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jueves, febrero 20, 2014

Mostly Other People Do The Killing (Victoria Eugenia Club, Donostia-San Sebastián - 19/02/2014)


Kevin Shea, Peter Evans, Moppa Elliott y Jon Irabagon
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

Yo no estuve allí porque cuando se produjo aquella revolución mis padres empezaban a gatear o incluso estaban por nacer. De entonces a mi llegada a este mundo, el jazz fue viviendo todas sus (r)evoluciones, las que han ido dando forma al árbol cronológico asumido. Ya saben, la rama del be bop, la del hard bop, la del free, el jazz-rock eléctrico… Desde los ochenta ya no está tan claro qué ha pasado o, al menos, no hay tanto consenso. De la copa del árbol han brotado tantas ramas y en ellas tantos capullos diferentes que desde abajo es difícil definir con claridad sus formas. Pocos son los que se atreven a subir allí a ver lo que hay.

No sé qué caras pondrían, qué sensaciones tendrían, aquellos que tuvieron el privilegio de asistir a la (r)evolución huracanada de los Parker, Gillespie y compañía, pero creo que puedo hacerme a la idea. Pude hacerme a la idea en Madrid después de escuchar el quinteto de Peter Evans y pude hacerme una idea anoche en Donostia, después de volver a escuchar a Mostly Other People Do The Killing. Si aquello que tuvo su fundación en los años cuarenta fue la aceleración de las partículas del jazz, lo que hace este cuarteto es atomizarlas y alucinarlas hasta extremos inauditos.

Durante diez años, MOPDTK ha ido podando todas las ramas de ese árbol tradicional y las ha reducido a serrín, que recogen, mezclan y compactan (y vuelven a reducir a serrín). Con un dominio técnico insultante, con un profundo conocimiento de la tradición, han recogido los elementos que han hecho mundial (y minoritario) el jazz y, como malabaristas de lo imposible, han empezado a juguetear con ellos, a pasárselos entre los cuatro como si aquello con lo que juegan tuviera la ligereza de una pluma, para arrojárselo al espectador con la consistencia y la contundencia de un izquierdazo directo a los sentidos. ¿Se sentirían así los primeros testigos de los vuelos de ‘Bird’?


Peter Evans y Jon Irabagon (en la prueba de sonido)
© Carlos Pérez Cruz

Llegaba uno a Donostia con la sensación de que MOPDTK había dado de sí todo lo que podía dar y se va con la de que tenían más margen de evolución del que uno sospechaba. Del Citius, altius, fortius olímpico, al más rápido, más alto, más fuerte musical de un cuarteto cuya veta humorística -forjada más en sus portadas recreativas y alegría escénica que en una pretensión paródica- facilita que el público más conservador y alérgico a la diferencia dé por buenas cosas que (probablemente) negaría en otro contexto. Así, entre delirios de boppers sometidos a la aceleración de un video en time-lapse, MOPDTK cuela momentos de verdadera exploración tímbrica y sensorial que llevan al espectador a grados de excitación casi insoportable, como cuando, en su (más difícil todavía) versión de A night in Tunisia, Jon Irabagon y Peter Evans se entrelazaron en un duelo circular y mecánico de sopranino y trompeta (al que se sumaron parcialmente Moppa Elliott y Kevin Shea), para crear una masa sonora casi industrial o incluso, por el contrario, mucho más próxima en su brutal primitivismo a una cierta antropología orientalista que la del original de Gillespie y Paparelli.


Peter Evans y Moppa Elliott
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

Hay en la propuesta musical de MOPDTK una saludable actitud de irreverencia sobre una historia a la que, de esta manera, reverencian. Lejos de la cancerígena sacralización por réplica, el cuarteto recupera lo que alguna vez hizo del jazz algo realmente excitante y retador, porque lo ya inventado les sirve para que sea reinventado, lo ya formado para que sea deformado y expuesto de forma multiforme. Si en algún momento uno cree pisar territorio conocido, una señal imperceptible al ojo y extremadamente sutil al oído desvía el camino de los cuatro por veredas que jamás aceptan el cemento uniformador. Si hay acceso a la autopista, ellos toman la secundaria (aunque por ella conduzcan a velocidades susceptibles de retirada del carnet), porque, como dejó por escrito Moppa Elliott, “en vez de hacer música que encaje con alguna tradición artificial del jazz o hacer música que rechace por completo el jazz, prefiero hacer música que utilice la crisis de identidad del jazz contra ella, creando tantas asociaciones musicales absurdas como sea posible para crear música que sea consciente de sus propias inconsistencias, ironías y contradicciones y así le guste ser”.


Peter Evans y Kevin Shea
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

Diez años después de iniciada esta aventura, de exponer premisas y llevarlas adelante con todas sus consecuencias, de asumir el inhóspito compromiso con la creatividad, el cuarteto se enfrenta a un futuro próximo incierto: Peter Evans dejará próximamente la banda, que pasará a contar con un pianista (Ron Stabinsky) en su sustitución. La mutación será inevitable. El insólito trompetista (insisto: no hay trompetista que toque en el mundo como él y –creo que- el mundo todavía no se ha dado cuenta) es responsable en gran parte del genial contorsionismo de la música de MOPDTK. Increíble su capacidad para propulsar con su fraseo, con su juego de golpeo y deformación tímbrica de una columna de aire jamás interrumpida, cambios de tempo y dinámicas; increíble su capacidad para inventar nuevos sonidos con el instrumento, al que es capaz de convertir en motor, acelerando la tensión armónica mediante el ascenso por imperceptibles microtonos (gracias a su dominio de la respiración circular, la estudiada combinación de diferentes posiciones de los pistones y al uso de las bombas de afinación). Todo en Peter emana de forma natural, aunque las consecuencias están más próximas a lo paranormal que a fenómenos racionales. Virtudes extraterrestres que (sorprendentemente) no sepultan la brillantez de sus compañeros, aunque quizá limiten la percepción del nivel de virtuosismo de un saxofonista tan magnífico como Jon Irabagon, la espasmódica inteligencia del baterista Kevin Shea o la cordura (hasta donde le es posible) del contrabajista (y padre de la criatura) Moppa Elliott.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en la web de www.elclubdejazz.com

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