Hubo un tiempo en el que fui niño. Por aquel entonces, como casi todos los infantes por estos lares, esperaba con ansiedad la llegada de los Reyes Magos cada cinco de enero. Yo era de los que tenía suerte y recibía su visita la noche del cinco y no la mañana del séis. Incluso en una ocasión tuve la suerte de poder hablar cara a cara con Baltasar (al que dirigía mis plegarias materiales). Miento, él hablaba (perfecto castellano, por cierto) y yo era incapaz de articular palabra, boquiabierto y ojiplático, sobre todo cuando de su zurrón sacó mi carta de esa Navidad. El día en que Jesús (qué ironía) me dijo aquello de los reyes son los padres es cuando definitivamente dí el paso de la niñez a la adolescencia.
Con el tiempo el antaño infante, ahora adolescente, va comprendiendo que la escenografía de tan mágica noche es la de una hermosa confabulación de padres y madres, amigos y hermanos, que por unas horas se convierten en tramoyistas en el gran escenario de la ciudad o del pueblo. Todas las magias tienen truco.
La Iglesia Católica (como muchas otras religiones) tiene sus propio trucos y tramoyistas. La noche de reyes la recompensa de la espera tiene forma de regalo material (o de castigo de azúcar). Los niños y niñas gritan los nombres de sus majestades favoritas, que saludan desde la altura a derecha e izquierda, y les contemplan desfilar subidos a grandes carrozas escoltadas por personajes de la adoración infantil (cada vez más catódica). La Iglesia Católica tiene sus propias cabalgatas, sus propios reyes, sus propios escoltas. La Iglesia Católica disfraza al jefe de Papa (representante de Dios en la Tierra) y lo saca de paseo subido en carroza (Papamóvil). Reparte saludos ante los gritos de sus fieles de todas las edades que no esperan caramelos ni playstations a la vuelta a casa, sino su bendición y su mirada. Los disneys y simpsons son ahora grandes carruajes de muchos caballos, motores gasolina con nombres de Lancia, Toyota o Mercedes, que escoltan al gran tramoyista, al gran actor en la perpetua noche mágica de la Iglesia Católica. La noche de la que muchos se irán sin ni siquiera haber dudado por un instante de que detrás de las capas y los gorros se esconde la figura de un humano disfrazado.
Con el tiempo el antaño infante, ahora adolescente, va comprendiendo que la escenografía de tan mágica noche es la de una hermosa confabulación de padres y madres, amigos y hermanos, que por unas horas se convierten en tramoyistas en el gran escenario de la ciudad o del pueblo. Todas las magias tienen truco.
La Iglesia Católica (como muchas otras religiones) tiene sus propio trucos y tramoyistas. La noche de reyes la recompensa de la espera tiene forma de regalo material (o de castigo de azúcar). Los niños y niñas gritan los nombres de sus majestades favoritas, que saludan desde la altura a derecha e izquierda, y les contemplan desfilar subidos a grandes carrozas escoltadas por personajes de la adoración infantil (cada vez más catódica). La Iglesia Católica tiene sus propias cabalgatas, sus propios reyes, sus propios escoltas. La Iglesia Católica disfraza al jefe de Papa (representante de Dios en la Tierra) y lo saca de paseo subido en carroza (Papamóvil). Reparte saludos ante los gritos de sus fieles de todas las edades que no esperan caramelos ni playstations a la vuelta a casa, sino su bendición y su mirada. Los disneys y simpsons son ahora grandes carruajes de muchos caballos, motores gasolina con nombres de Lancia, Toyota o Mercedes, que escoltan al gran tramoyista, al gran actor en la perpetua noche mágica de la Iglesia Católica. La noche de la que muchos se irán sin ni siquiera haber dudado por un instante de que detrás de las capas y los gorros se esconde la figura de un humano disfrazado.
2 comentarios:
Curiosa la estampa del Papamóvil pasando por delante de la tienda de ropa de nombre Expensive. Muy ilustrativa.
Y los maniquíes contemplándolo todo sin inmutarse...
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