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lunes, febrero 25, 2013

Alam Laysa Lana (A world not ours) y la comunicación en positivo



Encuentro algunos elementos en común entre dos películas que, a priori, nada tienen que ver entre sí. NO, del chileno Pablo Larraín, podría ser descrita como un falso documental o, al menos, como una película que utiliza documentos de la época (los vídeos de la campaña televisiva contra Pinochet en el referéndum que organizó el dictador en 1988) para resultar veraz a partir de la ficción y de un personaje encarnado por un actor, Gael García Bernal. Por el contrario, Alam laysa lana / A world not ours, del palestino Mahdi Fleifel, es una película que parte de códigos narrativos más asociados a la ficción televisiva (Aquellos maravillosos años) que a un documental sobre la vida en un campo de refugiados palestinos en Líbano. En él, los actores no son tales, son ciudadanos que no necesitan representar papel alguno. Hay una relación documental entre ambas películas pero, sin embargo, hay otra que me interesa más.


Gael García Bernal, protagonista de NO

Según muestra la película de Larraín, una de las claves de la victoria del ‘No’ a Pinochet está en la estrategia comunicativa. El personaje de García Bernal, un creativo publicitario, insiste en enfocar la campaña televisiva de esta opción alejándose de los códigos que uno podría esperar: la denuncia del horror y la negritud de una dictadura que había asesinado y torturado a miles de personas. Su propósito, sin embargo, es hacer una campaña en positivo (por un voto negativo), incluso un tanto naif, lo cual genera una evidente tensión: ¿cómo es posible mostrar alegría y una actitud positiva cuando de lo que se trata es de derrotar a una dictadura? ¿Cómo se puede obviar la tortura y la represión mediante una campaña que bien podría estar anunciando hamburguesas de McDonalds? ¿Cómo no aprovechar la ventana televisiva de quince minutos que el régimen ofrece a la oposición para denunciar todo ello, máxime cuando se sospecha de la probable manipulación de los resultados? La respuesta de este publicista es clara: plantear la campaña en positivo es mejor que incidir en el miedo que atenaza y produce hartazgo en la población. No se trata de ocultar lo evidente sino de evitar el hastío. El miedo paraliza, la alegría moviliza.

Mahdi Fleifel regresa en su película al campo de refugiados palestino de Ain el-Hilweh en Líbano, donde pasó algunas temporadas de su infancia (nació circunstancialmente en Dubai, adonde sus padres emigraron desde el campo por cuestiones laborales). El motor de su curiosidad parece claro: volver al lugar al que (teóricamente) pertenece y descubrirse en él. Encontrarse con el pasado, con la familia, con la cultura de la que procede. Volver, en este caso, a una realidad muy jodida y enquistada, a un núcleo urbano que es provisional desde hace más de sesenta años, con unas infraestructuras tercermundistas y sin apenas posibilidad de desarrollo personal y profesional. Es un campo de refugiados. ¿Qué podemos esperar del relato?


Cartel de 'A world not ours' en el panel de películas de 'Punto de Vista'

Al igual que el publicista de NO, Fleifel juega con códigos que se contraponen a los habituales del género. La realidad de Ain el-Hilweh es lo suficientemente dura como para que se nos hubiera ofrecido la correspondiente denuncia audiovisual de la degradación a la que se ve sometido el pueblo palestino. Escenarios e historias no le hubieran faltado a Fleifel y, de hecho, de ellos hay constancia en su película. Sin embargo, la forma en que lo hace parece inspirada por el mismo impulso que el del personaje de García Bernal. Sí, lo que ocurre en el campo es indignante, es deprimente, es un atentado contra los derechos humanos pero, sin embargo, los primeros minutos de la película pueden parecer los de un Cuéntame a la palestina. Memorias con voz en off de una infancia que, si bien vivida con muchos límites, se recuerda con nostalgia.

