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martes, diciembre 31, 2013

No se corresponde

No se corresponde. No digo yo que a una estafa (crisis) de semejante calibre haya que responder encerrándose en casa y flagelándose, pero hay algo que no se corresponde entre lo que nos cuentan, lo que sentimos y lo que vemos. Se lo planteaba alguno de los personajes de la última novela de Isaac Rosa, La habitación oscura, y se lo planteaba el propio autor en la entrevista que le hice para El Asombrario& Co. Quizá algunos esperan a que el temporal escampe para regresar al punto en el que se detuvo la partida y reanudarla y regodearse en los mismos excesos que hemos denunciado estos años, como si todo hubiera sido una pesadilla y nada de lo padecido hubiera servido para reflexionar ni cambiar nada. En esta negra noche económica y social que vivimos, la respuesta parece, en palabras de Rosa, "una especie de enloquecida huida hacia adelante". Ya no es que no se espere para regresar. Es que nunca nos fuimos.

He paseado estos días de Navidad por dos ciudades del país, una en el norte, otra en el sur, y en ambos casos la ciudadanía parece cumplir con total disciplina el ejercicio de consumo desaforado que se le propone. Como si no existieran ni el paro, ni los desahucios, ni la pobreza estuviera escalando posiciones, como si no se estuvieran redactando y aprobando leyes que nos van a permitir vivir el franquismo a quienes no lo conocimos. Tiendas atestadas, bares y restaurantes repletos, consumo, ruido y jolgorio. Si alguien esperaba reacción social ante la que está cayendo, ahí la tiene: se celebra. A no ser que se me demuestre que todo era una pantomima de falsos clientes gastando falso dinero y comprando falsos regalos, por aquello de guardar las apariencias.

Sigo escuchando a gente que dice que se va a dar una vuelta por 'El Corte Inglés' (donde, por cierto, apenas quedaban plazas de aparcamiento) para "ver si encuentro algo". Es decir, seguimos comprando porque sí y no porque ésta sea una necesidad razonada, razonable y sostenible. Y me pregunto: ¿dónde está toda la pobreza de la que hablamos y denunciamos? ¿Dónde se esconde la penuria de nuestros días? Estar está, lo sé, la siento e intuyo, pero parece haberse resguardado en casa (quien la conserve) o haber emigrado a la periferia de la periferia. O simplemente se maquilla para, de nuevo, guardar las apariencias. El consumo sigue siendo hoy el ocio favorito de los españoles. ¿Dónde están las protestas? ¿Dónde queda la manifestación de ese malestar y la rabia por las leyes punitivas? Hay quien rabia y se manifiesta, pero son (somos) infinitamente más los que lo hacen (hacemos) de ello un ejercicio de desahogo tuitero y tema de conversación entre sorbos de gin-tonic. Quienes de veras se hayan comprometido, corren el riesgo de padecer profunda depresión por desborde de los niveles de frustración y aislamiento social.

España empieza a parecer (si es que no lo era ya) un lugar en el que una cosa es lo que se rumia y otra lo que se hace. Leo el número de enero de la revista Cuadernos de Cine y me encuentro con las desasosegantes cifras de asistencia a películas españolas durante el año 2013. Lo son en términos diferenciales entre lo que arrastran un tipo u otro de películas (esto siempre ha sido y será así), pero lo son sobre todo por las cifras totales de asistencia a películas brillantes, diferentes, arriesgadas que han llegado este año a proyectarse (en algunos cines de entre los que quedan abiertos). Hablo de películas que he podido ver como la cruda y brillante La herida de Fernando Franco u otras que no pero que hubiera querido ver como Todos queremos lo mejor para ella de Mar Coll o El muerto y ser feliz de Javier Rebollo. La de Franco suma tan solo 12.187 espectadores (a pesar de los dos premios importantes en el Zinemaldia de Donosti) y la de Rebollo, 5829. Es decir, la más vista entre las mencionadas queda ligeramente por debajo de la asistencia al Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid para el partido de baloncesto entre el Madrid y el Barça del pasado domingo, mientras la de Rebollo hubiera mostrado un recinto bastante desangelado. Ni qué decir tiene que, en términos futbolísticos, serían entradas irrisorias. La suma de todas ellas sería una pésima entrada en el Bernabéu y en el Camp Nou (David Trueba y los casi 76.000 espectadores de su Vivir es fácil con los ojos cerrados tampoco llenarían). Películas como la espléndida Stockholm de Rodrigo Sorogoyen ni aparecen al ofrecer "cifras casi inapreciables" (Carlos F. Heredero dixit), aunque para su creadores llegar a las salas era ya un gran éxito... testimonial. Se sigue hablando de cine español como si éste fuera un concepto descalificativo irrefutable. Los hechos cinematográficos de 2013 han sido otros.

