Sede del Errobiko Festibala, a las afueras de Itxassou
(19/07/2012)
© www.elclubdejazz.com
Existen mundos civilizados, pero se
encuentran al otro lado de los Pirineos. Son una barrera
geográfica, pero también mental. Ahora somos los “reyes” del
deporte, pero de la educación, la cultura, el respeto… somos
párvulos en vías de (de)formación. Uno viene de donde viene y se
emociona al encontrar a un director de festival que camina por
entre la gente y se acerca cariñoso a saludar; le asombra que no
haya seguratas que
hagan que aquello parezca un estado de sitio en vez de una
celebración; que el público comparta mesa y mantel en la cena
previa al concierto; que los niños correteen libremente
(¿berrean menos los franceses que los ibéricos?); que los
músicos estén por ahí, se mezclen y sean uno más (porque no
dejan de ser uno más)… En fin, que suceda todo eso que nos hace
parecer personas, seres normales, corrientes y gloriosamente
molientes, en vez de que la escenografía establezca jerarquías
VIP, turista y escoria. Que viajar es cosa buena, que siempre se
puede uno dar cuenta de que un pueblo perdido entre valles no es
sinónimo de palurdismo.
Que al que ordeña las vacas le puede gustar la improvisación de
altos vuelos tanto como al
gafapasta que se bebe la soja. Se llama educación y cultura.
Simplemente. Palurdos
y gafapastas
compartieron tres horas de generoso triple programa inaugural
del Errobiko Festibala. Allá, en Itxassou, un pueblo perdido en
los Pirineos Atlánticos, en la Aquitania francesa.
Exteriores del Atharri, antes del concierto
© www.elclubdejazz.com
El director que saluda es Beñat Achiary, otro
de esos locos maravillosos que brotan felizmente en los ámbitos
de la música libre improvisada. Aquí organiza cada año este
encuentro con la música en estado de libre albedrío (incluye
otras actividades, además de musicales) en un entorno
paisajístico reconciliador y en el que las carreteras ejercen la
selección natural de asistentes. Para llegar, hay que querer ir.
Y en la primera jornada de las cuatro programadas, el frontón
que acoge las actuaciones se adecuó para convertir aquello en lo
más parecido a un anfiteatro abarrotado de fieles en contacto
casi físico con la música. Por la oscuridad de la espera, la
disposición de gradas, los telares negros que marcan el espacio
de actuación, la austera escenografía (por no decir
inexistente), imaginaba que pronto aparecería Raimon o daría
inicio algún mitin clandestino. La llamada inicial de la
txalaparta… pero no, eran cosas de la sugestión escénica. Un
breve e hipnótico aperitivo con tan primitivo instrumento a
cargo de dos txalapartaris (en homenaje a Jesús Artze) como
llamada a escena de un proyecto liderado por el hijo del propio
de Beñat, Julen Achiary. Un festival de cuarto de estar.
Hirualde durante la actuación
© www.elclubdejazz.com
Hirualde es el nombre de un proyecto de música y danza en el que Julen
Achiary determina con las congas la intensidad y el mantra de un
viaje imaginario de lo vasco a lo universal, con melodías del
folclore vasco, referencias a ancestrales cantos afrocubanos e
improvisación abierta de evocación, por momentos, ayleriana y
coltraniana (especialmente en los modos y maneras del
saxofonista Matthieu Lebrun). Jóvenes músicos que interaccionan
con el baile del congoleño Chrysogone Diangouaya, cuya
espasmódica danza es un atractivo que logra compensar los
momentos más tentativos de la música de Hirualde. Quizá se abusa
en exceso del estatismo rítmico, del riff de bajo y percusión
sobre el que Lebrun desarrolla sus solos - especialmente
afortunado con el sopranino - donde intuí en el algún momento
citas al Spiritual de
John Coltrane, al menos su espíritu lo rondaba. Poderoso en la
pegada (Achiary se coordinó perfectamente con la batería de Yann
Renaud), el proyecto alcanzó su cénit con una versión del Banako
de la Ezpata Dantza (Danza de la espada), potenciada por esa
conjunción de batería y percusiones y por la exultante y
visceral improvisación de Lebrun, que alternaba con referencias
directas a la melodía, para referencia emocional del personal.
(Nota: Escúchese la versión que Beñat Achiary grabó en 2007 con
Ramón López y Philippe de Ezcurra en el disco
Avril). En el tema de cierre fue donde Julen - que compaginó la
percusión con el canto durante todo el concierto - encontró la
expresividad vocal de su padre. Esa forma de operística
desgarrada con la que las melodías adquieren una flexibilidad y
una potencia inusuales. Hay relevo para el padre.
