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miércoles, junio 20, 2012

"Oito pezas europeas" - Quinito López Mourelle & Roberto Somoza

 
Quién no se ha situado frente a un mapa del mundo y con la punta del dedo ha trazado un viaje soñado. De ahí a hacerlo realidad hay un trecho enorme, en ocasiones una distancia insalvable. Claro que para eso está el arte, para hacer de los imposibles físicos una realidad mental y sensorial. Eso es Oito pezas europeas: la consecución musical y literaria de una aspiración viajera.

El saxofonista Roberto Somoza traza la línea que une Bulgaria con España a través de ocho países europeos y el escritor Quinito López Mourelle se encarga de proporcionar un relato, de dar forma a las vivencias de una orquesta que recorre esa agotadora distancia y, de paso, trufar ese recorrido con pequeños cuentos que sitúa en esos países. Hay mucho de imaginario personal en la descripción de personajes y paisajes de López Mourelle, quizá de aspiraciones (y suspiros) personales. En ese sentido es una proyección de su imaginario construido mediante la lectura, el cine y la música (además de por su experiencia viajera, claro está), al que puede añadir su experiencia como pianista, por la que conoce bien la parte más administrativa y funcionarial de la música. Por eso sabe de qué habla cuando refiere las horas muertas de la orquesta que recorre Europa en este libro y cómo sus componentes acomodan sus particulares y dispares caracteres a la convivencia forzosa de días y días en la carretera o de paseos por ciudades extrañas. Intuyo que también sabe de lo que habla cuando alguno de sus personajes suspira por el cuello de la acordeonista Galina (en esto de los suspiros en clave femenina Quinito me recuerda al cineasta Guerín, tan nostálgicos ambos de la belleza femenina; tan amantes del voyerismo de café y hall de hotel). Es probable que en el relato de la frustrada entrevista del periodista rumano Vasile Petrescu al actor Daniel Cabanchik (la grabadora que no graba) haya algo de su propia experiencia como periodista (o, al menos, la proyección de una pesadilla que todos los que hemos trabajado con grabadora hemos tenido). Como un maestro de la casual causalidad, Quinito encuentra siempre el modo de darle un giro a la situación; de, mediante un golpe de (aparente) azar, dar la vuelta a situaciones cotidianas y con fino humor irónico resolver pequeños misterios, como el de la incomprensible frase que vocifera en cada concierto el percusionista turco Ulasir. Desprenden las letras de Quinito un perfume de melancolía, tono crepuscular.


Quinito López Mourelle (sentado) y la Orquesta Voland
 
¿Y la música? No se sabe muy bien si este libro es un disco o si el disco es un libro. En todo caso, el trabajo de Roberto Somoza, impulsor original de esta idea de música con narrativa asociada (por autoría intelectual de la criatura no podemos hablar de libro con banda sonora, sino de música con guión narrativo) es elegante, sobrio y emocionante en su sencillez. Ojo, no simplista, ni mucho menos. Pero el proyecto es ambicioso si de infectar de música de los ocho países recorridos se trata. Bulgaria, Rumanía, Moldavia, Ucrania, Polonia, Alemania, Francia y España ofrecen folclores muy diversos (por mucho que haya elementos comunes, especialmente en los países de la órbita balcánica). Por eso es inteligente el modo en que se aproxima a ciertas fórmulas métricas y melódicas características para generar un conjunto que es uniforme de principio a fin, con las sutilezas culturales que determinan el acento de cada pieza pero sin procurar una recreación antropológica de folclores. La Orquesta Voland, diez músicos asentados en Galicia (incluidos el violinista búlgaro Nikolay Velikov y la acordeonista moldava Galina Botnar, cuyos nombres son los únicos que se replican tal cual en la orquesta imaginaria de Quinito), profesores, músicos de banda, de orquesta filarmónica, de jazz (el propio Somoza) y otros menesteres, suena a orquesta popular, a verbena de domingo, a película de Angelopoulos y a grupo folk (que no tanto de folclore). Así, en conjunción con el texto de Quinito López Mourelle, la música de Somoza suena tan descriptiva como la prosa nostálgica (y poética en ocasiones) del escritor (¿o viceversa?). Una pareja creativa bien avenida que logra con estas Oito pezas europeas el feliz encuentro de letras y notas (las de viaje y las musicales) y la grácil felicidad de un vals polaco en el ánimo del lector y del oyente (que aquí son uno).
 
© Carlos Pérez Cruz

Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
 

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