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lunes, octubre 29, 2007

El oficio de ponerse a pensar

Puede que lo que me ha pasado esta mañana sea cosa de la casualidad. Nunca he sabido muy bien qué es una casualidad pero es la primera idea que se me ha venido a la cabeza después de lo que ha pasado. Como casi cada día me había sentado a pensar, a recordar, a inspirarme... A veces lo hago mientras me tomo un café, a veces después de leer el periódico o tras una conversación airada. Esta vez simplemente me había sentado para practicar el oficio que más me gusta, el de pensador. No está muy bien remunerado, en realidad me lo subvenciono yo mismo, pero nunca se me olvida incluirlo en mi carta de presentación ante cualquiera que me pregunte a qué me dedico. En la mayoría de los casos la reacción suele ser de sorpresa, las cejas se elevan repentina y velozmente, pero pocos son los que dan el paso de preguntarme qué eso de ser un pensador. A quien se atreve le explico que es un oficio muy duro pero estimulante ya que le permite al cerebro ordenar sus ideas y también plantearse nuevos interrogantes. Eso está muy bien porque uno no tiene tiempo de aburrirse ya que nunca se acaban las preguntas. Se acaba el petróleo, se acaba el agua, se acaba la noche, pero las preguntas siempre están ahí esperando a ser formuladas.

Esta mañana de lunes espeso las preguntas se habían escondido bien lejos de mi pensamiento. También a las preguntas les pesa el día de la semana. No es lo mismo pensar un lunes que un viernes ni, por supuesto, que un domingo. Los lunes, por lo general, suelen ser para las grandes preguntas de la humanidad: ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? Los viernes, casi siempre, para las preguntas ociosas: ¿Qué hago este fin de semana? ¿Leo o voy al cine? ¿O quizá ambas cosas? Los domingos la prensa tiene una influencia enorme. También la película que vi anoche, el libro que quedó sobre la mesilla con un capítulo a medio acabar o la discusión con ese amigo de derechas con el que no sé muy bien por qué sigo hablando o por qué sigue siendo mi amigo.

Hoy lunes espeso, día de las grandes preguntas de la humanidad, no conseguía encontrarlas. Pero ser pensador es un trabajo que requiere constancia y, a pesar de haber sido tentando por la renuncia, he perseverado hasta encontrar la gran pregunta del día: ¿Por qué me fascina tanto la Luz del Norte si nunca he viajado hasta el Norte? Me refiero a esa luz mágica del Círculo Polar que se produce cuando el sol nunca se pone pero parece estar a punto de hacerlo a cada instante. Es posible que mi idea de esa luz esté equivocada y que esté confundido por el juego de luces de una película de Julio Médem pero necesito ir hasta allí alguna vez en la vida y comprobarlo por mí mismo. La luz que yo imagino es fría pero a la vez cálida porque invita a recogerse en el interior de una cabaña de madera. Es una luz que convierte el minuto cotidiano en perpetua ensoñación. Es una luz que suena a pasos crujientes sobre ramas secas y que huele a esa humedad que rescata los olores dormidos de la naturaleza.

Esta mañana me ha apetecido volver a ver esa película de Julio Médem. Cuando estaba encendiendo el televisor se ha ido la electricidad en mi barrio y me he quedado sin luz.

Carlos Pérez Cruz

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