Cuando el dramatismo se exacerba, el espectador se defiende. Cuando la experiencia en pantalla es cotidiana, tan semejante en sus aspiraciones vitales a las de cualquiera, la empatía es real, ajena a diferencias en los códigos culturales. Ése es el golpe de efecto de Fleifel: darnos a conocer la terrible cotidianidad de la comunidad palestina, “presa” (pónganle o quítenle comillas a conveniencia) en un espacio angosto y sin salida, a la vez que nos hace próxima esa realidad. Porque en pantalla no estamos viendo árabes cuya cultura, idioma y costumbres nos resultan extraños. No. Estamos viendo personas que luchan día a día contra las frustraciones de una vida imposible y por unas aspiraciones que son las de cualquiera de nosotros; hombres que encuentran su única diversión en los campeonatos mundiales de fútbol y que suspiran por un trabajo para poder tener dónde caer muertos y llevarse algo a la boca.

La película de Fleifel (intuyo que vive y duerme abrazado a una cámara) discurre por las estrechas (y angustiosas) callejuelas del campo de refugiados, entra en la intimidad de la casa de su abuelo, en la vida anulada de su primo (que no es el mismo desde que Israel asesinara a su hermano) y, sobre todo, en la de su amigo Abu Iyad. Iyad se convierte casi en personaje central del relato de Mahdi Fleifel y determina en gran parte el tono emocional del film, que siempre encuentra en el humor una eficaz arma para no caer en la tentación de la tragedia. Abu Iyad es el caso particular que sirve el plano general de esa realidad enclaustrada: su vida es la lenta caída hacia la desesperanza y la frustración de a quien no se le permite ser, vivir ni existir.


Tráiler de la película

La vida en esa gran cárcel (la entrada y salida al campo está franqueada por el ejército libanés) es letárgica. El gran bostezo vital se distrae cada cuatro años con los campeonatos mundiales de fútbol que convierten a los refugiados en fanáticos de los distintos equipos en competición (con razones tan prosaicas para hacerse seguidor de Italia como el vago recuerdo de un apoyo a Palestina en el Mundial 82). Pero a los lados del paréntesis futbolero se extiende un tiempo infinito carente de sentido y dirección. Y en esa aparente ligereza y simpatía con la que Fleifel retrata la vida y su propia relación con el campo (consigo mismo), la película va dibujando el ahogo y la frustración de Iyad (es decir, de todos sus habitantes). ¿Será por mis preguntas?, duda Fleifel. La posibilidad de que el continuo interrogatorio al que somete a su amigo haya removido las aguas estancas del letargo (el narcótico de la supervivencia), lo atormenta.

Alam Laysa Lana está plagada de gestos y detalles minúsculos, de pequeñas anécdotas que proyectan la angustia de ese vivir sin hora. Por ejemplo, el disfrute emocionado con el que Iyad celebra la música anglosajona que Fleifel le ha traído desde Londres. El placer de algo que no se entiende y que le permite ignorar, siquiera unos minutos, la (no) vida de la que la obligada música árabe les hace conscientes. Un descanso para una conciencia que parece evadida de la realidad cuando los bombardeos israelíes estallan en las proximidades ante la contemplación despreocupada de unos cuantos jóvenes del campo (del que el Fleifel huye despavorido, para su propio bochorno). La violencia es tan cotidiana que quien la padece por costumbre se insensibiliza. Al igual que hubiera sucedido probablemente con el espectador si Fleifel, en vez de construir un relato con el contraplano swingueante de Benny Goodman, hubiera realizado un ejercicio de denuncia tan desnudo y amargo como la(s) vida (s) en Ain el-Hilweh.

© Carlos Pérez Cruz
 
Nota: Alam Laysa Lana recibió el Premio del Público del Festival Internacional de Cine Documental 'Punto de Vista' (2013)
 
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

jueves, febrero 14, 2013

Enric González: 'Memorias Líquidas' y a sorbos (Retazos de una entrevista)



Enric González con su libro de 'Memorias Líquidas' (Bilbao, 8/02/2013)
© www.elclubdejazz.com


El periodista Enric González (Barcelona, 1959) concedió una entrevista a Club de Jazz con motivo de nuestro duodécimo cumpleaños. Enric ha sido corresponsal de 'El País' en Londes, París, Nueva York, Washington, Roma y Jerusalén. En la actualidad es colaborador de 'El Mundo'. Acaba de publicar sus 'Memorias Líquidas' (Jot Down).

