El recientemente nombrado director adjunto de Radio 3 de Radio Nacional de España, Diego Manrique, escribe en su columna de opinión en el diario "El País" del 1 de Septiembre acerca del inicio de la nueva temporada radiofónica. No sólo la televisión modifica su parrilla, la radio también lo hace aunque habitualmente en menor medida. Sin embargo la emisora de la que se encuentra al frente junto a la directora Lara López afronta una temporada con cambios más que abundantes que llegan tras la barrida de personal a través del famoso ERE (Expediente de regulación de empleo) que ha jubilado a jóvenes periodistas veteranos de la Radio y Televisión pública. No voy a decir que resulte sorprendente (ya casi nada lo es y menos en opiniones procedentes de ámbitos de dirección/poder) el contenido de este artículo que describe la hipotética reacción de un periodista cuando su programa se ve suprimido de la programación. Describe la supuesta incredulidad inicial del afectado, seguida de súplicas, victimismo, ira... Si la emisora es "tolerante" y concede "esa cortesía al locutor" éste podrá despedirse de la audiencia en antena, eso sí algunos lo aprovecharán para "soltar sarcasmos", atacar "a los que creen únicos responsables de su desgracia", etcétera.
El caso de Radio 3 debe ser casi único en lo que se refiere a emisoras que hayan permitido a sus locutores despedirse o poner a parir al ente (el caso de Ramón Trecet y su "Diálogos 3" es buen ejemplo) porque lo habitual es que la despedida pase inadvertida para el oyente (sólo los muy fieles serán conscientes de que una voz ha desaparecido sin decir adiós). Sin embargo sorprende (insisto que relativamente) que en un momento en el que el ente público ha prescindido de buenos profesionales a muy temprana edad (desaprovechando el caudal de conocimiento del medio y de sus respectivos campos de especialización) Diego Manrique haga esta descripción tan negativa de quienes se ven en la tesitura de verse cesados de sus funciones profesionales y llegue a defender la necesidad de un "gabinete de atención psicológica" en las "grandes emisoras" para evitar que el profesional afectado "chapotee en su propia furia, que deteriore la imagen de la cadena". Defiende Manrique que "El mundo no se acaba con la desaparición de un espacio: pasan los directores, cambian los jefes de programas y los buenos profesionales vuelven a la superficie". Culmina su artículo con un ingenuo (¿?) deseo: "Al menos, quiero creer en esa teoría".
Diego Manrique parece obviar que este tipo de decisiones se toman en una mayoría de ocasiones no por motivos profesionales (criterios de programación, con sus aciertos y desaciertos) sino económicos y que en muchas ocasiones se chantajea al afectado con presiones de todo tipo (desde las más evidentes hasta las más sutiles) para aceptar las condiciones de la empresa que desea desprenderse de dicho profesional porque quiere prescindir de los trabajadores con mayor antigüedad (y más costosos, por lo tanto) y sustituirlos por otros más jóvenes con contratos muy precarios y además, y esto es fundamental, mucho más fáciles de controlar ideológicamente (¿con qué libertad puede trabajar alguien cuyo contrato es una mierda y pende de un hilo?).
Por supuesto que nadie es imprescindible y que somos "inquilinos, aparceros, huéspedes" del tiempo de radio pero esa realidad no puede encubrir las prácticas empresariales mezquinas que abundan en esos "grandes medios" en los que no estaría de más que la labor de ese "gabinete de atención psicológica" se centrara en los órganos directivos que ignoran a menudo la naturaleza e historia de la actividad y empresa que dirigen y olvidan, sin afectación de ningún tipo, que los seres humanos que conforman la plantilla son algo más que meras herramientas de una máquina de la que obtener pingües beneficios.
Es evidente que en ciertos momentos se debe afrontar una renovación de contenidos, que los programas y sus voces no son intocables, pero de ahí a describir un panorama en el que parezca que las decisiones se toman con rigor desde la dirección y que son los profesionales asalariados los incapaces de actuar con humildad y aceptación de los justos mandamientos de sus superiores me deja la imagen de un Diego Manrique muy alejado de la realidad o quizás con ganas de ajusticiar a quienes hasta hace cuatro días eran compañeros de emisora y ahora ni siquiera pueden ser sus súbditos.
