Amanecer en la Franja de Gaza (Fotografía: Carmen Rengel) |
Cuando saltó la noticia de que
había estallado un explosivo en un autobús en Tel Aviv, se me contrajo el
corazón. Pocos meses antes había realizado mi primera visita a Palestina. Por
supuesto, recé primero para que nadie
resultara muerto o gravemente herido, pero también para que ningún palestino
fuera el responsable. ¿Por qué? Pensé por un lado en las consecuencias
represivas que cualquier acto violento tiene para la población palestina en su
conjunto; por el otro, en cómo daña y distorsiona la imagen de los palestinos
cualquier tipo de acción armada –me refiero, por supuesto, a ojos de un
occidental medio-. Todavía se me descompone el cuerpo cuando, como en estos
días, vuelan cohetes desde Gaza.
Detesto la violencia, no me veo
empuñando más que una pluma o una grabadora, me dan miedo las armas así como
los hombres que las empuñan (creo que un ser humano capaz de colgarse un arma
al hombro es menos humano), pero puedo llegar a entender que el recurso de
poner a disposición del agresor la otra mejilla tiene unos límites que no
sabría si definir de morales, pero sí al menos de físicos y psicológicos. Frente
a la humillación permanente del tirano que ahoga y aplasta tu existencia, que
descuenta tu condición humana, de poco sirve un grito. Para quien vive en
regímenes tiránicos, la sumisión suele ser garantía de supervivencia, aunque
sea a costa de una vida sin posibilidades, de blancos y negros, también de imposible
realización personal. El problema es cuando, frente al tirano, la sumisión no
garantiza más que la rebeldía.
La historia está llena de poesía
para loar la violencia, pero no hay nada más prosaico y con menos rima que la
sangre derramada, por muy noble que sea la causa. No hay nada de bello en la
muerte, tampoco en la de tu opresor. La muerte es tan fea como un bosque desnudo
y sin nieve en invierno. Invocar la muerte del enemigo es morir un poco por
dentro. Es odiar, y los hijos del odio no vienen precisamente con el pan bajo
el brazo. Azuzar los odios es relativamente sencillo; arrancar el apresto que
dejan, casi imposible.
Vuelan los cohetes desde Gaza. El
suyo es un vuelo de poco alcance, sofocado de inmediato por la abrumadora parafernalia
militar israelí. Si fuéramos cínicos, podríamos llegar a sospechar que, de vez
en cuando, se deja vía libre para que alguno impacte, a poder ser en un
descampado. Pero no, no nos permitamos el cinismo y pensemos que toda defensa
tiene sus agujeros. Vuelan los cohetes desde Gaza y la maquinaria mediática y
política occidental prende la mecha con la previsible acta notarial del ataque
gazatí a Israel y su consiguiente condena diplomática. Da lo mismo que, como es
el caso de esta semana, la escena cuente con el prólogo de tres asesinatos de
Israel en la Franja apenas horas antes, porque entonces caeríamos enredados en
el tramposo dilema del huevo y la gallina, (i)lógica con ya 65 años de pedigrí
en la región. Allí a un disparo le sigue otro, pero al primero le habían
precedido otros que a su vez… Si en ello se dirimen las legitimidades, unos
acabarán por exterminar a los otros (y viceversa).
Como aborrezco la violencia (ya
vista con kufiya o de verde caqui), olvidémonos por un instante de quién dio la
primera hostia a quién y concentrémonos en los hechos. Gaza es una cárcel, una
puta cárcel al aire libre asediada por tierra, mar y aire. Una mierda de
mosquito en términos de dimensión geográfica. Su población (dentro viven
personas) malvive bajo mínimos, con apenas recursos, con apenas unas horas de
electricidad, con lo justo para simplemente aguantar un día tras otro. Tal y
como anunció (¿denunció?) la ONU, en apenas unos años Gaza será inhabitable. Con
el paso egipcio de Rafah como puerta trasera (cerrada desde hace ya un mes), nadie
entra o sale de Gaza sin el permiso de Israel; nada entra o sale de Gaza sin el
permiso de Israel. Gaza depende casi por completo de la voluntad de Israel, aunque
el discurso oficial sea siempre que ellos ya se fueron de allí. Lo que en este
caso es tanto como decir que los carceleros en vez de pasearse por los pasillos
del penal vigilan con cámaras (drones).
Hay algo que sí está en las manos
de los gazatíes: pueden decidir cómo defenderse del asedio. Pueden tomar en
consideración el lanzamiento de cohetes o, por el contrario, manifestarse
pacíficamente (lo que en Palestina significa, literalmente, gritarle a un
muro). Lanzar cohetes tiene algo de estúpido a la par que de inútil. Es muy
improbable que alcancen ningún objetivo (ya sea material o humano), la reacción
internacional lo va a condenar, y de inmediato Israel va a sacudirte un
bombardeo ante el que no hay escudo de hierro que valga. Parece poco
inteligente. Mejor la otra, ¿verdad?
¡Cómo no apoyar la vía pacífica!
A los bienintencionados europeítos nos lo pondría mucho más fácil, nos evitaría
los requiebros verbales para justificar lo que, por dentro, nos duele. El tiro
contra el tirador (aunque sea el de un David con cohetes frente al Goliat de
uno de los ejércitos más sofisticados) enreda el debate y nos desvía demasiado
del quid de la cuestión. Pero ni los monjes del Tíbet hicieron frente sólo con
sus corazones.
¿Qué lección pueden extraer los
gazatíes –y por extensión los palestinos- una vez se han intentado todas las
vías? Los asesinatos de Israel en Gaza y Cisjordania –pura cotidianidad-
simplemente no trascienden. Al joven que lanza unas piedras, le corresponde un
tiro mortal. Al labrador que tiene unas tierras junto al muro, le corresponde
pagar con su vida. Su muerte es una nota a pie de página (si es que ese día la
página tiene pie). El asesinato de un joven palestino al que Israel acusa de
arrojar piedras, no existe. Niños, adolescentes y jóvenes son muertos
cotidianos de la ocupación de Cisjordania y del asedio de Gaza, pero no son
noticia. Sin embargo, el lanzamiento desde Gaza de unos cohetes despierta a las
redacciones, obtiene la inmediata condena internacional que formula
automáticamente la más cansina de las muletillas: “Israel tiene derecho a
defenderse”. Genial. Nadie se lo niega pero, ¿también lo tiene a la eterna
violación de la legalidad internacional? Su violación, por si aún les quedaba
alguna duda, mata.
Se hace causa diplomática de los
derechos de Israel pero, ¿cuál es el derecho de los palestinos? ¿Tienen derecho
a defenderse? ¿Deben asumir las humillaciones cotidianas? ¿Qué pueden hacer ante
la negación de sus más básicos derechos humanos? ¿Qué deben pensar cuando ven
que sólo se informa de sus disparos, pero no de sus muertos? ¿Cómo actuar ante el
hecho irrefutable de que, ya sea con una rama de olivo en la mano o con un
cohete en la lanzadera, siempre pierden? ¿Y usted? ¿Qué haría usted en su
posición? ¿Qué haría si la única opción legal que le ofrecen es no tener
opciones?
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