Lo que puedes leer a continuación es la transcripción de algunas de sus respuestas a una entrevista que puedes escuchar íntegra aquí:


Pensé que (con ‘Memorias Líquidas’) podía hacer un librito, una especie de mémoire sobre recuerdos más o menos etílicos. Era algo más mucho más divertido y, si quieres, frívolo de lo que ha salido al final. Pero cuando estaba empezando surgió la cuestión de los despidos en ‘El País’ y me no me apeteció nada escribir algo chispeante y al margen de la realidad.



'El País’ ha sido el mejor periódico en España y yo creo que sigue siéndolo, en general. No digo que sea el más periódico. Yo creo que algunas de las características esenciales de un diario ha ido perdiéndolas pero, como artefacto informativo, sigue siendo un buen artefacto. Pero, va pareciéndose a todo el mundo. Está en la batalla como todo el mundo y eso a veces resulta decepcionante.

Intentemos buscar no la verdad, que suele escribirse con mayúsculas y es terreno de la filosofía, pero al menos lo que sea real. Tiene tal cantidad de elementos propagandísticos la información cotidiana que se hace sospechosa y obviamente la gente se da cuenta.

Los que van a los lugares más peligrosos, a las guerras, van como no habría que ir. Van como freelance, cosa que es perfectamente legítima y muy interesante pero sin la cobertura necesaria de seguros, logística y demás. Se juegan la vida más que nunca.

El resultado (de la falta de corresponsales) es una información internacional que procede no de la realidad sino de una serie de filtros. Si informas de una guerra (como la de Mali) a partir de lo que te cuentan los generales en el cuartel general en París… vamos mal. Ellos ya han filtrado lo que les conviene, presentan una versión que les favorece y tú no tienes elementos como para contrastar.



 

Portada de 'El País' con la falsa foto de Hugo Chávez

¿Por qué vas a pagar todo ese dinero por una foto (la de Chávez) que no aporta absolutamente nada? A todo el mundo cuando lo operan lo intuban, no significa nada. Lo pagas por eso y en cambio no estás dispuesto a pagar eso para que alguien vaya a tal sitio donde ocurre algo y haga unas fotos o haga unos textos que te trasladen de forma realmente fehaciente lo que está pasando allí. Nos interesa mucho más el aspecto comercial, propagandístico e ideológico de posición preconcebida que asomarnos a la realidad y ver qué pasa.

La inmediatez que se combina con esta devaluación del oficio mata la perspectiva. Al final acabas teniendo un tipo en una habitación de hotel, en cualquier sitio donde tenga comunicaciones, atendiendo a los que llaman desde casa -diversos medios- y funcionando sin parar, pero sin tiempo para mirar y reflexionar.

Ése ha sido uno de los problemas fundamentales de ‘El País’, esta ósmosis tan peligrosa entre el interés informativo y el interés empresarial. A medida que creció el grupo Prisa y tuvo un interés creciente en Latinoamérica, de tipos muy diversos  -desde libros de texto, a televisiones, a concesiones determinadas-, se empezó a cortejar a ciertos gobiernos; porque los gobiernos son los que facilitan concesiones o contratos de libros de texto, etcétera. Se mezcló la información con la negociación empresarial.

Televisión Española es casi permanentemente sonrojante. (…) Ana Blanco es una profesional impecable en el sentido de que lee con la misma convicción una cosa que otra. Es su estilo y realmente yo valor a este tipo de profesionales. El problema es que aquí el bandazo ha sido muy gordo.

