El mes de los difuntos le ha inspirado la metáfora. Álvaro Miranda, vicepresidente segundo y consejero de Economía y Hacienda del Gobierno de Navarra, tiene razón al afirmar en este periódico que la sociedad civil navarra “está muy muerta y tiene muy poca actividad”. La frase, eso sí, está construida desde la paradoja y la redundancia. Nunca se ha visto que un muerto tenga actividad, ni poca ni mucha. Y la muerte tampoco admite grados, de modo que no hay muertos y muy muertos. Humoradas al margen, lo triste es que Miranda hace un diagnóstico correcto. Hay que preguntar por qué, qué le ha pasado a una sociedad crítica, rebelde, susceptible de movilización y solidaridad. Nadie reconocería hoy a la sociedad navarra con respecto a sus actitudes en el tardofranquismo y en los primeros años de la transición. En su base social y en sus instituciones. El Ayuntamiento de Pamplona exhibió una admirable pujanza de vanguardia democrática durante los últimos años de la dictadura, con alcaldes nombrados a dedo por el Gobernador Civil. Algunos diputados forales marcaron diferencias con respecto a las pautas impuestas por esa misma autoridad. Un plural y luchador movimiento sindical, los específicos comités de parados, las activas asociaciones de vecinos, sectores del clero, algunos colegios y asociaciones profesionales fueron conciencia crítica del sistema, una admirada referencia para el conjunto del Estado. Ni Zapatero y Rajoy juntos llenarían la plaza de toros como la abarrotó en su día la Organización Revolucionaria de Trabajadores. Navarra dispuso de tenaces y poderosos arietes con los que abrir huecos en la muralla del autoritarismo. Quién nos ha visto y quién nos ve, ahora adormecidos por la llamada sociedad del bienestar, maniatados por el endeudamiento económico, miedosos ante la precariedad en el empleo, gratificados por las posibilidades de consumo y, también, conformistas acunados por los tentáculos del poder, que hacen del ciudadano su cliente. ¿Cuánto dinero público aconseja no levantar la voz a sindicatos, universidades, organizaciones de cooperación, culturales, de usuarios, despachos y colectivos profesionales, medios de comunicación? Prudencia rima con obediencia; discreción, con subvención; sumisión, con talón; adhesión, con colocación. ¿Acaso el poder estimula la crítica? La discrepancia está penalizada. ¿Alguien se imagina qué respuesta popular hubiera tenido el menosprecio de Alcaldía a más de veinte mil firmas ciudadanas contrarias al aparcamiento de la Plaza del Castillo o determinados comportamientos empresariales con cierres estratégicos e interesadas deslocalizaciones? “El silencio de los corderos” es el documental favorito en los despachos oficiales. De rebeldes envidiados, a dócil rebaño.
*Autor: Carlos Pérez Conde (Publicado el domingo 11 de Noviembre en el "Diario de Noticias" de Navarra).
*Autor: Carlos Pérez Conde (Publicado el domingo 11 de Noviembre en el "Diario de Noticias" de Navarra).
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