Michel Portal 'Spécial Itxassou'
© www.elclubdejazz.com
Beñat se dio el placer de formar un cuarteto
alrededor de una figura legendaria: la del saxofonista y
clarinetista Michel Portal. En su currículo figuran gran parte
de las culpas de la modernidad europea y de su figura de 76 años
emana la energía de un joven airado. Había fascinación en el
ambiente (su natal Bayona está a poco más de veinte kilómetros
de Itxassou) y él respondió con el inconformismo que hace
grandes a los muy grandes. Exigió al cuarteto con una vehemencia
que hubiera aplastado la moral de un debutante. Mirada
penetrante, gestos ostensibles para determinar qué y cuándo,
cómo y por qué. Ahora calla que voy yo, ahora más piano porque
mi cuerpo me lo pide. Una prueba de acción y reacción continua
frente a la responsabilidad de sacar adelante un repertorio nada
complaciente, complejo en estructuras y tempos, de casi
imposible primera vista. A su derecha el fantástico pianista
Bojan Z, frecuente compañero de Portal en los últimos tiempos.
Él tenía ventaja, pero no por ello “perdón” del jefe.
Beñat Achiary se convirtió en sombra de Portal. Su voz se adhirió a la exposición temática del soplador, ya fuera para sumar timbre, ya fuera para crear un fondo en sí mismo (cuando se deshace, la voz de Beñat es más efectiva que un fondo ambiental electrónico). Si su hijo contaba con bailarín para dar expresión visual a la música, él fue la contorsión de los giros y contragiros de la música de Portal que, al menos en parte, era cosecha de su reciente Bailador. Música estructurada a conciencia y, sin embargo, de vuelo libre y espacios abiertos. Siempre viva para que Portal pueda cautivar con uno de los sonidos más hermosos de clarinete bajo. Composiciones con un fuerte sentido melódico – comparte con otro legendario francés, el contrabajista Henri Texier, la habilidad para darles ese toque sentido – pero sustentadas en las bases ferozmente rítmicas (¿bulería, incluso?) de Bojan Z y del siempre vitaminado acompañamiento de Ramón López (¡jamás permitirá que el swing sea sólo ese chin ti chín básico!). Su sólo abierto en Cuba Si, Cuba No dibujó la más amplia sonrisa en el pianista y en el propio Portal… y el delirio colectivo. Ramón es un hombre batería. Como él se mueve, suena. Lo que los pedantes llamamos música orgánica, es él.
Beñat Achiary se convirtió en sombra de Portal. Su voz se adhirió a la exposición temática del soplador, ya fuera para sumar timbre, ya fuera para crear un fondo en sí mismo (cuando se deshace, la voz de Beñat es más efectiva que un fondo ambiental electrónico). Si su hijo contaba con bailarín para dar expresión visual a la música, él fue la contorsión de los giros y contragiros de la música de Portal que, al menos en parte, era cosecha de su reciente Bailador. Música estructurada a conciencia y, sin embargo, de vuelo libre y espacios abiertos. Siempre viva para que Portal pueda cautivar con uno de los sonidos más hermosos de clarinete bajo. Composiciones con un fuerte sentido melódico – comparte con otro legendario francés, el contrabajista Henri Texier, la habilidad para darles ese toque sentido – pero sustentadas en las bases ferozmente rítmicas (¿bulería, incluso?) de Bojan Z y del siempre vitaminado acompañamiento de Ramón López (¡jamás permitirá que el swing sea sólo ese chin ti chín básico!). Su sólo abierto en Cuba Si, Cuba No dibujó la más amplia sonrisa en el pianista y en el propio Portal… y el delirio colectivo. Ramón es un hombre batería. Como él se mueve, suena. Lo que los pedantes llamamos música orgánica, es él.
Michel Portal 'Spécial Itxassou'
© www.elclubdejazz.com
Se las sabe todas Portal y sabe cómo
compensar con su gestualidad y aullidos las carencias de la
falta de ensayo. Que no lo hubo se percibió en algún desajuste
rítmico y en dudas en la estructura. Por algo era el
Spécial Itxassou, un
encuentro único y (quizá) irrepetible. Pero cuando falta el
rodaje también hay ese no
se qué que mantiene despiertos todos los sentidos de los
músicos, lejos de la rutina de
una noche más. Y ya
fuera por eso o por la admirable concentración y entrega del
respetable (seguramente por la suma de ambos factores), hubo
duende y comunión. La felicidad era esto. Y estaba al otro lado
de la muga.
2 comentarios:
me alegras hayas descubierto este festival (no estrictamente jazz). la primera vez que estuve (el siglo pasado!!!!) vi precisamente a portal. tambien vi alli por primera vez el proyecto de ramon lopez con los temas de la guerra civil antes de traerlo a huesca. y coincido con tu apreciacion, en este tipo de festivales (mi tipo de festival) tan importantes son las propuestas como el ambiente. son fiestas del jazz/musica y no macro espectaculos.
Dice Yahvé en su crítica para Gara de los Soul Rebels en Vitoria que los seguratas impedían a la gente bailar en los pasillos. Igualito que en Itxassou.
Ya te contaré lo de Peter Evans ayer y aquello de los festivales como un continuo rodaje publicitario. Peter estaba alucinado con dónde y cómo tenía que actuar. Eso sí, cuando arrancó la moto...
Publicar un comentario