Después del incidente de la foto (de Chávez) es lógico que el lector tenga dudas (sobre los papeles de Bárcenas). ¿Esta sí? ¿Esta va de veras? Yo a estas alturas sigo sin saber y esto es muy alarmante, esta especie de italianización de la situación en la que todo son sucesivos trampantojos y sombras chinescas. ¿Qué es de verdad aquí? ¿Son ciertos estos papeles? ¿Son auténticos pero han sido fabricados para determinada maniobra político-jurídica? ¿Son decididamente falsos? ¿Está todo el mundo mintiendo? (…) ¿Todo es falso menos un poquito? Pero, ese poquito que no es falso, ¿qué es? Es una situación muy confusa y es muy alarmante que se haya llegado aquí. Ya no sabemos qué es verdad o no. En estas situaciones es muy útil tener medios de información creíbles.

Generalmente lo llamamos ideología pero son prejuicios.




Detalle de la portada de 'El País' del jueves 31 de enero de 2013

Es verdad que el periodismo de investigación siempre ha dependido del despecho, de las ansias de venganza. Esto es básico, si hay alguien que está dispuesto a contar la verdad pues tiene sus motivos. Siempre. En el mítico caso Watergate, investigación hay poca, lo que hay es comprobación. (…) Hemos abandonado la práctica de buscar por debajo de las cosas. Aparecen las pistas que te llevan entonces a buscar al personaje despechado, al eslabón débil de la cadena (y no esperar a que él venga), porque cuando él viene ya lo ha organizado todo con sus abogados, ya te ha preparado cebo, ya está preparado. Hay que anticiparse a eso.

Los directores (de periódicos) están continuamente en contacto con sus empresarios y los empresarios están en continuo contacto con los poderes económicos que forman parte de los poderes políticos. Hoy en día los medios de información y los partidos compartimos algo muy esencial y es que debemos la camisa a los bancos. (…) Continuamente, por encima de lo que vemos, hay llamadas, mensajes y acuerdos de los que no conocemos nada.

De momento no ha sido desmentido esto (que publica la revista ‘Mongolia’ sobre el cobro de dinero del director de ‘La Vanguardia’ por parte del PP en su etapa como periodista de ‘El País’). Quienes han tenido la fortuna de leer los divertidísimos informes policiales sobre ‘La Vanguardia’ y su director y demás, habrán comprobado que ese pasaje de los sobres que presuntamente pagaba Jorge Fernández Díaz, por unas cantidades cercanas a las 150.000 pesetas a José Antich cuando estaba en ‘El País’, sólo son un detallito dentro de lo que hay. Es muy sintomático que cuando un tribunal condenó a Unió por corrupción comprobada y Unió asumió que había estado utilizando de forma torticera fondos dedicados a combatir el paro para pagar sus cosillas internas, ‘La Vanguardia’ no publicó nada en portada y escondió el asunto por dentro. Ahí le ves el latón al medio.
 

Muro israelí en Belén
© www.elclubdejazz.com


La sociedad israelí, el Estado israelí, arrastra desde hace muchas décadas un problema intolerable que es la ocupación de los Territorios Palestinos, lo mires por donde lo mires. (…) Y si vas a Hebrón se te caen al suelo unos cuantos mitos. Y eso le pasó a Vargas Llosa, que es un hombre que creía y cree en la existencia de Israel y en su derecho a vivir en paz pero, se hace difícil pensar que pueda haber paz mientras haya una población tan oprimida y tan humillada como los palestinos en los Territorios Ocupados.

En el caso de Sudáfrica, a la comunidad internacional, a muchísimos países y muchísimos millones de ciudadanos les pareció legítimo imponer un boicoteo porque allí existía una situación inaceptable. A nadie se le ocurrió pensar que se discutiera el derecho de Sudáfrica a la existencia, simplemente se decía a los sudafricanos que si no cambiaban no podrían participar como socios de pleno derecho en el diálogo internacional. ¿Por qué no pensar lo mismo de Israel? (...) Lo que no puede ser es mantener bajo ocupación a una población que no es pequeña, que son varios millones de personas, en unas condiciones absolutamente intolerables. (…) Ellos (los israelíes), no quieren saber. Y el no querer saber propicia cosas bastante horribles. Los alemanes no querían saber que existían campos de exterminio a cien metros de su casa y los franceses no querían saber si Vichy estaba de acuerdo con los nazis para deportar. Cuando no quieres saber, mal asunto. Alguien debería decirles que esto no puede ser, no es como lo ven ellos.