Hay una evidente desconexión entre las palabras y los hechos. Al cine se lo acusa frecuentemente de ser caro, de que si uno tiene familia y asiste con niños empieza a sumar y no le sale a cuenta. Puede que haya algo de cierto en ello pero pocos placeres tan complejos se ofrecen por tan poco dinero. Existe el día del espectador a precio de ganga y, sin embargo, cuando más se movilizó el personal en 2013 fue cuando el gesto cultural de acceder a una sala de cine se convirtió en evento, en un verdadero acontecimiento publicitario. Con precios algo por debajo de los del día del espectador (2.90€), se movilizaron en tres días de octubre 1.593.958 espectadores. Somos esclavos de la pirotecnia, de los focos y la publicidad. El jazz es al respecto un botón de muestra extraordinario. A nadie le importa un carajo de cotidiano, es espectáculo de masas en festivales de verano (sin entrar ahora la jazzicidad o no de los contenidos). Actuamos colectivamente de forma mimética. Somos voluntariamente gregarios, esclavos felices de la publicidad.

Toda discusión y propuesta para atraer público a la cultura me parece legítima y necesaria pero tengo la sensación de que muchas veces la autocrítica está muy por encima del reflejo objetivo de la realidad. A las salas de cine les reprocharé criterios, imperfección técnica de las proyecciones y, sobre todo, que sigan privilegiando "una de las grandes calamidades culturales españolas" (Muñoz Molina dixit) que es el doblaje -desde hace tiempo sólo acudo al cine si el pase es en versión original, lo cual en una ciudad pequeña no es habitual (incluso te advierten de que es V.O. cuando compras la entrada, no cuando es doblada, la verdadera anomalía). Eso sí, al renunciar al doblaje uno se convierte en asiduo al cine español (aunque deba renunciar también a determinas películas catalanas, que igualmente se doblan a pesar de que se expresan en otro idioma oficial del país) -. Pero, habida cuenta de que no parecen las mías las preocupaciones cotidianas del espectador medio, la conclusión a la que llego es que el problema no es tanto de la calidad e interés de las propuestas como de desinterés ciudadano. Podemos y debemos seguir siendo autocríticos y exigentes pero no más de lo justo y necesario y menos cegarnos ante la evidencia de que el español es, por regla general, un tipo sin interés en la cultura. Salvo por la del consumo y la fiesta.

Carlos Pérez Cruz

martes, diciembre 03, 2013

Lucía y los muertos


Lucía Martínez
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

“El jazz ha muerto”, se le oyó decir al muerto. No es extraño oír voces en el cementerio y menos que hablen de muerte. “El jazz ha muerto”, dicen que dijo. Puede que su jazz muriera o que su amado sea hoy un pálido reflejo de lo que fue. Sea como fuere, el recuerdo de su amor no debería ser óbice para regocijarse hoy con los que en un futuro serán memoria de nuestro presente.

Hubiera sido más preciso que el muerto hubiera declarado que “el jazz no existe”, pues tendría razón. No existe algo parecido a ‘El jazz’, sólo una actitud musical a la que llamamos tal y que muchos practican gozosamente. Ellos no son capaces de apreciarlo pues están muertos. Escriben desde el más allá sobre hojas amarillentas, hablan por micrófonos de emisoras que nos llegan del pasado… Proclaman su verdad de muerte allá donde alguien les escuche y lo hacen con ademán despectivo. ¿Cómo va a estar vivo algo que ellos han sentenciado a muerte?

