Ya sólo como objeto resultaba fascinante, al menos para el niño que
yo era entonces. Un aparato de radio grande si lo comparamos con las
medidas microscópicas del presente, cuyo lateral disponía de una curiosa
rueda de giro que permitía cambiar el tipo de frecuencia de emisión:
Onda Corta, Onda Larga, Onda Media. También Frecuencia Modulada, aunque
esta iba por su cuenta. Lo recuerdo en aquel apartamento de Alicante
donde pasé tantos y tantos veranos de mi infancia; después en el de los
Pirineos, que cambió del mar a la montaña el destino de mis vacaciones
(inolvidables mis desconsoladas lágrimas en la despedida alicantina.
Todavía no he vuelto).
La radio me ha fascinado desde siempre. No tanto los aparatos, pero
aquel en particular me permitía acceder a mundos que la mayoría no.
Recuerdo noches de verano buscando voces extrañas, idiomas
indescifrables que a mí me sonaban a ruso. En una ocasión presumí de
estar escuchando una emisión espacial de la Unión Soviética.
Probablemente no había astronauta ni secreto alguno en aquellas voces y
pitidos que parecían ser tonos de un mensaje cifrado y que yo había
descubierto por mi incansable búsqueda de frecuencias. Pero a mi
imaginación infantil le estaba permitido fabular y con el simple giro de
los diales uno se perdía en el espacio hertziano durante horas e
imaginaba mundos tan diferentes al suyo como ya es casi imposible
encontrar en éste, sometido como está al franquicidio que hace indistinguibles unos paisajes de otros, unas emisiones de otras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario