Kevin Shea, Peter Evans, Moppa Elliott y Jon Irabagon
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Yo no estuve allí porque
cuando se produjo aquella revolución mis padres empezaban a
gatear o incluso estaban por nacer. De entonces a mi llegada a
este mundo, el jazz fue viviendo todas sus (r)evoluciones, las
que han ido dando forma al árbol cronológico asumido. Ya saben,
la rama del be bop, la del hard bop, la del free, el jazz-rock
eléctrico… Desde los ochenta ya no está tan claro qué ha pasado
o, al menos, no hay tanto consenso. De la copa del árbol han
brotado tantas ramas y en ellas tantos capullos diferentes que
desde abajo es difícil definir con claridad sus formas. Pocos
son los que se atreven a subir allí a ver lo que hay.
No sé qué caras pondrían, qué sensaciones tendrían, aquellos que tuvieron el privilegio de asistir a la (r)evolución huracanada de los Parker, Gillespie y compañía, pero creo que puedo hacerme a la idea. Pude hacerme a la idea en Madrid después de escuchar el quinteto de Peter Evans y pude hacerme una idea anoche en Donostia, después de volver a escuchar a Mostly Other People Do The Killing. Si aquello que tuvo su fundación en los años cuarenta fue la aceleración de las partículas del jazz, lo que hace este cuarteto es atomizarlas y alucinarlas hasta extremos inauditos.
Durante diez años, MOPDTK ha ido podando todas las ramas de ese árbol tradicional y las ha reducido a serrín, que recogen, mezclan y compactan (y vuelven a reducir a serrín). Con un dominio técnico insultante, con un profundo conocimiento de la tradición, han recogido los elementos que han hecho mundial (y minoritario) el jazz y, como malabaristas de lo imposible, han empezado a juguetear con ellos, a pasárselos entre los cuatro como si aquello con lo que juegan tuviera la ligereza de una pluma, para arrojárselo al espectador con la consistencia y la contundencia de un izquierdazo directo a los sentidos. ¿Se sentirían así los primeros testigos de los vuelos de ‘Bird’?
No sé qué caras pondrían, qué sensaciones tendrían, aquellos que tuvieron el privilegio de asistir a la (r)evolución huracanada de los Parker, Gillespie y compañía, pero creo que puedo hacerme a la idea. Pude hacerme a la idea en Madrid después de escuchar el quinteto de Peter Evans y pude hacerme una idea anoche en Donostia, después de volver a escuchar a Mostly Other People Do The Killing. Si aquello que tuvo su fundación en los años cuarenta fue la aceleración de las partículas del jazz, lo que hace este cuarteto es atomizarlas y alucinarlas hasta extremos inauditos.
Durante diez años, MOPDTK ha ido podando todas las ramas de ese árbol tradicional y las ha reducido a serrín, que recogen, mezclan y compactan (y vuelven a reducir a serrín). Con un dominio técnico insultante, con un profundo conocimiento de la tradición, han recogido los elementos que han hecho mundial (y minoritario) el jazz y, como malabaristas de lo imposible, han empezado a juguetear con ellos, a pasárselos entre los cuatro como si aquello con lo que juegan tuviera la ligereza de una pluma, para arrojárselo al espectador con la consistencia y la contundencia de un izquierdazo directo a los sentidos. ¿Se sentirían así los primeros testigos de los vuelos de ‘Bird’?
Peter Evans y Jon Irabagon (en la prueba de sonido)
© Carlos Pérez Cruz
Llegaba
uno a Donostia con la sensación de que MOPDTK había dado de sí
todo lo que podía dar y se va con la de que tenían más margen de
evolución del que uno sospechaba. Del
Citius, altius, fortius
olímpico, al más rápido, más alto, más fuerte musical de un
cuarteto cuya veta humorística -forjada más en sus portadas
recreativas y alegría escénica que en una pretensión paródica-
facilita que el público más conservador y alérgico a la
diferencia dé por buenas cosas que (probablemente) negaría en
otro contexto. Así, entre delirios de boppers sometidos a la
aceleración de un video en
time-lapse, MOPDTK cuela momentos de verdadera exploración tímbrica y sensorial que
llevan al espectador a grados de excitación casi insoportable,
como cuando, en su (más difícil todavía) versión de
A night in Tunisia,
Jon Irabagon y Peter Evans se entrelazaron en un duelo
circular y mecánico de sopranino y trompeta (al que se sumaron
parcialmente Moppa Elliott y Kevin Shea), para crear una masa
sonora casi industrial o incluso, por el contrario, mucho más
próxima en su brutal primitivismo a una cierta antropología
orientalista que la del original de Gillespie y Paparelli.
Peter Evans y Moppa Elliott
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Hay en
la propuesta musical de MOPDTK una saludable actitud de
irreverencia sobre una historia a la que, de esta manera,
reverencian. Lejos de la cancerígena sacralización por réplica,
el cuarteto recupera lo que alguna vez hizo del jazz algo
realmente excitante y retador, porque lo ya inventado les sirve
para que sea reinventado, lo ya formado para que sea deformado y
expuesto de forma multiforme. Si en algún momento uno cree pisar
territorio conocido, una señal imperceptible al ojo y
extremadamente sutil al oído desvía el camino de los cuatro por
veredas que jamás aceptan el cemento uniformador. Si hay acceso
a la autopista, ellos toman la secundaria (aunque por ella
conduzcan a velocidades susceptibles de retirada del carnet),
porque, como dejó por escrito Moppa Elliott, “en vez de hacer
música que encaje con alguna
tradición artificial del jazz o hacer música que rechace por
completo el jazz, prefiero hacer música que utilice la crisis de
identidad del jazz contra ella, creando tantas asociaciones
musicales absurdas como sea posible para crear música que sea
consciente de sus propias inconsistencias, ironías y
contradicciones y así le guste ser”.
Peter Evans y Kevin Shea
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)
Diez
años después de iniciada esta aventura, de exponer premisas y
llevarlas adelante con todas sus consecuencias, de asumir el
inhóspito compromiso con la creatividad, el cuarteto se enfrenta
a un futuro próximo incierto: Peter Evans dejará próximamente la
banda, que pasará a contar con un pianista (Ron Stabinsky) en su
sustitución. La mutación será inevitable. El insólito
trompetista (insisto: no hay trompetista que toque en el mundo
como él y –creo que- el mundo todavía no se ha dado cuenta) es
responsable en gran parte del genial contorsionismo de la música
de MOPDTK. Increíble su capacidad para propulsar con su fraseo,
con su juego de golpeo y deformación tímbrica de una columna de
aire jamás interrumpida, cambios de tempo y dinámicas; increíble
su capacidad para inventar
nuevos sonidos con el instrumento, al que es capaz de convertir
en motor, acelerando la tensión armónica mediante el ascenso por
imperceptibles microtonos (gracias a su dominio de la
respiración circular, la estudiada combinación de diferentes
posiciones de los pistones y al uso de las bombas de afinación).
Todo en Peter emana de forma natural, aunque las consecuencias
están más próximas a lo paranormal que a fenómenos racionales.
Virtudes extraterrestres que (sorprendentemente) no sepultan la
brillantez de sus compañeros, aunque quizá limiten la percepción
del nivel de virtuosismo de un saxofonista tan magnífico como
Jon Irabagon, la espasmódica inteligencia del baterista Kevin
Shea o la cordura (hasta donde le es posible) del contrabajista
(y padre de la criatura) Moppa Elliott.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en la web de www.elclubdejazz.com
Publicado originalmente en la web de www.elclubdejazz.com
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