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domingo, septiembre 30, 2012

Todos los caminos están cerrados (Capítulo 2)

Contenidos del segundo programa de Todos los caminos están cerrados:

Viaje a Belén y visita a la Basílica de la Natividad. Ambiente en los exteriores: música y baile en la Plaza Manger frente al Bethlehem Peace Center. Visita al proyecto 'Tent of Nations' y encuentro con la familia Nassar, que vive allí desde 1916 y está siendo acosada por los asentamientos israelíes que rodean su espacio. La música del conflicto: Gilad Atzmon, Robert Wyatt y Ros Stephen.


Amplía la información sobre este programa y el viaje en el blog de Todos los caminos están cerrados.

domingo, septiembre 23, 2012

Muros

Muro de Berlín, Noviembre 2009 (Foto: Carlos Pérez Cruz)
Muro en Belén, Agosto 2012 (Foto: Carlos Pérez Cruz)

Regalo de un tarde de domingo (otoñal)

Fotografía: Carlos Pérez Cruz
Imagen tomada la tarde del 23 de septiembre de 2012 en Iruñea - Pamplona. El sol se abre un hueco entre las nubes y la lluvia estalla en arco iris durante apenas un par de minutos. La felicidad fugaz y frugal.

miércoles, septiembre 19, 2012

Blog sobre mi viaje en Palestina


Se hace saber que desde hace unos días he abierto un blog en el que iré recopilando los programas de radio, textos y fotografías de mi reciente viaje a Territorios Ocupados Palestinos. Espero contar también con la participación de mis compañeras de viaje. De momento hay un primer programa para su goce y disfrute con las primeras experiencias del viaje documentadas y reflexionadas.

Están ustedes invitados a Todos los caminos están cerrados.

martes, septiembre 18, 2012

El Al, compañía israelí de violación


Se sorprende Lucía del celo con que preservo de la indiscreción mi vida privada. Ella, que lo sabe casi todo. Conforme más se desparraman las vísceras íntimas del personal en el mundo digital, más precavido soy al respecto. No es una reacción frente a la modernización (yo, que vivo en ella por necesidad), es simple respeto a uno mismo y a las personas que dan vida a ese ámbito privado.

Hace unos días, en uno de esos raros zapeos televisivos que me concedo, la televisión pública española daba “noticia” de una fotografía que una conocida cantante (¿?) pop había publicado en la red. La “particularidad” radicaba en que era (presuntamente) una fotografía que se había realizado ella misma recién levantada de la cama (no se lo cree ni ella), ese momento en que se es menos reconocible incluso para uno mismo (o quizá el momento donde más reconocibles resultamos y, por lo tanto, más nos detestamos). Más allá del ridículo de que algo así ocupe a un medio de comunicación (más si cabe, público), ¿por qué habría de interesarnos la pose de nadie en semejante coyuntura? Quizá podamos fantasear sobre ello pero las fantasías, una vez violada su categoría de abstracción imaginaria, suelen desvanecerse con la misma apatía de un cuerpo después de culminar el sexo.

¿Sueñan, fantasean y se masturban los disciplinados currelas de El Al con las vidas privadas que roban a sus clientes? Puede que acaben tan hastiados como el barman que tiene que soportar los reproches de vidas ajenas, todas tan insoportablemente comunes. Tal vez en el plus de esa misión patriótica, de esa avanzadilla militar en el extranjero con la colonización de los aeropuertos, encuentren el grado de excitación necesaria para mantener activa la tensión laboral y, por ende, íntima. ¿Nos imaginaría en plena faena a Lucía y a mí ese cuerpo de apariencia femenina embutido en el disfraz de azafata de avión que trataba de sonsacar nuestras presuntas contradicciones?

Con dos o tres esputos inquisitoriales logró saber que llevábamos juntos tres años, uno compartiendo piso. Lástima que fuera mentira. Yo, que soy tan malo en la mentira, fui premiado con un proceso “normal” de facturación y acceso al avión. Sin embargo, otro cuerpo de apariencia femenina, esta vez en Tel Aviv, me castigó con la retención del pasaporte pese haber dicho la verdad: el nombre de mi padre y de mi abuelo paterno.

