Enrico Rava 'Tribe' (Foto: www.elclubdejazz.com) |
¿Se ha hecho usted la pregunta de
por qué le gusta el jazz? Si es así, responda: porque existen tipos como Enrico
Rava. Así de sencillo. Si atraviesa una crisis de fe, nada mejor que
encontrarse de sopetón con lo que el trompetista y su Tribe han ofrecido en uno de los nuevos escenarios de esta edición
del Jazzaldia donostiarra: el Basque
Culinary Center (¿Quién habló de batalla entre el castellano y el euskera?).
Insisto. En festivales así, lo de menos es la música. Enrico Rava ha estado a
medio centímetro de ser amenización para las hambrientas y sedientas huestes
que se han acercado esta mañana a esta universidad de la sartén. Ha sido
empezar a soplar Rava y el personal se ha puesto a correr de un lado para otro
a por el comercio y el bebercio, que a caballo regalado… ya se
sabe. Así la cosa, uno ha estado a medio centímetro de salir de allí por patas.
Por fortuna, una vez saciada la gula, el personal se ha dedicado a lo que se
supone: a escuchar. Una actitud, una forma de ser, una anomalía.
Si algo caracteriza a Rava es su
sonido: cálido, redondo, flexible. Esta última cualidad me parece esencial para
explicar cómo su soplo se instala como un manto; una fina capa que recubre toda
la música, su forma ascendente y descendente, su accelerando y su ritardando.
La libertad (y habilidad) para manejar los tiempos se traslada a un concepto de
composición abierta, donde no se sabe dónde empieza un solo y termina el otro,
donde las voces se superponen en un juego de diálogos que enriquecen en todo
momento una música, en esencia, vibrante. Se teje sobre unos materiales que no
dejan de ser estructuralmente convencionales. El plus está en que consigue que
todo aquello se multiplique y crezca con una actividad incesante de
acompañamientos improvisados de los unos a los otros y con melodías que se diluyen
en solos y solos que se diluyen en melodías. Jazz que parece liberado de
estructuras, cuando está plenamente dentro de ellas.
Enrico Rava 'Tribe' (Foto: www.elclubdejazz.com) |
La tribu de Rava es la de la
juventud. A excepción de Fabrizio Sferra (1959), el resto de la banda está en su
treintena o en la veintena. Músicos en su adolescencia profesional para alguien
que supera la edad de jubilación (incluso con el incremento de edad de la
reforma laboral). Por fortuna, Rava mantiene sus constantes intactas (o mejora,
desde luego respecto a su paso el año pasado por el festival en aquel ‘Tea for
3’ junto a Dave Douglas y Avishai Cohen). La calidad de su sonido es indudable
e intransferible. Admirable su facilidad para manejarse en todas las tesituras
y acceder a ellas con su característico legato
(su columna de aire viaja con la misma soltura hacia la estrechez de los agudos
y a la amplitud de los graves). Juega permanentemente con el excelente
trombonista Gianluca Petrella, cuya expresividad me recuerda mucho a la de
Glenn Ferris dentro de los proyectos del francés Henri Texier. Incluso la
música en su conjunto me recuerda a algunos proyectos del contrabajista,
especialmente en temas como Choctaw,
una composición de Rava que camina por terrenos modales sobre el impulso
sostenido del plato de la batería y con una melodía – a dúo entre trompetista y
trombonista – con giros melódicos de reminiscencia oriental. Todo ello
complementado por quien ha sido todo un descubrimiento para servidor: el
pianista Giovanni Guidi.
La concepción musical de Guidi
(1985) es ciertamente particular. En ningún momento acompaña de forma ortodoxa,
siempre fragmentaria, al igual que sus solos. Lo mismo calla, que sostiene la
tensión insistiendo sobre los graves, que recorre el teclado de forma
percusiva, que lo trabaja con el mismo lirismo y toque delicado que hace unos
días su compatriota Stefano Bollani en Vitoria. La suya ha sido una aportación
ciertamente particular, tan libre y personal como lo es la música de Rava. Un
solista cuyos silencios daban tanta información como sus torrenciales barridos
del teclado.
Si es verdad aquella sentencia ellingtoniana de que It don´t mean a thing (If it ain´t got that
swing), Rava y Petrella han dado
una lección en escena haciendo caminar a pelo y de forma asombrosa el Art Deco de Don Cherry (¡Atención The Cherry Thing, os han puesto el listón
altísimo para mañana!). Y han compensado la intensidad rítmica – más activa que
en la versión discográfica de ECM - y la incitación al baile (incluido un bis
algo descafeinado pero resultón con el Quizás,
quizás, quizás de Osvaldo Farrés) con baladas de cine negro como Tears for Neda.
Si en el Basque Culinary Center se investiga sobre la cocina y se aprende a
gestionar la hostelería, hoy el maestro Rava ha dado una lección de
profesionalidad (el recinto no era el digno de su historia) y de gestión de su
inmensa sabiduría musical. Recetas de jazz con firma de autor para esta
modernidad (¿3.0?), sin necesidad de someter la creación a la (tan fashion) deconstrucción de materiales. Jazz
en ebullición que le deja a uno en estado de liviana felicidad, como tras un
buen chupito de grappa o - por adecuarnos al folclorismo - un buen vaso de
txakoli.
© Carlos Pérez Cruz
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