Por la habilidad social que caracteriza a mi madre hoy me he enterado de la vida y milagros, casi al completo, de una joven trabajadora en la sede de una caja de ahorros a la que he acudido a abrir una cuenta. Normalmente a mí me suele bastar con saludar, cumplir con los procedimientos y adiós muy buenas. Pero no es así para mi madre, ni por lo visto para la joven trabajadora a la que a partir de este momento llamaré Eustaquia (nombre ficticio).
El caso es que el perro de su futuro marido (se casan próximamente) al que llamaremos Fausto (al perro, claro) se zampó las medias de ella mientras estaba en la ducha. Preocupados por su estado tras la ingestión de la media acudieron al veterinario. El estómago estaba lleno, no se sabía si por comida o por la media, y debieron volver al día siguiente con el consecuente pago de dos consultas... ¡carísimo! Estoy preocupadísima esperando a que cague a ver si salen las medias. Si el pobre Fausto no las ha cagado ya tendrá revestido el estómago de finísima tela femenina.
El caso es que la vida de Eustaquia ha recibido varios sobresaltos en apenas una semana. El otro día dejó su coche aparcado en un aparcamiento subterráneo. Al volver a por él le habían abollado una parte - lo siento, no recuerdo cuál -. No sé cómo ni cuántas gestiones le ha llevado conseguirlo pero el gestor del aparcamiento terminará cubriéndole el dinero de la reparación (casi 400 Euros, por si estaban interesados). Así que cuando lean en los aparcamientos un cartel que dice que la empresa no se hace responsable de los robos o daños que pueda sufrir el coche llamen a Eustaquia.
Bien, creo que la narración está perdiendo interés así que vamos con los rumanitos del título. Vamos por partes. Tras su boda Eustaquia se cambiará de ciudad para vivir. En la nueva ciudad contactaron con un albañil de confianza para que les hiciera el baño. Tras consultar con el presidente de la comunidad de vecinos éste les aconsejó no pedir licencia de obras al Ayuntamiento, tal y como todo el mundo hacía. Con que sean discretos... El caso es que la obra avanzaba con una lentitud exasperante y Eustaquia llamó al albañil de confianza para "achucharle" con supuestas prisas sobre la ocupación del piso. Parece que la llamada surge efecto, las obras avanzan. El problema viene cuando el presidente de la comunidad de vecinos se encuentra unas bicicletas en el portal de la vivienda y a dos rumanitos que bajaban sin discreción alguna los sacos de escombro a la calle. Se acerca a hablar con ellos y, como no entienden castellano, huyen despavoridos dejando las obras inacabadas y sus propias bicicletas. Se monta un cierto alboroto y en esto que pasa un policía municipal que ante aquello termina por multar a Eustaquia y a su futuro marido por la falta de licencia de obras. A ello se suma que tuvimos que pedir la licencia de obras y, ¡claro!, habrá que cambiar el bombín de la puerta porque... ¡vete a saber!
Así que me fui al médico porque con tanta tensión me dolía todo... y me dio una hoja sobre las consecuencias del estrés. Así que me fui de ahí a la agencia de viajes y me pillé un viaje de ocho días.
Acudamos a la manida frase de la realidad supera a la ficción. ¿Recuerdan la película "Crash"? El momento en que Sandra Bullock (más bien su personaje, espero) empieza a gritar como loca porque un hispano está en su casa arreglándole los bombines... ¡A cuántos ladrones les hará copia de las llaves!, venía a decir en ese momento. ¿A cuántos rumanitos más les harán copia de las llaves de Eustaquia? Claro que quizá la pregunta deba ser otra, ¿de verdad era un albañil de confianza? ¿Tanto miedo da el castellano? O, ¿será que no tenían papeles y el albañil de confianza les pagaba una mierda sin contrato y por eso empezaron a correr? Eso sí, qué putada lo de la multa por no pedir licencia de obras, ¡ladrones!
Al final salí de la caja con mi nueva cuenta... unos cuarenta minutos después. Por cierto, no me acuerdo muy bien si Fausto era el nombre del perro o el del futuro marido.
El caso es que el perro de su futuro marido (se casan próximamente) al que llamaremos Fausto (al perro, claro) se zampó las medias de ella mientras estaba en la ducha. Preocupados por su estado tras la ingestión de la media acudieron al veterinario. El estómago estaba lleno, no se sabía si por comida o por la media, y debieron volver al día siguiente con el consecuente pago de dos consultas... ¡carísimo! Estoy preocupadísima esperando a que cague a ver si salen las medias. Si el pobre Fausto no las ha cagado ya tendrá revestido el estómago de finísima tela femenina.
El caso es que la vida de Eustaquia ha recibido varios sobresaltos en apenas una semana. El otro día dejó su coche aparcado en un aparcamiento subterráneo. Al volver a por él le habían abollado una parte - lo siento, no recuerdo cuál -. No sé cómo ni cuántas gestiones le ha llevado conseguirlo pero el gestor del aparcamiento terminará cubriéndole el dinero de la reparación (casi 400 Euros, por si estaban interesados). Así que cuando lean en los aparcamientos un cartel que dice que la empresa no se hace responsable de los robos o daños que pueda sufrir el coche llamen a Eustaquia.
Bien, creo que la narración está perdiendo interés así que vamos con los rumanitos del título. Vamos por partes. Tras su boda Eustaquia se cambiará de ciudad para vivir. En la nueva ciudad contactaron con un albañil de confianza para que les hiciera el baño. Tras consultar con el presidente de la comunidad de vecinos éste les aconsejó no pedir licencia de obras al Ayuntamiento, tal y como todo el mundo hacía. Con que sean discretos... El caso es que la obra avanzaba con una lentitud exasperante y Eustaquia llamó al albañil de confianza para "achucharle" con supuestas prisas sobre la ocupación del piso. Parece que la llamada surge efecto, las obras avanzan. El problema viene cuando el presidente de la comunidad de vecinos se encuentra unas bicicletas en el portal de la vivienda y a dos rumanitos que bajaban sin discreción alguna los sacos de escombro a la calle. Se acerca a hablar con ellos y, como no entienden castellano, huyen despavoridos dejando las obras inacabadas y sus propias bicicletas. Se monta un cierto alboroto y en esto que pasa un policía municipal que ante aquello termina por multar a Eustaquia y a su futuro marido por la falta de licencia de obras. A ello se suma que tuvimos que pedir la licencia de obras y, ¡claro!, habrá que cambiar el bombín de la puerta porque... ¡vete a saber!
Así que me fui al médico porque con tanta tensión me dolía todo... y me dio una hoja sobre las consecuencias del estrés. Así que me fui de ahí a la agencia de viajes y me pillé un viaje de ocho días.
Acudamos a la manida frase de la realidad supera a la ficción. ¿Recuerdan la película "Crash"? El momento en que Sandra Bullock (más bien su personaje, espero) empieza a gritar como loca porque un hispano está en su casa arreglándole los bombines... ¡A cuántos ladrones les hará copia de las llaves!, venía a decir en ese momento. ¿A cuántos rumanitos más les harán copia de las llaves de Eustaquia? Claro que quizá la pregunta deba ser otra, ¿de verdad era un albañil de confianza? ¿Tanto miedo da el castellano? O, ¿será que no tenían papeles y el albañil de confianza les pagaba una mierda sin contrato y por eso empezaron a correr? Eso sí, qué putada lo de la multa por no pedir licencia de obras, ¡ladrones!
Al final salí de la caja con mi nueva cuenta... unos cuarenta minutos después. Por cierto, no me acuerdo muy bien si Fausto era el nombre del perro o el del futuro marido.
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