Ha calado tan hondo el discurso del miedo en nuestra sociedad que aceptamos desnudar nuestra intimidad mental y física (este segundo premio no me fue concedido – sí a otras compañeras de viaje - por el amable y severo personal israelí) en nombre de una seguridad que devora lo poco de nosotros que permanece incógnito para los demás. ¿En calidad de qué, con el permiso de quién, bajo qué concepto, debo nadie contestar sobre su vida privada por “motivos de seguridad”? ¿Qué derecho tiene El Al de interrogar en suelo extranjero cuando ni siquiera se ha llegado todavía al mostrador de facturación?

¿Me puede mostrar una foto de su pareja recién levantada que demuestre que son, en verdad, pareja?  

Todo llegará. Todo sea por "motivos de seguridad". ¡Que vuele Chenoa!

© Carlos Pérez Cruz

jueves, septiembre 13, 2012

Entrevista sobre mi viaje a Palestina (Radio Euskadi)

Un agricultor explica las dificultades del acceso a sus terrenos.
En Crónica de Navarra, la desconexión para Navarra de Radio Euskadi (EiTB), me han hecho una breve entrevista sobre la experiencia de mi reciente viaje a Palestina. En ella he recogido los testimonios de Juani (miembro de los Health Work Committees) y de un agricultor cuyos terrenos quedan al otro lado del muro que construye Israel:





El ritmo de la cancha (Jacobo Rivero)


Jacobo Rivero y Carlos Pérez Cruz
© www.elclubdejazz.com

 
El pasado 4 de junio recibí un mensaje en la cuenta de Twitter de mi programa de radio de un tal Jacobo Rivero que decía: “Por si os interesa, un libro que pone en comunicación el basket con el jazz”. Para mí, dedicado al jazz en cuerpo y alma y amante del baloncesto por encima de cualquier otro deporte, era una tentación. Pero fue pasando el tiempo y yo sin el libro.

Hace un mes la selección española de baloncesto disputó la final de los Juegos Olímpicos de Londres contra Estados Unidos. En plena euforia por el partido disfrutado me acordé de Jacobo y mantuvimos un intercambio de mensajes. Le pregunté: ¿Qué música le pondrías al partido? Y contestó que el disco del concierto de Eric Clapton con Wynton Marsalis, reflejo, según él, de la excelencia de ambos equipos y de lo que transmiten cuando se enfrentan. Y yo seguía sin el libro.

El miércoles 22 de agosto, hace hoy tres semanas, el programa Carne Cruda de Radio 3, del que he sido colaborador y oyente adicto, emitió una entrevista con Jacobo para presentar El ritmo de la cancha. Cuál fue mi sorpresa que, al poco de empezar el programa, Jacobo mencionó Palestina como uno de los lugares en los que había encontrado las historias que ahora forman parte de su libro. La sorpresa tenía su razón en que justo al día siguiente yo iba a viajar por primera vez a Palestina. Pero no sólo fue esa la sorpresa, sino que lo que podía parecer a priori un libro sobre baloncesto se tornaba en un libro de Historia e historias con la excusa de la pasión por este deporte, firmado por quien está unido a él como entrenador. Además resultó ser un periodista implicado y relacionado con medios como el periódico Diagonal o actualmente el canal televisivo TeleSur.

En cuanto acabó la emisión de Carne Cruda me puse en contacto con él y al día siguiente nos cruzamos por primera vez en un breve encuentro en la estación de Atocha de Madrid. Por fin tenía el libro. Lo que no tuve, al menos durante dos semanas, fueron las condiciones adecuadas para leerlo. Palestina y las consecuencias de la atroz ocupación israelí le dejan a uno sin respiro. Así que hasta el viaje de vuelta, en el vuelo entre Tel Aviv y Madrid, no empecé la lectura. Y menos mal que tenía el libro de Jacobo, porque si tengo que entretenerme con la revista de la compañía aérea israelí quizá hubiera empezado en ese avión la tercera intifada.

