Ingebrit Haker Flaten y Mats Gustafsson
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A pesar de que Mats Gustafsson insistió con
cierta vehemencia en aclarar que lo suyo no era un tributo a Don
Cherry (tal y como se había anunciado oficialmente), la voz en
off del festival reincidió en esa idea cuando dio por
finiquitada la actuación de The Thing y Neneh Cherry. Un
finiquito forzoso, tal y como sucedió hace unos días con Marc
Ribot & Los Cubanos Postizos, sin margen para el bis. Un feo
detalle (cuando menos, abrupto) precedido de una apresurada
entrega de flores a la cantante (¿por qué no también a ellos?)
que, vista en perspectiva, era una señal, no un cariño
protocolario. Cherry las recibió como quien no entiende nada. Y
el autor de la entrega voló del tablado con la misma rapidez con
la que apareció.
La puesta en escena, con tres de los improvisadores más viscerales y estimulantes de la música libre improvisada, fue estremecedora. Escuchar sobre uno de los grandes escenarios festivaleros del jazz ibérico la explosión de Mats Gustafsson, Ingebrit Haker Flaten y Paal Nilssen-Love es como ver a la virgen en un prostíbulo. Una alucinación (¿?). Sea como fuere, la carta de presentación fue un ejercicio de purgación auditiva personal después de una semana de excesos musicales (no diré jazzísticos). The Thing es música directa, sin concesiones, sin medias tintas ni disculpe usted, ¿me permite pasar? Pasan y punto. Pusieron en evidencia lo que uno lleva constatando año tras año con desolación en la escena festivalera de nuestro país: los grandes festivales son – para una inmensa mayoría – actos sociales, un ameno pasatiempo. Simple y llanamente, una excusa para tomar algo, charlar, dejarse ver y (ahora) sacar una foto para colgarla en Twitter. Y se ha logrado a base de programar jazz “simpático”, edulcorado, inodoro… Jazz cliché que procura agradar a todo el mundo, cuando esta música desagradó casi siempre a una mayoría. Masas que se acercan también gracias a la generosidad de los festivales – autodefinidos – de jazz para con otros géneros (hay quien me habla de ese “gran músico de jazz”… sí, ese, Antony que tocó en el Kursaal); a la inversa, una quimera. En fin, un estereotipo que difícilmente casa con un Gustafsson en posición de listos, ¡ya!
La puesta en escena, con tres de los improvisadores más viscerales y estimulantes de la música libre improvisada, fue estremecedora. Escuchar sobre uno de los grandes escenarios festivaleros del jazz ibérico la explosión de Mats Gustafsson, Ingebrit Haker Flaten y Paal Nilssen-Love es como ver a la virgen en un prostíbulo. Una alucinación (¿?). Sea como fuere, la carta de presentación fue un ejercicio de purgación auditiva personal después de una semana de excesos musicales (no diré jazzísticos). The Thing es música directa, sin concesiones, sin medias tintas ni disculpe usted, ¿me permite pasar? Pasan y punto. Pusieron en evidencia lo que uno lleva constatando año tras año con desolación en la escena festivalera de nuestro país: los grandes festivales son – para una inmensa mayoría – actos sociales, un ameno pasatiempo. Simple y llanamente, una excusa para tomar algo, charlar, dejarse ver y (ahora) sacar una foto para colgarla en Twitter. Y se ha logrado a base de programar jazz “simpático”, edulcorado, inodoro… Jazz cliché que procura agradar a todo el mundo, cuando esta música desagradó casi siempre a una mayoría. Masas que se acercan también gracias a la generosidad de los festivales – autodefinidos – de jazz para con otros géneros (hay quien me habla de ese “gran músico de jazz”… sí, ese, Antony que tocó en el Kursaal); a la inversa, una quimera. En fin, un estereotipo que difícilmente casa con un Gustafsson en posición de listos, ¡ya!
The Thing & Neneh Cherry
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El
escenario ardía (moderadamente) y el respetable se apagaba (o
buscaba refugio). Sólo algunos muy fieles mantenían el tono. Nos
hemos ido educando en la inocuidad cultural y cualquier
alteración del orden desconcierta. ¡Bien por ellos! Y eso que la
versión de The Thing con Neneh Cherry tiene algo de whisky
rebajado con agua. Y no porque la cantante no le ponga ganas,
pero… Los tres se amoldan a su expresividad y eso implica el
Nilssen-Love más comedido que haya escuchado nunca (¡Increíble!
