico mediocre que trata de justificar con lo teórico el vacío de su hacer musical. Ya que dedicamos una exorbitante cantidad de energía a discutir sobre estupideces cómo no hacerlo sobre algo como esto aun a riesgo (¿o quizá por ello?) de terminar resultando pedantes.

El Jazz tiene difícil definición, no sirve apelar a la improvisación como esencia peculiar porque la improvisación no es de su propiedad, la comparte con otras músicas de la antigüedad y del presente que no se consideran a sí mismas Jazz. El Jazz presume de libertad y sin embargo la mayoría de quienes dicen ejercerla son réplicas, clones, aburridísimos estereotipos con un instrumento entre manos. Entonces, ¿qué es el Jazz? No tengo ni idea pero, de alguna manera, quien de verdad se aficiona desarrolla un sexto sentido que le incita a seguir la pista de algunos músicos y no de otros. Pura intuición que nada tiene que ver con la Ciencia de la Música. Sólo la gran literatura ha sabido poner palabras a su esencia, nunca un diccionario.

Tengo una teoría al respecto de por qué el Jazz no es una música popular. El verdadero músico de Jazz ofrece incertidumbre mientras la música popular es predecible. La mayoría de la gente odia la incertidumbre, necesita caminar sobre seguro incluso en aquello que entra por sus oídos. Seguros de coche, seguros para la vivienda, de viaje, de vida (¡!), de muerte... ¡¿cómo no iban a asegurar también la música?! La seguridad, el control de las circunstancias que uno tiene cuando intuye (¡y acierta!) qué viene en el siguiente compás, qué dirá la letra, cómo acabará el romance, qué gritará ella al verse traicionada por su novio. No soportamos que esa mujer que llora el engaño pase a hablarnos de golpe sobre la belleza bucólica de un paisaje y, poco después, antes de volver a llorar, del último libro de Paulo Coelho. ¡Demonios! ¡¡Qué incoherencia!! ¡¡¡No tiene sentido!!! Esa mujer debería llorar y planear la venganza, una venganza que, eso sí, por inocente nunca sería capaz de llevar a cabo, sólo el Jazz lo haría. Pero, ¿qué mayor coherencia que el discurso interrumpido? ¿Qué más humano que la risa tras el lloro y el lloro tras la risa? ¿Qué más terapéutico que la evasión ante el dolor para poder volver a afrontarlo? Eso es el Jazz. La imprevisibilidad de la vida expresada en música.

¡Ojalá el Jazz fuera eso! Hubo un día, no sé cuándo, en que todo lo que empezó a llegar a mis oídos era completamente previsible. ¡¡Y eran los grandes!! Los llamados a liderar la música más libre que nunca se hubiera escuchado sobre la faz de la tierra habían encontrado la fórmula para superar los obstáculos que la armonía pone en el camino sin asfaltar de la partitura. ¡Y todos los saltaban con la misma pierna, con la misma inclinación del tronco, caían igual al otro lado! Y daban vueltas a la pista como en una competición de 10000 obstáculos. Una y otra vez, y otra y otra, así hasta que uno y otro y otro fueron cayendo y saliendo de la pista, mientras los más fuertes continuaban con su carrera precisa, perfecta, circular, cada quinientos metros un poquito más rápido, otro poquito más, sin inmutar el rostro, sin mirar atrás, con la única ilusión de ser el primero al final de la carrera. ¡¡Enhorabuena!! Has ganado pero no lo he visto, hace tiempo que me fui.

Lo que hace especialmente insoportable al músico previsible autoproclamado jazzman es que con su previsibilidad fulmina una de las pocas cosas que hace de la escucha de Jazz algo único. Lo que en la música (pop)ular es la clave del éxito en esta música es la muerte, el aburrimiento, el tostón más absoluto, el desprecio de los sentidos. El Jazz es música para oyentes esforzados, orejas que ponen todos los sentidos a disposición del creador (¡Qué enorme responsabilidad!) porque necesitan ser zarandeados, recibir un croché directo al estómago seguido de un beso en la mejilla, de un grito ahogado en alcohol, de sexo desgarrador, de susurros entre el ruido del viento, de caricias en la espalda, de un golpe sobre la mesa... Son almas que necesitan encontrar mundos fuera de este, que quieren ser agarradas por la solapa, que buscan despertar esas sensaciones que la droga del día a día les ha arrebatado. ¡¡Quieren morir habiendo vivido!! O al menos que alguien les recuerde de vez en cuando que pudo haber sido de otra manera. Por eso me aburres tú, impostor con un saxo bajo el brazo, virtuoso escalador experto en piruetas, en fuegos de artificio que estallan donde la computadora les ordenó. ¡¡Rompe tu instrumento!! ¡¡¡Hazlo pedazos!!! Será tu gran gesto heroico, tu salvación.

