Erik Lawrence, Allison Miller y Rene Hart (© Ignacio de Álava Casado) |
Llevaban una media hora de actuación cuando Allison Miller – que
ejercía de maestra de ceremonias – preguntó:
does anybody understand
me? Viniendo de
una jazzista, no es una pregunta baladí. La respuesta fue un
tímido sí por parte de algunos espectadores. Ella se refería,
claro, a si alguien entendía sus explicaciones en inglés (es
tontería gastar saliva si nadie comprende; fue amable al
flagelarse en la autodefinición de
americanos estereotípicos
que no hablan otra cosa que inglés). Aparte de dudas sobre
la comunicación oral, ¿no es esa una pregunta legítima que
pueden hacerse la mayoría de músicos de jazz? ¿Alguien me
entiende?
Más allá de los estereotipos del pleistoceno jazzístico, la mayoría del personal desconoce la realidad del jazz y frunce el ceño ante el primer estímulo disonante. Hay muchos porqués al respecto. Uno de ellos, sin duda, la falta de educación musical, de normalización de la diversidad (lo anormal es la especialización en la mediocridad que vivimos). Así, cualquier propuesta que rompa los estereotipos más primarios suscita recelos. Un trío de saxo, batería y contrabajo despierta, por experiencia, una pregunta básica: ¿Sin piano? ¿Sin guitarra? La ausencia de instrumentos polifónicos (aunque Erik me corrigiera después asegurando que entre él y Rene se genera polifonía), capaces de emitir acordes (a eso me refería, Erik), desconciertan a más de uno. Y eso que tipos como Ornette Coleman lo normalizaron hace más de medio siglo. Así las cosas no hay nada como el directo para desarmar prejuicios. Y a fe que más de uno voló por los aires con la actuación de Honey Ear Trio.
Más allá de los estereotipos del pleistoceno jazzístico, la mayoría del personal desconoce la realidad del jazz y frunce el ceño ante el primer estímulo disonante. Hay muchos porqués al respecto. Uno de ellos, sin duda, la falta de educación musical, de normalización de la diversidad (lo anormal es la especialización en la mediocridad que vivimos). Así, cualquier propuesta que rompa los estereotipos más primarios suscita recelos. Un trío de saxo, batería y contrabajo despierta, por experiencia, una pregunta básica: ¿Sin piano? ¿Sin guitarra? La ausencia de instrumentos polifónicos (aunque Erik me corrigiera después asegurando que entre él y Rene se genera polifonía), capaces de emitir acordes (a eso me refería, Erik), desconciertan a más de uno. Y eso que tipos como Ornette Coleman lo normalizaron hace más de medio siglo. Así las cosas no hay nada como el directo para desarmar prejuicios. Y a fe que más de uno voló por los aires con la actuación de Honey Ear Trio.
Allison Miller, Erik Lawrence y Rene Hart durante la actuación
© Ignacio de Álava Casado
Si en el exterior la noche era de furia y truenos, en el
interior la música fue volcánica. El telón de fondo del
escenario era una cristalera que permitía que a cada golpe de
baqueta de Miller, respondiera la madre naturaleza con
percusivos juegos de luz. La noche era eléctrica y la música
electrizante. Honey Ear Trio es la combinación de tres
personalidades musicales notablemente diferenciadas y
complementarias. La vehemente precisión de la pegada de Miller y
la amplitud sonora y flexibilidad en el discurso del tenor de
Erik encuentran un efectivo intermediario en el contrabajo de
Hart, que en ocasiones jugó con la pedalera para que de su
computadora surgiera algún sutil efecto ambiental, mínimo y
medido. El trío es de naturaleza acústica y el local permitió
además disfrutarlo sin amplificación (obviamente, no en el caso
del bajista).
Al igual que Erik Lawrence se pasea con el tenor mientras toca, el trío se pasea con placidez sobre rítmicas y estructuras que son, no obstante, exigentes. Hart y Miller se miran y se retan en una suerte de concierto paralelo sobre el que Lawrence plantea el suyo. Incluso visualmente hay momentos en que el saxofonista parece un espectro que pasaba por allí (si no fuera porque Rene Hart llegó a mirarlo e inclinarse hacia él, parecería que no lo vieran). No significa que hubiera desconexión, todo lo contrario. Mientras Rene Hart encuentra en esa visualización de sus compañeros una forma de concentración (tal y como confesó en posterior conversación), Lawrence es un pacífico espíritu que se concentra en recoger la energía que emana a sus espaldas y transformarla en un río expresivo que se agita de forma virulenta o se remansa hasta la mínima expresión.
