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jueves, diciembre 25, 2014

Nochebuena (para pasear por Iruñea)

Llevaba años pensando en hacerlo. Esta noche, mientras muchos cenabais cumpliendo con el rito, me he dado un paseo. Pocas noches como ésta la ciudad posa para la cámara.


Nunca descansan. Luces encendidas, médicos de guardia. La medicina pública nunca será lo suficientemente valorada. Toda la noche por delante.


Focos para un monumento sin espectadores. Los corredores de un encierro congelado para el tiempo. Al fondo, una pareja de origen latinoamericano empuja la silleta de un bebé.


Luces en Palacio. En el interior, la historia de Navarra duerme en unos salones por donde lleva demasiado tiempo paseándose la misma presidenta.


Tres grados, aunque en el bar de abajo suelen ser más elevados. Reina el silencio en la plaza, donde me cruzo a un guiri que me pregunta cómo puede llegar a su hotel. Tiene una historia, seguro, pero yo estoy de paseo.


Al otro lado de la Plaza del Castillo, se desciende por Chapitela. En sanfermines lo hacen rios de mierda, hoy se escuchan mis pasos.


Hay vida en las casas. En esas, hoy les ha tocado cumplir. Alguno desearía salir por patas... o en bici.


Castañicas frente al rey. Hasta para comer, lo monárquico es veneno.


Como los Reyes Magos no pueden atravesar el checkpoint de Belén, la estrella les señala el camino hacia el consistorio. Si me dan elegir, prefiero estrella a chupinazo.


No estoy solo. Dos se sientan en un banco en los soportales de la plaza. A pesar de la "i", no me acerco a preguntar los motivos.


Lo siento por el cartel, pero no es noche de ley. Si hay alguien vigilando, debe de estar en Silicon Valley.


Si Hitchcock lo hacía, yo también. Me cuelo en mi propia peli. Sugerente compañía, pero he de seguir mi camino.


Confirmado: los chinos no cierran nunca. Como no hay clientes, hay llamada. Me apetece un helado, pero no jodamos...


Imagen de postal. Pronto alguno de los elementos de la foto (quiosco, convento, bicis y contenedor), será historia. Y no, no me refiero a las monjas.


Como los médicos, no descansa ni en Nochebuena. La Foral, esa gran mujer a la que rindo tributo... en Hacienda.


Vuelvo a la Plaza del Castillo. Recuerdo que una vez, de niño, fui yo quien encendió sus luces. ¿A qué hora empieza  la verbena?


Para el perro no hay niño en Belén que valga. También excusa para hacer un quiebro a la sobremesa. Angelicos.


Se dejaron las luces puestas... y a Marilyn.


Cena en la cocina. La austeridad siempre fue fluorescente.


No ha hecho ni empezar y la Navidad ya empieza a pasar página.


Espero que os haya aprovechado. Gracias por acompañarme en el paseo. Buenas noche(buena)s.

jueves, diciembre 18, 2014

Treme


No sigo los ritmos de la televisión ni estoy al día con la última serie de la que todo el mundo habla. Me acuerdo de pronto de alguna que dejé en espera hace tiempo y miro a ver si ha salido el DVD, porque no sufro la ansiedad de ver toda una temporada en una tarde, ni me parece una aberración darles a las cosas su tiempo. Desconozco por ello los detalles de por qué Treme se cerró en una última temporada de cinco capítulos, como si se cerniera sobre ellos la tempestad y hubiera que darse prisa por finiquitar lo antes posible… y a otra cosa. 

Imagino (asumo el riesgo de equivocarme) que los datos de audiencia no fueron todo lo favorables que deben para que sea rentable sacar adelante todo lo que implica un rodaje así -y en esto poca tontería que, como comprueba Annie, la violinista de la serie, también en arte business is business, y cuanto más arriba, más se cae-, y así como hay series que pierden el norte que las guiaba por no saber retirarse en hora, las hay que nos dejan el regusto amargo de su pronta partida. Estábamos tan a gustito… y nos tuvimos que marchar. 

He oído –incluso he dicho- que la serie flaqueaba en cuestión de trama, pero la trama era la calle, relato de eso que llaman el pulso de una ciudad y que no son sino los latidos asincrónicos de miles y miles de supervivientes (¿acaso no lo somos todos?) en la jungla de una Nueva Orleans que vive con el peso glorioso de un pasado mitológico no tan lejano y asolada por las inmundicias políticas que quedaron en superficie tras el desastre del huracán Katrina. 

Así como la destrucción es siempre el preludio de una reconstrucción (menos en Gaza, claro), en Nueva Orleans los que se quedan toman el testigo de una tradición que en realidad no muere, se renueva con un combate de opuestos en el que todos salimos ganando. Toda noble tradición camina por el alambre de lo que fue, lo que es y lo que cada uno queremos que sea. Tensión natural sin la que quedaría enterrada y de la que la serie de David Simon es un extraordinario reflejo y a la que rinde un sincero, emocionado y emocionante homenaje. 

