Dicen que el otoño es época propicia para la depresión. La caída de la hoja se ve acompasada por la caída del ánimo. Al suelo arrojo mi doble ración diaria de hojas de la prensa escrita. Mi espíritu, que lucía bronceado ha no mucho, se ha blanqueado de tal modo que se pregunta si no pasaremos de inmediato del verano al invierno sin intermediación del otoño. Es probable que los árboles se exfolien de inmediato y las calles queden sepultadas por las feuilles mortes que de inmediato se prensarán por el peso de la nieve y compactaran por las heladas. Lo cual tendrá un efecto benéfico ya que me impedirá acceder a la prensa diaria. Será imposible salir de casa y, por lo tanto, llegar al kiosco que no habrá abierto y al que tampoco habrá podido llegar la furgoneta de reparto. Tampoco resultará necesario que ésta arranque dado que las imprentas no tendrán nada que imprimir porque los periodistas permanecerán, al igual que yo, y que tú y que todos, encerrados en casa de tal manera que permanecerán alejados de las redacciones donde el zumbido eléctrico de la máquina de café conquistará el espacio sonoro hasta que la luz se corte por la caída de suministro provocada por un exceso de la demanda eléctrica y, llegada la noche, la ciudad se vea envuelta en la oscuridad plateada de la nieve que reflejará la luz de las pocas linternas que todavía a esas horas muestran vida sobre la faz de la tierra que se sumirá entonces en una era glacial prolongada que en su futuro deshielo descubrirá que, bajo la gruesa blanca capa del hielo, se ocultaba otra no menos densa: la del otoño de nuestras vidas.
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