Al igual que Erik Lawrence se pasea con el tenor mientras toca, el trío se pasea con placidez sobre rítmicas y estructuras que son, no obstante, exigentes. Hart y Miller se miran y se retan en una suerte de concierto paralelo sobre el que Lawrence plantea el suyo. Incluso visualmente hay momentos en que el saxofonista parece un espectro que pasaba por allí (si no fuera porque Rene Hart llegó a mirarlo e inclinarse hacia él, parecería que no lo vieran). No significa que hubiera desconexión, todo lo contrario. Mientras Rene Hart encuentra en esa visualización de sus compañeros una forma de concentración (tal y como confesó en posterior conversación), Lawrence es un pacífico espíritu que se concentra en recoger la energía que emana a sus espaldas y transformarla en un río expresivo que se agita de forma virulenta o se remansa hasta la mínima expresión.
Erik Lawrence
© Ignacio de Álava Casado
La
libertad que permite un trío con esta instrumentación (tanto en
cuestiones rítmicas como, por supuesto, armónicas) tiene también
sus presuntas limitaciones (tímbricas y, especialmente para el
espectador, de un asidero tonal más evidente al que agarrarse).
Honey Ear Trio apuesta por una música donde la direccionalidad
melódica tiene especial relevancia y donde la rítmica muta
constantemente en un reto de precisión, dentro de la
flexibilidad general. Si hiciéramos proyección visual de la
música, esta sería un cuerpo que engorda y adelgaza, se estira y
se contrae, a voluntad. El trío se conoce bien (no sólo
comparten esta formación sino que los tres, junto al trompetista
Steven Bernstein, son el proyecto
Hipmotism de Lawrence)
y explora las múltiples aristas de música que puede partir de
una evocación rítmica casi tanguera (Whistle
Stop, de Erik Lawrence), estar sometida a los designios del
saltarín y fragmentario universo de Monk (en
Speak Eddie, homenaje
de Allison al fallecido baterista Eddie Marshall; o en
Six Nettes, única
versión de todo el repertorio: obra y gracia de la saxofonista
Lisa Parrott), deambular por los espacios más etéreos del himno
espiritual “coltreniano” (Spotswood Drive, de Miller, donde la baterista propone un ejercicio
circular con los timbales sobre el que Lawrence va dibujando sus
frases de invocación), encontrar dejes flamencos en el
desarrollo melódico y armónico (¿cadencia andaluza?) de
Weight of action (de
Lawrence, en la que Miller enriqueció la tímbrica rítmica
percutiendo sobre unas campanillas), hacer de la balada pop un
arte crepuscular (en The
Gates de Rene Hart, cuyo final fue un bellísimo y extremo
pianísimo de Lawrence, llevando al límite las posibilidades de
desvanecimiento del instrumento) o dejarse abducir por el
universo folk-rock y soul (tan fructífero para la pegada de la
baterista, poderosa pero llena de virtuosos requiebros) de temas
como el inicial Steampunk
Serenade (título de su único trabajo discográfico, firmado
por Rene Hart).
Allison Miller
© Ignacio de Álava Casado
El entusiasmo del público, la atención modélica de la mayoría de
los presentes, y las posibilidades acústicas de un espacio
perfecto para tocar “a pelo”, facilitaron una inspirada velada
del trío. Hubo algunas dudas en temas todavía en rodaje, pero el
directo es así y como buenos músicos solventaron con gracia y
talento las imprecisiones (mientras Erik Lawrence buscaba – y no
encontraba – los papeles de
Speak Eddie, Allison
se lanzó a tumba abierta junto a Rene en una improvisada
introducción al tema, hasta que Lawrence – impasible en su
infructuosa búsqueda – se subió al tren en marcha). Esa era
antes la gracia de tocar en clubes (como
en su día me comentaba
con cierta nostalgia el difunto Peer Wyboris): poder rodar y
rodar durante días hasta que el público te conocía perfectamente
y los grupos se solidificaban. Pero ya sabemos por Zygmunt
Bauman que nuestra sociedad es líquida.
Allison Miller
© Ignacio de Álava Casado
Dos
viernes consecutivos de Jazz en el Hotel Muga de Beloso (ciclo ‘MugaJazz’) de Iruñea – Pamplona, han sido como un
efecto óptico, un oasis mental para el sediento. La
incertidumbre sobre el futuro de la iniciativa (la incertidumbre
– también líquida - es la única certidumbre de los tiempos que
corren) no es nueva en esta ciudad, siempre ajena a los
circuitos más estimulantes, siempre inconstante para los
proyectos más creativos. Pronto recordaré estas noches como un
sueño, con la duda de si fueron producto de mi imaginación o de
un estado febril a causa de la inanición. Ojalá la medicina de
los hechos sane mi resignación.
Gracias a Ignacio de Álava Casado por la amable cesión de sus estupendas fotografías.
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