El reconocimiento al trabajo de un músico no
depende exclusivamente de su talento. Hay
músicos excelentes que viven alejados de los
focos y que incluso, si los ven, los evitan. Sea
por una humildad extrema o por una timidez casi
patológica, huyen del aplauso que merecen.
Ha fallecido Mauro Urriza, pianista navarro. Tenía cincuenta años. La noticia de su fallecimiento atravesó la noche del sábado 19 de julio como una descarga eléctrica enfundada en un guante de boxeo que nos encontró a muchos de sus amigos y compañeros con la guardia baja.
No recuerdo en qué momento conocí a Mauro, pero es probable que estuviera ligado a mis primeros pinitos como músico de jazz. Con él toqué en algunos de los grupos del saxofonista Javier Garayalde y más recientemente en la big band del Conservatorio Superior de Navarra. Allá donde hubiera jazz por estos lares es probable que estuviera Mauro, ya fuera tocando, ya fuera escuchando. Si algo hizo a Mauro quien era, más allá de sus estudios, fue su inmensa curiosidad como oyente de música… o como lector. Fiel de Vargas Llosa, su primer disco llevó por título Inconquistable, inspirado en La casa verde del autor peruano.
Mauro era oyente ocasional de mi programa. Cuando nos veíamos solía comentarme lo último que había escuchado, al músico que había descubierto o lo “marciana” que le había resultado tal o cual grabación que yo había pinchado. Claro que guardaba adjetivos semejantes para su propia música, la que recogió su primer disco hace cuatro años y la que grabó hace apenas un par de meses para el que en unos días iba a ser su segundo, Blues for Oteiza (dedicado al escultor Jorge Oteiza). Restaba valor a lo suyo porque su timidez le impedía reconocerse, pero tuvo la suficiente personalidad como para resultar original y diferente en un entorno poco dado a la diferencia como es el navarro.
Tal y como explicó en la entrevista que le hice en Club de Jazz hace cuatro años, Mauro Urriza llegó al jazz tarde, cumplidos los treinta. Ahora el jazz es más o menos frecuente en los conservatorios, pero hace veinte años un músico con esas inquietudes debía buscarse la vida como él hizo recibiendo clases particulares de Iñaki Salvador, Miguel Blanco o Iñaki Askunce. Currela incansable, tal y como lo recuerda Salvador, Mauro Urriza era en la actualidad profesor del Superior de Navarra donde, como apunta Marcelo Escrich, compañero y amigo del pianista, pocos como él han logrado de forma tan unánime el respeto y cariño de alumnos y profesores. Eso sí, el verdadero magisterio lo impartió con su incansable actividad en numerosas jam sessions y conciertos en los que participó tanto en Navarra como en Miranda de Ebro y La Rioja, que son los territorios por los que se movió fundamentalmente. Hizo casi tantos kilómetros en casa como los que hubiera merecido alcanzar su música.
Con Mauro he tenido también la ocasión de compartir ensayos en la banda de música de Pamplona, de la que formo parte y con la que él colaboraba frecuentemente. Allí coincidía con uno de sus primos, Rogelio Andueza, intérprete de tuba -otro de sus primos es el gran saxo alto Mikel Andueza, uno de los jazzman con más clase del jazz ibérico-. Pero si algo recuerdo a título personal es haber coincidido en muchas ocasiones con él en las salas casi vacías del cine en las sesiones más intempestivas de las películas menos evidentes. La curiosidad como motor de vida. Y es que detrás de lo extraño que podía resultar a primera vista, de sus reacciones y gestos algo atolondrados o de su eterna camisa blanca de rayas, se escondía una persona a la que siempre recordaré no sólo por su enorme valía profesional sino, sobre todo, por el cariño, respeto y sentido del humor con el que me trató. Mauro no arderá en la hoguera de las vanidades.
Ha fallecido Mauro Urriza, pianista navarro. Tenía cincuenta años. La noticia de su fallecimiento atravesó la noche del sábado 19 de julio como una descarga eléctrica enfundada en un guante de boxeo que nos encontró a muchos de sus amigos y compañeros con la guardia baja.
No recuerdo en qué momento conocí a Mauro, pero es probable que estuviera ligado a mis primeros pinitos como músico de jazz. Con él toqué en algunos de los grupos del saxofonista Javier Garayalde y más recientemente en la big band del Conservatorio Superior de Navarra. Allá donde hubiera jazz por estos lares es probable que estuviera Mauro, ya fuera tocando, ya fuera escuchando. Si algo hizo a Mauro quien era, más allá de sus estudios, fue su inmensa curiosidad como oyente de música… o como lector. Fiel de Vargas Llosa, su primer disco llevó por título Inconquistable, inspirado en La casa verde del autor peruano.
Mauro era oyente ocasional de mi programa. Cuando nos veíamos solía comentarme lo último que había escuchado, al músico que había descubierto o lo “marciana” que le había resultado tal o cual grabación que yo había pinchado. Claro que guardaba adjetivos semejantes para su propia música, la que recogió su primer disco hace cuatro años y la que grabó hace apenas un par de meses para el que en unos días iba a ser su segundo, Blues for Oteiza (dedicado al escultor Jorge Oteiza). Restaba valor a lo suyo porque su timidez le impedía reconocerse, pero tuvo la suficiente personalidad como para resultar original y diferente en un entorno poco dado a la diferencia como es el navarro.
Tal y como explicó en la entrevista que le hice en Club de Jazz hace cuatro años, Mauro Urriza llegó al jazz tarde, cumplidos los treinta. Ahora el jazz es más o menos frecuente en los conservatorios, pero hace veinte años un músico con esas inquietudes debía buscarse la vida como él hizo recibiendo clases particulares de Iñaki Salvador, Miguel Blanco o Iñaki Askunce. Currela incansable, tal y como lo recuerda Salvador, Mauro Urriza era en la actualidad profesor del Superior de Navarra donde, como apunta Marcelo Escrich, compañero y amigo del pianista, pocos como él han logrado de forma tan unánime el respeto y cariño de alumnos y profesores. Eso sí, el verdadero magisterio lo impartió con su incansable actividad en numerosas jam sessions y conciertos en los que participó tanto en Navarra como en Miranda de Ebro y La Rioja, que son los territorios por los que se movió fundamentalmente. Hizo casi tantos kilómetros en casa como los que hubiera merecido alcanzar su música.
Con Mauro he tenido también la ocasión de compartir ensayos en la banda de música de Pamplona, de la que formo parte y con la que él colaboraba frecuentemente. Allí coincidía con uno de sus primos, Rogelio Andueza, intérprete de tuba -otro de sus primos es el gran saxo alto Mikel Andueza, uno de los jazzman con más clase del jazz ibérico-. Pero si algo recuerdo a título personal es haber coincidido en muchas ocasiones con él en las salas casi vacías del cine en las sesiones más intempestivas de las películas menos evidentes. La curiosidad como motor de vida. Y es que detrás de lo extraño que podía resultar a primera vista, de sus reacciones y gestos algo atolondrados o de su eterna camisa blanca de rayas, se escondía una persona a la que siempre recordaré no sólo por su enorme valía profesional sino, sobre todo, por el cariño, respeto y sentido del humor con el que me trató. Mauro no arderá en la hoguera de las vanidades.
Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en la web de Club de Jazz.
2 comentarios:
Muchas gracias por el artículo Carlos.
No le olvidaremos nunca.
Gracias por tus palabras Carlos. Para quienes le conocimos y disfrutamos, has puesto letra a muchos de nuestros sentimientos.
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