Tumbado sobre un colchón envuelto en plástico, en aquel enorme almacén, recordé por un instante una historia que mi abuela me contó el día en que vinieron a cambiar la cama de la casa del pueblo. Mi abuela me dijo que ese colchón, en el que había dormido durante varios años yo y antes mi padre, lo había comprado en su día por recomendación de Luis El Ojeras. El Ojeras era un señor del pueblo al que la fortuna había tratado bien y no necesitaba trabajar para ganarse la vida. Su familia tenía tierras y con la herencia le llegaba para vivir con holgura. Sin embargo El Ojeras siempre había tenido más inquietudes que las de ser un simple terrateniente aburrido que juega a ver pasar el tiempo mientras los demás trabajan. Tenía un carácter afable, le gustaba charlar con los del pueblo pero éstos trabajaban durante el día con lo que tenía que esperar hasta última hora para poder juntarse con ellos. Durante un tiempo probó a labrar sus propias tierras en compañía de los vecinos a los que él mismo pagaba por ese trabajo. No era un oficio especialmente complicado pero le resultaba muy esforzado. Concienciado por aquella experiencia les subió la paga. Probó después a pedir trabajo. No había mucho donde escoger: estaba el bar del Manolo, el ultramarinos del Martín, la lechería de la Lourdes, la carpintería del José y la colchonería de la Ana María. Uno a uno El Ojeras les fue pidiendo trabajo pero todos le rechazaban después de emitir una sonora carcajada. ¿Cómo iban a dar trabajo a quien no lo necesitaba? No le tomaban en serio a pesar de su insistencia. Sólo Ana María prometió pensárselo antes de darle una respuesta definitiva. Meses después, cuando El Ojeras ya se había resignado a vivir mirando por la ventana, se encontró con Ana María en el bar del Manolo y ella le comentó entre risas que necesitaba que alguien le probara los colchones antes de venderlos. Luis aceptó sin dudarlo ante la sorpresa de Ana María que se lo había comentado más como un chascarrillo que como una proposición en firme. Al día siguiente Luis empezó su primer y último trabajo. Se convirtió en un experto en colchones y todo el pueblo confiaba en su opinión cuando tenían que comprar uno, como el que mi abuela había comprado para mi padre y luego yo utilicé de pequeño. Cuando mi abuela me contó la historia de Luis El Ojeras le pregunté el porqué de ese mote. Me explicó que aunque Luis estaba muy contento por tener algo que hacer durante el día pagó un precio muy alto por su trabajo. Cada vez que probaba uno de aquellos colchones se quedaba dormido plácidamente hasta que Ana María le despertaba para saber su opinión. De tantas cabezadas que se echaba durante el día no pegaba ojo por las noches así que siempre amanecía con unas enormes ojeras dibujadas en su rostro.
Carlos Pérez Cruz
Carlos Pérez Cruz
No hay comentarios:
Publicar un comentario