Albert Cirera y Ramón Prats en el Juan Sebastián bar
© Jesús Moreno
Terminó el concierto y chocaron las manos. Un gesto de
celebración deportiva para concluir una actuación tan intensa
como una carrera de fondo, como una maratón, donde el único
avituallamiento es la complicidad y donde el recorrido es un
verdadero misterio para los participantes (espectadores y
músicos). La libre improvisación es posiblemente uno de los
últimos y escasos reductos de libertad que (todavía) no pueden
ser escaneados por la última herramienta de Google, ni su peso
medido en valores bursátiles. Es, en su mejor versión, uno de
los mejores conductores hacia lo que de natural y primario queda
en nosotros.
Huesca tiene algo de inquietante Twin Peaks. Ciudad de poco más
de cincuenta mil habitantes, ha sido la puerta de entrada a
España de músicos como Ken Vandermark, de proyectos como
Songs of the Civil War
de Ramón López o, más recientemente, de
El infierno musical de
Christof Kurzmann. Mientras escuchaban esta información, los
Duot parecían no dar crédito. Donde después ellos iban a actuar
había estado tocando, por ejemplo, Peter Kowald. Es decir, en
Huesca pasa lo que no pasa ni siquiera en las ciudades de
millones de habitantes más cosmopolitas de este país. Y cuando
no es el Centro Cultural ‘El Matadero’ el que programa desde lo
“oficial”, es el Juan Sebastián Bar quien lo hace desde lo
“clandestino”. Están locos estos oscenses. No hay más que
conocer a Lorenzo, el hombre del ‘Juanse’, que no se sabe si
arriesga más poniendo de su bolsillo en apuesta por proyectos
como Duot o perdiéndose en solitario por selvas amazónicas.
Con el referente de su excelente Cactus, el listón de las expectativas tenía cierto nivel. Claro que la pértiga que imaginábamos no alcanzaba ni de lejos las dimensiones de la que utilizaron en escena. Lo de Duot es de altos vuelos, extraterrestres en sus momentos más delirantes. Hubo duelo en O.K. Corral (o más bien en las tablas del ‘Juanse’), pero no sólo eso. Hubo mucho más que eso, más que la visceralidad que se puede intuir de un formato como este y de sus referentes históricos. Hubo una asombrosa exposición de recursos, una lección de escucha y asistencia mutua sin mirarse (cual ‘Magic’ Johnson en los Lakers) y la creación de un discurso musical que no tiene más límite que el que uno se quiera imponer como oyente. Otra cuestión es que para poder captar todos los matices (¡Al menos una ínfima parte!) de lo que sucede, para agarrarse un viaje sensorial casi psicodélico, hay que prestar el mismo grado de concentración que ellos. Escucha activa o, al menos, silencio y respeto. Qué lejos estamos de estas tres actitudes.
Con el referente de su excelente Cactus, el listón de las expectativas tenía cierto nivel. Claro que la pértiga que imaginábamos no alcanzaba ni de lejos las dimensiones de la que utilizaron en escena. Lo de Duot es de altos vuelos, extraterrestres en sus momentos más delirantes. Hubo duelo en O.K. Corral (o más bien en las tablas del ‘Juanse’), pero no sólo eso. Hubo mucho más que eso, más que la visceralidad que se puede intuir de un formato como este y de sus referentes históricos. Hubo una asombrosa exposición de recursos, una lección de escucha y asistencia mutua sin mirarse (cual ‘Magic’ Johnson en los Lakers) y la creación de un discurso musical que no tiene más límite que el que uno se quiera imponer como oyente. Otra cuestión es que para poder captar todos los matices (¡Al menos una ínfima parte!) de lo que sucede, para agarrarse un viaje sensorial casi psicodélico, hay que prestar el mismo grado de concentración que ellos. Escucha activa o, al menos, silencio y respeto. Qué lejos estamos de estas tres actitudes.
Albert Cirera
© Jesús Moreno
Al finalizar el concierto, un chico se acercó a los Duot. Quería entender. ¿Qué había pasado? Porque él veía que
entre ellos se comunicaban, que había algo que les ponía en
contacto, aunque los cables no se vieran. Alguno de los dos le
contestó que lo que hacían era como un espectáculo de Faemino y
Cansado. Entonces vio la luz. ¡Ya lo he pillado!, exclamó. Y
empezaron las risas. En el fondo, no hay mucha diferencia entre
el humor surrealista y aparentemente improvisado del dúo cómico
y la música improvisada de Duot. Si Faemino dice algo a lo que
responde reactivamente Cansado, Cirera dibuja una figura ante la
que reacciona Prats (y viceversa). Cuando encuentran el hilo de
lo que el otro expone, se establece de inmediato un gran
diálogo, un canto coral, donde se propone mutuamente, se cambia
el ritmo y el acento de las frases y las palabras, se grita
apasionadamente y se reflexiona después de la efervescencia
extrema. No hay más misterio - dentro de ese gran misterio que
sigue siendo la improvisación - que la capacidad que los músicos
tengan para hablar y hacer interesante la exposición pública de
su conversación. Como una mesa redonda donde los conferenciantes
comparten idioma e intereses y no llevan guión, pero sí un
bagaje de experiencias que les evitarán el riesgo de quedarse en
blanco.