Poco importa lo que yo pueda opinar pero confieso que el libro me ha gustado. Me ha gustado porque tiene algo para mí fundamental y sobre lo que el propio Jacobo reflexiona en la introducción a partir de unas palabras de David Simon, el creador de The Wire o Treme, en las que dice: “Las noticias, cuando ocurren, te obligan a contar de inmediato lo que ha pasado, aun sin entender nada. Es inevitable, la superficialidad inicial es un mal intrínseco al periodismo. Pero el error es no profundizar después y, desafortunadamente, los periodistas cada vez  profundizan menos, no regresan a la noticia”. Y Jacobo vuelve a la noticia para indagar y profundizar en los condicionantes de esa noticia. Para ensanchar los estrechos márgenes de lo que en un momento fue actual y fugaz pero que, visto en perspectiva, es algo mucho más grande. Son historias minúsculas que nos permiten entender la gran Historia.

Permitidme que me acoja al capítulo palestino del libro por una cuestión de afecto personal en este momento. Jacobo nos cuenta la experiencia que llevó a un equipo de la cantera del Estudiantes a Palestina, a jugar un partido en Hebrón. Por cierto, que fuera Estudiantes el equipo que fuera allí tiene poco de casual, si miramos la indumentaria de la Demencia. Lo único que no nos cuenta Jacobo es quién ganó el partido allí ni quién lo hizo en Madrid cuando los palestinos devolvieron la visita (aunque he estado indagando y en Hebrón os metieron una paliza importante). ¿Cuál era la verdadera noticia? Desde luego no el resultado y sí, entre otras cosas, el descubrimiento palestino de los chavales del Estu. El contraste entre lo que creían saber sobre Palestina y lo que en verdad era. "¡Son como nosotros!", exclamó uno de los jugadores de Estudiantes (¡Ah! Qué gran y difícil descubrimiento ese).

Jacobo aprovecha la experiencia deportiva para contarnos cómo se vive en Cisjordania hoy. El baloncesto es la excusa, pero también la razón que nos permite conocer de primera mano la vida bajo la ocupación israelí y entender qué implica: “El muro separa todo. Incluso el deporte en Palestina está separado. Nuestros equipos están incomunicados: así es imposible organizar un buen campeonato o un buen torneo. A veces, para jugar un partido, tenemos que pasar tres o cuatro checkpoints. Nos tenemos que levantar muy temprano porque podemos tardar cinco horas en llegar. Cuando llegamos, estamos muy cansadas y es difícil jugar bien”, cuenta Nour Nabulsi, jugadora de un equipo de Ramallah, según recoge Jacobo en su libro. Rara vez la información convencional nos permite pensar en esa vida cotidiana, la que de veras afecta a quienes, en palabras del jugador de Estudiantes, “son como nosotros”.


Inauguración del pabellón de Hebrón (Palestina)
©
www.clubestudiantes.com

“Los jóvenes deportistas madrileños señalaban lo diferente que les resultaba la imagen que tenían de los territorios palestinos por los medios de comunicación y la que percibían estando allí. Una anomalía que demuestra, por un lado, que hay un déficit informativo (los medios no transmitimos lo que luego la gente ve sobre el terreno) y, por otro, que el deporte puede ser un vehículo excelente de encuentro al tratarse de un lenguaje común desde el que entendernos”. Esta es una reflexión de Jacobo que viene recogida en el anexo del libro, el texto de una conferencia que dio en Colombia. Un toque de atención a los vicios del periodismo de rueda de prensa y notas oficiales.

En El ritmo de la cancha hay partidos, campeonatos, jugadores… Son sus historias las que nos permiten llegar a las de cualquier persona en circunstancias extremas, las que a través del “lenguaje común” que es el deporte, según Jacobo, nos permiten conocer, por ejemplo, qué implica ser mujer en Somalia. Y la que nos muestra, en ese caso en concreto, que el deporte no es sólo competición de élite y de éxitos, sino un horizonte de esperanza en situaciones límite.