Hacía mucho tiempo que no escuchaba una Jam Session. Y anoche recordé por qué había dejado de acudir. Abrí la puerta de aquel garito y pude oler el polvo que se había acumulado sobre los músicos que una semana más, años después, seguían escribiendo los mismos solos sobre los mismos standards mientras los recién llegados copiaban hasta el último de los gemidos de Keith Jarrett con la aspiración de que aquella tía buena de la barra se fijara en lo bien que se contorsionaba mientras soplaba Stella by Starlight con los ojos cerrados para luego acercarse a ella y darse cuenta de que, en el fondo, no estaba tan buena, de que todo había sido producto de la misma imaginación por la que un día pensó que aquello que salía de su instrumento era algo parecido al Jazz.

© Carlos Pérez Cruz

*en el octavo aniversario de mi programa Club de Jazz que inició su vida tal que un 12 de Febrero de 2001 con la presencia, entre otros, de un MacOS hoy aragonés al otro lado del cristal del estudio.

miércoles, febrero 11, 2009

Fábula sobre la crisis de mamá Industria Musical y familia

Disco llegó a ser muy famoso. Un tipo que permitía escuchar música en unas condiciones que su otrora popular hermano mayor Casete no podía ni soñar. Tan famoso se hizo que cada verano era la estrella de la televisión con esos anuncios de recopilatorios de lo mejor del Caribe, Ibiza y demás geografía del ocio estival. Sin embargo Disco fue perdiendo glamour en poco tiempo. Cada vez eran más las voces que le acusaban de elitista, de sólo dejarse ver de la mano de los más acaudalados y de no permitir que los menos pudientes disfrutaran de su compañía con mayor frecuencia. La crítica más común era que cobraba demasiado por sus servicios. Algo de razón había en esas voces que encontraban abusivo que Disco al desnudarse resultara tan barato y, sin embargo, vestido se encareciera tanto. Disco pedía de habitual unos veinte o veintitantos euros por su trabajo mientras que quienes le criticaban sólo estaban dispuestos a ofrecerle diez. El nacimiento de Internet facilitó que los críticos se unieran y organizaran un movimiento revolucionario. Ya no necesitaban a Disco, sólo querían lo que él ofrecía y eso Internet permitía obtenerlo a través de su hijo P2P al que convencieron de que trabajara para ellos sin cobrar. ¡Queremos un precio justo! gritaban. Los discos son muy caros, cuestan más de lo que valen, sentenciaban.

La madre de Disco y Casete, Industria Musical, convenció a sus vástagos de que podían complacer las demandas del movimiento revolucionario y ofrecer también sus servicios a través de la familia Internet por menos dinero. No le resultó fácil a mamá Industria Musical pedirle este sacrificio a Disco – Casete hacía mucho que pasaba de todo – ya que sabía que era un monopolista orgulloso pero trató de tranquilizarle: a partir de ahora sólo te irás con aquellos que te aprecian de veras. Disco aceptó y dejó que Industria Musical ofreciera los servicios que antaño eran de su competencia a otros hijos de Internet como Programa iTunes. La relación entre Disco y estos era complicada, les consideraba vulgares imitadores suyos. Eran presumidos, se pavoneaban de ofrecer mucho más y a menos precio pero Disco se reía de su vulgaridad y desnudez. Darían más, desde luego, pero su fondo de armario no se podía comparar. Qué poca clase, pensaba.

Industria Musical anunció la victoria de la revolución y proclamó la era de la música a un precio justo.¡Aquí tenéis lo que pedíais! Sin embargo algo extraño sucedió. Aunque la revolución había logrado sus objetivos se quedaron mirando a Industria Musical con cara de no conocerla de nada. ¿Quién dices que eres? ¿Qué me vendes? Lo siento, no me interesa. Industria Musical se quedó pasmada, no entendía nada. ¿No era aquello lo que tanto habían esperado y por lo que tanto habían luchado?

Industria Musical reunió a su familia para poder encontrar explicación a aquella difícil situación. El ambiente era de enorme incredulidad, impotencia y depresión ¿Qué querían ahora los revolucionarios? Nadie encontraba una respuesta hasta que Industria Musical se acordó de P2P, el ácrata y descarado hijo de Internet, que se había unido a la revolución dejando que le utilizaran sin cobrar por ello. Industria Musical llamó a Internet para que le explicara por qué, ahora que los precios se habían ajustado a las exigencias revolucionarias, P2P seguía ofreciéndose gratis. Internet le explicó que no hacía carrera con P2P y que siempre que le recriminaba por su comportamiento P2P le respondía: El mundo es injusto y yo soy su Robin Hood digital.