Albert Cirera
© Jesús Moreno
Al igual que una rueda de solos en el jazz “convencional” (¿¡qué
diablos es el jazz "convencional"!?) puede
convertirse en una experiencia anodina para el oyente, la libre
improvisación puede tener sus lagunas en ese proceso de hilado
del discurso, de tentativa hacia la solidificación de las ideas
expuestas. Los cinco años de trabajo conjunto entre Cirera y
Prats les permiten ir rápidamente al grano. Se conocen tanto que
apenas hay incertidumbre, aunque por fortuna tampoco
previsibilidad. Forman parte, además, de una generación que ha
tenido las posibilidades de formación académica que muchos de
los pioneros no tuvieron y se percibe en la calidad de sonido,
en el grado de virtuosismo. Los Duot han elegido este lenguaje
musical tan menoscabado y se expresan con el mismo grado de
precisión que si ejecutaran una partitura escrita. Con la
particularidad – y por aquí viene parte de la inagotable fuente
de evolución de la música improvisada – de que sus referentes
musicales son los propios de su generación treintañera e
infectan la improvisación para enriquecer la paleta de posibles.
La mayor de las abstracciones puede derivar en un regular pulso
de drum and bass o del
rock más salvaje a partir de una ligera modificación del pulso,
sin por ello caer en un terreno acomodaticio. Apenas dura un
suspiro, el que tarda en levantarse la barrera de otra vía
posible.
Ramón Prats
© Jesús Moreno
Sigue produciendo asombro cómo el limitado arsenal tímbrico de
un saxo tenor y soprano más batería pueden soportar una hora de
música. Para eso está el ingenio. Ramón recorre con sus manos
las baquetas dispuestas de forma vertical sobre la caja. Con
ellas genera una vibración que se asemeja al vuelo de un
moscardón (o de zambomba, incluso). Albert extrae la boquilla
del saxo o directamente lo sopla sin ella, generando la ilusión
de un instrumento oriental (casi una trompeta tibetana). Un
plato percute sobre otro plato y desciende por pequeños rebotes
hasta el filo del mismo. O bien se coloca invertido sobre un
timbal y se presiona con una baqueta generando una sonoridad
casi hipnótica, mística. Son recursos que, lejos de pintorescos,
evitan las restricciones que la ortodoxia y la convencionalidad
entienden para cada instrumento y hacen de las aparentes
limitaciones instrumentales inmensos campos abiertos para la
creatividad. Todo ello, por supuesto, al servicio del relato, de
las tres improvisaciones a las que dio lugar la velada de dos
pases en el Juan Sebastián Bar.
Ramón Prats
© Jesús Moreno
Necesitados como estamos de buenas noticias, en esta
sociedad sometida por las leyes del temor informativo, aquí
tenemos una excelente. Dos músicos que retoman el testigo de los
maestros que les preceden (como el pianista Agustí Fernández,
con quien comparten proyecto: Liquid Trio) y son la mecha de un
estallido (nanoexplosión,
si se quiere) de música libre improvisada en nuestro país que
puede lograr equipararnos a otras escenas (especialmente
centroeuropeas y nórdicas) que tanto hemos envidiado. Hasta ayer
era casi impensable, así que bienvenida sea esta generación de
irreverentes creadores. Otra cosa es que en el mundo (del
mercado) informativo siga cotizando más la grisura y el estado
de alarma.
© Carlos Pérez Cruz
Publicado originalmente en www.elclubdejazz.com
5 comentarios:
excelente crónica, Carlos, de verdad. por cierto, ya veo a Jesús dándoles la brasa a los pobres duot con Huesca, je je
Gracias Jack Torrance, tus artículos fueron de gran ayuda para preparar la entrevista que emitiré la semana que viene. Una excelente noticia la de Duot.
En realidad, a la hora de dar la brasa sobre Huesca nos repartimos el trabajo entre Jesús, Lorenzo (del 'juanse') y servidor. Es lo que tiene Twin Peaks, que inquieta y fascina por igual.
jo, la verdad es que tienta eso de subir a Huesca (además que la referencia a Twin Peaks son palabras mayores). vamos a ver cuando me vuelve a tentar Jesús, y esa vez sí que subo
Lo que es el mundo... ¿sabía usted que Albert Cirera es ciudadano de Igualada y, para más interés, primo hermano de un servidor? Me alegra mucho ver que la labor musical de Albert va viajando y cuajando.
La crónica del concierto, excelente.
¡Rediez Jorge! Sabía que lo nuestro no podía ser casualidad... ¿Qué más sorpresas nos aguardan en el futuro?
Albert excelente. Eso sí, a ver si le convences de que tocando pasodobles se vive mejor...
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