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martes, junio 19, 2012

Pablo Selnik & Marco Mezquida - "Miscelánea núm. 2"


No pasa todo los días y por eso es emocionante cuando ocurre. Con todo lo que se ha escrito, con todo lo que se ha improvisado, que todavía haya músicos que le peguen un tiro a la cotidianidad de la música y consigan arrancarte un “oh” admirativo, tiene mucho valor. Sobre todo si sucede cuando menos te lo esperas. Por ejemplo, cuando la propuesta te resulta instrumentalmente poco atractiva (o eso piensas hasta que…) y te descubres adicto a ella.

La flauta no es un instrumento con especial predicamento en el jazz, y muchas veces la tocan saxofonistas que la tienen como complemento. Obviamente hay excepciones. Pablo Selnik es una de ellas y tiene fundamentos tan sólidos que tenemos excepción para rato. El barcelonés tiene mucho mérito y una enorme capacidad técnica y expresiva que le ayuda a solventar las (aparentes) limitaciones de volumen y tesitura de este instrumento en su relación con otros en un contexto jazzístico al uso. Y no está el truco en que aquí sea dúo (que también), porque cuando la música se pone furiosa, él es tan furioso como cualquiera.

En un artículo dedicado a Selnik y Mezquida en El periódico de Catalunya, el cronista concluye: “Algo está cambiando en el jazz de Barcelona”. Hay algo de cierto en eso. Por fin estamos viendo el relevo de unas generaciones que han sido y siguen siendo referente profesional (con el mérito añadido de haberse formado en unas condiciones mucho más precarias que las nuevas), pero que estaban lejos de constituirse como comunidad diferenciada y de referencia internacional. Buenos músicos, propuestas generalmente convencionales (entiéndase esto como una generalización reduccionista. Ya sabemos que las generalizaciones…). Ahora empezamos a disfrutar de una diversidad estética mayor, complementada por una mejor formación técnica y, en algunos casos - los más afortunados -, con una fuerte personalidad que se traslada a su música. Precisamente en una personalidad fuerte y decidida se encuentra parte del misterio del porqué algunos músicos convierten su creación en una necesidad para nosotros. Y el dúo Mezquida & Selnik se hace necesario.

La puesta en escena con Capicúa (de Selnik) es espléndida. Es muy revelador de su personalidad escuchar cómo un tema de naturaleza tan claramente melódica baila al son que ellos quieren. Lo rompen en bloques y crean efectos tímbricos sorprendentes (muy interesante  el eco que se crea a partir de un retardo mínimo en la emisión de las notas). El discurso camina y se detiene, se torna grandilocuente y de pronto íntimo. La paciencia en el fraseo, la utilización del silencio, convierten el solo de Mezquida en ejemplar, además de en muy hermoso. La serenidad con la que lo despliega tiene un poso de madurez y de bagaje como oyente que parece desmentir su edad (nació en 1987). Pero si la capacidad de jugar con los tempos y los espacios de la música de propia autoría es virtud, qué decir del ejercicio paralelo que nos proponen con Eternal Triangle, versión de un tema de Sonny Stitt que convierten en un habilidoso y virtuoso juego de lenguajes abierto con un mozartiano Mezquida (que interpreta el Allegro de la Sonata KV 333 en Si bemol mayor del austriaco) en contraste con el fraseo bop de Selnik. Confluyen y divergen a conveniencia y de pronto es el flautista el que se maneja con maneras clásicas mientras Mezquida va a lo suyo jazzísticamente (después de pasar por terrenos de blues). Ese discurso aparentemente inconexo está en permanente contacto. Toda una metáfora que me trae a la memoria el divertidísimo Scherzo del Concertone que grabara el pianista Stefano Bollani, donde el saxofonista (dentro de una orquesta camerística al uso) era aniquilado de un disparo por sus salidas de tono jazzísticas.

Hay que tenerlo muy claro para meterse en semejantes berenjenales conceptuales, también para acometer temas de factura algo más convencional y resultar igualmente convincentes y excitantes. Así ese brasileño Elemento frágil, con la voz invitada de Carme Canela, lo interpretan con la misma convicción y deleite que hace creíble sus apuestas más arriesgadas (además de que proporcionan un elemento de distensión en una propuesta exigente). Perdido (¿pudiera ser el reverso mediterráneo del atlántico O son do ar de los gallegos Luar Na Lubre?) nos lleva de nuevo a los terrenos melódicos que caracterizan la firma compositiva de Selnik, un vals que nos mece tras la tormenta sonora de Out there, versión de un tema original de Eric Dolphy y Charles Mingus que ellos convierten en una suerte de exploración sonora de la flauta de Selnik sobre la guía inicial de pesados y espaciados acordes de Mezquida (creador aquí del marco para la expresión de Selnik) y un accelerando final hacia una alucinógena reproducción de la melodía original que le deja a uno patidifuso. Con la mano izquierda Mezquida crea un bucle de notas repetidas (inicialmente junto a Selnik) que se convierte en el motor impulsor de la vertiginosa reproducción melódica de su mano derecha y de la flauta de Selnik. De nuevo la conjugación de timbres crea una particular sonoridad, acentuada aquí por la asombrosa velocidad de ejecución y la precisión en la conjunción. ¡Bravo!

Para completar el muestrario de exquisita diversidad, Selnik y Mezquida nos ofrecen una Free Impro #1, con el piano de Mezquida como regulador de intensidades (a partir de una base armónica prácticamente invariable, insistente rítmicamente) para el vuelo a placer de Selnik. Se intuye que la pareja camina con amplitud de miras, sin débitos a estilo ni genuflexión a tradiciones inflexibles. Y eso va en beneficio de su propio crecimiento creativo y de nuestro placer como oyentes. Mente vs Mentes dice otra partitura de Selnik. Puede que su propuesta viva un permanente enfrentamiento de mentalidades y que esa lucha entre el impulso creativo de uno y la percepción de los otros se refleje en esa persecución de gato y ratón que es este tema, en esos arreones y frenazos que lo caracterizan (como en ese caer al blues que parece terreno de confort para ambos). Como les caracteriza la superposición de estilos y melodías, algo que transpira el baladístico cierre de We´re 2 beautiful, en el que mis orejas creen ver un baile agarrado entre el  You are so beautiful (que popularizara Joe Cocker)  y el Solitude de Duke Ellington. Pero para baile, el de Mezquida y Selnik. ¡Ellos sí que bailan! Y que dure.

© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
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