Titulo con una
risa onomatopéyica porque, de todo lo leído, ninguna expresión explica
mejor que ésta la frivolidad y simpatía con la que algunos asumen la
coacción verbal como algo natural, lícito, divertido incluso (jejej),
para conseguir enterrar una opinión si ésta no se adecúa a su parecer, o
si -se haya leído o no- se refiere a una persona a la que se admira o
con la que se tiene algún tipo de amistad o afinidad (el tradicional
tribalismo y paternalismo mal entendido de este país).
Viene esto a resultas de la calurosa acogida de una crítica firmada por servidor en este medio, de la que dio buena cuenta en estas páginas digitales
Chema García Martínez. No deja de sorprenderme la atención tan
prolongada en el tiempo que están dispensando al asunto (ahí siguen) ni,
por supuesto, el tono general de las intervenciones, muy alejado del de
la crítica en cuestión. Tampoco la capacidad de algunos para leer lo
que no se ha escrito, para interpretar con clarividencia lo que ni
siquiera yo sabía que pensaba, ni para detectar en mí desviaciones que
desconocía padecer. Como se preguntó en su día un colega (y suscribo
palabra por palabra): “¿Cuándo aprenderemos a leer lo que ha dicho el
autor y no lo que creemos que dice o lo que nos gustaría que hubiera
dicho para justificar lo que tenemos ganas de decir?”.
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