(...) Si se acepta algo como una fatalidad del destino o de los dioses,
más aún, si ni siquiera se ha sentido la necesidad de pensar en ellos como
explicación de lo que nos sucede, lo soportamos simplemente, sin rebelarnos; se
vive entonces resbalando sobre los acontecimientos que más nos atañen, que ni
siquiera se nos presentan dibujados, ni siquiera tienen un rostro, una figura
ante nuestros ojos. No ha lugar entonces a la perplejidad. (...)
(...) algo muere en cada crisis. Y aquellos a quienes afecta esta muerte, en lugar de sobrepasarla, la extienden a todo el resto. Es como si los árboles en otoño creyeran que la naturaleza toda muere, en vez de dejar caer las hojas secas y recogerse hacia adentro, en espera de que la savia suba en la primavera siguiente. (...)
(...) Es la raíz anímica del reaccionarismo, causa de esterilidad y de
esa enfermedad que se manifiesta en un constante desdén a todo lo presente. Este
último género de minorías desampara en verdad al pueblo y vive en modo inerte,
que puede tornarse en pleno resentimiento, en una incapacidad para descubrir la
belleza en la vida, en una forma de deserción que puede llegar a la amoralidad,
envuelta a veces, curiosamente, en una rígida moral. (...)
(...) Por medio de la conciencia histórica se podrá ir logrando más
lentamente lo que la esperanza pide y lo que la necesidad reclama. Pues se trata
de todo lo contrario de una 'Revolución', proceso instantáneo con
el cual el hombre occidental ha soñado y querido librarse de la pesadilla
histórica. Porque ha confundido el instante del despertar con la realización. Y
despertar de una pesadilla sucede en un instante, como todos sabemos por
experiencia. Aparece entonces la realidad, la verdadera, encubierta por la
pesadilla en la que surge un monstruo, máscara de la realidad desatendida. (...)
Y este instante, el primero del despertar, es el más cargado de peligro pues se
pasa de sentir el peso del monstruo de la pesadilla al vacío. Es el instante de
la perplejidad que antecede a la conciencia y la obliga a nacer. Y el de la
confusión. Ya que nada azora tanto como encontrarse consigo mismo. (...)
Persona y Democracia, María Zambrano (1958 - Ed. Siruela)
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