Dice Jack DeJohnette que “el pasado no existe, tan sólo en nuestros recuerdos”. ¿Se referirán estos muertos a la muerte de la memoria? Es realmente difícil que muera, la tienen muy presente. Gracias. Sois los depositarios de ese recuerdo aunque, de tanto recordar, corréis riesgo de caer en el olvido. Nadie soporta escuchar día sí, día también, sus batallitas sobre la solución final del jazz, sobre ese pasado que siempre fue mejor, evocado desde un presente que ellos ignoran. Como dice el ilustre baterista, “hay muchas formas de resolver los problemas”. Es decir, hay muchas formas de vivir jazz.


Josetxo Goia-Aribe, Antonio Bravo y Baldo Martínez
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

Hay muchas formas de vivir jazz, ¡vaya si las hay! Las hay incluso que usan la memoria como fuente para vivir el presente con más intensidad. Eso lleva años haciendo el saxofonista navarro Josetxo Goia-Aribe. Él es jazz, aunque los muertos no le guarden un lugar en el infierno (todo jazzista acaba en él, por supuesto… a voluntad de Coltrane, claro). Y hace unos días hizo registro de su música para la memoria futura del jazz del presente. Fue en un Centro de Cultura Contemporánea. Es decir, en un recinto para las cosas vivas.

Sólo ha transcurrido un año desde que Josetxo llevara la jota a un estadio nunca imaginado, que la elevara a otras cotas en disco y sobre el escenario del Teatro Gayarre de Iruñea – Pamplona. Allí dio muestra del acostumbrado preciosismo de su música, de su detallismo, de un lenguaje intransferible que ha desarrollado en una carrera ya generosa que ha tenido en el folclore un referente ineludible. Josetxo ha sido siempre un verso libre del jazz, aunque algo había en su forma de vivirlo que lo mantenía preso de las formas, con el cinturón expresivo excesivamente anudado.

Josetxo Goia-Aribe ha recorrido en un año lo que otros en una vida y algunos nunca. Ha leído, ha escuchado, ha conversado. Se ha empapado y la lluvia del descubrimiento ha reblandecido la piel del cinturón hasta aflojarlo. Goia-Aribe se ha descubierto a sí mismo y a los demás, feliz como un niño a los mandos de su nuevo vehículo musical: Hispania Fantastic.

Tiempo habrá de explayarse y profundizar en los recovecos del que será su próximo disco, esa memoria grabada en sesiones, con y sin público, durante dos días en la localidad navarra de Huarte. Ahora es tiempo de júbilo por haber sido testigo del paso de gigante del saxofonista que, con el folclore como inspiración una vez más, ha descubierto que en la libertad del lenguaje, en la soltura de las formas, hay un mundo que le va como anillo al dedo. Nada más gratificante que ver a un músico que no se conforma y reinventa; y no por el mero hecho de evitar repetirse sino, precisamente, por repetirse sin parecerse.

Sí, hay buenas nuevas que no cantarán las voces del campo santo. Allí no se harán eco de este Hispania Fantastic, fantástico por sus fundamentos y por quienes lo fundamentan. Fantástico porque en ese caminar hacia delante de Goia-Aribe le ha acompañado un trío que tiene nombre propio y prestigio por su cuenta, MBM: Martínez, Bravo, Martínez. El guitarrista Antonio Bravo, el contrabajista Baldo Martínez y la baterista Lucía Martínez. Ellos, compañeros de un largo y luminoso camino. Ella, una de las mayores alegrías del jazz ibérico en los últimos años (desde su exilio berlinés). Y son varias con nombre de mujer.


Lucía Martínez
© Carlos Pérez Cruz (www.elclubdejazz.com)

No, el jazz no ha muerto. Han muerto ellos, sordos ante la belleza de los viejos nuevos lenguajes de quienes mantienen viva la llama del jazz sin quizá ni pretenderlo; de quienes, frente a la adversidad de su condición de creadores en un mundo de replicantes, juegan con ella y la devoran cual faquires que la regurgitan a la vida. Han muerto ellos, ciegos ante la pasión desbordante que trasciende los límites de un cuerpo tan pequeño como el de Lucía, enorme en su pegada y emoción. Han muerto ellos, que sólo hablan de difuntos, de quienes fueron grandes por libres, no por fieles al verbo intransigente. Ignoran que la vida sigue, que la memoria es sólo recuerdo, que el presente es un futuro lleno de pasado. Sólo hay que sentarse frente a Lucía, escucharla tocar, verla soñar despierta, para que los muertos se queden sin habla.
 
© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en la web de www.elclubdejazz.com
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