Una sociedad como la nuestra, que mide las horas que una persona pasa en su vida en el baño, aparcando, durmiendo o las veces que se ríe al día, todavía no proporciona una estadística tan desoladora como la de los días perdidos en una vida. Y no me refiero a los días perdidos por falta de productividad laboral o enfermo en una cama. Me refiero a los días en que uno se para a pensar y de pensar se queda paralizado, asombrado del absurdo de cada gesto, de la insignificancia de cada acto, de la falta de letras en una conversación, de la soledad en compañía, de la inercia de nuestros pasos, del desenfreno de la hora, de la cerveza mal tirada, del papel malgastado, del vacío lleno de palabras... Son los días perdidos de nuestra vida, la más aterradora de las estadísticas.
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