Yo me he concentrado en el capítulo palestino porque todavía siento mi viaje a flor de piel. Pero  al igual que uno puede llegar a comprender la dureza del día a día en Palestina gracias a una experiencia de baloncesto, en El ritmo de la cancha se encuentra la historia de la guerra de los Balcanes y el terrible asedio de Sarajevo contada mediante la tremenda odisea de un grupo de jugadores que consiguió escapar del asedio para competir en un campeonato europeo. Hay espacio también para la reflexión sobre el fanatismo patriótico a partir del amargo trago que tuvo que pasar una jugadora que daba la espalda a la bandera USAmericana cuando sonaba el himno antes del partido (y de paso descubrir por qué y cuándo se empezó a interpretar el himno en cada partido de cualquier competición en Estados Unidos). En El ritmo de la cancha se viaja también al Berlín de los Juegos Olímpicos del nazismo o a la Filipinas de Ferdinand Marcos y el mundial de 1978, para entender cómo las dictaduras utilizan el deporte en su propio beneficio (pero también para vivir – casi como si de un directo se tratara – la rivalidad deportiva entre la Yugoslavia de Tito y la Unión Soviética de Brézhnev). El ritmo de la cancha nos habla también del baloncesto como vía de escape a la dictadura en Argentina. O como espacio de relación en los barrios más duros de Caracas. También nos habla del descenso a los infiernos de la droga de quienes tocaron la fama, o explica por qué se celebró un Europeo de baloncesto en Egipto y cómo es posible que Egipto fuera un campeón europeo. E incluso en este libro he descubierto que uno de los personajes más simbólicos de la gran serie The Wire lleva el nombre de quien fuera el primero de los jugadores negros en jugar un All Star de la NBA y primer pinchadiscos negro en San Francisco.

Seguramente los periodistas tenemos mucha responsabilidad en el rechazo que gran parte de la población siente por el deporte, y no hay más que mirar las portadas diarias de la prensa deportiva o los espacios radiofónicos y televisivos. Un libro como éste es el de alguien que dignifica el concepto de periodista deportivo, alejado como está del infantilismo fanático que lo caracteriza. Sin embargo, sería un error rechazar la información deportiva por frívola, aunque mayoritariamente lo sea. No subestimemos el deporte como vía para el conocimiento. Sin ir más lejos, yo he estudiado geografía como seguidor del Barça.

He comentado que Jacobo se puso en contacto conmigo haciendo referencia a la relación que había en su libro entre el baloncesto y el jazz. Y dice en la contraportada que su aspiración es que los relatos de este libro suenen a algo parecido al jazz. Es verdad que el baloncesto y el jazz comparten muchas de sus características. Que el juego en equipo es tan importante sobre el escenario como la capacidad de improvisación para desatascar una jugada. Además, en inglés la palabra “play” sirve lo mismo para echar unas canastas que para tocar la trompeta. La formación de un instrumentista exige muchas horas de soledad, como las que imagino habrá pasado Jacobo en la escritura del libro. Y no creo que sea muy diferente la sensación de quien dispone de la última bola del partido y le hacen un aclarado para que se la juegue, que la de un músico cuando comienza a improvisar o la de un escritor cuando se enfrenta al papel sobre el que va a recomponer todo lo vivido.

Hay una cosa que las presentaciones de libros comparten con un concierto e incluso con un partido de baloncesto. En la música existen los teloneros, que no deben restar protagonismo a la estrella. Y en el baloncesto, cuando llegan los minutos claves, se la tira el jugón. Así que acaba aquí mi función de telonero que ha servido para hacerte un aclarado sobre la cancha de esta librería. Ahora te toca a ti jugártela ante el respetable.

© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com 


Carlos Pérez Cruz y Jacobo Rivero con el equipo de 'La Hormiga Atómica'
©
www.elclubdejazz.com

*Texto de la presentación del libro en la librería La Hormiga Atómica de Iruñea - Pamplona (c/Curia, 4) el 12 de septiembre de 2012.