En algún momento se limitó - ¡incluso! - a mantener el tempo) y
un Gustafsson que, del tradicional (y amenazante) jugador de
rugby neozelandés con el que lo tengo asociado, quedó en
futbolista de gesto búlgaro (léase Stoichkov). Haker Flaten
bastante tenía con amoldarse a su
strange woman, tal y
como Cherry describió el contrabajo “adoptivo” del noruego,
después de que el suyo se lo hubiera extraviado la compañía aérea
Vueling (no sabía yo
de estos fetichismos
libreimprovisatorios de Josep Piqué). Su solo (a solas)
resultó una simbólica paradoja. O de cómo ser miembro de uno
de los grupos más salvajes y ruidistas de la improvisación y
apenas resultar audible entre el
ruidismo del público. Cosas de la Trinidad y de la educación de los trinitarios.
Neneh Cherry
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The Thing, Neneh Cherry y su NO tributo a Don
Cherry resultó básicamente una réplica vitaminada de lo
escuchado en el disco, compuesto de algún original de Cherry (Cashback), de Gustafsson (Sudden
moment) y versiones de The Stogees (Dirt),
Suicide (Dream baby dream)
o Don Cherry (Golden heart,
grabado en 1965 dentro de su suite
Complete communion).
Con mayor espacio para el
salvajismo de The Thing y para la interacción de Cherry con
ellos que en el estudio, pero con la sensación de que el trío
rebaja parte de su esencia al arropar a la cantante
(especialmente Gustafsson, convertido muchas veces en soporte
melódico y rítmico a base de repetitivos riffs, especialmente
con el saxo barítono). Ella combina una excitada puesta en
escena con limitaciones en el rango expresivo, básicamente un
gran monólogo un tanto átono. Por razones de mi inconsciente
que, por lo tanto, desconozco, venía a mi cabeza el nombre de
Jeanne Lee y lo que ella habría podido hacer sobre el rugido
rítmico de The Thing. Pero son cosas del imaginario, y la
realidad es Cherry, que brilla en la actitud pero decae en la
expresividad. A mi lado, dos fans de la sueca algo
desconcertadas por verla en semejante tesitura. Qué difícil es
ser independiente en este mundo.
Youn Sun Nah y Simon Tailleu
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Uno se queda con la efímera alegría de ver
músicos de mundos ajenos a éste en el recinto con más solera del
festival, y a su vez con el regusto agridulce de que haya sido
en su versión más “acicalada”. Adjetivo que bien puede servir
para definir la pulcritud en escena de la coreana Youn Sun Nah,
a quien tuve la oportunidad de escuchar media hora en uno de los
recintos gratuitos del festival. Con un sol justiciero frente a
ella (da no sé qué decir que ella cantaba cara al sol), lo suyo
fue inverso a lo de los nórdicos: descargó la vivacidad de su
grabación. Certificó la sospecha de que en su música no hay gran
espacio para la improvisación y que estamos ante una notable
intérprete, con una preciosa voz capaz de estallar en grito
operístico si es preciso. Pero reproduce. Incluso sus compañeros
(tanto el guitarrista Ulf Wakenius – habitual de los discos de
Nah en ACT – como el acordeonista Vincent Peirani) apenas se
permiten variaciones sobre el tema principal, que no
improvisaciones.
Le tenía ganas a Sun Nah después del hechizo de su último disco, Same Girl, pero su directo (esa media hora, subrayo) no aportó nada en particular en comparación. De la preciosa recreación de My favorite things - acompañada de una kalimba - al vibrante Frevo de Egberto Gismonti (con la que me retiré del recinto) - donde asoma su vertiente más virtuosa y una expresión más jazzística -, el concierto transcurrió con una placidez extrema. Tan calmo como el mar que ella veía desde el escenario y cuyas olas emuló para cerrar con clase la versión de Message in a bottle (Sting), que grabara en el disco Vagabond de Wakenius. En ese tiempo también tuve tiempo de escuchar uno de mis favoritos de Same girl, la versión de My name is Carnival (Jackson C. Frank) y un tema propio de la cantante, Uncertain weather, cuya letra dice: Se acerca tiempo inestable. Sopla viento frío. Cae repentinamente una tormenta con granizo. Las estrellas desaparecen… Y todo eso sin usar gafas de sol.
Le tenía ganas a Sun Nah después del hechizo de su último disco, Same Girl, pero su directo (esa media hora, subrayo) no aportó nada en particular en comparación. De la preciosa recreación de My favorite things - acompañada de una kalimba - al vibrante Frevo de Egberto Gismonti (con la que me retiré del recinto) - donde asoma su vertiente más virtuosa y una expresión más jazzística -, el concierto transcurrió con una placidez extrema. Tan calmo como el mar que ella veía desde el escenario y cuyas olas emuló para cerrar con clase la versión de Message in a bottle (Sting), que grabara en el disco Vagabond de Wakenius. En ese tiempo también tuve tiempo de escuchar uno de mis favoritos de Same girl, la versión de My name is Carnival (Jackson C. Frank) y un tema propio de la cantante, Uncertain weather, cuya letra dice: Se acerca tiempo inestable. Sopla viento frío. Cae repentinamente una tormenta con granizo. Las estrellas desaparecen… Y todo eso sin usar gafas de sol.