"Ya falta menos", una frase que me produce escalofríos en cuerpo y mente. Una frase así, dicha en Iruña - Pamplona tal que un 19 de mayo, es en apariencia una inocente manifestación de júbilo ante la certeza de que las fiestas de San Fermín están más cerca que lejos. Pero aunque se asume, por lo general, como un deseo común de los ciudadanos aquí presentes muchos somos los que aborrecemos la sola idea de la cercanía del macro-botellón que cada año inunda las calles de la ciudad.
A pesar de que, ¡por supuesto!, aquí se vive como en ninguna parte, Pamplona es una ciudad que vive por y para los Sanfermines y vive de la Volkswagen. No hay más. Se mire por donde se mire esta es una ciudad tan poco estimulante como un desnudo mío en un concurso de Mister España. Y, ¿cómo ha conseguido esta ciudad tal fama internacional? A base de toros corriendo por las calles (¡oh my God! ¿Y no tienes miedo de salir de casa?, dijo ella).
A pesar de lo que se pueda pensar el verdadero peligro de los Sanfermines no está en que te pille un toro - estadísticamente ridículo - si no en que al salir a la calle te encuentres absorbido por una ingente marea de degenerados prostáticos que han encontrado en Pamplona el vertedero ideal para defecar su euforia alcohólica y pastillera. Esta ciudad es el museo de los horrores del olfato y el oído para sentidos tan delicados como el mío.
Se produce en Pamplona un fenómeno único y sorprendente durante los interminables ¡nueve días! de fiesta. Esta ciudad, que en clase de geografía enseñaba un único y modesto río, el Arga, amplía su caudal hidrológico con un río espontáneo y esporádico, el Río Orín. Tono amarillento y espumoso para un cauce que toma los vericuetos más complejos de la geografía urbana.
A pesar de la naturaleza un tanto ingrata de este caudal espontáneo, que obliga a tomar medidas de orden náutico y sanitario, nuestro excelentísimo Ayto (ayuntamiento) organiza durante dos días, viernes y sábado de la próxima semana, el Primer Congreso "Feria del Encierro". Dos días, dos, dedicados a debatir y disertar sobre un acto de apenas tres minutos (en su desarrollo normal) y que constituye la imagen de marca de la ciudad, el de los toros por las calles.
No, Pamplona no es famosa por sus grandes conciertos, exposiciones y actividades culturales en general, no. De lo que no se tiene no se puede presumir, a pesar de eslóganes políticos (dime de lo que presumes y...). Aquí lo que hay es nueve días de desenfreno total en el que el presupuesto de la ciudad se va en miles de actividades perdidas en la inmensidad de la fiesta que convierten a la ciudad en un desierto intelectual durante los 356 días restantes. La nada.
Volviendo al Congreso. ¿Para cuándo un Congreso sobre cómo evitar que una ciudad pequeña, de apenas 200000 habitantes, se vea convertida en el vertedero del planeta durante las fiestas? En vez de ello ("estamos estudiando medidas", dijo ella con los codos sobre la mesa) nuestro intelecto se enriquecerá con charlas sobre la tipología de las heridas de los encierros o sobre el papel de los mansos y los pastores (¿¡!?).
A pesar de que, ¡por supuesto!, aquí se vive como en ninguna parte, Pamplona es una ciudad que vive por y para los Sanfermines y vive de la Volkswagen. No hay más. Se mire por donde se mire esta es una ciudad tan poco estimulante como un desnudo mío en un concurso de Mister España. Y, ¿cómo ha conseguido esta ciudad tal fama internacional? A base de toros corriendo por las calles (¡oh my God! ¿Y no tienes miedo de salir de casa?, dijo ella).
A pesar de lo que se pueda pensar el verdadero peligro de los Sanfermines no está en que te pille un toro - estadísticamente ridículo - si no en que al salir a la calle te encuentres absorbido por una ingente marea de degenerados prostáticos que han encontrado en Pamplona el vertedero ideal para defecar su euforia alcohólica y pastillera. Esta ciudad es el museo de los horrores del olfato y el oído para sentidos tan delicados como el mío.
Se produce en Pamplona un fenómeno único y sorprendente durante los interminables ¡nueve días! de fiesta. Esta ciudad, que en clase de geografía enseñaba un único y modesto río, el Arga, amplía su caudal hidrológico con un río espontáneo y esporádico, el Río Orín. Tono amarillento y espumoso para un cauce que toma los vericuetos más complejos de la geografía urbana.
A pesar de la naturaleza un tanto ingrata de este caudal espontáneo, que obliga a tomar medidas de orden náutico y sanitario, nuestro excelentísimo Ayto (ayuntamiento) organiza durante dos días, viernes y sábado de la próxima semana, el Primer Congreso "Feria del Encierro". Dos días, dos, dedicados a debatir y disertar sobre un acto de apenas tres minutos (en su desarrollo normal) y que constituye la imagen de marca de la ciudad, el de los toros por las calles.
No, Pamplona no es famosa por sus grandes conciertos, exposiciones y actividades culturales en general, no. De lo que no se tiene no se puede presumir, a pesar de eslóganes políticos (dime de lo que presumes y...). Aquí lo que hay es nueve días de desenfreno total en el que el presupuesto de la ciudad se va en miles de actividades perdidas en la inmensidad de la fiesta que convierten a la ciudad en un desierto intelectual durante los 356 días restantes. La nada.
Volviendo al Congreso. ¿Para cuándo un Congreso sobre cómo evitar que una ciudad pequeña, de apenas 200000 habitantes, se vea convertida en el vertedero del planeta durante las fiestas? En vez de ello ("estamos estudiando medidas", dijo ella con los codos sobre la mesa) nuestro intelecto se enriquecerá con charlas sobre la tipología de las heridas de los encierros o sobre el papel de los mansos y los pastores (¿¡!?).
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