Al
igual que cuando uno pasa mucho tiempo sin ver a un sobrino y al
reencontrarlo se sorprende de lo que ha crecido, cuando se pasa mucho
tiempo (posiblemente años) sin ver un 'Telediario' de TVE, el
impacto por ver cómo ha encogido sobrecoge. O a la inversa, cómo ha
crecido su descrédito.
Son
días complicados informativamente en España, donde (aparentemente)
resulta muy difícil sortear la tentación propagandística frente a
la obligación periodística. Esta madrugada he cometido la torpeza
(quizá es mi obligación ciudadana, no lo sé) de ver el informativo
(¿?) nocturno del primer canal de la televisión pública española.
Toda la información sobre la situación en Catalunya se ha
despachado con un retrato de violencia y coacción de los catalanes,
sin matiz político alguno, sin cobertura de las manifestaciones
pacíficas, sin declaraciones desde Catalunya -con la excepción de
un breve fragmento de la declaración institucional de Puigdemont-,
sin aportar ningún contraplano al relato oficial del Gobierno de
España. Las secuencias de insultos a policías y el destrozo de
alguno de los coches de la Guardia Civil, seguidas de la salida de
algunos de los detenidos en la jornada del miércoles, se asemejaba a
las coberturas en Euskadi y Navarra durante los años de terrorismo
etarra. Como en una película, el montaje es decisivo (y no es
inocente).
Pena
y tristeza, bochorno profesional. La responsabilidad del periodista
con temas tan sensibles es, si cabe, todavía mayor. Del enfoque
informativo depende en gran medida la percepción que un ciudadano
tiene de sus vecinos. La (ir)responsabilidad de TVE en la degradación
de la convivencia es gravísima. El odio y la violencia se alimentan
de la mentira y la manipulación. Y ya se sabe: "lo ha dicho la
tele".
Carlos Pérez Cruz