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martes, mayo 13, 2014

Agustí Fernández & Irene Aranda (Salamanca, 8/05/2014)


Irene Aranda
© Miguel Ángel Montejo

Recién finalizado el concierto, compartía reflexiones con sus acompañantes: “Pues no me ha parecido jazz. Salvo los últimos cinco minutos…”. Desconozco qué peculiaridad caracterizó esos cinco minutos finales de un concierto de casi hora y media para que este espectador sintiera el jazz que no había escuchado durante toda la noche. Misterios de la subjetividad.

Decía el saxofonista Tim Berne, refiriéndose a la música de su grupo BB&C (junto a Jim Black y Nels Cline), que si la anuncias como jazz “desorientas a la gente. Tienes que presentarla con algún tipo de descripción”. Tiene razón (siempre y cuando sea realmente necesario leer la sinopsis antes de ver la película). Las palabras, las etiquetas, de natural restrictivas, lo son también en el imaginario colectivo. No sé exactamente bien qué es el jazz, pero bajo su paraguas se cobijan expresiones tan diversas que acogerse a él es un riesgo: las expectativas (¡por fortuna!) no siempre son correspondidas, sobre todo si nuestra descripción acota y (de)limita de forma precisa. En realidad, el concierto se anunció de “libre improvisación”, lo que es una simple expresión del método, no la resultante.


Agustí Fernández
© Miguel Ángel Montejo

Resulta casi insólito escuchar en España a Agustí Fernández. Al ser de lo mejor que tenemos, quizá preferimos que salga de aquí por aquello de presumir de marca. Ironías aparte, la ignorancia de este país sobre música improvisada y, en concreto, sobre la figura de Agustí Fernández, dice mucho de nuestro desinterés por la cultura de pulso más nervioso y creativo. Al margen de estos factores exógenos al pianista, Agustí vive años especialmente prolíficos como (intuyo) siempre lo ha hecho, disfrutando del aquí y el ahora donde tengan interés, expresándose en ese directo que defiende como lugar natural de la música. El aquí y el ahora salmantino, promovido por la joven y entusiasta asociación ALAMISA, fue doblemente insólito por contar también con la jiennense Irene Aranda, cuya extraña autonomía e independencia como creadora todavía no ha sido mínimamente valorada. Cara a cara sobre el escenario, dos expresiones pianísticas muy diferentes pero compatibles. Hay, claro, una diferencia notable de años de experiencia, también de identidad sonora: más acerada la de Agustí, más lírica la de Irene. Sin embargo, y he ahí una de las necesidades prácticas de la libre improvisación, la adaptación de uno al otro dio felices resultados. Irene fue capaz de arrojarse al vacío más vertiginoso y torrencial de Agustí y Agustí de apuntalar la veta más introspectiva de Irene.


Agustí Fernández
© Miguel Ángel Montejo

Casi hora y media de música (incluidos los jazzísticos cinco últimos minutos) dio para dos dúos y dos solos. En el ejercicio individual, el espectador atento pudo ser consciente de algunas de sus respectivas particularidades que, por separado, parecerían incluso divergentes. Tanto Irene Aranda como Agustí Fernández frecuentan las tripas del piano (en eso él es un consumado especialista), pero las formas difieren. Ella, por ejemplo, juega con cerdas que frotan las cuerdas del instrumento, del que desprende una electricidad casi boreal, mientras él trabaja fundamentalmente con los dedos en feroz pizzicato; ambos utilizan diversos objetos, como una medalla con la que Agustí pareciera emular una fina lluvia de meteoritos (cosas de la percepción subjetiva). Los dos son percusionistas de su instrumento: él con su digitación sobre la madera o con el martilleo exaltado desde el teclado; ella, con su descenso al sótano del piano, con la ayuda de unas piedras con las que golpea las varillas de los pedales. Más allá de su naturaleza percusiva (martillos que golpean cuerdas), el piano es con ellos una caja de resonancia(s), altavoz de su voz interior.

En la expresión convencional con el teclado, emana de ella un cierto clasicismo, pequeñas digresiones y giros con motivos de (imaginaria) música española; con él, el teclado es una montaña rusa de vértigos, restallan clusters y repiquetean en in crescendo pequeños motivos de metralla rítmica. Detalles expresivos y técnicos que se integran y complementan durante las prolongadas exploraciones y diálogo en los que la música interpela al oyente con sensaciones espaciales muy variopintas, como si el sonido pudiera expandirse y contraerse a voluntad, ocupar más o menos espacio físico; como si pudiera engordar y adelgazar a discreción, y se tratara de materia sólida y continua que van moldeando y su resistencia fuera la de la plastilina.

Agustí Fernández e Irene Aranda invocan más sentidos de los que uno sabía tener y atraen hacia ellos hasta la respiración, anulada como una molesta y ruidosa servidumbre de supervivencia que interfiere en la percepción de los estímulos que bombean desde el escenario, playa de oleajes ora tempestuosos y en colisión, ora calmos y de serena madrugada. Una borrasca emocional de anticiclónicas consecuencias.


© Carlos Pérez Cruz

Nota: Gracias a Miguel Ángel Montejo por la cesión de sus fotografías. Más imágenes en su blog.

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com

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