 
(El diario ‘El Mundo’) es al final una traslación en papel de la personalidad del fundador y director, Pedro J. Ramírez. Él sabe perfectamente que a mí su campaña sobre el 11M me pareció hasta cierto punto grotesca y no me la creo. Creyendo, en cualquier caso, que la instrucción y la sentencia y la verdad oficial tienen puntos oscuros y que posiblemente ahí se ha tratado de ocultar algún tipo de papel de servicios secretos o cualquier factor de ese tipo.

En ‘El Mundo’ no se exige tanta homogeneidad como en otros periódicos. Es el caso de, por ejemplo, ‘El País’, que tolera muy mal la contradicción. Es decir, la disidencia interna.

Más de una persona y más de dos y más de tres me han comentado que ya no podrían seguir leyéndome porque ellos serían incapaces de abrir ‘El Mundo’. No ya comprarlo, ¡sino abrirlo! No pueden tocarlo, como si fuera tóxico. A eso me refería antes cuando hablaba del sectarismo de los lectores que atribuyen la credibilidad a una cabecera.

El ERE de la empresa (‘El País’) fue demencial. Una empresa que no había tenido pérdidas en su vida se acogió a los extremos más duros de la reforma laboral. (…) Esto ha tenido efectos muy traumáticos en la redacción, ha dejado fuera a un capital profesional muy importante y no sé si estamos peor los de fuera que los de dentro, los que han quedado y que ven los espacios vacíos, lo que ya no se puede cubrir y tienen unos jefes de los que no se fían por el papel que han desempeñado durante esta batalla de los despidos.

La sensatez dice que el papel no va a desaparecer. Es evidente que el papel va a perder su condición de soporte masivo de información y comunicación, porque es caro y logísticamente complejo trasladarlo de un lado a otro cuando han aparecido soportes digitales e inmediatos y muy eficaces. Vale, pues eso ya existe y como siempre va a asumir el peso de lo masivo porque es barato y es rápido. (…) Llévate un iPad a la playa, que se te caiga a la arena y a ver. En cambio el papel lo doblas, lo dejas, te lo pones en el bolsillo, la verdad es que es muy práctico. (…) El problema es este tipo de gente, estos falsos gurús -y señalo concretamente a Juan Luis Cebrián-, que llevan años diciendo que el papel ha muerto, que esto es prácticamente un pecado.


© Carlos Pérez Cruz
 
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com 

Música para Raúl (En memoria de Raúl Mao)


Raúl Mao en julio de 2012
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Resulta absurdo que todavía nos preguntemos (o nos pregunten) para qué sirve la música. La música no sirve, la música es. Ahora que nos recortan hasta las ganas de vivir, que sólo entienden necesario lo que hace la vida miserable, la música, la escritura, la pintura, el cine, la danza... son el oxígeno que permiten que el pulso no se detenga.

El pasado sábado despedimos a Raúl Mao en Madrid. Fue una ceremonia íntima en un espacio nada recogido: una capilla de considerables dimensiones y eco, demasiado iluminada para un adiós. Ocultos los símbolos religiosos (¿se hubiera levantado Mao con ellos presentes?), el féretro cerrado, y con las palabras retumbando con aire catedralicio, nos abrazamos unos minutos a su memoria. Cada uno a la suya; yo, a la de todo un caballero de clase, buen porte y elegancia, al que conocí apenas los dos últimos años de su vida y que se me hizo imprescindible.

