El Surrealismo nunca morirá. Aunque su referente artístico pueda tener periodos de altibajo el Surrealismo está presente día a día en nuestras vidas. Sólo hay que estar atento a nuestro alrededor, a nuestras propias vidas en definitiva, para darse cuenta de que el Surrealismo es el auténtico motor de nuestro existir.
La banda de música "La Pamplonesa" se estrenaba ayer en el Auditorio Baluarte de Iruña - Pamplona. Estrenaba presencia en el mayor escenario navarro y estrenaba también traje (la corbata digna de un representante de vinos tintos de Navarra). Concierto como cierre del Primer Congreso del Encierro (del cual ya diserté ampliamente post atrás). Entrada gratuita y programa con dos partes claramente definidas: popular y música para banda. Si una partitura se fuera borrando por el uso algunos papeles serían utilizables de nuevo. Pero en fin, al grano.
La primera parte transcurre entre intensos aplausos (sin duda la acústica reverberante ayuda a la expansión de los mismos). Aparente normalidad menos en un detalle no menor. Un pequeño ser humano de aparentemente pocos meses o años acompasa a la banda con gritos y lloros. De habitual, cuando eso pasa, la madre o padre del pequeño suele coger al pequeño y sacarlo del recinto. Pero no parecía que eso sucediera a tenor de los prolongados gritos y lloros en el tiempo. El director de la banda se gira en plena dirección de una de las obras pero a pesar de su intimidante mirada, doy fe, nadie parece darse por aludido.
En el descanso me acerco a una de las bocas de entrada al escenario. Allí se encuentran asomados el presidente de la banda y un trabajador del Auditorio. El trabajador, comunicado mediante auriculares y micrófono, se pone en contacto con una azafata de la sala para que baje hacia la zona de la que procedían los gritos y lloros y comunique a la parentela que es preciso que actúen en caso de gritos y lloros para no impedir el correcto desarrollo y audición del concierto. Asomo mi mirada por el hueco de la puerta de acceso al escenario y me encuentro con el purito Surrealismo en forma de silletas de bebé entre las sillas del público. ¡Silletas de bebé en un Auditorio! Las entendería en un congreso de bebés pero... ¡¿en un concierto?!
La azafata se acerca a una madre, la "propietaria" del presunto sospechoso de la primera parte. Se le conmina a subir a la parte alta del auditorio para no molestar al resto de espectadores y a la banda y que, en caso de que su criatura vuelva a proferir gritos y lloros, lo saque del recinto. En medio del atasco de silletas ella permanece firme en su silla sujentando al niño en brazos. Con tono y cara chulesca se niega y pregunta: "Si me estás echando dímelo". ¡Señora, nadie le echa! Dirige su mirada a nuestros incrédulos ojos y, sin mediar palabra, nos lanza un reto... de aquí no me muevo. Y no se movió.
La banda de música "La Pamplonesa" se estrenaba ayer en el Auditorio Baluarte de Iruña - Pamplona. Estrenaba presencia en el mayor escenario navarro y estrenaba también traje (la corbata digna de un representante de vinos tintos de Navarra). Concierto como cierre del Primer Congreso del Encierro (del cual ya diserté ampliamente post atrás). Entrada gratuita y programa con dos partes claramente definidas: popular y música para banda. Si una partitura se fuera borrando por el uso algunos papeles serían utilizables de nuevo. Pero en fin, al grano.
La primera parte transcurre entre intensos aplausos (sin duda la acústica reverberante ayuda a la expansión de los mismos). Aparente normalidad menos en un detalle no menor. Un pequeño ser humano de aparentemente pocos meses o años acompasa a la banda con gritos y lloros. De habitual, cuando eso pasa, la madre o padre del pequeño suele coger al pequeño y sacarlo del recinto. Pero no parecía que eso sucediera a tenor de los prolongados gritos y lloros en el tiempo. El director de la banda se gira en plena dirección de una de las obras pero a pesar de su intimidante mirada, doy fe, nadie parece darse por aludido.
En el descanso me acerco a una de las bocas de entrada al escenario. Allí se encuentran asomados el presidente de la banda y un trabajador del Auditorio. El trabajador, comunicado mediante auriculares y micrófono, se pone en contacto con una azafata de la sala para que baje hacia la zona de la que procedían los gritos y lloros y comunique a la parentela que es preciso que actúen en caso de gritos y lloros para no impedir el correcto desarrollo y audición del concierto. Asomo mi mirada por el hueco de la puerta de acceso al escenario y me encuentro con el purito Surrealismo en forma de silletas de bebé entre las sillas del público. ¡Silletas de bebé en un Auditorio! Las entendería en un congreso de bebés pero... ¡¿en un concierto?!
La azafata se acerca a una madre, la "propietaria" del presunto sospechoso de la primera parte. Se le conmina a subir a la parte alta del auditorio para no molestar al resto de espectadores y a la banda y que, en caso de que su criatura vuelva a proferir gritos y lloros, lo saque del recinto. En medio del atasco de silletas ella permanece firme en su silla sujentando al niño en brazos. Con tono y cara chulesca se niega y pregunta: "Si me estás echando dímelo". ¡Señora, nadie le echa! Dirige su mirada a nuestros incrédulos ojos y, sin mediar palabra, nos lanza un reto... de aquí no me muevo. Y no se movió.
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