“Yo soy español, español,
español…”. Quédense con la copla porque no acostumbro a tararearla. No soy
amigo de marcar paquete ni de definirme por exclusión pero, por esta vez,
permítanme cantarla como metáfora. Soy español, en efecto, pero no porque lo
diga mi DNI (que no sólo miente en eso…), sino porque soy el pobre vecino del
sur, el deudor, el improductivo. No echo siesta – al menos de manera habitual –,
pero económicamente me he convertido en el prototipo de español al uso,
acuciado por las deudas y ahogado por unas cuentas que no cuadran y que me llevan a pronunciar con conocimiento de
causa eso de “no llego a final de mes”.
“Yo soy español, español,
español…”, el español de mi comunidad de vecinos. Soy su vecino del sur, el que
casi nada tiene pero al que TODO se le exige. Mis vecinos son alemanes, aunque
sospecho que son más españoles que yo (al menos por orgullo de exclusión). Son
gentes con la vida económica resuelta y muy solvente. Jubilados de largo
recorrido, recién llegados a la jubilación o profesionales bien situados que
han replicado en algunos casos el modelo tradicional de familia con hijos (y
asistenta doméstica). Entre ellos, un trabajador de la banca (o caja, ¿no es lo
mismo?) y una arquitecta (¡qué dos sectores juntos!). Yo, su vecino del sur, me
dedico a la música y su difusión. Toco la trompeta, hago programas radiofónicos
de jazz y escribo textos en revistas de jazz. Todo muy lucrativo.
Acudamos a lo local para entender
lo global. Durante aproximadamente tres años, mi comunidad de vecinos ha sido
la metáfora en pequeñito de la gran ESTAFA que han dado en llamar CRISIS. Tengo
para mí que después de arruinar el paisaje, las constructoras están haciendo
negocio con la rehabilitación de viviendas. Sólo así se puede entender la
fiebre de andamios que oculta tantas y tantas fachadas de mi ciudad (ya sólo en
la manzana en la que habito, hasta tres portales). La mía luce ahora un
espantoso blanco pastel (o algo parecido) después de un proceso de reformas
dirigido por mi vecina, la arquitecta y canciller (o presidenta de la comunidad
de vecinos) Merkel, jaleada para sus fines, entre otros, por mi vecino, trabajador
de banca jubilado, nuestro particular Jeins Weidmann.
Nuestros Merkel y Weidmann son
sólo los puntales de una comunidad de vecinos que decidió invertir sus
gananciales en una reforma integral del edificio (Europa, claro). Como toda
comunidad (de vecinos o Europa, claro) el asunto se llevó a debate. Pero Europa
(perdón, mi comunidad de vecinos) no es un proyecto común, es una comunidad de
intereses particulares que mancomuna decisiones para el beneficio privado. Y
hete aquí que el vecino del sur se ve acosado y empujado a una reforma integral
forzosa cuando, para poder sobrevivir con cierta dignidad, tan sólo puede permitirse
acometerla por prioridades y a plazos, dentro de una lógica de urgencias. La
inflexible Merkel, con el apoyo incondicional de Weidmann y otros inversores,
deciden imponer su reforma integral sin atender a la paupérrima situación
económica de su vecino español. No hay piedad con el sur, con el más débil, y
se decide acometer la reforma y amenazarlo con acciones legales si éste no
atiende al pago de las acciones reformadoras decididas, aunque muchas de ellas
– tal y como se reconoce durante el proceso de “negociaciones” - no son ni
urgentes ni estrictamente necesarias y puedan dejar al vecino del sur al borde
de la quiebra.
“Que tú no puedas pagar, no va
a impedir que yo haga la obra”, me espetó Weidmann. “A todos nos afecta la
crisis”, me aseguró una dirigente del nuevo Estado miembro de mi comunidad de
vecinos antes de acometer la reforma de la recién adquirida república de su casa. Y así el vecino
del sur se ve obligado a solicitar un préstamo al sector financiero (banco o
caja, lo mismo da) que lo ata a una entidad por años. Eso, junto a los recortes
económicos decididos por la otra
Merkel y el otro Weidmann (entre
otros alegres inversores de este casino llamado Europa), da como resultado un
español acongojado al mirar los números de su cuenta que, por segundo mes
consecutivo, se teñirán de rojo sin vislumbrar la proximidad del final de mes.
Por eso, el miércoles 14 de
noviembre este vecino del sur saldrá a la calle para manifestarse contra
quienes juegan con nuestras vidas; contra los Merkel y Weidmann que se lucran a
nuestra costa; contra los que han convertido a Europa en un casino al que sólo
podemos acceder por la puerta de servicio; contra quienes salivan imaginando
una masa enfervorecida que grite “yo soy español, español, español…” mientras
sus ojos se van achinando por momentos.
© Carlos Pérez Cruz
3 comentarios:
No comprendo muy bien la relación entre el hecho de que tu vecino alemán haya trabajado y conseguido una cierta tranquilidad económica y el hecho de que el gobierno actual esté desmantelando las estructuras garantes de igualdad y desarrollo social.
No hay piedad con el sur, con el más débil, y se decide acometer la reforma y amenazarlo con acciones legales si éste no atiende al pago de las acciones reformadoras decididas, aunque muchas de ellas – tal y como se reconoce durante el proceso de “negociaciones” - no son ni urgentes ni estrictamente necesarias y puedan dejar al vecino del sur al borde de la quiebra.
Con el agravante, de que al vecino del norte, en el hipotético caso de necesitar financiación, el banco no le cobraría intereses.....
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