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viernes, agosto 20, 2010

Adicción

A quien esto firma le resulta desconcertante que, en dedicándose al descubrimiento y difusión del Jazz, tenga que confesar que el músico y la música que más placer emocional e impacto le han proporcionado en lo que llevamos de año no tienen nada que ver con la estética a la que tantas horas ha dedicado y dedica sus energías. Es más, el firmante empieza a ser consciente de que de seguir enganchado a este músico y su música es posible que bata su propio récord de audiciones de un mismo disco… o dos, en este caso. De momento no le preocupa la adicción (saludable, piensa) pero sí le afecta más saber que no podrá ser renovada. Y es que el músico ha muerto, más bien, se ha suicidado. Y motivos tenía más que suficientes (sabe el escritor que por esta declaración podría ser excomulgado de muchas confesiones… y le da lo mismo) ya que desde los 18 años permanecía en silla de ruedas tras un accidente de tráfico. Las operaciones posteriores a las que se tuvo que someter fueron generando una deuda con la sanidad estadounidense de alrededor de 50000 dólares. Escalofriante. Miserias de un sistema, el de este país, que se define como el de las oportunidades pero que ha dejado morir a un gran creador. Se fue voluntariamente, claro. Se fue siendo él el que debía al país y no el país el que le debía a él.

Sabe el autor de estas líneas que no está el mundo para romanticismos ni utopías así que, al grano. ¿De quién habla? Hablo de Vic Chesnutt. ¡¡¡Ahhhhh!!! Bueno, bueno. ¿Tan evidente era de quién se trata? Yo, sinceramente, hasta después de muerto no le conocí y fue una casualidad (¡no! ¡¡las casualidades no existen!!); mejor dicho, una causalidad: acudir a la proyección de la película documental Empires of tin - llevando al extremo la concisión en la sinopsis: grabación de un concierto con proyecciones en pantalla - del director neoyorquino Jem Cohen hizo que descubriera a un tipo que cantaba sentado en una silla de ruedas al frente de un grupo que en ocasiones parecía de música experimental, ruidista, ¡Free!, y en otras pura canción de autor (¿qué demonios es una “canción de autor”?) que decía cosas como que Faith is the lies we tell and tell ourselves. Life is the lies we tell everybody else. ¡Y además parecía creerse lo que decía! En estado de shock corrí a casa (era febrero, noche heladora) y busqué quién era ese tipo. Dead, my friend. ¡¿Cómo?! Dead, man. Vino el descubrimiento de una vida muy puta que acabó un 25 de diciembre de 2009.

Siempre nos quedará su música: me agarré al estúpido mantra del consuelo en estos casos y compré los dos últimos discos que había grabado para un sello canadiense (Constellation). Desde aquel día, del no tan lejano mes de febrero o marzo en que me llegaron, los dos, North Star Deserter y At the Cut, resuenan de forma compulsiva en mis oídos. Para mí forman un totum revolutum que no quiero deshacer así que, lo siento, los dos me parecen básicos para poder mantener constantes mis vitales. He traducido sus letras (hay acidez, hay sentido del humor, hay dulzura, hay vida… muy jodida) pero no es necesario descifrar cada palabra para sentir en lo más profundo un dolor extremadamente placentero producto de una voz y una dicción que, para mí, no tienen semejante; resultado de una compañía instrumental que se endurece con músicos que proceden del Punk y del Rock y se suaviza para dejar que Vic nos acaricie los sentimientos sin coraza. Hay rabia, hay derrota, pero también la victoria de saber que alguien así pudo existir.

© Carlos Pérez Cruz




Fragmento del programa The neighbors dog. En él Vic Chesnutt interpreta Granny, recogido en el disco At the cut.

Más sobre Vic Chesnutt en este artículo que publiqué hace unos meses.

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