Raúl Mao me ofreció inscribir mi firma en los Cuadernos de Jazz a finales de 2011. La revista ya no existía en papel, pero me hacía ilusión ser parte de la historia de un medio al que me acerqué de adolescente como quien se aproxima al misterio de lo sagrado. Con devoción, pero sin apenas entender nada. La incomprensión de lo que se lee o escucha es siempre un acicate para caminar hacia adelante, algo que medios como el suyo consiguieron implantar en mi ADN. Mi primera reseña fue un disco del pianista germano-ibicenco Joachim Kühn, Free Ibiza. Un cinco estrellas, ésas de las que yo siempre había renegado (como de las notas numéricas) porque nada significan y sólo sirven al lector (¿?) más perezoso. Quién me iba a decir que apenas un año después el propio Kühn iba a poner un broche de oro a mi relación con Mao.

Apenas saber que Mao había vencido su lucha contra el dolor de la enfermedad, sentí la necesidad de preparar un programa que honrara a mi fantasma del jazz -así se me presentaba Raúl por teléfono en los últimos meses, con un humor que reconforta-. Conseguí localizar en pocas horas a unos cuantos compañeros de la revista, músicos, gentes del jazz que trataron con él, hasta llegar a conformar un retrato poliédrico de su persona: silenciosa y juiciosa, de enorme carácter y personalidad en el retrato común. A todos los participantes pedí una música en su memoria, y el resultado fue tan variopinto como la propia música a la que su revista da cobertura. Hasta que llegó el turno de Joachim, el germano-ibicenco que se comunica en un inglés tan austero como la Merkel, al que no logré hacer entender mi petición. Pensó que le estaba sugiriendo que escribiera un tema dedicado a Raúl. "Todavía es pronto y no tengo nada pero ya que lo has mencionado, compondré algo para Raúl". No hubo manera. Yo quería un disco, una referencia para pinchar en mi programa, pero Joachim insistía en su compromiso. Bendita distorsión de la comprensión. Ayer recibí un mensaje de María Antonia, la admirable compañera de Mao y corresponsable de Cuadernos, que decía: "Joachim ya tiene un tema compuesto para Raúl, está buscando título".

Me siento feliz por ser el motor involuntario de ese impulso creativo. Joachim Kühn es un pianista desorbitante y estoy seguro de que la música hablará de quien es Raúl y conseguirá lo que la música de La processó de Agustí Fernández logró en la ceremonia del adiós a Mao: mostrarnos el camino hacia lo más profundo de nuestras almas, recomponer nuestras figuras hechas jirones por el vértigo que produce olvidar muchas veces quiénes somos y qué sentido tiene vivir. Las notas de El laberint de la memòria resonaron en la capilla y nos abrazaron, nos brindaron una manta de reconfortante calor emocional en pleno invierno de los sentimientos. Ese piano al que Raúl se abandonó en sus últimos días fue más que un consuelo. Fue nuestra comunión con un gentleman al que siempre recordaré con el mismo respeto y cariño con el que me trató en nuestra corta relación y del que echaré de menos su voz al otro lado del teléfono. Porque cuando llamaba, el vértigo se detenía.

© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com


Escucha aquí el programa de homenaje a Raúl Mao:

martes, febrero 05, 2013

Rudresh Mahanthappa - "Gamak"

 
 
Desbordante. El saxofonista Rudresh Mahanthappa es un ciclón, un tornado que succiona en su interior todo lo que encuentra a su paso y lo lanza con virulencia en derredor. O quizá no sea acertada la metáfora, pero sí puedo certificar que la exposición a su música puede ocasionar “daños” semejantes a los de este fenómeno meteorológico en el cerebro oyente. Lo comprobé en 2011 en Madrid, lo certifico con su nueva producción discográfica.

Explicaba Mahanthappa en una conversación que mantuve con él en aquella cita madrileña, que la música del sur de India se caracterizaba por su mayor riqueza matemática respecto de la del norte, que esa riqueza le atraía especialmente pero que no por eso la música carecía de corazón. Y ciertamente no son condiciones necesariamente excluyentes, pero en el caso del saxofonista esa explosión ciclónica de su música tiene una cualidad tan mecánica y virtuosa que uno duda que un corazón lata detrás, al menos con riego humano. Todo es siempre tan sumamente complejo rítmicamente que el preciso encaje de polirritmias y cambios de tempo parecen resultado de una compleja ecuación resuelta por una mente artificial (¿un smartsax?). En realidad es admirable el nivel de excelencia alcanzado porque logra dibujar un “oh” permanente en la boca. Y, sin embargo…, el oído necesita oxígeno y matización.