No está enterrada la radio, hilo conductor de vidas que se ignoran mientras bailan y escuchan la misma música y las mismas palabras de DJ Davis; sí quizás moribunda esa que se dirige a ti y sólo a ti mientras nos habla a todos con esa voz que divaga, se pierde y te encuentra, en la que no se ganan audiencias sino que hace comunidad. Ay de esa radio, la de David McAlary en Treme o aquella mítica KBHR del Cicely de Doctor en Alaska, con el filósofo de Chris Stevens, Chris in the morning. Una cabina a media luz, un micrófono, la palabra y buena música. ¿Para qué más?

Carlos Pérez Cruz

sábado, diciembre 06, 2014

La noche (de los tiempos) en TVE


Fue como si un haz de luz hubiera iluminado de pronto la noche, como si alguien vestido de blanco hubiera irrumpido en una discoteca donde se exige el negro, como si una stripper se hubiera colado entre un mar de mujeres con burka; fue el hombre de la limpieza (aunque suelan ser ellas) que con su sola presencia nos hizo conscientes de la mierda acumulada. Estaba allí, siempre había estado, la veíamos y olíamos, pero nos habíamos acostumbrado a su presencia y mal olor; lo respiramos con la naturalidad con la que asumimos que el veneno es oxígeno. 

No es esta una metáfora sobre un hombre impoluto frente a la perversa encarnación del mal –no creo en almas beatíficas, en iluminados morales sin sombras-, pero sí intenta serlo sobre el efecto que produce una corriente de aire fresco en un espacio con calefacción central (y vecindario octogenario), el paso del agua por la garganta del sediento, la puerta de salida del laberinto a una pesadilla..., y, sin embargo, más que alivio sentí angustia, se me revolvieron las tripas, me fui a la cama con mal cuerpo, falto de oxígeno, con el nudo de una corbata imaginaria estrangulándome. 

Sólo vi los minutos finales –hoy he completado parte de lo no visto-, pero la entrevista con Pablo Iglesias anoche en el canal ‘24 Horas’ de TVE fue lo más parecido a una terapia de choque con descargas de hedionda iracundia sobre el espectador, que no es otro que el ciudadano que con sus impuestos permite que ese canal exista, que su director se permita hacer la pregunta más abominable y abyecta que uno pueda imaginar y que periodistas (¿?) tan satisfechos de sí mismos, y con la misma independencia con la que un pez se mueve fuera del agua, se metan en el bolsillo los presupuestos que no hay para que los trabajadores de la casa hagan simplemente buena radio y televisión (una posibilidad heroica y abocada hoy, en muchos casos, prácticamente a la indigencia).


Postergada hasta que no ha habido más remedio, confinada al canal informativo en la noche de menor audiencia de la semana, al comienzo de un puente festivo, con un faldón de inusual en tamaño para ir haciendo circular en paralelo a la entrevista tuits de espectadores –no vaya a ser que a algún espectador le dé por concentrarse en escuchar lo que se dice-, la sola presencia de Pablo Iglesias permitió visualizar como pocas veces la podredumbre de la radiotelevisión pública, incrustada como el moho en los viejos pilares de madera de un muelle veneciano. Cuanto más enRojocía de ira el tal Sergio Martín, más palidecía la noble profesión periodística, ahogada y desprestigiada por la peor ralea empresarial en el ámbito privado, sepultada en el servilismo político-económico más ruin en el público, y siempre con la connivencia mayoritaria de trabajadores medrosos ante las consecuencias de la noble disidencia. 

Tan sólo un momento de lucidez adecentó el papelón del tal Sergio Martín cuando, después de excretarle a Iglesias un “enhorabuena” por la salida de presos de ETA de la cárcel, advirtió, no sin cierto apuro: “Estamos completamente fuera de tiempo”. Yo no lo hubiera expresado mejor. 

Carlos Pérez Cruz



Adenda: Momento estelar, para quien esto escribe, fue la intervención de un tal Antonio Papell quien, a punto de finalizar la entrevista, se dirigió a Iglesias en estos términos: “Viendo que la universidad está como está, absolutamente corrompida, con un clima oligárquico, de descomposición, ¿por qué no han empezado haciendo la revolución en la universidad para cambiarla en lugar de meternos a todos en el follón en el que nos están metiendo?”. 

Una propuesta política es un “follón” (no una opción) en el que “nos están metiendo” (como si no fuéramos libres de elegir votarla o no; como si proponer opciones resultara un desacato al buen orden… establecido). Dicho de otra manera, el paternalismo propio de las élites de este país: tú déjanos a nosotros, que de esto no sabes… chaval. Canguelo en las poltronas.
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