El ritmo de la cancha está publicado por 'Clave Intelectual'

lunes, septiembre 10, 2012

Siempre

Siempre es una palabra muy fuerte. Quizá tanto como odio. Ambas hay que usarlas con mesura y, sobre todo, con la convicción de que casi nunca algo es para siempre ni merece nuestro odio. Que un ministro nos pida que hagamos turismo “siempre” en España, en vez de salir al extranjero (donde, al loro, ¡hay mosquitos!), es como para desear que nuestros dirigentes se vayan para siempre antes de que el odio nos ciegue y nos dé por levantar una contra-inquisición o afilar las cuchillas de la guillotina.

Las palabras de José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo, compiten con su estudiada (¿?) estupidez por un puesto en el podio de sandeces patrióticas. Hay atasco, bien es sabido, pero al leer las del ministro no pude dejar de sentir un tufillo franquista a la altura de los baños de Palomares, y aquella era de medalla de oro e himno con mano en el pecho. Si no salimos de España, terminaremos por reproducir la conversación de El viento de la luna de Antonio Muñoz Molina, en la que la tía del protagonista le pregunta a su novio quién es ese presidente Kennedy.
-         El de Estados Unidos, el que más manda en el mundo.
-        ¿Más que Franco?

jueves, septiembre 06, 2012

Aterrizaje

Fotografía: Carlos Pérez Cruz

Euforia. Libertad. Aire que respirar. Son palabras, sensaciones y emociones que se me vienen a la cabeza cuando recuerdo el momento en que ayer crucé la puerta de salida del avión de El Al, que aterrizó en Madrid procedente de Tel Aviv. Nada que ver con el alivio lógico de abandonar la nave después de un largo viaje. Había en ello algo más. Al traspasar esa puerta dejaba atrás un Estado de paranoia, de violencia invisible si no fuera por el intimidante recibimiento armado en las cercanías del aeropuerto israelí.

He estado dos semanas en Palestina. He compartido con otras nueve personas un viaje de intensas emociones para conocer in situ una realidad que supera todas las expectativas, que sitúa en términos de injusticia suprema la situación de un pueblo al que están borrando del mapa, al que están estrechando su espacio vital para tratar de hacer imposible su existencia. Israel ha encontrado la fórmula. Ha puesto silenciador a su arma de destrucción masiva para que la muerte lo sea por agotamiento, por falta de aire, agua y espacio. Ha reciclado la vía directa de la guerra por una ocupación que evoluciona como un cáncer lento e irrefrenable en el interior del cuerpo palestino, al que se le están muriendo poco a poco sus órganos vitales y al que oprime una camisa de fuerza con forma de muro que estrecha cada vez más el espacio.

Dos semanas no son nada en el tiempo de la historia (aunque a Israel le bastaron seis días para cambiar el mapa). Es imposible llegar a captar todos los matices que dan forma y profundidad a este cuadro atroz, pero sí permiten una aproximación a una situación que es casi imposible de comprender desde la distancia. Haber viajado allí, haber visto con los propios ojos y escuchado con los propios oídos ha sido una experiencia de dimensiones personales que todavía soy incapaz de evaluar. La alegría de ayer se combina con la congoja emocional del recuerdo todavía humeante; la incapacidad - si no es forzosa - de hacer hoy la misma vida que hacía tan sólo dos semanas atrás. Son muchos los recuerdos, los testimonios, las indignaciones y frustraciones de impotencia y... sin embargo. Ellos ríen más cuanto menos respiran y dan la mano cuando se la cortan. Son un ejemplo que dinamita (con perdón) todas las convenciones que nos impone la condescendencia occidental.

A lo largo de los próximos días trataré de poner en orden las notas, los sonidos, las conversaciones y toda la memoria y reflexión de este viaje para compartirla con quienes queráis verla, leerla y escucharla. Sé que es imposible aspirar a que mi trabajo logre comunicar la vivencia directa de esta aberración que nace de lo peor del ser humano y que, como una paradoja de nuestra propia condición, logra impulsar lo mejor y más hermoso de mucha gente. Lo intentaré. Todavía no sé muy bien la forma ni el lugar (o lugares) en que lo haré pero mi compromiso es contarlo y documentarlo. Nada cambiará que lo haga o no. Uno no deja de ser una insignificante gota de agua en la inmensidad del océano. Pero por poca cosa que parezca una gota, lo terrible sería dejar de serlo.
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