Gamak
hace referencia a la ornamentación de la melodía característica de la música del sur de India. Según explica el propio músico en las notas promocionales del disco, la ornamentación no es un aditivo circunstancial en esa tradición musical sino que es un verdadero arte y materia de estudio. Ya sólo la exposición de Abhogi (tema que dice está inspirado en un raga) ejemplifica el arte del ornamento, trasladado en su caso al lenguaje del saxo alto. Para ese menester, Mahanthappa ha encontrado un cómplice excepcional en el guitarrista David Fiuczynski, capaz de adaptar con la misma flexibilidad el lenguaje expresivo y microtonal de la música hindú a su guitarra (el fraseo disonante y confluyente de Wrathful wisdom es efectivo a la par que delirante). Es uno de los grandes aciertos de este Gamak, cómo fusionan sonoridades y expanden las posibilidades estéticas de un cuarteto que lo mismo parece iniciar la larga secuencia de un raga (como el mencionado Abhogi o Lots of interest, que en una de sus múltiples encarnaciones se muestra sobre riffs de rock puro y duro) que estalla con la virulencia del punk en el irónico cierre de Majesty of the blues (irónico por el contraste entre lo que el título parece prometer, a quién recuerda y lo que realmente ofrece) o parece llevar más allá la esquizofrenia del Giant Steps de Coltrane con su émulo Copernicus – 19. Todo es por regla general tan intenso que hasta la Ballad for troubled times adquiere una densidad propia de los mismos tiempos que dice describir. Ni siquiera se relaja cuando más melosa se pone. Está tan omnipresente el sonido de Mahanthappa que la guitarra de Fiuczynski se agradece casi como un respiro, quizá también por la incisiva sonoridad de su saxo alto y vehemente fraseo.

La puesta en escena con Waiting is forbidden determina el tono general. El saxofonista expone un obsesivo motivo rítmico que sirve de enlace entre secciones y que termina por confluir al final en una traca donde las diferentes células rítmicas se entrelazan y cruzan camino del delirio (y del altar para el baterista Dan Weiss). Hay que coger fuerzas porque más tarde prometen que We´ll make more, donde brilla Fiuczynski – como a lo largo de todo el disco - no sólo con su veloz digitación sino, por fortuna, por la capacidad para lograr con la guitarra habilidades expresivas que parecen más propias de instrumentos como el sitar. Es admirable cómo ha logrado que este instrumento hable con pasmosa facilidad en idiomas que no le son teóricamente propios y de los que ya hizo gala, por ejemplo, en el grupo Hasidic New Wave (Tzadik ha publicado recientemente una caja con todas sus grabaciones de estudio entre 1996 y 2001).

Es indudable que Rudresh Mahanthappa hace su música, que su estilo es distintivo y que el legado cultural de sus antepasados (él nació en Italia en el seno de una familia de emigrantes de la India a Estados Unidos) confiere a sus proyectos un poder de atracción muy seductor. Evita el (desgraciadamente frecuente) cliché de la fusión pastiche. Gran virtud. Si se me permite la metáfora visual, como si de una pintura se tratara, el lienzo es jazzístico y sobre él arroja todo tipo de materiales de la cultura popular contemporánea. Con ellos da forma a un cuadro expresionista y geométrico, de intensos y deslumbrantes colores, que delinea con el arte hindú de sus ancestros para, en ocasiones, curvar las rígidas líneas de su compleja geometría conceptual. O dicho de otra forma: la música de Rudresh es asombrosa en su poder y vértigo métrico, la ejecución le deja a uno anonadado por su precisión y el aroma hindú lo seduce pero… abruma. Y quien esto firma se siente intimidado como el niño del patio de colegio del que abusan los grandullones del curso superior.

© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com 
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