De pronto los que estaban delante comenzaron a caminar lentamente. Los que iban detrás de ellos se miraron unos a los otros. Parecían desconfiados pero se dijeron: ¡oye, si van para allá será por algo! Y así los de adelante se dieron cuenta de que muchos les seguían y comenzaron a caminar más rápido. Un día los primeros se encontraron con uno que iba en dirección contraria. Se apartaron para dejarle paso pero conforme se adentraba en la masa de personas escuchó algunos insultos. La indignación era cada vez mayor entre quienes no entendían cómo alguien pretendía caminar en sentido inverso al del grupo y de los insultos se pasó a los puñetazos y a las patadas. Así llegó lastimado al final del pelotón al que vio alejarse. Exhausto permaneció unos cuantos días sin resuello hasta que apareció otro que como él había caminado en dirección opuesta al grupo. Y otro y otro y otro más... Unos ayudaban a levantarse a los otros, se preocupaban por el estado de los golpes, por las heridas del camino. Los primeros en llegar, una vez fortalecidos, se iban marchando, algunos juntos, otros en solitario, mientras que los que menos tiempo llevaban permanecían hasta recuperarse y poder ayudar a los siguientes en llegar.
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