Mamá Industria Musical relató al resto de la familia la conversación que había mantenido con Internet. Todos se quedaron mudos hasta que alguien se levantó y dijo: Es cierto que el mundo no es justo, o no al menos su justicia no es ideal, y siempre habrá quien ofrezca a quien no tiene lo que éste no puede tener en un mundo así. Sin embargo, familia, nos encontramos ante un verdadero enigma. Este Robin Hood da lo que tiene a los pobres ¡¡pero también a los ricos!! y estos no hacen ascos a recibir una limosna que no les corresponde. No lo puedo entender. Sinceramente no lo puedo entender. Se hizo de nuevo el silencio. Nadie se atrevió a decir en alto una conclusión que a todos aterraba.

© Carlos Pérez Cruz

domingo, febrero 08, 2009

Nieva en la tele


Televisión. Es para desconectar, afirman. Y sin embargo todo el invierno enchufado al crudo ídem. Nieve, viento, lluvia y frío; nieve, viento, lluvia y frío. Una letanía metereológica que todo lo invade. La hecatombe, la catástrofe, el techo que cae y el coche atrapado en la nieve. 24 horas de directo, un Gran Hermano pluvial, eólico, nivoso. Mira qué frío, ¡¡qué frío!! Enfoca ese termómetro, pobre reportero que por cuatro perras pillas un resfriado de autónomo en alguna de esas autonomías de la España Directo. Miro por la ventana y... ¡eureka! El termómetro de la esquina dice que hace frío, mis plantas se doblan por el viento pero... ¡un momento! ¡¡No nieva!! Mi mundo no sale en la tele, no existe, es virtual. ¡Demonios! me digo y rebusco en las tripas de mi televisor. Será que está constipado. Le duele la tripita (no es pantalla plana, tiene su buen culo) y desvaría. Y así un día y otro y otro y otro... y que nieva y aquí ni copito. Y llega el día. Y estoy tan aburrido de la nieve que cuando en mi mundo caen los copos enciendo la tele a ver qué pasa ahí fuera.

miércoles, febrero 04, 2009

La pava

Ahí tenemos a la pava, a punto de ser lanzada desde lo alto del campanario. Abajo, en la plaza, la gente del pueblo y personas venidas de fuera, esperan el momento para pelear por ser quien se haga con ella. Es una tradición centenaria y esta dice que quien se quede con la pava tendrá buena suerte. Es una superstición, un juego, la mayoría lo sabe, muchos fueron los que habiéndose quedado con la pava nunca tuvieron nada por lo que alegrarse. Pero toda superstición deja abierta la posibilidad y los del pueblo y personas venidas de fuera no quieren renunciar a ella. Imagínate que me la quedo yo y después nos toca la lotería, dice un hombre de unos cuarenta años nervioso por lo poco que falta para el ansiado vuelo. Ahí está la pava. Alguien la retiene hasta que el reloj del campanario de la iglesia del pueblo señale la hora exacta. Un detalle llama la atención. El encargado de hacerlo oculta el rostro. No es tradición, explican, sólo que desde hace años está prohibido el acto porque las autoridades la consideran maltrato animal. Así que la multa recae sobre el lanzador. En caso de no ser identificado es el ayuntamiento quien paga. Se solventa el inconveniente legal con una colecta vecinal. Ya ha llegado la hora. El lanzador no identificado lanza la pava al aire con tan mala suerte de que en vez de caer sobre la masa nerviosa de empujones y codazos se golpea contra el tejado del sagrado recinto y queda allí aturdida. Varios jóvenes de la localidad, conscientes de la situación, entran corriendo en la parroquia y ascienden veloces por la escalinata de la torre para ser los primeros en llegar arriba y quedarse la pava en propiedad. Una vez sobre el tejado, con evidente riesgo de caída al vacío, pelean entre ellos para quedarse con el preciado animal. Hasta que uno de ellos impone su fuerza en la lucha y se queda con la pava. Él es el afortunado, según la tradición, quien tendrá suerte en su vida a partir de ahora. Todo el acto lo ha presenciado en balcón presidencial el alcalde del pueblo. Por ley hubiera de haberlo impedido. Pero la ley no entiende de tradiciones y estas están por encima de la ley. A él le gusta y como entre todos sale a poco ya pagarán la multa.

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