El caso de Radio 3 debe ser casi único en lo que se refiere a emisoras que hayan permitido a sus locutores despedirse o poner a parir al ente (el caso de Ramón Trecet y su "Diálogos 3" es buen ejemplo) porque lo habitual es que la despedida pase inadvertida para el oyente (sólo los muy fieles serán conscientes de que una voz ha desaparecido sin decir adiós). Sin embargo sorprende (insisto que relativamente) que en un momento en el que el ente público ha prescindido de buenos profesionales a muy temprana edad (desaprovechando el caudal de conocimiento del medio y de sus respectivos campos de especialización) Diego Manrique haga esta descripción tan negativa de quienes se ven en la tesitura de verse cesados de sus funciones profesionales y llegue a defender la necesidad de un "gabinete de atención psicológica" en las "grandes emisoras" para evitar que el profesional afectado "chapotee en su propia furia, que deteriore la imagen de la cadena". Defiende Manrique que "El mundo no se acaba con la desaparición de un espacio: pasan los directores, cambian los jefes de programas y los buenos profesionales vuelven a la superficie". Culmina su artículo con un ingenuo (¿?) deseo: "Al menos, quiero creer en esa teoría".
Diego Manrique parece obviar que este tipo de decisiones se toman en una mayoría de ocasiones no por motivos profesionales (criterios de programación, con sus aciertos y desaciertos) sino económicos y que en muchas ocasiones se chantajea al afectado con presiones de todo tipo (desde las más evidentes hasta las más sutiles) para aceptar las condiciones de la empresa que desea desprenderse de dicho profesional porque quiere prescindir de los trabajadores con mayor antigüedad (y más costosos, por lo tanto) y sustituirlos por otros más jóvenes con contratos muy precarios y además, y esto es fundamental, mucho más fáciles de controlar ideológicamente (¿con qué libertad puede trabajar alguien cuyo contrato es una mierda y pende de un hilo?).
Por supuesto que nadie es imprescindible y que somos "inquilinos, aparceros, huéspedes" del tiempo de radio pero esa realidad no puede encubrir las prácticas empresariales mezquinas que abundan en esos "grandes medios" en los que no estaría de más que la labor de ese "gabinete de atención psicológica" se centrara en los órganos directivos que ignoran a menudo la naturaleza e historia de la actividad y empresa que dirigen y olvidan, sin afectación de ningún tipo, que los seres humanos que conforman la plantilla son algo más que meras herramientas de una máquina de la que obtener pingües beneficios.
Es evidente que en ciertos momentos se debe afrontar una renovación de contenidos, que los programas y sus voces no son intocables, pero de ahí a describir un panorama en el que parezca que las decisiones se toman con rigor desde la dirección y que son los profesionales asalariados los incapaces de actuar con humildad y aceptación de los justos mandamientos de sus superiores me deja la imagen de un Diego Manrique muy alejado de la realidad o quizás con ganas de ajusticiar a quienes hasta hace cuatro días eran compañeros de emisora y ahora ni siquiera pueden ser sus súbditos.
2 comentarios:
Llevas toda la razón, después de toda mi vida "trabajando" en El Club De Jazz, van y me cesan; sin finiquito, sin despedida... y encima me dice el jefe que le debo no se qué por una multa.
Ya en los medios de comunicación no hay vergüenza ni educación. Diga usted que si Don Karlos, mucho ánimo con el pograma, en casa lo leemos todas las noches... a la sombra de un olivo, claro está.
PD: que vuelva ese mozo bien aparente que leía de carrerilla los textos!
¡Qué vuelva! ¡Qué vuelva! Me sumo a la campaña por la recuperación de la figura del sombrero y la aceituna.
Por cierto becario, próximamente en este blog la versión alternativa de su abuela en la azotea... ¡no se la pierda!
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